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Todo empezó como un juego 4

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Todo empezó como un juego

Capítulo 4

Por la mañana me desperté antes de que sonara el despertador. A mi lado, abrazada a mí, dormía plácidamente Sara. Me la quedé mirando, embelesado por su belleza e henchido por el amor que sentía por ella. ¿Cómo se podía querer tanto a alguien?

Su cuerpo se movió sutilmente indicándome que estaba a punto de despertarse, cosa que hizo instantes después. Me miró y sonrió al verme mirándola.

-Buenos días, amor. ¿Qué tal has dormido?

-Muy bien cariño. He tenido un sueño muy excitante, sabes. Soñé que anoche, antes de acostarme, una mujer súper sexy  vestida de ejecutiva me seducía…

-¿Ah sí?… ¿y qué pasó luego? -preguntó siguiéndome la broma.

-¿Tú qué crees? Sabes que las ejecutivas sexys son mi perdición así que no pude resistirme y me la acabé follando en nuestra cama…

-Espero que la hicieras disfrutar…

-Bueno, yo no la oí quejarse -dije guiñándole un ojo.

-Jajaja mira que eres malo -dijo alzando su cabeza para que la besara, cosa que por supuesto hice sin dudar.

-Por cierto, anoche al final no me acordé de decirte que me llamó Judith para quedar este fin de semana. Al final quedamos para el sábado por la mañana para ir de compras, ¿te importa?

Solo sentir ese nombre algo se removió por dentro. Judith era su mejor amiga aunque a mí no me hacía demasiada gracia pero nunca le había dicho nada a Sara. La razón era bien sencilla, fue ella la que me presentó a Sara cuando ambos estábamos empezando a tontear, paso previo a salir. Pero fue conocerla a ella y supe que era la mujer de mi vida, se lo confesé a Judith acabando en aquel instante con el tonteo que teníamos y nunca me había recriminado nada.

Pero aun así, algo de aquel feeling  quedaba, más por su parte que por la mía. Más de una vez le había visto mirarme de una forma que me ponía nervioso y al final había optado por la decisión más salomónica, o sea, poner tierra de por medio. Aunque siendo la mejor amiga de tu mujer era cosa bastante difícil.

-Claro que no. ¿También comerás fuera?

-Creo que sí pero ya te diré algo seguro esta noche.

-Vale, yo aprovecharé para disfrutar de una mañana relajante sin mujeres de por medio jajaja.

-Serás tonto -me dijo dándome un manotazo en el estómago- anda, mejor nos ponemos las pilas o llegaremos tarde.

Como siempre, me tocó esperar en la puerta a que Sara estuviera lista para partir. Pero aquella mañana valió la pena la espera ya que, cuando salió de la habitación preparada para salir, lo hizo ya con aquel botón de menos abrochado pero con la diferencia que con aquella blusa, la abertura era más generosa. No enseñaba nada pero insinuaba más que el día anterior.

Me miraba medio sonrojada, esperando mi reacción.

-Joder cariño, estás preciosa -le dije.

-¿Te gusta? ¿No es demasiado?- preguntó un poco insegura.

-Qué va, estás perfecta. Porque íbamos a llegar tarde que si no…

-Jajaja me alegro que te guste tanto… no te creas que yo no estoy tentada de hacer una locura… pero no tenemos tiempo, tendremos que esperar a esta noche…

-Ya estoy deseando que llegue -dije cogiéndola por la cintura.

Fuimos en busca del coche cual pareja de recién enamorados. Cualquiera que nos viera no se creería que llevábamos cuatro años de casados y seis de relación pero así era. Me sentía plenamente feliz a su lado y ahora, más que nunca. Y algo me decía que aquello era solo el principio, que lo mejor aún estaba por llegar.

Ese día llegamos con el tiempo justo y para mi sorpresa, igual que el día anterior, volvió a besarme delante de todo el mundo cosa que como dije no solía ser habitual en ella debido a su timidez.

