miprimita.com

Todo empezó como un juego 9

en Grandes Series

Todo empezó como un juego

Capítulo 9

 

Por la mañana me levanté antes de hora. Sara aún dormía y no quise despertarla, ya lo haría el despertador por mí. Aproveché para asearme y preparar el desayuno para cuando se despertara mi mujer, me apetecía tener un detalle con ella como agradecimiento por todo lo que me estaba haciendo disfrutar con aquellas situaciones morbosas que íbamos recreando.

Aunque, a decir verdad, no es que ella lo estuviera disfrutando menos ya que parecía ir todo el tiempo excitada y avanzando a pasos agigantados en aquel proceso de “liberación”, que casi siempre me sorprendía la naturalidad con que lo asumía y lo dispuesta que estaba para dar un paso más. ¿Pero hasta dónde? Esa era la única duda que últimamente me corroía.

Sentí el sonido del despertador en la habitación y, poco después, el sonido del agua en el baño. Sara ya estaba despierta. Fui al dormitorio a cambiarme y, ya vestido, me asomé al baño a darle los buenos días a mi mujer. Estaba en la ducha y me quedé en el umbral de la puerta, contemplando la visión del cuerpo de mi mujer bajo el agua mientras ella, inocentemente, recorría su piel con la esponja enjabonándose. Era una visión extraordinariamente erótica para mí y tuve que irme de allí sino acabaría irrumpiendo en la ducha y follándola sin compasión.

No creo que ella se hubiera quejado, es más, seguro que lo gozaría incluso más que yo pero, aparte de luego tener que correr como nos pasó el día anterior, tenía la perspectiva de tener cuatro días por delante donde podríamos dar rienda suelta a nuestras más bajas pasiones. Y lo mejor, en una ciudad lejana, libre de conocidos y con la promesa de Sara de probar sus límites durante esa escapada. Solo de pensarlo…

Al poco apareció Sara, ya vestida, dispuesta para desayunar. Me agradeció el gesto con un morreo que me la puso dura al instante, cosa que ella notó sin duda, apartándose para dar cuenta de su desayuno mientras sonreía traviesa al ver el efecto que ella ejercía sobre mí.

Mientras, yo aproveché para contemplar la ropa elegida para ese día. Había decidido dejar de alternar su ropa antigua con la nueva, optando por una falda algo más corta que la del día anterior y una blusa de tela bastante fina, con escote generoso y que dejaba entrever el sujetador de encaje de color negro que llevaba debajo. Y lo remataba con unos tacones, los únicos que debía tener y, por supuesto, sin medias debajo.

-¿Te gusta? -preguntó Sara siendo consciente de mi escrutinio.

-Me encanta. Y sé de uno al que también le va a gustar tu conjunto -dije en referencia a Roberto.

-Me imagino que sí. Por eso lo he hecho, como no nos vamos a ver en unos cuantos días quería darle un buen recuerdo…

-Mira que eres mala -le dije yo bromeando.

-No lo sabes tú bien -contestó riendo satisfecha al ver que no había reproche en mis palabras. Como haberlo, si aquello supondría un nuevo polvo antológico por la noche cuando  me diera los detalles.

Salimos más pronto que otros días y, cuando nos montamos en el coche, casi se nos escapa la risa al recordar lo sucedido la noche anterior. Menuda una habíamos montado allí dentro, sin ser conscientes que podíamos ser pillados infraganti pero… ¡cómo nos lo habíamos pasado! Joder, si es que aún olía a sudor y sexo allí dentro…

Durante el camino fuimos hablando sobre nuestros planes para el viaje, planeando la ropa que nos íbamos a llevar y que esa tarde meteríamos en la maleta aún pendiente de hacer, por eso no íbamos a ir al gimnasio. Fue entonces cuando Sara se acordó de la ropa que aun teníamos pendiente de devolver a Rubén y Judith.

-Se me había olvidado decirte una cosa, Carlos. En el maletero tengo una bolsa con la ropa que nos dejaron el otro día, lista para devolverla. Ayer le dije a Judith que pasaría por su casa a devolvérsela hoy pero, como no iba a estar, me dijo que se la dejara dentro.

-Y cómo… -empecé a preguntar yo, siendo interrumpido por ella enseñándome una llave.

-Me la dio ayer. Me dijo que pasara, dejara la ropa y que luego dejara la llave dentro de su buzón. Pero como tengo mucho lio con las maletas, ¿te importaría pasarte a ti? El coche te lo quedas tú, yo ya volveré con el metro.

