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Envidia

en Hetero: Infidelidad

Envidia

 

 

Si tuviera que definir en una palabra la relación que tenía con mi hermana Lorena esta sería envidia.  Sí, envidia pura y dura. No me avergüenza reconocerlo.

Envidia de su cuerpo perfecto que, sin duda, ella perfeccionaba a base de gimnasio pero, para que negarlo, en el reparto de genes ella se había llevado la mejor parte. Envidia de su carisma, su encanto natural y su saber hacer con la gente. Allá donde iba se convertía en el centro de las miradas, todos la adoraban y deseaban su compañía.

Incluso mis padres, siendo ella la niña de sus ojos. Quizás por eso de mi carácter introvertido y retraído, mis inseguridades. Envidia de lo bien que le salían las cosas, casi sin pretenderlo. Un magnífico trabajo sin apenas tener preparación, el único punto flojo de mi hermana era su poca capacidad para los estudios, un buen piso al que se pudo mudar apenas cumplió la mayoría de edad y, lo peor de todo, lo que más envidia me daba, su novio.

Tres años llevaban juntos, tres años envidiándola por ello, tres años observando en secreto al que iba a ser mi cuñado, deseándolo. Sí, estaba enamorada de él, casi desde el día que lo conocí. Pero no me hice ninguna ilusión al respecto, sabía que no tenía ojos mas que para mi hermana y que yo era como un satélite que pululaba a su alrededor.

Y aunque parezca por mis palabras que no me llevaba bien con mi hermana, nada más lejos de la verdad. No éramos íntimas pero congeniábamos, yo tenía asumida mi posición, mi rol secundario respecto a ella y a ambas nos funcionaba que las cosas siguieran así.

Pero todo cambió ese año. Si bien como he dicho Lorena no era muy apta para el tema de los estudios, yo era todo lo contrario. Supongo que al ser retraída y de pocos amigos me volqué en los estudios, convirtiéndome en una de las mejores de mi curso y ganándome con creces mi derecho a entrar en la universidad. La primera de mi familia en hacerlo.

Por primera vez mi familia estaba orgullosa de mí. Bueno, no  todos ya que a Lorena no le hizo mucha gracia que, por una vez, su hermanita la superara en algo y fuera el centro de atención. Aunque lo disimuló muy bien, era una experta en eso como descubrí más tarde.

Ya por esa época teníamos la costumbre de salir una noche al mes mi hermana, su amiga Maite y yo. Noche de chicas lo llamaban ellas, para mí una oportunidad de salir de la monotonía y conocer un mundo desconocido para mí.

Apenas hacía una semana que había comenzado el curso universitario y, la verdad, aquella salida me vino como anillo al dedo. El estrés de un ambiente nuevo, la mudanza y aclimatación al apartamento que compartía con otras estudiantes… necesitaba desconectar y acepté encantada cuando me llamaron para quedar.

Me vestí con ropa cómoda, como a mí me gustaba ir, nunca me esmeraba mucho cuando salía con aquellas dos ya que no tenía nada que hacer a su lado. Las dos eran bellísimas y, encima, se vestían para destacar con ropas sugerentes y maquillaje que aun realzaba más su belleza natural. ¿Para qué intentar lo imposible?

Fuimos al mismo local al que solíamos ir casi siempre y, como era habitual, las miradas de los hombres se focalizaron en mi hermana y Maite que contonearon sus sugerentes cuerpos camino a la mesa que solíamos usar. Nadie se giró a mi paso, evidentemente, pero tampoco me importó.

Pedimos nuestras consumiciones y empezamos a hablar de todo un poco, sobretodo ellas que tenían una vida más intensa que la mía. Yo me limitaba a escuchar y a intervenir brevemente ya que tampoco tenía mucho que aportar a lo que hablaban. Ya casi empezaba a lamentar haber aceptado su propuesta ya que empezaba a aburrirme de estar allí.

-Bueno y ¿a ti qué tal te va la vida universitaria? –me preguntó Maite cogiéndome por sorpresa.

Miré a Maite y luego a Lorena que arrugó levemente la nariz, no le hacía mucha gracia que saliera el tema de la universidad. Era como tirarle por cara algo que nunca iba a conseguir.

-Bien, supongo. Aun me estoy amoldando a todo esto… -dije intentando esquivar aquel tema para no molestar a mi hermana. Pero Maite no se iba a rendir tan fácilmente.

-Amoldándose dice jajaja –rió divertida- la forma más fácil de amoldarte a la universidad es participar en sus fiestas. Ah… qué tiempos aquellos…

Yo no contesté. Tampoco sabía qué decirle porque para mí todo aquello era desconocido, ni había ido a ninguna ni me habían invitado.

-¿A alguna habrás ido no? –me preguntó interpretando mi silencio.

-Que va a ir ésta a una fiesta –dijo con una sonrisa de suficiencia Lorena- seguro que se pasa las tardes encerrada en su cuarto estudiando…

Cómo me conocía la tía pero, no sé porque, algo me impidió callar y darle la razón como solía hacer.

-Pues sí, he ido a varias y la verdad es que me lo he pasado genial –mentí descaradamente.

-Guay tía- me dijo Maite- así es como mejor te integras en la universidad. Bueno, eso y que es la mejor forma de pillar cacho jajaja.

Yo reí nerviosa esperando que no notara que le había mentido y desando que cambiara de tema. No iba a tener esa suerte.

-¿Y ha habido suerte? –volvió a la carga Maite.

-¿Suerte con qué? –le dije sin darme cuenta de a qué se refería.

-Mujer, con que va a ser… -siguió a lo suyo Maite ante la atenta mirada de Lorena- con los tíos. ¿Ya te has liado con alguno?

Tragué saliva, nerviosa, incómoda, no sabiendo cómo salir de aquel entuerto en el que yo misma me había metido. Lo fácil era decir la verdad y ver la cara de satisfacción de Lorena y, de nuevo, opté por la salida difícil.

-Bueno, algo ha habido… -dije esperando que con aquello se conformara. Pero no, aquello fue como abrir la caja de Pandora y en aquel momento no fui consciente de lo que mis palabras iban a causar.

-Mira la mosquita muerta –soltó con sorna Lorena.