Otro día más, la mesa llena de incidencias que me hacía presagiar otro día de locos. Por suerte, siendo previsor, esa mañana le había dado las llaves del coche a Sara. Mucho me temía que ese día también iba a salir tarde del trabajo.

Y así fue, a media tarde ya estaba seguro de ello y le mandé un mensaje a mi mujer avisándole que no me esperara. Me contestó minutos después de forma melosa, pidiéndome que no llegara muy tarde y finalizando con un “estoy deseando contarte lo que me ha pasado hoy”. Aquello me intrigó, le mandé otro mensaje intentando sonsacarle algo pero ya no recibí respuesta. En fin, no quedaba otra que esperar a la noche a ver qué era eso que le había pasado. Solo esperaba que fuera algo bueno, no más faltaba que ahora que empezaba a soltarse un poco algo la frenara y se echara para atrás.

Durante toda la jornada le fui dando vueltas a lo que había descubierto la tarde anterior, la conversación de Roberto donde dejaba claro que Sara no tenía ni la más mínima posibilidad de hacerse con el puesto. Seguía dudando si contárselo o no a Sara, ahora en frío me parecía que lo más correcto era decírselo pero, por otro lado, también me temía que aquello fuera a cortar en seco el cambio que estaba empezando a experimentar mi mujer.

Porque, claro, lo de intentar convencer a Roberto que cambiara su parecer no sabía ni cómo abordarlo. Hablarlo con él quedaba descartado, sería confesar que había estado escuchando su conversación tras la puerta y, seguramente, le daría otro motivo más para afianzar su postura.

Lo único que se me ocurría era buscar algo, lo que fuera, que me permitiera obligarle a cambiar de idea. Pero como todo, tenía sus riesgos. Como informático tenía acceso a su ordenador y al servidor donde se alojaban sus datos pero corría el riesgo que alguien me descubriera y eso supondría el despido inmediato y quién sabe si no algo peor.

De momento, decidí meditar mejor mis posibilidades y ver cómo iban discurriendo los acontecimientos. Total, estábamos a finales de abril y hasta junio no se iba a hacer oficial la decisión. Aún quedaba tiempo.

Aún quedaba otro cabo en el que no había caído y con el que me fui a topar otra vez en la caja del ascensor.

-Vaya, qué casualidad -dijo con alegría Daniela cuando entró en el ascensor al pararse éste en su planta, mientras yo volvía de nuevo al sótano a buscar material para una reparación.

-Hola Daniela. Ya ves, nos tiramos semanas sin vernos y ahora nos topamos dos días seguidos -le dije devolviéndole la sonrisa. La verdad es que a mí la chica siempre me había caído bien y no hacía mucho caso a lo que decían las malas lenguas de ella.

Fue en ese instante en que caí en que lo oído el día anterior también le afectaba, Roberto pretendía jugar con ella buscando el pretexto para llevársela a la cama y empecé a dudar si ponerla sobre aviso o no.

-Será cosa del destino ¿no crees? -me dijo Daniela sacándome de mis pensamientos.

-¿Cómo dices? -le pregunté al no haberla escuchado bien.

-He dicho que debía ser cosa del destino el que hayamos coincidido. ¿No me escuchabas o estabas mirando dónde no debías? -me preguntó irónicamente.

-No, no que va… -me apresuré a responder.

Era verdad, ese día había conseguido no fijarme en su generoso escote ya que, al estar solos encerrados en el ascensor, iba a ser demasiado evidente. Pero claro, fue decirlo y mis ojos se apresuraron a lanzar una rápida mirada a su escote y vaya espectáculo.

Al ser yo más alto que ella, mi posición elevada me permitía ver el nacimiento de sus abultados pechos y el borde superior de un sujetador morado de encaje. Y claro, me pilló de lleno. Cuando alcé la vista la vi casi aguantando la risa y me puse rojo al instante.

-Qué mono te pones cuando te ruborizas, Carlos -me dijo coquetamente.

-Lo siento…-mierda, la tía me la había jugado pero bien.

