miprimita.com

Todo empezó como un juego 7

en Grandes Series

Todo empezó como un juego

Capítulo 7

Por la mañana me desperté al sentir trastear a Sara por la habitación. El despertador aún no había sonado pero ella ya estaba acabándose de vestir. Al final, los nervios por el paso que estaba a punto de dar le habían podido y se había levantado antes de hora. Supuse que se habría arrepentido y cambiado de nuevo tu vestimenta pero cuando se giró, al notar que estaba despierto, me quedé a cuadros.

Llevaba la ropa preparada por la noche. La falda hasta casi su rodilla y la blusa que mostraba un escote la mar de insinuante, nada obsceno, pero más de lo que ella estaba acostumbrada a llevar. Me miraba nerviosa, supuse que buscando mi aprobación o solo mi reacción ante aquel paso importante para ella.

-Guau, estás preciosa Sara- lo dije de verdad, el conjunto le quedaba de maravilla y, sin ser demasiado atrevido, le daba un toque sexy sumamente atrayente.

-¿En serio? ¿No es demasiado? -otra vez las dudas le asaltaban.

Salté de la cama y fui hacia ella, observándola de cerca, para después llevarla conmigo al baño donde la situé frente al espejo.

-Mírate cariño. Eres una mujer preciosa y con ese conjunto aún más. Es algo más atrevido que lo que sueles llevar, sí. Pero fíjate, no enseñas nada, cielo. Solo insinúas y eso lo hace intensamente sexy. Estás arrebatadora -dije besándola en el cuello.

Sara ronroneó de gusto y se dejó hacer, parecía que lo que le había dicho había sido de su agrado porque la veía algo más tranquila y relajada.

-Y ahora será mejor que salgas -le dije empujándola suavemente fuera del baño- como sigas aquí voy a tener que levantarte esa falda y follarte y no queremos llegar tarde ¿no?

-No parece tan mala idea…  -dijo juguetona. Pero se dejó empujar hasta sacarla del baño, era consciente que tenía razón y ya tendríamos tiempo por la noche para dar rienda suelta a nuestros juegos.

Ducha rápida, vestirme y desayunar y ya estaba listo para empezar una nueva jornada laboral. Sara también estaba preparada y, por una vez, era ella la que me esperaba a mí. El camino hacía el trabajo lo hicimos hablando de banalidades, quería distraerla para que no se fuera comiendo la cabeza y poniéndose nerviosa de nuevo pero, por suerte, conseguí mi objetivo al menos en apariencia.

Ese día aparqué más lejos a propósito. Quería que el camino a pie fuera algo más largo del habitual para que se percatara que su vestimenta no llamaba la atención y que se habituara a mostrarse en público de aquella manera, que lo tomara de forma natural.

Evidentemente funcionó. Nadie prestó atención a su cambio de vestuario y ella cada vez se veía más relajada con aquella nueva vestimenta, que era lo que pretendía. Cuando llegamos a la puerta del edificio, me dio un beso y nos despedimos hasta la tarde. La vi caminar con decisión hacia el ascensor que la iba a llevar hasta su empresa, igual que siempre, confiada y segura de sí misma.

Estaba ya deseando que llegara la noche para que me contara sus sensaciones y si alguien se había fijado en su cambio de look. Conociéndola, ya preveía otra noche movidita.

Ya en mi despacho y, al contrario que otros días, apenas había incidencias que resolver. Maldije mi suerte, por una vez que necesita tener mi cabeza ocupada en algo que me distrajera de lo que estaba sucediendo en mi vida, me encontraba cruzado de manos e inevitablemente mi mente se puso a repasar los últimos acontecimientos y los que estaban por venir.

Apenas daba crédito al cambio experimentado por mi mujer en tan poco tiempo y, por primera vez, me vi algo superado por la situación, incapaz de comprender hasta donde nos llevaba todo aquel juego que nos traíamos entre manos y hasta donde estaba dispuesta a llegar Sara con aquello.