-Calla y déjala que hable –le espetó Maite- quiero detalles bonita así que desembucha.

¿Y ahora qué? Tomé un trago largo intentando ganar tiempo, buscando en mi mente algo a lo que agarrarme. Y entonces se hizo la luz. Recordé una conversación de días antes con mis compañeras de piso y me agarré a ella como a un clavo ardiendo.

-Solo ha sido uno pero vaya uno… -dije acaparando su atención y eso me gustó y mucho.

-Es mayor que yo, estudiante de último curso y se llama Abel –empecé a relatarles.

-No nos interesa su biografía, nena –me cortó Maite- pasa a la parte donde hablas de pollas y folleteo que es lo que nos interesa…

Ella siempre tan directa. Hice memoria tratando de recordar todos los detalles de aquella conversación donde, una de mis compañeras nos contaba el polvazo que le había metido el tal Abel, al que yo solo conocía de vista ya que residía en otro apartamento de estudiantes del mismo bloque.

-Vale, vale… empiezo con los detalles –dije riendo nerviosa- el tío está como un cañón. Muy alto, cachas, moreno de piel y pelo ensortijado. Lo conocí en una fiesta, bebimos algo y enseguida empezó a ligar conmigo, tratando de llevarme al huerto. Yo ya había oído hablar de él, su fama le precede…

Bebí de nuevo, tenía la garganta seca. Mientras lo hice observé la cara de curiosidad de las otras dos, incluida mi hermana, y eso me envalentonó.

-A mí no me apetecía jugar a aquello, necesitaba un alivio después del estrés de esos días y no se me ocurría mejor manera que con un buen revolcón –proseguí.

-Di que sí, Paula. Nada mejor que un buen polvo para aliviar la tensión acumulada –agregó sonriente Maite sin sospechar nada.

-Pues eso. No me apetecía ir perdiendo el tiempo sabiendo cómo íbamos a acabar así que, ni corta ni perezosa, le dije “vamos a tu piso o al mío” –esta parte era invención mía, darle un toque personal a aquella mentira que estaba contando.

-Jajaja –rió con ganas Maite- así me gusta. Menuda cara debió quedársele al tal Abel.

-Pues tú verás pero se recompuso enseguida, al final  un polvo es un polvo y no iba a dejarlo pasar por su orgullo de macho –seguí con la historia.

-Ahora viene lo bueno –volvió a meter baza Maite totalmente entregada y, para mi sorpresa, Lorena también escuchaba con interés.

-Y que lo digas. Al final fuimos a su piso, besándonos hasta llegar a su habitación y, una vez allí dentro, me quité la camiseta mostrándole mis tetas y me senté en el filo de la cama, invitándole a acercarse –me estaba recreando con la historia, excitándome mientras hablaba y, o mucho me equivocaba, ellas también lo hacían.

-Os podéis imaginar qué pasó a continuación. Le bajé el pantalón y cuando vi el bulto que marcaba su bóxer supe que los rumores eran ciertos… madre mía qué polla… -ahí sí que no mentía. Si una cosa me quedó clara en la conversación con mis compañeras de piso era que el tío calzaba una buena herramienta  y que, además, sabía utilizarla.

-Joder Paula, ¿tan grande era? –preguntó curiosa mi hermana metiendo baza por primera vez.

-Ya te digo. Nunca he visto algo así, de los veinte centímetros no bajaba –aseguré recordando sus palabras.

-Madre mía, tía… no se ven muchas así…. –dijo con envidia Maite- me podrías dar su número o decirme donde encontrarlo…

-Ni de coña –dije riéndome. Lo que me faltaba, ponerlos en contacto y que supieran que era todo mentira- después de probar algo así y ver como la utiliza me lo reservo para mí.

-Qué egoísta eres, aunque no te culpo. Yo tampoco compartiría algo así, jajaja –dijo recobrando de nuevo el buen humor- o sea que encima de tenerla enorme sabe usarla…

-Uffff… te lo puedo asegurar. Se la estuve chupando un buen rato hasta ponérsela dura del todo pero estaba claro que los dos queríamos algo más –proseguí contando- así que nos desnudamos del todo, me abrí de piernas con algo de miedo porque nunca me había metido algo de ese tamaño y él se colocó entre ellas apuntando aquello a mi coño…

-Y te la metió –apostilló Maite.

-Ni te imaginas qué gusto… era como si me desvirgasen de nuevo y eso que la primera vez lo hizo de forma lenta para que me acostumbrara a aquel pollón… -seguí contando cada vez más excitada con mi propia mentira.

-Vaya, vaya pillina…. eso quiere decir que hubo más de uno… -intervino de nuevo mi hermana que estaba totalmente integrada en la historia.

-¿Tú qué crees? –le contesté, observando por primera vez un gesto de contrariedad en su rostro.

-Me alegro por ti –dijo alzando su copa, dando un largo trago y cambiando de tema rápidamente para disgusto de Maite que quería seguir indagando en las habilidades sexuales de Abel.

Por un lado me alegré de dejar aquel tema por temor a que descubrieran  mi engaño pero, por otro lado, me daba rabia cambiar de tema sabiendo que, por segunda vez en mi vida, conseguía provocar algo de envidia a mi perfecta hermana.

La velada transcurrió sin más contratiempos. Al final sí que había valido la pena quedar con ellas ya que había conseguido mi objetivo de distraerme. Eso sí, llegué a casa salidísima y en la soledad de mi habitación me tuve que masturbar evocando la historia que me había inventado.

Pasaron los días y las semanas, totalmente inmersa en mi vida universitaria, concentrada en mis estudios como siempre. No me volví a acordar de aquella mentira hasta que llegó el día en que íbamos a quedar de nuevo las tres chicas. Me puse algo nerviosa, pensando que quizás volvería a ser asediada por ellas tratando de averiguar algo más de mi “relación” con Abel.

Pero por suerte o por desgracia, el destino jugó a mi favor aquella noche. Cuando Maite y yo fuimos a buscar a su casa a mi hermana Lorena, enseguida me di cuenta que estaba enfadada. El motivo, cómo no, eran los supuestos celos enfermizos de su novio Miguel. Y motivos no le faltaban a mi parecer.