-No te disculpes, me gusta que me miren y si eres tú…pues aún más…

Me quedé sin saber qué contestar, tampoco tuve tiempo ya que la puerta se abrió y ella salió despidiéndose de mí, guiñándome un ojo, dejándome patidifuso por lo que había sucedido. ¿Acababa de flirtear Daniela conmigo?

Intenté apartar de mi cabeza aquella idea, seguramente lo había malinterpretado todo. Daniela sabía que Sara era mi mujer y no la creía capaz de hacer algo así. Todo debía ser fruto de mi mente calenturienta causada por las morbosas situaciones que estaba viviendo en las últimas horas con mi mujer. Sí, eso debía ser.

Aun así, me costó quitarme de la cabeza aquella sensación extraña por lo que había pasado con Daniela y eso solo hizo que tuviera más ganas aun de llegar a casa y encontrarme con Sara. ¿Me habría preparado alguna nueva sorpresa? Estaba deseando comprobarlo.

Conseguí salir antes de las siete, cansado pero contento ya que al menos por dos días podría desconectar del estresante trabajo y disfrutar por completo de la compañía de mi mujer y, tal como estaban las cosas entre nosotros, eso significaba sexo.

Cuando llegué a casa, las luces estaban apagadas y ni rastro de Sara. Me pareció raro que no estuviera en casa y que no me hubiera dicho nada. Me adentré por el pasillo, buscándola a ella o a algo que me delatara donde pudiera estar. Fue así como llegué al dormitorio, donde la encontré sentada en la cama y esperándome.

Aun llevaba la ropa de trabajo y me miraba de forma lasciva, notaba que estaba excitada, mucho, más que el día anterior si eso era posible.

-Hola cariño, ¿qué tal tu día?

-Bien, muy liado como siempre. ¿Y tú? ¿Qué es lo que me tenías que contar?

-Ven, siéntate aquí junto a mí -dijo palmeando la cama.

La hice caso de inmediato. Algo me decía que iba a volver a tener una sesión memorable de sexo y lo estaba deseando.

-¿Te has fijado que aún llevo la blusa abierta como esta mañana?

Claro que me había fijado, había sido lo primero que había mirado en cuanto la había visto allí sentada. Afirmé positivamente.

-No veas qué día he pasado. Las primeras horas era un manojo de nervios, me sentía observada todo el rato, lo que me hacía sentirme algo incómoda pero poco a poco me fui relajando y dándome cuenta que nadie me prestaba atención. Bueno, al menos no más que otros días. Los nervios desaparecieron y me fui sintiendo mejor, más tranquila. Como si fuera otro día más.

-Me alegro cielo. Ya te dije que era una cosa de lo más normal y estoy feliz que lo hayas asumido con tanta naturalidad -dije satisfecho.

-Espera, que lo mejor está por llegar -dijo mientras su mano buscaba mi entrepierna y empezaba acariciarme por encima del pantalón.

Aquello me sobresaltó al no esperarlo. ¿Qué habría pasado para provocarle ese estado de excitación?

-Después de comer nos avisaron a Daniela y a mí para que fuéramos al despacho de Roberto. Tenía algo importante que decirnos y, como comprenderás, fuimos inmediatamente.

Sara me seguía contando lo sucedido a la vez que su masaje sobre mi pene se intensificaba, encontrándose éste completamente duro, molestándome ya la prisión del pantalón.

-Roberto, nada más entrar, empezó a explicarnos que había conseguido un nuevo cliente, algo grande, y necesitaba que preparáramos un informe sobre cual creíamos que debía ser la estrategia a seguir con ese cliente recalcando que, la que mejor propuesta presentara de las dos, se encargaría del proyecto dejando entrever que eso influiría y mucho en su decisión.

Yo estaba disfrutando y mucho de los toqueteos de mi mujer pero seguía sin entender qué había de excitante y morboso en todo aquello que me estaba explicando. Pero para ella, recordarlo, la calentaba a más no poder ya que empezó a desabrochar el pantalón para mi alegría y la de mi verga. Ésta saltó libre por fin, golpeándola en su mejilla al salir pero Sara no protestó, solo la lamió un par de veces antes de proseguir con su relato.