-A mí no me importa…

-Eso sí, con una condición -me dijo poniéndose seria- nada de husmear su ropa interior, pervertido jajaja… -dijo estallando en una profunda carcajada.

No pude evitar unirme a sus risas, por un momento me había asustado. Aunque, quizás, debería no haberme dicho nada porque, ahora sí, sentía curiosidad por fisgar y ver lo que ocultaban los cajones de su dormitorio.

Llegamos antes de hora a nuestro trabajo e hicimos el tramo final caminando y disfrutando del ambiente primaveral que se iba imponiendo por doquier. Nos despedimos en el hall con un beso, antes cosa rara y ahora cosa habitual, cosa que me encantaba.

Una vez en mi despacho y, antes de entregarme a mis tareas diarias, decidí echar un ojo al correo de Roberto para ver si había alguna novedad. Primero, el correo personal donde no encontré nada llamativo. Pero cuando abrí su correo del trabajo, allí había una conversación del día anterior con el tal Óscar donde salía a relucir mi mujer.

-Ostia tío ¿has visto cómo ha venido hoy la Sara? -Le decía Roberto- está tremenda la tía, quién lo hubiera dicho… hoy la tenía sentada en el sofá explicándole no sé qué rollo y no veas que muslamen se gasta… bien dura la tenía y cuando se ha puesto a cruzar las piernas…bufff, casi me tiro sobre ella y la violo allí mismo jajaja.

-Joder Rober, sí que te ha dado fuerte con ella. Cualquiera diría que te has enamorado jajaja. ¿Eso significa que has cambiado tus planes iniciales de usarla para beneficiarte a la otra? -le contestaba el otro.

-Qué va. Si hasta me lo está poniendo a huevo. Como la tía no para de provocarme con esas blusas y faldas, no le quito ojo y, claro, la otra celosa perdida jajaja. El otro día pasé detrás de ella y la tía, sin cortarse, empujó su culo contra mí… vaya repaso le pegué, porque ya la tenía dura de mirarle las piernas a Sara…si hasta pensaría que la tenía así por ella jajaja.

-O sea, ¿qué sigues con la idea de follarte a la Daniela?

-Esa me la tiro sí o sí… esas tetazas las tengo que catar como sea antes de partir a Buenos Aires. Pero la otra…. Ufff, es que ha sido todo un descubrimiento…

-No jodas, Roberto. ¿También piensas hacer algo con ella?

-Al menos lo voy a intentar. Es que no veas como está la tía. Tú porque no has tenido delante ese par de muslos… cómo para no intentarlo. Debe ser todo un vicio follársela… y qué mejor forma de hacerle pagar su prepotencia ¿no? reventarla a pollazos y llenándola de leche y luego… dejarla sin el puesto jajaja.

-Qué cabrón eres jajaja.

Menudo par de gilipollas. La cara me ardía de pura rabia, saber que hablaban así de mi mujer… tuve que respirar hondo para calmarme un poco porque si no era capaz de hacer alguna locura e iba a ser peor el remedio que la enfermedad. A ver cómo justificaba mi intromisión en su correo, cosa ilegal mirase como se mirase, aparte del cabreo que se pillaría Sara al enterarse de lo que había hecho a espaldas suyas.

Decidí volcarme en el trabajo para distraer mi mente. Eso sí, me comprometí conmigo mismo a controlar más de cerca el correo de aquel cerdo, para ver cómo iban evolucionando las cosas y evitar que no pasaran a mayores. Por suerte, aquel día prometía mucho trabajo y me entregué por completo a ello, haciendo que las horas fueran pasando rápidamente.

Pero claro, no todo iba a ser tan fácil y, en una de muchas idas y venidas resolviendo incidencias, volví a coincidir con Daniela, esta vez en el hall cuando ésta venía de comer.

-¿Qué tal, Carlos? Qué gusto verte de nuevo -dijo y, cómo no, siguiendo su costumbre de espachurrar sus pechos contra el mío.

-Bien, bien -contesté algo apurado. Tanta efusividad y delante de tanta gente me ponía nervioso- ¿Cómo te va todo?

-Genial -dijo sonriente- como ya te dije opto a la plaza que dejará libre Roberto así que trabajando a tope para ganarme esa silla.