Con aquella falda que apenas tapaba nada, aquella camiseta ceñida donde se pegaban sus tetas que evidenciaban que debajo no llevaba sujetador alguno, los tacones de infarto y aquellas medias de rejilla… cualquiera que la viera pensaría que iba pidiendo guerra.

Yo me aislé, no quería tener nada que ver con aquello que tan bien me venía para no ser el centro de atención pero claro, Lorena tuvo que llevar las cosas demasiado lejos. Cuando llamó a nuestra presencia a Miguel, al que saludé de forma breve ya que aún me alteraba ante su presencia, invitándole a venir con nosotras con el objeto de demostrar sus celos, algo dentro de mí se rebeló.

Lorena lo único que quería era humillarlo, que él diera su brazo a torcer como hacía siempre y dejarlo en ridículo ante nosotras. Miguel aguantó el tipo para mi sorpresa y satisfacción, aceptando el envite y contraatacando regresando vestido con sus mejores galas, lo que provocó el enfado de Lorena, la admiración de Maite de la que siempre había sospechado que le gustaba Miguel y mi total rubor. Estaba tan guapo…

Cuando llegamos al coche, tanto Lorena como Maite se sentaron detrás dejando a Miguel la obligación de sentarse delante conmigo. Me pareció que incluso se alegraba de ello y yo, realmente, lo disfruté ya que fuimos todo el camino hablando amigablemente sobre nuestras vidas, disfrutando de la mutua compañía. Detrás, oía los cuchicheos de ellas pero no hice caso, me imaginaba lo que pretendían hacerle y, en ese instante, fue cuando decidí ponerme de parte de mi cuñado y ayudarle en todo lo posible.

También fue ahí cuando decidí cambiar nuestro destino y, en lugar de ir al local donde íbamos siempre, ir a uno cerca de la universidad que era donde iba a veces a tomar algo. Lorena quería jugar con Miguel y humillarlo y yo ahora pretendía hacer lo mismo con ella. A ver cómo se las apañaba con esas pintas en un garito lleno de universitarios cachondos donde no la iban a dar tregua. En lo que no pensé cuando tomé esa decisión era en que, seguramente, allí también estaría Abel buscando una nueva presa. Y cuando él le echaba el ojo a alguien, poco se podía hacer para detenerlo.

Si me gustó la atención que me prestó Miguel durante nuestro trayecto, más me gustó el gesto que tuvo de cogerme de la cintura y decirle de forma fina a mi hermana que prefería mi compañía a la suya. Y qué decir del careto que se le puso a ella… aunque estaba segura que aquella afrenta se la iba a hacer pagar más pronto que tarde.

Nos dirigimos a la barra donde pedimos nuestras consumiciones, quedándonos Miguel y yo allí y Lorena y Maite perdiéndose en el interior de la pista de baile. Sabía que la paz iba a durar poco y Miguel también era consciente de ello pero allí, los dos solos, aprovechamos para conversar y alargar la buena sintonía que sentíamos entre los dos.

Estábamos sentados cerca el uno del otro, nuestras caras aún más cercanas para poder oírnos a causa de la música, casi podía rozar su piel, el olor de su colonia llenaba mis sentidos y casi podía palpar el calor que desprendía su cuerpo. Si no fuera porque de vez en cuando desviaba la vista buscando a mi hermana, habría sido completamente feliz.

En la pista no tardaron las dos en estar rodeadas de chicos que no dejaban de entrarles, alegrándome internamente de que mi idea estuviera saliendo bien aunque había algo en ella que no acababa de agradarme. Estaba como expectante, como si estuviera esperando a alguien y aquellos moscones solo fueran un pasatiempo hasta que llegara quien quiera que fuese.

Y entonces lo vi venir, abriéndose paso entre la gente que bailaba, directo hacia mi hermana y apartando con su sola presencia a todos aquellos moscones que hasta ese momento aún pensaban que tenían alguna oportunidad con ella. Había llegado Abel.

Miguel también se dio cuenta de lo que ocurría y, al igual que yo, su cara se transformó en una de asco hacía el acompañante de Lorena que se movía a su alrededor, bailando, aunque aún con distancia entre ellos. Mil preguntas me asaltaron en aquel instante, dudas que su extraña conducta llamaron mi atención.

Pero no pude recrearme mucho en esos pensamientos, el rictus de Miguel me hizo sospechar que estaba a punto de saltar y parar el juego de Lorena. Me había comprometido a ayudarle, a superar aquello juntos para darle una lección a Lorena y eso iba a hacer. Con mi mano sobre la suya, acariciándola y aplacando su incipiente furia conseguí controlar su enfado.

Él, una vez más tranquilo, me interrogó sobre aquel sujeto que no pude negar que conocía, mis gestos de desagrado me habían delatado. Le confirmé lo que sospechaba, que era el típico ligón de discoteca aunque no mencioné nada de lo ocurrido semanas antes y, por lo que adiviné, él tampoco sabía nada de la supuesta relación sexual que yo tenía con aquel tío.

Para cubrirme las espaldas, achaqué mi malestar a que Abel de buenas a primeras hubiera atacado a Lorena cuando a mí me había ignorado hasta ese momento aunque mis sospechas iban en otro sentido. Era demasiada coincidencia que, para darle una lección a su novio estuviera utilizando a mi supuesto amante. Cada vez estaba más segura que aquello lo había orquestado mi hermana para jodernos a los dos.

En la pista Abel hizo un amago de pegarse a ella, parándole los pies mi hermana, aunque intuía que sólo lo había hecho como parte de su juego para provocar a su novio. Me lo confirmó la mirada que enseguida le echó buscando verlo enfadado pero todo lo contrario, Miguel había recobrado la calma gracias a mis palabras de consuelo y a la fuerza que le transmitía a través de mi mano sobre la suya. Incluso él se atrevió a saludarla con su copa para darle un buen trago después.

Me sentí orgullosa de él, de la fuerza que estaba demostrando y pensando que aún podíamos salir bien parados de aquella encerrona que nos habían preparado. Porque aquello también iba conmigo, vi su fugaz mirada hacia mí buscando también mi reacción, encontrando solo indiferencia ya que, realmente, aquel tío me daba completamente igual.