-Roberto, desde que había empezado su diatriba, no había perdido el tiempo y no había dejado de contemplar el escote de Daniela que, como siempre, era más que generoso. Creo que hasta debía verle el sujetador.

Sara volvió a lamer mi polla, desde el glande hasta la base, lubricándola a base de bien mientras con su mano la pajeaba de forma lenta. A mi mente vino la visión del escote de Daniela de aquella tarde y sí, seguro que Roberto había visto su sujetador al igual que había hecho yo.

-Y entonces, mientras Roberto se iba paseando por el despacho, contemplando el busto de Daniela, pillé una fugaz mirada a la abertura de mi blusa. Fue un instante, Carlos, pero a mí me provocó un escalofrío que me recorrió entera.

Ahora empezaba a entender el porqué de su calentura. Era la primera vez que pillaba a alguien mirándola  el escote y, encima, había sido el salido de su jefe.

Sara volvió a tragarse mi polla, iniciando una intensa mamada que no sabía cuánto sería capaz de aguantar, tal era la intensidad de mi mujer en saborear mi miembro.

-Pero la cosa no quedó ahí -dijo volviendo a interrumpir la felación para mi alivio, que me encontraba ya cerca de explotar- como si no estuviera seguro de haberlo visto bien, pensando que a lo mejor lo había engañado la vista, volvió a fijar su mirada en mí. Ahora estuvo más tiempo observándome, asegurándose que era verdad lo que veía.

-Joder, Sara. ¿Y qué sentiste cuando te miraba?

-Una excitación increíble a la vez que algo de vergüenza. Es que Roberto no se cortaba un pelo y eso que no podía ver nada pero debía ser por la sorpresa de saber que era yo la que llevaba los botones desabrochados, cosa que nunca había visto. Incluso llegó a alzar su mirada encontrándose con la mía, como cerciorándose que sí, que era yo.

-¿Se dio cuenta que lo habías pillado?

-Vaya si lo hizo… nos quedamos mirando fijamente durante unos segundos, él algo confuso y yo nerviosa y excitada a la vez -dijo mientras su mano no dejaba de moverse a lo largo de mi polla de forma lenta, insuficiente para correrme pero evitando que decayera su dureza.

-Casi lo puedo ver Sara…me tienes en ascuas, por favor, sigue contando. Dime qué pasó a continuación…

-¿Tú qué crees? Es Roberto…

-Volvió a mirar tu escote -dije no creyendo que aquello fuera posible. ¿Tan descarado llegaba a ser ese hombre?

-Y de qué manera. Lo hizo con una intensidad que me excitó sobremanera, me notaba la humedad en mi coñito y los pezones duros mientras sus ojos me recorrían entera como si nunca antes me hubiera visto.

Recordar eso ya fue demasiado para ella que volvió a bajar su cabeza, tragando de nuevo mi polla e iniciando una mamada épica, mientras su mano se perdía bajo su falda acariciando su sexo que debía estar empapado por el sonido de sus dedos entrando y saliendo de él.

La verdad es que, entre el trabajo sublime de mi mujer con su boca y el imaginar la escena entre ellos dos allí en su despacho, estaba que me subía por las paredes y por eso no fue de extrañar que mi polla estallara empezando a escupir mi leche en la boca de Sara que, golosa, tragaba sin parar mientras sus dedos se movían de forma frenética bajo su ropa.

Una vez descargado, la curiosidad me embargó, necesitaba saber hasta qué punto estaba excitada Sara así que, mientras con una mano apartaba la suya ante sus protestas la otra se perdía bajo sus braguitas, recorriendo su rajita, bajando hasta alcanzar la entrada a su vagina donde, sin más preámbulos, le metí tres dedos de golpe.