Ella cada vez estaba más desatada y empezaba a temer si aquello no se nos podría ir de las manos, que se descontrolara la situación y acabara sucediendo algo de lo que luego nos arrepintiéramos aunque, de momento, nada presagiaba eso y estábamos disfrutando de lleno con todo aquel juego.

En esas estaba cuando llegó un aviso del piso donde trabajaba Sara y, rápidamente, me hice cargo de él. Quería ver cómo le iba a mi mujer y qué mejor oportunidad que aquella. Cuando llegué a la recepción, cuál fue mi sorpresa, al enterarme que el problema era en el ordenador de Roberto.

Parecía que el destino había jugado a mi favor y allí se me presentaba una ocasión de oro para trastear con su ordenador e intentar averiguar algo de él. Y encima, cuando llegué a su despacho, me informaron que estaba reunido y que podría disponer de él a mi antojo. La única pega era que Sara también estaba reunida y no iba a poder verla ni hablar con ella.

No me costó encontrar el problema que tenía en su ordenador y resolverlo, cosa que podría haber hecho él mismo sino fuera un inútil con la tecnología pero, gracias a gente como él, yo podía tener trabajo así que no iba a ser el que me quejara. Y además, esa incompatibilidad suya con las tecnologías iba a jugar en mi favor.

Imaginaros qué cara se me quedó cuando, sin haberme planteado buscar nada incriminatorio y fisgar en su ordenador, me encontré encima de su mesa, a la vista de cualquiera que entrara en su despacho, las direcciones de correo electrónico con sus correspondientes contraseñas de acceso. Bingo.

Las copié todas, luego ya tendría tiempo de sobra de fisgar en ellas y  ver cuál de ellas era del trabajo y cual su cuenta personal y si podía sacar algo en claro de allí. Recogí mis cosas y me fui de allí antes  que Roberto volviera a su despacho, temía que se notara en mi cara lo que había hecho.

Por suerte no me topé con nadie de camino al ascensor y no tardé mucho en estar sentado en mi ordenador, introduciendo la dirección de su correo con su correspondiente contraseña.

Si pensaba que iba a encontrar algo en aquellas cuentas con las que poder chantajear a Roberto o descubrir algún oscuro secreto suyo, mi gozo en un pozo. En su correo personal lo único llamativo eran algunos enlaces a páginas porno pero nada que pudiera usar. Y en su correo de trabajo, lo único que llamaba la atención eran sus mensajes con el tal Oscar donde se dedicaban a repasar a sus compañeras de trabajo. Que si mira que tetas luce esa, menudas piernas las de aquella… o sea, nada. Como mucho serviría para demostrar lo cerdos que eran cosa que creo ya sabía la mayoría.

Aun así no quise tirar la toalla y seguiría revisando periódicamente su correo por si averiguaba algo que pudiera aprovechar. Un par de avisos más me tuvieron entretenido el resto del día y, cuando quise darme cuenta, ya era hora de plegar e ir al encuentro de mi mujer para ir al gimnasio donde pretendía darse de alta.

Sara ya me esperaba en la puerta y, para mi alegría, la vi contenta y feliz lo que significaba que su jornada había ido bien y ningún percance referente a su vestimenta había conseguido desanimarla.

-Hola cielo -dijo besándome- ¿Listo para ir a nuestra cita con Judith?

-Claro. ¿Qué tal tu día? -pregunté interesado por si había ocurrido algo reseñable.

-Ya te contaré cuando lleguemos a casa -me soltó. Vaya, eso quería decir que sí había pasado algo y, por su rostro, nada malo. Ya me imaginaba otra sesión de sexo para esa noche y, por lo visto, ella también.

Fuimos andando hasta el gimnasio ya que no quedaba lejos de nuestro trabajo. En la puerta ya nos esperaba Judith que vino a nuestro encuentro para saludarnos, especialmente a mí, ya que no nos veíamos desde hacía ya un tiempo.

-Hola chicos -dijo dándonos un beso- cuánto tiempo Carlos, te haces de rogar eh…

-Ya ves, chica. Ya sabes lo que dicen, que todo lo bueno se hace esperar -le contesté provocándole una sonrisa.