Vi su enfado en su rostro y como pegaba su cuerpo al de Abel, que la recibió gustoso aprovechando cada movimiento para rozar ambos cuerpos aunque aún mantenía sus manos en zonas pudientes. Noté crisparse el cuerpo de Miguel y volví a volcarme en él, tratando de tranquilizarlo.

Mi mano acariciando la suya y yo, casi susurrando en su oreja palabras de aliento, me di cuenta enseguida de la imagen que debía transmitirle a Lorena, que nos miraba enfurecida. Estaba claro que las cosas no estaban saliendo como ella quería pero a mí me daba igual.

Mi mano posada sobre la suya estaba encima de su muslo y peligrosamente cerca de su entrepierna, mi rostro casi pegado al suyo notaba en mi mejilla el roce de su piel, el calor de su aliento, mi torso inclinado sobre él hacía que mis pequeños pechos se apretaran contra su fuerte brazo…ya me daba igual lo que hiciera en la pista Lorena, solo quería que aquello no acabara nunca.

Desgraciadamente mi hermana no iba a dejar pasar aquel desaire, incitando a su pareja a que diera un paso más y éste lo hizo sin dudar. Se inclinó igual que había hecho yo, buscando su oreja, su cuello o vete a saber qué ya que desde donde estábamos no podíamos verlo bien pero fue suficiente para ver que Miguel volvía a alterarse.

Pero la cosa no iba a quedar ahí y las manos de Abel empezaron a moverse de forma lenta pero inexorable recorriendo la cintura de mi hermana hasta conseguir lo que pretendía, que no era otra cosa que acabar sobre sus nalgas apenas cubiertas por la exigua minifalda.

Me alarmé. No creía que a esas alturas ni mis palabras reconfortantes ni mis caricias tratando de transmitirle mi apoyo pudiera frenar el brote de ira, totalmente justificado creía yo. Pero para mi sorpresa éste no se produjo y cuando mientras lo abrazaba busqué su rostro me quedé paralizada, muerta de vergüenza y a la vez excitada.

Lo que esta vez había detenido el arrebato de Miguel no habían sido ni mis palabras ni mis caricias, si no mis pechos. Miguel contemplaba embelesado mis dos pechos donde mis pezones levantaban la tela de la camiseta y, no contento solo con eso, noté como bajaba su mirada a mis muslos y mi entrepierna donde fijó su mirada.

Me excité siendo observada por él y no pude evitar fijarme en su entrepierna donde creí notar que allí también algo había crecido. ¿Sería posible que Miguel se excitase conmigo? ¿Qué le resultara atractiva al hombre del que estaba enamorada?

Me olvidé de la pista, de mi hermana y de Abel. Solo tenía ojos para el creciente bulto de Miguel, haciendo esfuerzos para no alargar la mano y tocar aquello que tanto deseaba. Y entonces Miguel se levantó de golpe, creí que arrepentido de aquello y avergonzado. Pero para mi sorpresa, me cogió de la mano y me arrastró hasta la otra punta del local, donde estaba la segunda barra.

Me sorprendió de nuevo, cogiéndome de la cintura en el borde  de la pista y empezar a moverse al son de la música e incitándome a hacer lo mismo. Le sonreí cálidamente y no dudé en acompañar sus movimientos. Me sentía feliz de estar allí, bailando con él y excitada, terriblemente excitada.

Su cuerpo cercano, sus fuertes brazos cogiéndome de la cintura, notando la proximidad de su erección a escasa distancia de mi pubis, los roces involuntarios de nuestros muslos al bailar… todo ello me tenía en un constante estado de excitación que provocaba que mis fluidos impregnaran mi ropa interior.

No tardó en aparecer de nuevo Lorena acompañada de Abel y, detrás de ellos, a Maite que parecía seria y venía sola, sin el acompañante con el que llevaba bailando desde que había entrado al local. Se apoyaron en la barra, a escasa distancia nuestra y asegurándose que los viéramos bien. Él apoyado contra la barra, ella contra su pecho. Sus manos la abrazaban por la cintura, rozando sutilmente sus pechos.

Cada vez encontraba más extraña la conducta de mi hermana, las confianzas que le daba a aquel sujeto al que acababa de conocer y, encima, delante de su novio y su hermana la que, supuestamente, tenía un rollo con aquel chico.

Estaba sumida en esos pensamientos cuando fuimos interrumpidos por Maite que, con la excusa de bailar un rato con Miguel, quería hablar con él sobre lo que estaba pasando. Yo me aparté a la barra, observando a cierta distancia lo que estaba sucediendo y que cada vez me tenía más desconcertada.

La conversación no duró demasiado y, por la cara de Maite, no debía de haber ido como ella esperaba. Volví a los brazos de Miguel para continuar por donde lo habíamos dejado antes de la interrupción, viendo de refilón como Maite volvía a la carga pero ahora con Lorena que la escuchaba sin prestarle demasiada atención, supongo que algo abstraída sintiendo las caricias que no dejaba de prodigarle Abel.

Maite se apartó, otra vez derrotada. Miguel me comentaba algo pero yo no lo escuchaba porque justo en ese momento fue cuando Abel decidió dar un paso más, pasando de rozarle con sus labios su oreja para directamente besarle su cuello, dejándose ella hacer mientras no dejaba de mirarnos.

Hice girar a Miguel, dejándolo de espaldas a la barra e impidiéndole ver aquello, mientras sin darme cuenta apretaba mi cuerpo contra el suyo. Sé que me preguntó algo que yo contesté pero mi atención estaba puesta en lo que sucedía entre aquellos dos. Las manos de Abel, que descansaban en su vientre, ahora ascendieron hasta sus pechos que acariciaron sobre la tela de la camiseta.

Supongo que no fui demasiado discreta y que eso llamó la atención de Miguel que, de golpe, me hizo girar quedando de frente a su novia y encontrándose con aquella visión que hizo que su rostro se demudara. Antes que pudiéramos reaccionar ya estaba allí Maite, rogándome que me llevara de allí a Miguel, que lo llevara al baño para refrescarlo mientras ella paraba aquello de una vez. Yo la creí y le hice caso a pies juntillas.