Un profundo gemido se escapó de su boca, no sabía si de placer o de dolor, quedándome claro cuando mis dedos empezaron a taladrarla sin compasión que de dolor allí no había nada, era todo puro placer, como diría que nunca había visto en ella.

Su cuerpo se agitaba al compás de los vaivenes de mis dedos, cada vez más intensos y, al final, con sus habituales grititos, se corrió quedando rendida sobre la cama mientras mis dedos seguían moviéndose en su interior pero ahora de forma más pausada, intentando alargar su estado de placer.

Cuando dejé de acariciarla, me tumbé a su lado contemplando una de las escenas más eróticas que recuerdo. Sara, tumbada sobre la cama, respirando de forma agitada, sus pechos subiendo y bajando al compás de su respiración alterada, notando a pesar de la blusa sus pezones erizados, su falda subida casi hasta la cintura y sus piernas semiabiertas, sus medias cubriendo aún sus piernas y con los tacones coronando sus pies que colgaban de la cama.

-Nunca te había visto tan excitada, cariño -le dije sinceramente.

-Ya, ha sido una sensación extraña -me dijo Sara girando su cabeza hacía mí, sonriéndome- no sabes lo que me ha costado aguantar hasta ahora sin tocarme, quería compartir contigo lo que me había pasado para disfrutar los dos juntos.

Nos besamos, ahora de forma cariñosa, después de habernos quitado de encima la enorme calentura que nos invadía.

-Por cierto, antes que me olvide. He quedado con Judith para mañana y al final comeremos algo por ahí. Supongo que volveremos a media tarde o así.

-Vale, ya buscaré algo con que entretenerme ya que me dejas abandonado…

-Qué tonto eres, cielo… joder, estoy hambrienta. ¿Por qué no pides algo mientras me doy una ducha rápida? -dijo levantándose de la cama.

-¿Chino? -pregunté sabiendo la respuesta.

-Por supuesto -dijo adentrándose en el cuarto de baño.

Me levanté, me arreglé la ropa y fui a pedir la comida. Sabía muy bien lo que le gustaba a mi mujer y pedí sus platos favoritos. Mientras esperaba la comida y la salida de Sara de la ducha, me senté en el sofá pensando en lo que acababa de suceder.

Me encantaba ver cómo se excitaba Sara al exhibirse aunque fuera de aquella forma tan tenue. Estábamos disfrutando como nunca habíamos hecho y eso que el sexo en nuestra relación siempre había sido bueno pero aquello era otro nivel. Me excitaba solo de pensar hasta donde seríamos capaces de llegar y cómo conseguir que mi esposa continuara liberándose para seguir disfrutando de aquellas morbosas sensaciones.

Y entonces se me ocurrió. La semana siguiente teníamos varios días de fiesta al ser el puente del uno de mayo y podría organizar una pequeña escapada para los dos. Un lugar alejado de nuestros conocidos donde dar un paso más en nuestro juego. Cuando sonó el timbre de la puerta ya había decidido pasar mi día libre buscando el lugar perfecto para ello.

Preparé la mesa y la comida, llegando poco después Sara aún con el pelo mojado de la ducha y cubierta con su albornoz. Comimos con apetito en un ambiente inmejorable entre los dos, aquel juego nos estaba uniendo aún más si eso era posible.

Cuando acabamos de cenar, Sara se levantó de su silla y empezó a caminar hacia el dormitorio. Vi cómo se paraba en el dintel de la puerta, dejaba caer su albornoz y veía, atónito, como se mostraba desnuda ante mí que no me había dado cuenta de nada.

-¿Vienes? -me dijo de forma sensual mientras avanzaba pasillo adentro.

Vaya si lo hice. De forma apresurada, desnudándome por el camino, llegando instantes después a la puerta del dormitorio donde vi a mi mujer, desnuda, abierta de piernas sobre la cama e incitándome a unirme a ella.

Sí, me encantaba aquello. Segundos después los dos retozábamos sobre la cama disfrutando de otra sesión de sexo salvaje.