Yo afirmé, escuchándola atentamente mientras mentalmente luchaba contra la tentación de echar una ojeada a su escote y consiguiéndolo de momento.

-Pero en confianza, Carlos, y sintiéndolo mucho por tu mujer que estoy segura que está igualmente capacitada para el puesto, el cargo va a ser para mí -dijo posando su mano sobre las mías que reposaban cruzadas delante de mi entrepierna.

Este gesto me cogió por sorpresa y bajé mi mirada inmediatamente, viendo su mano peligrosamente cerca de mi sexo y temiendo que pudiera notar lo que su cercanía me estaba provocando allí abajo. Cuando alcé mi vista para pedirle, suplicarle, que quitara su mano de allí pasó lo inevitable. O sea, que de camino mis ojos se perdieron dentro de aquel profundo escote, admirando aquel par de ubres sugerentemente expuestas y que se agitaban al son de su respiración algo agitada a mi parecer.

Mierda, otra vez lo había vuelto a hacer. Conseguí apartar la vista de allí para encontrarme con su mirada victoriosa al haber conseguido su objetivo y haberme pillado en plena fechoría. Aun así, seguía sin apartar su mano.

-Bueno, no sé lo que pasará al final -dije dando un paso atrás y liberándome algo de su acoso- pero veo a Sara muy confiada en sus posibilidades y yo no cantaría victoria tan pronto- le dije aunque aún tenía fresco en mi mente las palabras de Roberto desestimando cualquier posibilidad para mi mujer.

-Ay Carlitos -dijo pasando aquella mano que antes tan cerca había estado de mi entrepierna por mi mejilla y provocando que me ruborizara al instante- qué inocente eres… estas cosas no funcionan así y, te guste o no te guste y haga lo que haga Sara, el puesto es mío. Aunque no puedo negar que todo este jueguecito previo antes de que se haga oficial, me está empezando a gustar y, quién sabe, igual hasta me apunto y me divierto un rato…

Se separó ligeramente de mí, alejando aquella mano que por unos instantes me había estado acariciando, encendiéndome con aquel solo roce. Su mirada era puro fuego, desconcertándome aún más. Con un “nos vemos” se alejó camino del ascensor, moviendo de forma coqueta sus caderas, segura de que yo estaría observándola, como así era. Aquella mujer era pura sensualidad.

Aquel encuentro me dejó en un mar de dudas. Por un lado su tremenda seguridad en que el trabajo era suyo y que ya estaba todo hecho. ¿Estaría ella al tanto de los planes de Roberto? ¿O acaso ya habría sucumbido a sus deseos con tal de conseguir su objetivo?

Pero, por otro lado, estaba su actitud hacía mí. Ella siempre había sido afectuosa conmigo pero como lo era con la mayoría de gente pero, últimamente y sobre todo lo que acababa de suceder, aquello ya era otra cosa. ¿Estaba Daniela coqueteando conmigo? ¿Y de qué juego hablaba?

Tuve que meterme en el baño y refrescarme, tan aturullado me había dejado el encuentro con Daniela. Menos mal que ya quedaba poco para acabar la jornada y tenía por delante varios días para desconectar de tantas incertidumbres que últimamente parecían perseguirme.

La tarde siguió su cauce y, cómo no podía ser menos, la suerte se volvió en mi contra haciendo que, una vez más, volviera a salir tarde del trabajo. Y aún me quedaba pasarme por casa de Judith que, al menos, no estaría en casa y no me entretendría más tiempo del necesario. Iluso de mí.

Eran casi las ocho cuando conseguí aparcar el coche en la calle donde vivía la amiga de mi mujer. Si lo llego a saber hubiera ido andando, hubiera perdido menos tiempo pero el mal ya estaba hecho. Subí por las escaleras casi corriendo, con la llave del piso en una mano y la bolsa con la ropa en la otra. A este paso, cuando llegara a casa ya me encontraría a Sara durmiendo y me apetecía otra sesión de sexo intenso con ella, rememorando nuestras experiencias del día.

Metí la llave en la cerradura, abrí la puerta y me sorprendió ver luz en el salón. ¿No se suponía que no iba a haber nadie? Una chaqueta sobre el sofá y unas bolsas de deporte en el suelo desmentían aquella afirmación. No sabía qué hacer, si entrar y avisar a voz en grito que estaba allí o salir y tocar el timbre para que Judith supiera de mi llegada y no provocar una situación embarazosa.