Allí, dentro del baño de hombres, una vez remojada su cabeza y habiendo recuperado algo la lucidez y siendo plenamente consciente de lo que había pasado, fue cuando estalló definitivamente, surgiendo toda la tensión acumulada durante la noche. Me empujó y casi perdí el equilibrio mientras él salía en estampida del baño.

Salí lo más rápido que pude tras él pero no conseguía alcanzarlo, mientras él deambulaba por todo el local buscando frenéticamente a mi hermana y a aquel ligón de pacotilla. Por suerte no los encontró, sino no sé lo que hubiera pasado.

Lo alcancé casi en la entrada del local y oí que murmuraba algo como “están fuera” y volvió a salir en estampida, siguiéndole yo como podía, mientras con el móvil en mano trataba de hablar con Maite tratando averiguar dónde estaban.

Miguel enfiló camino del parking, como si supiera dónde iba y entonces apareció ante nosotros Maite, intentando aparentar sorpresa y tratando de parar a Miguel, aunque no demasiado y éste la esquivó  fácilmente yendo hacia de donde ella venía.

-¿Qué demonios está pasando? –le pregunté cuando llegué a su lado. Su actitud me parecía sospechosa y me empezaba a barruntar si todo aquello no sería lo que habían estado tramando durante la velada.

No me contestó pero se apresuró a seguir a Miguel que casi corría, alejándose de nosotras, hacia algo que había llamado su atención. Poco después lo alcancé, encontrándomelo paralizado de nuevo y blanco como el papel. Seguí su mirada y me encontré a mi hermana, sentada de lado en un coche que no conocía y haciéndole una mamada a Abel.

Alargué mi mano para alcanzar el hombro de Miguel, apartarlo de allí, evitar que siguiera viendo aquello que lo estaba destrozando. Pero apartó rápidamente mi mano, quedándome allí parada sin saber qué hacer, sin entender nada.

Delante nuestro, Abel interrumpió la mamada y Lorena se apeó del coche para, después de desprenderse de sus braguitas que le dio a él, ponerse en cuclillas en el asiento del coche esperando a que él la penetrase con aquella verga enorme que veía por primera vez.

Me giré asustada, buscando la ayuda de Maite y me encontré con una sonrisa de suficiencia que intentó ocultar pero que yo capté al instante. Tuve claro que todo aquello había sido una encerrona, ellas las instigadoras y nosotros las víctimas.

Mientras veía como Abel empezaba a follarse con saña a Lorena, agarré con fuerza a Miguel y me lo llevé a rastras de allí, alejándole de aquella escena que nunca debió haber vivido.

Lo llevé hasta el coche mientras Maite nos seguía, tratando de mostrarse compungida y atónita ante la actitud de Lorena. Cuando lo metí en el asiento trasero del coche, no aguanté más y estallé.

-No sé a qué estáis jugando tú y Lorena pero os habéis pasado tres pueblos –le escupí en la cara.

-No sé de qué me hablas –me respondió con una sonrisa que decía todo lo contrario.

-Conmigo no te hagas la tonta, Maite. Esto lo habéis preparado las dos, no sé por qué motivo, pero traerá consecuencias…

-Jajaja pues yo creo que no –dijo jocosa- me apuesto algo que mañana, cuando éste asimile lo que pase, volverá bajo las alas de Lorena como si nada hubiera pasado…

Parecía muy segura de sí misma y eso me desconcertó. ¿Acaso se me había pasado algo por alto? En ese momento de duda, ella se metió detrás con él y me ordenó que fuéramos a su piso, que allí estaríamos más tranquilos.

Mientras conducía a la dirección que me había dado Maite no perdía de vista por el retrovisor lo que acontecía detrás. No me fiaba de Maite y temía que intentara hacer o decir algo a Miguel que parecía completamente ido, ausente. No me equivoqué. A medio camino pude ver como Maite, sin ningún disimulo, posaba su mano sobre la entrepierna de Miguel que no respondió a su gesto.

-¿Se puede saber qué haces? –le dije nomás darme cuenta de lo que estaba haciendo.

-Solo comprobar que tal calza el novio de Lorena. Siempre he sentido curiosidad… -dijo sin ningún reparo.

-Joder, después de todo lo que le habéis hecho pasar y ahora me sales con eso –le recriminé.

-Vale, tranquila… ya dejo a tu amorcito tranquilo… -me contestó con retintín.

-Pero qué dices tía –dije alterándome y ruborizándome a la vez.

-¿Te crees que no me he dado cuenta de cómo lo miras? ¿Y Lorena tampoco? El único que no se ha enterado ha sido éste –dijo volviendo a la carga y palpando su entrepierna de nuevo.

-Maite…

Ella retiró la mano y puso cara de no haber roto nunca un plato pero sabía que era solo pose y que debía mantener la guardia alta. Llegamos a su calle y entre las dos metimos a Miguel primero en el ascensor y luego en el piso de Maite. Lo sentamos en el sofá pero él seguía como vacío, como si su cuerpo fuera una carcasa vacía.

-¿Qué hacemos con él? No responde y empieza a preocuparme –dije yo nerviosa, viendo el estado de Miguel.

-Yo creo que lo mejor será darle algo para dormir y dejar que descanse. Mañana ya se encontrara mejor… -contestó Maite. A mí no me pareció mala idea.

-Mierda –dijo de pronto Maite- me he dejado el bolso en tu coche y ahí es donde llevo las pastillas que utilizo cuando me cuesta conciliar el sueño.

-Pues ya te vale. Bajo un momento a buscar tu bolso y las pastillas y lo metemos en tu cama a ver si se recupera –dije mientras cogía las llaves del coche y de su piso y salía deprisa, no quería dejarles mucho tiempo a solas.

No debí tardar más de cinco minutos, tiempo suficiente para que cuando entré de nuevo en el salón, éste estuviera vacío y empezara a preocuparme. Un grito llegó desde el baño y corrí hasta allí para encontrarme con algo que nunca imaginé que pudiera pasar.