-Pues lo mismo te digo. Aun tendrás que esperar para verme en mallas -dijo guiñándome un ojo y abrazándose a Sara- y del tema de las bragas ya te puedes olvidar -dijo mientras las dos se partían de risa y entraban dentro.

A mí me dieron igual sus risas y bromas, más que nada porque andando tras ellas y, a pesar de lo que me había dicho, no tuve que esperar mucho para disfrutar de su bonito culo. Y es que aquellos leggins que llevaba no se diferenciaban mucho a unas mallas ajustadas y me dieron una buena panorámica de su trasero mientras las seguía hasta el mostrador del gimnasio.

La chica que nos atendió ya conocía a Judith y entre las dos nos enseñaron el gimnasio, de aspecto moderno y bien equipado, bastante concurrido pero sin ser agobiante. La verdad es que tenía muy buena pinta y el precio, inmejorable. Solo me faltó ver la cara ilusionada de Sara para acabar de decidirnos, para alegría de Judith que ahora tenía a su amiga como compañera de ejercicios.

Una vez arreglado el papeleo y pagado la cuota me preparé para salir de vuelta a casa cuando Judith nos preguntó que porque no nos quedábamos ya aquel día y estrenábamos nuestra suscripción.

-Pues es evidente ¿no? no hemos traído nuestra ropa de deporte -le contesté lo que para mí era evidente.

-Eso tiene arreglo -dijo abriendo su bolsa y sacando dos pares de mallas- he traído dos, una para ti -dijo mostrándosela a Sara- y otra para mí.

-Ah vale. Gracias por pensar en mí -le dije irónicamente.

-No seas tonto, Carlos. Tú déjame a mí… ¡Rubén!

Me giré buscando el destinatario de aquel grito y vi a un monitor viniendo hacia nosotros. Un tío alto, 1,80 o más, cuerpo musculado, guapo de cara y con una sonrisa que delataba la buena sintonía con la amiga de mi mujer.

-Hola Judith, qué bueno verte. Hacía días que no coincidíamos… -dijo mientras nos miraba curioso. No sé porque pero Sara apartó rápidamente la mirada cuando él la miró. Parecía algo nerviosa ante su presencia.

-El curro, ya sabes. Oye, ¿puedes hacerme un favor? Estos amigos míos se han apuntado hoy al gimnasio y, claro, no habían traído nada porque no tenían intención de empezar hoy…

-Y tú los has convencido de lo contrario jajaja. Judith es muy convincente cuando quiere -dijo amigablemente- yo siempre llevo algo de ropa de repuesto -dijo mirándome fijamente- creo que le podrá servir, más o menos somos de la misma altura…

-Genial, a ella ya le he traído yo ropa para prestarle. ¿Ves cómo tengo solución para todo? -dijo risueña- ala, llévatelo contigo y que se cambie, que tengo ya ganas de sudar un poco -dijo cogiendo del brazo a Sara y llevándosela con ella al vestuario de mujeres.

-Sígueme -me dijo Rubén mostrándome el camino a nuestro vestuario.

-Gracias por prestarme la ropa -dije agradeciéndole el gesto- aunque no estoy muy seguro que me sirva. De altura vale pero de lo otro… -era evidente que aquel tío musculado casi me doblaba en tamaño, yo siempre he sido más bien un tirillas.

-No te preocupes, seguro que te vale. Y bueno, con un poco de dedicación ya verás cómo en poco tiempo arreglamos eso -no me pareció que se estuviera burlando de mí, cosa que agradecí enormemente.

Llegamos a las taquillas, sacó su bolsa y empezó a rebuscar en ella, sacando al final una camiseta algo holgada y unas mallas que ya supuse debían quedarme grandes. Nada que ver mis piernecillas con los muslazos que se gastaba el tal Rubén.

Me probé la ropa que me había prestado y, como había pensado, me quedaban grandes. Las mallas me quedaban como un chándal corto y la camiseta, aunque ancha, me hacía el servicio.

-No voy a ligar mucho con estas pintas -le dije bromeando. Él se rio con ganas y me dio una fuerte palmada en la espalda.