Las dudas duraron poco. Unos gemidos provenientes del fondo del piso hicieron que diera un paso al frente cerrando la puerta tras de mí, no era cuestión que cualquiera que pasara por el rellano se enterara de lo que sucedía allí dentro.

Ahora que estaba dentro, muerto de la vergüenza y pensando en cómo justificarme en caso que alguien saliera y me encontrara allí, me planteé como salir airoso de aquella situación peliaguda. Lo más normal hubiera sido dar media vuelta pero claro, aún tenía en mi poder la ropa de Judith y lo único en que pensaba era en deshacerme de ella pero no sabía cómo hacerlo.

Si la dejaba en el salón, seria evidente que alguien había estado allí mientras ella disfrutaba con su amante de turno así que esa opción quedaba descartada. La otra opción era dejarla en alguna de las habitaciones donde, con un poco de suerte, no habría entrado Judith y cuando encontrara la bolsa no podría saber cuándo había estado en su piso.

Estaba decidido, me colaría dentro de alguna habitación, dejaría la bolsa dichosa y saldría de allí como alma que lleva el diablo. Me adentré lo más sigilosamente posible por el pasillo pero tampoco hubiera hecho falta ya que los gemidos, a medida que me acercaba, se volvían cada vez más intensos ahogando cualquier ruido que pudiera hacer.

La tenue luz que llegaba del salón alumbraba mi camino, mostrándome varias piezas de ropa de las que los amantes se habían ido despojando de camino a su destino donde ahora retozaban de forma salvaje. La primera habitación estaba abierta pero allí estaba el bolso de Judith así que estaba descartada, allí ya había entrado y se habría dado cuenta de la bolsa. Joder, la cosa cada vez se complicaba más.

Solo quedaban dos habitaciones y una, evidentemente, quedaba desechada ya que era donde estaba la pareja y la otra, quedaba casi en frente, con el riesgo que eso conllevaba. Paso a paso seguí avanzando hasta llegar a la puerta de la habitación que, por suerte, no estaba cerrada sino entornada. La abrí sigilosamente, amparado por los jadeos sexuales de Judith y su pareja, que cada vez me estaban encendiendo más ya que uno no es de piedra.

Me deslicé dentro, dejé la maldita bolsa y salí con la intención de largarme, lo juro, pero al salir quedaba de frente el dormitorio principal con su puerta completamente abierta que antes había ignorado pero ahora era imposible hacerlo. Y es que desde allí, sin ningún problema, podía ver perfectamente los cuerpos desnudos de la pareja dando rienda suelta a su pasión. Y reconocer sin ninguna duda a su amante, que no era otro que Rubén.

La escena era sumamente erótica por no decir pornográfica. Judith, de espaldas a la puerta, completamente desnuda, a cuatro patas sobre su cama y con su cabeza totalmente hundida en la almohada, recibía las furiosas embestidas del monitor que, detrás suya y con sus manos sujetando sus caderas, la taladraba sin compasión, arrancándole auténticos gritos de placer.

Decir que me empalmé es quedarse corto. Tenía la polla a tope viendo la tremenda verga de Rubén profanando el coño de Judith, aquel coño que ya hacía tiempo había podido acariciar en nuestra fase de tonteo y que ahora veía completamente abierto siendo embestido por su amante.

Era el momento de irse pero no lo hice, no pude. Algo me retenía allí, subyugado por aquel espectáculo que me estaban dando y que, aún sigo sin saber por qué, decidí inmortalizar con la cámara de mi móvil. Saqué el teléfono y empecé a grabar aquella escena, enfocando bien los dos cuerpos desnudos sobre la cama, como chocaban sus cuerpos en cada penetración, como gritaba de gusto Judith al sentir aquella verga entrando y saliendo de ella, el sonido de su coño chorreante al ser traspasado por aquel pollón, el movimiento oscilatorio y completamente atrayente de sus pechos con cada embestida y, sobre todo, las nalgas firmes de Rubén empujando salvajemente su herramienta, que quedó perfectamente captada en la grabación, haciendo enloquecer a la amiga de mi mujer.

Estaba totalmente subyugado a todo lo que estaba pasando en la habitación, sin ser consciente que, en cualquier momento, podían darse la vuelta y verme allí en medio del pasillo, siendo imposible justificar allí mi presencia y, menos aún, con el móvil en la mano grabándolo todo.