En mi ausencia,  Maite había llevado a Miguel al baño, lo había desnudado y colocado bajo el chorro de agua fría que aún caía de la alcachofa de la ducha. Y por lo que intuí, Miguel, recobrado del estado de shock en que estaba sumido, no sé si por voluntad propia o inducido por Maite, la había acorralado contra la pica del baño donde ahora la follaba sin compasión.

Maite gritaba sin parar, con sus manos sujetándose a la pica del baño, mientras todo su cuerpo se agitaba al son de las furiosas embestidas de Miguel. A través del cristal del espejo pude ver sus caras, la de Maite de completo éxtasis y comprendí que aquello era lo que había buscado y no sé si planeado con mi hermana.

Y la de Miguel…puro fuego era lo que vi en ellos y entendí que con aquel polvo estaba liberando el intenso dolor que ellas le habían provocado. Dolor que yo también sentía, ya que ver aquella escena me martirizaba pero, a la vez, me excitaba sobremanera. Me dolía que se estuviera follando a otra, no ser yo la que ocupara el sitio de Maite pero, ver su cuerpo desnudo por primera vez, su forma de moverse para dar placer a aquella arpía… me encendía de mala manera.

Nuestras miradas se encontraron y no pude evitar entregarme a la lujuria y hacer lo que mi cuerpo me pedía a gritos. Me despojé de la camiseta, mostrándole mis pechos desnudos y totalmente empitonados, colé mi mano bajo las mallas y empecé a masturbarme viendo como Miguel seguía arremetiendo con furia contra Maite mientras sus ojos no se apartaban de mí.

De alguna manera, sentí que estábamos conectados y me entregué de lleno a aquella paja, casi pudiendo sentir que eran sus dedos los que profanaban mi interior y lo taladraban con saña. Me corrí como pocas veces lo había hecho, sin apartar nuestras miradas, viendo en su rostro como él también se liberaba y empezaba a descargar su simiente en el interior del coño de Maite que también gritaba su orgasmo.

Entonces me entraron los remordimientos, no pudiendo creer lo que había hecho ni seguir viendo en lo que habían convertido a Miguel. Aquel no era el hombre dulce y amable con el que había disfrutado aquella noche, era un ser airado, casi violento. Y todo eso gracias a las argucias de aquellas dos.

Salí de allí inmediatamente con la firme intención de llegar al fondo de aquel asunto aquella misma noche. Cogí el coche y fui al piso de mi hermana donde supuse que ya estaría. Una vez que viera que nos habíamos ido del local, lo más lógico era que hubiera vuelto a su casa para intentar arreglar la situación con su novio. Ilusa de mí…

Tenía llave, entré y, tras una breve inspección, comprobé que allí no había nadie. Me empezó a hervir la sangre de nuevo. ¿Sería posible que no hubiera tenido bastante y aun siguiera con aquel energúmeno? Sabía dónde encontrarlo, vivía en el mismo edificio donde residía yo y allí me dirigí con mi coche.

Durante el trayecto mi cabeza no dejaba de dar vueltas a todo lo que había ocurrido esa noche y a lo que iba a encontrarme en aquel piso, en lo que debía decirle a mi hermana. Llegué sin saber muy bien cómo actuar, cómo entrar en aquel piso donde mucho me temía Lorena alargaba su encuentro con aquel ligón de tres al cuarto.

Por una vez la suerte me sonrió y, mientras estaba plantada delante de la puerta pensando en cómo actuar, ésta se abrió y salió una chica que no conocía.

-¿Entras? –me preguntó ella aguantando la puerta.

-Sí, he venido a ver a mi novio –le mentí.

-Pues que lo pases bien –me dijo guiñándome un ojo y saliendo del piso.

Me colé dentro esperando no encontrarme a nadie y, de nuevo, la suerte me sonrió. Avancé pasillo adentro hacia las habitaciones y enseguida supe dónde estaban Lorena y Abel por los gemidos que llegaban hasta mí. La puerta no estaba cerrada y en cuanto me asomé los vi en la cama, él tumbado y ella encima cabalgando como una posesa sobre su enorme polla.

Una mezcla de sentimientos me embargaron. Ira, decepción, tristeza. No me podía creer que mi hermana, después de lo acontecido en el parking, aun hubiera tenido el valor de seguir a Abel hasta su piso para continuar follando con él, sin importarle nada Miguel.

-¡¡Me corro!! –gritó él.

Ese grito hizo que volviera en mí y contemplara como Abel, sin salirse de ella, descargaba su semen dentro de mi hermana que, impertérrita, seguía cabalgándole buscando su propio placer sin importarle que él acabara de correrse dentro de ella sin protección alguna. Pocos instantes después, Lorena se arqueó y dejó de moverse, notando como ahora era ella la que acababa de alcanzar su clímax.

Ella se salió y se dejó caer a su lado, reposando su cabeza sobre su pecho, ambos con la respiración agitada por el esfuerzo realizado. Aquella imagen me indignó y saqué mi móvil para grabar aquella escena, por si acaso Miguel luego no me creía cuando se lo contara. Porque aquello debía saberlo, no quería que volvieran a engatusarlo como habían hecho aquella noche. Lo que no sabía era que lo que venía iba a ser peor de lo que me había imaginado hasta ese momento.

-¿Satisfecha? –le preguntó Abel.

-Mucho, lo has hecho genial –le contestó ella acariciando su torso desnudo. Creí que hablaban del polvo pero enseguida iba a salir de mi error.

-¿Crees que se lo habrán tragado? –Siguió él.

-Seguro. Es imposible que sospechen nada –dijo Lorena mientras alargaba su mano para buscar el móvil.

-Tú sabrás lo que te haces pero ¿Estás segura de lo que te haces?

-Claro, mira –dijo alargándole el móvil- Maite ya me ha confirmado que se ha follado a Miguel. Mañana, cuando nos veamos, le soltaré el rollo que el juego se me fue de las manos, que iba algo borracha y que sospechaba que tú me habías puesto algo en la bebida. Discutiremos algo pero, al final, los dos nos habremos engañado mutuamente y acabaremos reconciliándonos de nuevo. Al fin y al cabo lo suyo es peor, me ha engañado con mi mejor amiga…

-Jajaja vaya pieza estás hecha –le dijo entre risas Abel.