-Tampoco te hace falta con la mujer que tienes -me dijo dándose la vuelta- vamos, que ya nos estarán esperando las chicas.

Coño ¿qué había querido decir con aquello? Si apenas la había mirado…

Lo seguí y, como era de prever, las chicas aún no habían salido. Eso sí, no tardaron nada y, cuando lo hicieron, había valido la pena la espera. Las dos lucían unas mallas ajustaditas en la parte inferior y un top que dejaba su vientre al aire. Las dos lucían unos cuerpos esculturales aunque Sara, de complexión parecida a la de Judith pero con más cuerpo, se veía más apretada dentro de aquella ropa. No sé cómo se había atrevido a salir vestida así pero allí estaba, mostrándose ante nosotros, que las mirábamos embelesados.

Bueno, al menos yo. Rubén, un profesional del gremio, enseguida se recompuso aunque no me pasó desapercibido su gesto incómodo y que su mano intentó ocultar su entrepierna. ¿Se había excitado al ver a mi mujer? ¿O había sido con Judith? Yo, al menos esa vez, no tuve que preocuparme por ese asunto. Con aquellas ropas tan anchas… algo bueno tenía que tener.

-Vamos -dijo Rubén- será mejor entrar en calor corriendo un poco en la cinta.

Una hora duró mi suplicio. Entre lo falto que estaba de ejercicio y viendo a Sara y Judith ejercitándose a mi lado con aquellas ropas tan ajustadas, que el sudor fruto del ejercicio solo empeoró, convirtió aquella sesión en un auténtico martirio. Y Rubén no  creo que lo pasara mejor que yo, ya que cacé varias miradas furtivas al culo de las dos chicas y sus intentos por evitar que se dieran cuenta del bulto que crecía bajo sus mallas.

Y ellas disfrutando a tope con la situación, ya que creo que fueron conscientes desde el principio del efecto que causaban en nosotros y se dedicaron toda la sesión a provocarnos. Por supuesto, Judith más que Sara, a la que al principio veía más cortada. Pero poco a poco se fue soltando y disfrutando con la situación.

Al final, decidimos parar. Ambos llevábamos tiempo sin hacer ejercicio y no era cuestión de acabar hechos polvos el primer día y con unas agujetas del copón. Era mejor ir poco a poco. A mí estas palabras de Rubén me supieron a gloria y me encaminé feliz al vestuario a darme una ducha y cambiarme la ropa.

Me desnudé para meterme bajo el agua y entonces caí en el hecho que tampoco tenía toalla. Pero alguien había ya pensado en eso y, de repente, me encontré delante de mí y completamente desnudo a Rubén alargándome una toalla.

-Toma Carlos, te dejo una de mis toallas -yo la cogí, algo incómodo, y le agradecí el gesto.

Él se alejó para meterse en otra de las duchas que quedaba enfrente de la mía y empezó a lavarse. Joder, qué tío. Si con ropa ya se le veía fuerte, desnudo no os explico. Todo su cuerpo era puro músculo y lo peor era que lo que tenía entre sus piernas no se quedaba atrás. Menuda tranca se gastaba el tío, a la que metiera aquello le haría ver las estrellas.

Me di la vuelta, no quería que me pillara mirando y pensara algo raro de mí. La ducha me sentó genial y me ayudó a relajar mis cansados músculos. Salí de allí envuelto en la toalla y, cuando me disponía a vestirme, apareció él que ya había acabado de ducharse también.

Rubén no tenía tantos reparos como yo y se puso a hablarme sobre cosas del gimnasio y de Judith mientras observaba como me vestía y él, completamente desnudo, secándose con la toalla, haciéndome sentir algo violento. Me empezaba a sentir algo intimidado con su presencia y más, recordando las miradas que lanzaba al cuerpo de mi mujer.

Al final se vistió también y salimos juntos al pasillo, donde aún tuvimos que esperar un rato que salieran las chicas. Mientras esperábamos, hablamos un poco sobre nuestras aficiones, conociéndonos algo más, aunque yo no estaba seguro de querer tener a aquel tío como amigo. Sin embargo, debo reconocer que su charla me entretenía y que el tío, aparte de cuerpo, también tenía labia.