Y entonces ocurrió. Judith gritó como si la estuvieran matando, dándome un susto de muerte, Rubén sacó su polla inmensa de su coñito que quedó completamente abierto y empezó a correrse de forma copiosa sobre la espalda de una exhausta Judith que yacía inmóvil sobre la cama.

Las alarmas se dispararon en mi cabeza y salí de allí como pude, avanzando procurando no hacer ruido mientras a la vez guardaba mi móvil en el bolsillo y rezando para que el momento post coito se alargara lo máximo posible y me diera tiempo a escapar de aquel piso.

Cuando llegué a la puerta del piso y traspasaba el umbral eché un vistazo al pasillo donde, afortunadamente, ni se veía ni se oía nada. Cerré con todo el cuidado del mundo y casi volé escaleras abajo, maldiciéndome por ser un inconsciente y con el corazón casi saliéndose de mi pecho. Solo paré un fugaz instante en el buzón para colar la llave dentro, tal como habían quedado Sara y ella que harían.

Cuando llegué al coche, arranqué inmediatamente y emprendí la vuelta a casa donde me debía estar esperando mi mujer. A medida que conducía, me fui tranquilizando y, a pesar de seguir acojonado porque llegaran a sospechar algo y ser descubierto, la excitación por lo vivido ganaba terreno y me moría de ganas de ver el material grabado. Incluso fantaseé con enseñárselo  a Sara y disfrutar los dos juntos viendo como era cierto lo que se decía del tamaño de Rubén y como hacía gozar a su amiga hasta hacerla desfallecer.

Por suerte, la cordura se impuso. Sí, era excitante pero ¿Cómo se tomaría el que hubiera estado espiando a su amiga? Y peor aún,  grabándola. No, no podía enseñárselo. Al menos, no de momento. Aquello tenía que guardarlo en secreto.

Cuando entré en casa me encontré las maletas ya preparadas en el salón y a Sara deambulando por la cocina recogiendo los restos de su cena. Me fui hacia ella para disculparme por mi tardanza.

-Hola cariño -dijo mientras la abrazaba por detrás de su cintura- siento llegar tan tarde, se ha complicado el día que no veas. Menos mal que ahora tenemos varios días por delante sin tener que preocuparnos de todo eso y pasar todo el tiempo juntos.

-Hola cielo -dijo dejándose abrazar y acariciando mis brazos que la rodeaban- yo también lo estoy deseando, supongo que habrás visto las maletas en la entrada. ¿Y seguro que ha sido cosa del trabajo? ¿No te habrás entretenido haciendo vete a saber qué en casa de Judith? -preguntó haciendo que mi corazón se disparase. ¿Sabría algo?

-Qué va. Como veía que iba a salir tarde me he escapado un momento y le he dejado la bolsa con la ropa hará cosa de un par de horas y luego he vuelto al trabajo -le dije aparentando toda la seguridad del mundo.

-¿Seguro? -dijo juguetona apretando su culo contra mí.

Respiré aliviado. Sara no sospechaba nada, era solo una excusa para crear una situación morbosa que nos llevara a otro polvo alucinante. ¿Quién era yo para negárselo?

-Bueno, eso no quiere decir que el poco tiempo que he estado en su casa no haya visto algo interesante… -dije iniciando el juego.

-¿Y qué es lo que has visto? -dijo ronroneando y frotando su culito contra mi entrepierna que empezaba a crecer a buen ritmo.

-Verás, cuando he entrado pensaba que no había nadie. Eso era lo que tú me habías dicho y por eso he entrado tranquilamente hasta llegar al dormitorio donde pensaba dejar la bolsa para que la encontrara fácilmente. Pero entonces, he sentido el agua de la ducha correr y he sabido que había alguien en el piso- mis manos se movieron, la una para abarcar sus pechos por encima del camisón y la otra para acariciar sus muslos e ir subiendo hasta alcanzar su sexo que ya notaba húmedo.

-O sea que Judith estaba en la ducha… no quiero saber qué es lo que habrás hecho, pervertido mío… -su voz se entrecortaba ya que las caricias de mis manos empezaban a surtir su efecto.

-Ya me conoces, cariño. Pero no lo he hecho por mí, sino por ti. Sabía que te encantaría saber cómo había espiado a tu amiga desnuda, mientras se duchaba y, quizás, algo más.