-Lo sé. ¿Cómo si no llevaría engañándole desde el primer día y él sin enterarse? –se jactó ella. Yo no daba crédito a su confesión y me alegré de estar grabando toda aquella confesión.

-¿En serio? –le preguntó él asombrado al igual que yo.

-Claro. ¿Acaso pensabas que eras el primero con el que le ponía los cuernos? Ni eres el primero ni serás el último aunque, con esto que tienes aquí, tengo diversión para rato –dijo acariciando su polla que daba señales de vida de nuevo.

-Pues no entiendo porque no le dejas… -dijo Abel suspirando por el placer que le producía el manoseo de mi hermana en su miembro.

-Yo quiero a Miguel pero a mi manera…es el novio perfecto, todo el mundo lo adora y hacemos buena pareja. Y un día será el marido y el padre perfecto, que es lo que necesito a mi lado. Eso no quita que, de vez en cuando, me dé un capricho para alegrarme el cuerpo –dijo con toda la naturalidad del mundo la muy cerda. La sangre me hervía de rabia pero debía contenerme.

-Joder tía, qué calculadora eres… no me gustaría estar en la piel de tu novio jajaja –dijo él empujando su cabeza para que se la chupara.

-¿Y dices que mi hermana no te suena de nada? –preguntó ella después de un par de lamidas a su grueso miembro que crecía en su mano.

-No que yo recuerde aunque, la verdad, me he tirado a tantas que es difícil acordarse de todas –le contestó Abel acariciando su pecho y provocando que su pezón se hinchara de placer.

-Si al final va a ser verdad que era todo mentira… ya me lo avisó Maite pero no le hice caso. Por eso fui a buscarte aquel día, sentía curiosidad por saber si era cierto todo lo que contaba –Lorena seguía masturbando con lentitud la polla de Abel que ya estaba en todo su esplendor.

-Y yo me alegro que lo hicieras y tú tampoco podrás negar que también. Bien que vienes cada semana buscando tu ración de polla –dijo él levantándose de golpe, colocándose encima de ella y con aquel mástil rozando su sexo hambriento.

-Joder, sí… qué gusto… -suspiró Lorena moviendo su pelvis para potenciar el roce con aquella barra de carne.

-¿Quieres volver a hacer cornudo a tu novio? ¿Joder a tu hermanita aunque al final todo fuera una mentira suya? –preguntaba él mientras se movía punteando a mi hermana que jadeaba ansiosa.

-Sí, por favor… que se joda Paula, que se joda Miguel… ¡¡métemela de una puta vez, cabrón!! –le gritó ella.

Una sola estocada y aquella enorme polla se enterró dentro de ella que gritó desaforadamente, pensé que le había hecho daño pero no, enseguida empezó a suplicarle que le diera más y más fuerte, cosa que él empezó a hacer al instante. Lo siguiente que grabé fueron sus dos cuerpos follando como animales, sus gritos de placer y el crujir de la cama bajo ellos.

No tenía sentido seguir allí. Si al llegar pensaba que podía hablar con mi hermana, convencerla  que se había equivocado y que intentara arreglar su relación con Miguel, después de lo que había visto y oído ahora lo que tenía claro era que debía contarle la verdad a Miguel, abrirle los ojos y alejarle de aquella víbora que era mi hermana.

Lo que quedaba de aquella noche la pasé buscándole. Cuando llegué ya no estaba en casa de Maite y ella no sabía dónde estaba. En su casa donde volví tampoco estaba y no contestaba a su móvil. Llamé a toda la gente a la que pudiera haber acudido, no teniendo suerte en ello. Ni su familia sabía dónde estaba y sólo conseguí preocuparlos al llamarlos en plena madrugada.

Tras pasar por varios hospitales para cerciorarme que no hubiera cometido una locura, al final decidí volver a mi piso y descansar algo para reemprender su búsqueda por la mañana. El cansancio acumulado y el cúmulo de sensaciones y descubrimientos del día anterior hicieron que me quedara dormida hasta casi el mediodía.

Cuando me desperté, lo primero que hice fue mirar el teléfono. Ninguna llamada de Miguel, muchas de Lorena, Maite y de la familia de Miguel. Solo devolví las últimas para decirles que seguía sin saber nada de él. Me pasé la tarde haciendo llamadas, dando vueltas con el coche por la ciudad intentando localizarlo pero nada, fue todo en vano.

Al final de la tarde de aquel día que se me estaba haciendo eterno, por fin recibí noticias de Miguel. Un escueto mensaje dándome la dirección donde estaba, rogándome que no se lo dijera a nadie más y que quería hablar conmigo. Casi volé con el coche para llegar donde estaba y cerciorarme que estaba bien.

Cuando me abrió la puerta, me abalancé sobre él llorando mientras me abrazaba a él, llamándole de todo por el susto que me había dado, mientras él solo se dedicaba a acariciarme el cabello anonadado por mi reacción. Cuando conseguí calmarme, nos separamos los dos y nos quedamos mirando.

-Creo que tenemos que hablar de lo que pasó anoche –dijo Miguel- quiero saber tu versión de lo sucedido para tomar una decisión sobre qué hacer con Lorena y también contigo.

-¿Sospechas de mí? –pregunté algo enfadada.

-Ahora mismo no sé qué pensar de nadie así que prefiero escucharte a ti primero antes de reunirme con Lorena –dijo Miguel.

En cierto modo entendía sus recelos. Se sentía engañado y eso que no sabía ni la mitad de las cosas pero debía saber con qué mujer había compartido su vida los últimos tres años.

-Entiendo tu postura. Sé que esto va a ser duro para ti pero creo que debes ver y escuchar esto –le dije alargándole el móvil con el vídeo en cuestión que grabé la noche anterior que ya me parecía tan lejana.

Empezar la reproducción y ya pude notar la crispación en su cuerpo al ver en la misma cama a su novia y al chico que se la había follado casi delante de sus narices. Y todavía quedaba lo peor por venir. Se dejó caer en el sofá, aturdido por lo que estaba descubriendo pero sin soltar el móvil y atento a todo lo que sucedía.

Cuando acabó, me senté a su lado y le acaricié la mano como había hecho la noche pasada.

-¿Estás bien? –le pregunté.