Al final salieron las chicas y aunque nos invitaron a ir a tomar algo, Sara y yo estábamos cansados y nos apetecía irnos a casa. Otro día sería. Quedamos para el día siguiente y en devolverles la ropa prestada una vez pasada por la lavadora.

Sin más, partimos para casa. Una vez en el coche, yo conduciendo y ella medio recostada sobre la ventanilla, los dos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Yo no aguanté más y esta vez fui yo el que lanzó la pregunta.

-¿En qué piensas? -dije mirándola.

-En muchas cosas -dijo enderezándose en su asiento- aún estoy asimilando todo lo que ha pasado hoy.

-¿Cómo el qué? -dije sin entender qué quería decir.

-Pues todo, Carlos. La ropa, el trabajo, el gimnasio… demasiadas sensaciones nuevas y aún estoy tratando de comprender todo lo que ha pasado -dijo pensativamente.

-¿Te ha pasado algo en el trabajo? -era lo único que había mencionado de lo que no tenía conocimiento alguno.

-Nada malo, cielo, no te preocupes -dijo acariciándome la mano- es que son demasiados cambios en pocos días y necesito tiempo para ir amoldándome a ellos.

-Bueno, ya acordamos que se harían las cosas a tu ritmo. Tú marcarías tus propios pasos, así que tómate el tiempo que necesites. Cuando estés preparada y lo creas conveniente allí estaré, preparado para escucharte y apoyarte.

-Ya lo sé y te lo agradezco, Carlos. Y encima, estoy reventada del gimnasio… menudo tute que nos ha metido el Rubén eh… mañana me va a doler todo -dijo estirándose en el asiento.

Fue nombrar al monitor y venir a mi cabeza su cuerpo desnudo, el trabuco que tenía entre sus piernas y la forma que tenía de mirar a mi mujer. Un conato de celos e inseguridad me corrieron por dentro. ¿Sería capaz mi mujer de sentirse atraída por un hombre así?

Miré su rostro de perfil, otra vez se había dejado caer contra la ventanilla del coche, cansada del largo día que habíamos tenido. ¿En qué demonios estaba pensando? Aquella era mi Sara y, aunque estábamos viviendo unos cambios apasionantes y morbosos en nuestras vidas, seguía siendo la chica de la que me enamoré, en la que confiaba plenamente y que nunca haría nada que pudiera hacerme daño. Como yo a ella tampoco.

Estaba claro que toda aquella situación también me estaba afectando y ya veía fantasmas donde no los había. Sara tenía razón, demasiadas sensaciones nuevas que teníamos que asimilar sino queríamos vernos desbordados por las circunstancias.

Aparqué el coche en el garaje y tuve que despertar a una adormecida Sara que había dormitado durante la última parte del trayecto. La pobre estaba exhausta. Subimos en el ascensor a nuestro piso y, una vez dentro, la mandé a cambiarse mientras preparaba algo rápido para cenar. Estaba claro que Sara necesitaba imperiosamente meterse en la cama.

Cuando volvió al salón, tuve que reprimirme para no lanzarme sobre ella. Se había puesto uno de los camisones que compramos el fin de semana y lucía espectacular. Serví la comida y cenamos con hambre, la verdad es que los dos estábamos famélicos, aunque yo doblemente. Me hubiera encantado devorar a mi mujer, que estaba espectacular, pero me contuve viendo su estado de cansancio total.

Acabamos de cenar y animé a Sara a que se fuera a la cama, ya recogería yo las cosas. Me dio las gracias con un beso largo que hizo que me empalmara, cosa que ella notó y sonrió al ver mi estado, y se marchó al dormitorio moviendo de forma exagerada sus caderas para provocarme.

-Mira que eres mala -le dije. Ella rió y continuó su camino al dormitorio.

A lo mejor sí que habría tema esa noche me dije y me apresuré a recoger las cosas, no quería dejar que la cosa se enfriara y perder mi oportunidad. No tardé mucho en recorrer el mismo camino que había hecho ella minutos antes, quedándome parado en la puerta mirando al interior de la habitación.