-Vaya, ¿no tenías bastante con ver su cuerpo desnudo? ¿Te ha gustado? -Sara estaba  completamente inmersa en aquella fantasía y yo empezaba a estarlo, pero entrelazando la historia inventada con la realmente vivida instantes antes.

-Me ha encantado. Qué cuerpazo tiene Judith, esos pechos dignos de ser lamidos, su vientre plano y bien duro, sus muslos torneados y ese culo que sabes que me vuelve loco, tan firme y tan bien puesto -dije ahora ya acariciando su coño directamente, sin ropa de por medio. Su cuerpo empezaba a agitarse, apretándose aún más contra mi erección.

-Qué cabrón, ya veo que te has quedado a gusto… -dijo suspirando de gozo.

-Espera que ahora viene lo mejor. Al principio, cuando entré en el baño, pensé que estaba frotándose con la esponja, enjabonándose o qué sé yo por la situación de sus manos pero cuando un gemido se escapó de su boca…. -le dije subiendo un poco el listón de la historia.

-¿La pillaste haciéndose un dedo? -preguntó siguiendo el hilo de mi relato.

-Como te lo cuento, cariño -de un tirón bajé sus bragas y la hice inclinar un poco, haciendo que sus manos quedaran apoyadas en la encimera de la cocina.

-Y lo mejor de todo… -dije mientras me desnudaba de cintura para abajo.

-¿Sí? -preguntó ella ansiosa, tanto por recibir mi verga como por saber cómo continuaba aquella fantasía.

-Pues que mientras se frotaba su coñito no paraba de repetir mi nombre: ah sí Carlos… fóllame fuerte Carlos… qué gusto sentir tu polla dentro, Carlos…

-Dios… no puedo más, clávamela ya de una puta vez…

No me hice de rogar, de un solo golpe mi polla se enterró en su vagina que la acogió sin dificultad, tal era el estado de excitación de mi mujer. Un gritito de placer y de alivio se escapó de su garganta animándome a darle más y más fuerte, cosa que hice al instante.

Sara, inclinada sobre la encimera y con su camisón subido hasta la cintura, recibía mis embestidas duras y frenéticas imaginando la escena que le había pintado yo, su queridísima amiga desnuda en la ducha masturbándose pensando en su marido que estaba allí viéndola y empalmado como un burro.

Yo, por mi parte y totalmente cegado por la lujuria, alternaba varias visiones a cual más perturbadora. En una era yo el que estaba en la cocina pero follando sin misericordia a Judith que estaba en el lugar de mi mujer y, en otra, era Sara la que recibía el pollón de Rubén en aquella cama, aullando de puro placer.

Las dos me excitaban por igual y, por lo visto, Sara estaba igual de desenfrenada que yo imaginando a Judith masturbándose pensando en mí. Por eso no fue de extrañar que, pocos minutos después, mi mujer se corrió de tal manera que tuve que sujetarla para que no se desplomara. Y mientras lo hacía, su vagina contrayéndose fruto del orgasmo, me hizo alcanzar el mío llenándola con mi simiente.

Aquello había sido la leche. Me temblaban hasta las piernas y tuve que hacer un sobreesfuerzo para no caernos al suelo los dos. La arrastré conmigo quedando ambos sentados, ella sobre mí y aun empalada en mi polla semirrígida.

-Joder, cielo. ¡Menudo polvo! ¿Soy yo o cada vez son mejores? -dijo con la respiración entrecortada Sara.

-Ha sido la leche. No sabía que te ponía tanto imaginarme con tu amiga…

-Es algo extraño. Sé que te desea y me excita pensar en situaciones morbosas entre vosotros dos pero, siempre, sin llegar a culminar. Es como dejarla con la miel en los labios, sin dejarla llegar a cumplir su deseo que es follarte. Eso es solo para mí -dijo besándome.

-Supongo que algo parecido es lo que me pasa a mí con Roberto. Solo de imaginar consiguiendo hacerte suya me pone de los nervios… -dije sinceramente.

-Mi amorcito… no sufras que nunca me entregaría a ese hombre así… bueno, ni a ninguno  que no seas tú jajaja.

-Eso espero -dije besándola de nuevo, cogiéndola en brazos y llevándola hasta la cama.

Besos, caricias y arrumacos que dieron paso a una nueva sesión de sexo pero esta vez, algo más tranquilo y sosegado. Esta vez hicimos el amor como hacía días que no hacíamos.