Llegaba tarde. Sara dormía tal como se había metido en la cama, medio apoyada en el cabezal de la cama, sin tapar y con su camisón medio subido mostrándome buena parte de sus muslos. Incluso intuía su ropa interior al final de aquellos muslos apetecibles. Suspiré resignado, aquella noche no había nada que hacer.

La coloqué bien en la cama, la tapé con la sábana y apagué la luz dejándola descansar en paz. Yo me metí en el baño donde me cambié y volví de nuevo para meterme en la cama junto a mi mujer. Me giré hacia ella, observando la paz que emanaba mientras estaba sumida en su sueño, contemplando su belleza harmoniosa y dando gracias por tener la suerte de poder compartir mi vida con una mujer así. Con esa visión me quedé dormido.

No sé el rato que estuve durmiendo, solo que algo me despertó. Abrí los ojos y la imagen que vi me impactó sobre manera. A mi lado, Sara se estaba masturbando. Había retirado la sábana, una mano se perdía bajo el camisón y jugaba con su sexo mientras la otra acariciaba frenéticamente sus pechos por encima de la tela.

Sus ojos estaban cerrados, imaginando vete a saber qué, su cuerpo se agitaba al ritmo del movimiento de sus dedos y su boca exhalaba gemidos ahogados fruto del placer que se estaba auto infringiendo. Me quedé embobado mirando cómo se masturbaba mi mujer. No era la primera vez que lo veía pero sí que hacía mucho tiempo que no se me presentaba la ocasión de contemplar semejante espectáculo.

Sus dedos pellizcaban sus pezones que estaban durísimos y los que estaban dándole placer en su entrepierna se movían cada vez más rápido, sus piernas instintivamente se abrieron más para facilitar su tarea provocando con eso que golpearan la mía. Rápidamente abrió los ojos buscando si con el golpe me había despertado y yo cerré los míos al instante, dándole la sensación de seguir dormido.

No sabía si me había descubierto o no, pero seguí simulando estar dormido hasta que el ruido de sus dedos penetrando su encharcado coño y los gemidos quedos que se escapaban de su garganta me animaron a volver a abrir los ojos. La imagen era casi igual, salvo porque ahora el camisón estaba casi en su cintura y sus braguitas casi en las rodillas, pudiendo ver perfectamente como sus dedos penetraban con saña su coñito que los tragaba con suma facilidad.

Sara estaba cachonda perdida y me empecé a plantear qué es lo que  había motivado tal calentura. ¿Era por todo lo que estábamos viviendo los últimos días? ¿Era por algo que había sucedido en su trabajo y que no me había contado? Si era así, la única posibilidad que se me ocurría es que hubiera pasado algo con Roberto y solo de imaginar que mi mujer se estuviera masturbando pensando en él… no quería ni pensarlo.

Aunque claro, la alternativa era aún peor. Sara había sido consciente de nuestras miradas en el gimnasio, tanto las mías como las de Rubén. ¿Y si el motivo de su paja era el monitor? ¿La habría excitado ver su cuerpo musculado y trabajado, sentir sus miradas lascivas sobre su cuerpo? ¿Estaría ahora mismo imaginando que ese cuerpo que yo había contemplado en la ducha estaba entre sus piernas? ¿Que ese pollón que tenía entre las piernas la taladraba sin compasión?

Unos sudores fríos recorrieron mi piel mientras veía como el cuerpo de Sara se agitaba fruto del orgasmo que la recorría entera, un largo quejido escapaba de su boca y de entre sus muslos fluían los abundantes jugos fruto de su corrida. Cerré los ojos al instante, no quería seguir viendo aquello y, menos, que Sara me pillara haciéndolo.

Simulando dormir, sentí como mi mujer se subía las braguitas, se recolocaba el camisón y se cubría de nuevo con la sábana. Me pareció notar que me miraba, como para cerciorarse que realmente dormía y, al final, se dio la vuelta cogiendo la postura para volver a dormirse. Al poco sentí su respiración acompasada que delataba que otra vez dormía. A mí me costó algo más.