-¿Tú qué crees? –Me contestó- ¿qué es eso de la mentira que tú le contaste?

Le expliqué lo que había sucedido en nuestro anterior encuentro y cómo, sin saberlo, había iniciado el interés de mi hermana por aquel semental. Al principio, solo con el afán de joderme pero luego, cuando probó las mieles del placer, haciéndolo a los dos.

Miguel solo escuchaba, con el ceño fruncido y pensativo, mirándome mientras hablaba y poniéndome nerviosa, temiendo que una vez acabara de contarle todo no quisiera saber nada más de mí y me culpara de ser la causante de su desgracia.

Cuando acabé de hablar esperé su reacción que no se producía y entonces lo miré. Su rostro se había apaciguado, como si se hubiera quitado un peso de encima, confundiéndome aún más.

-¿Sabes? Me alegro de no haberte perdido a ti también –me dijo acercándose y besándome.

Me cogió por sorpresa, no esperaba para nada lo que estaba pasando pero la intensidad de su beso y notar sus grandes manos empezar a recorrer mi cuerpo vencieron cualquier duda o reticencia que pudiera tener. Le devolví el beso, con mayor ímpetu e intensidad que la que él había usado, causando que sus leves caricias se convirtieran en un magreo en toda regla.

Estaba totalmente encendida, completamente desatada, cuando él me separó de forma brusca interrumpiendo el beso y el hacer de nuestras manos. Creí que lo asaltaban los remordimientos pero nada más lejos de la realidad.

-Enséñame tus tetas de nuevo –me ordenó.

No lo dudé. Bajé mis manos hasta alcanzar el borde de la camiseta y la subí hasta despojármela por la cabeza, mostrándole mis pequeñas tetas y mis pezones, grandes y duros a causa de la calentura de los escarceos anteriores.

Miguel contempló mi torso desnudo y alargó sus manos, posando cada una sobre cada pecho, cubriéndolos en su totalidad con ellas y arrancándome un hondo suspiro de placer. Las acarició a placer, disfrutando con su textura, sopesando su firmeza, pellizcando mis pezones, volviéndome loca de placer notando las manos del hombre que quería acariciándome de aquella manera.

-Chúpamela –me pidió a la vez que soltaba mis pechos dejándome huérfana de aquel placer.

No iba a negarle nada a esas alturas, así que me arrodillé ante él notando por primera vez el bulto que había crecido en su entrepierna y que yo había causado, provocándome una sensación de orgullo por ser capaz de provocar ese efecto en él. Desabroché su cinturón, él alzo sus caderas para ayudarme a hacer bajar el pantalón y el bóxer, saltando su miembro enhiesto como un resorte casi golpeándome en mi mejilla.

La contemplé embelesada, por primera vez la contemplaba en todo su vigor y a escasa distancia y, aunque Miguel no me lo hubiera pedido, en ese momento no hubiera podido impedir lo que tanto tiempo había deseado. Con mi mano derecha la sujeté por la base, acariciándola suavemente, mientras mi boca se acercaba a su glande para besarlo, probando los primeros fluidos que surgían de su interior, mientras la izquierda masajeaba sus testículos.

Un hondo gemido de Miguel resonó por la habitación, animándome a seguir, empezando a engullir su miembro que me supo delicioso, alcanzando apenas la mitad de él pero suficiente para hacerle gozar. Supe que iba por buen camino cuando noté su mano acariciar mi cabeza, su cuerpo reclinarse en el sofá y los gemidos escaparse de su garganta a medida que aumentaba la intensidad de la mamada que le estaba haciendo.

No sé cuánto tiempo llevaba allí, postrada ante él, dándole placer, cuando noté su cuerpo tensarse y supe que iba a correrse.

-Te voy a llenar con mi leche –gruñó a la vez que sentía como su polla disparaba chorro tras chorro su semen en mi boca, tragándolo como podía, saboreando su esencia cosa que hasta esa fecha nunca había hecho con ningún otro hombre.

Aún después de dejar de derramarse en mi boca seguí chupando y lamiendo, alargando su agonía y no queriendo separarme de aquel miembro que no me cansaba de saborear. De nuevo, fue Miguel el que me apartó de mi nuevo juguete para mi total consternación.

-Desnúdate y súbete al sofá –ordenó de nuevo.

Me apresté a obedecerle, bajando de un tirón las mallas y las braguitas que  me costó separar de mi sexo empapado, quedándome completamente desnuda ante él que no perdía detalle de mi desnudez. Me subí al sofá, colocándome de rodillas encima de él, esperando el momento en que me ordenara que me clavara en su polla, cosa que estaba deseando, que necesitaba.

De nuevo me equivoqué. Sus manos se aferraron a mis nalgas y empujaron mi cuerpo hacia adelante, dejándolo al alcance de su boca que se apoderó de mi sexo, lamiendo mis labios que se abrieron a él y a su lengua juguetona, que recorría toda mi raja provocándome auténticos espasmos de placer. Estaba a su merced y lo único que podía hacer era sujetarme a su cabeza para no perder el equilibrio y, así de paso, evitar que pudiera abandonarme en medio del martirio que me estaba provocando.

Cuando su lengua alcanzó mi clítoris y se entretuvo lamiéndolo y pellizcándolo con su lengua, supe que no iba a durar nada.

-Me voy a correr…- le grité pero él no hizo caso y siguió a lo suyo, lamiendo y chupando, provocando que escasos segundos después estallara en el orgasmo más apoteósico que había tenido en mi breve vida sexual.

Mis rodillas se doblaron y mis brazos apenas podían aferrarse a su cabeza, me sentí caer en el placer más absoluto mientras pugnaba por recuperar la cordura y la respiración. Sentí como si me mareara pero no, era Miguel que teniéndome abrazada por la cintura me depositaba sobre el sofá, dejándome recostada en él.

Si pensaba que iba a darme algo de tregua, enseguida confirmé que no iba a ser así. Noté su glande rozar mis labios vaginales, impregnándose de mi humedad y alargando el orgasmo que aún resonaba por todo mi cuerpo. ¿Se podía sentir más placer?

Sí, se podía. Lo supe cuando sentí su glande abrir la entrada de mi cueva, entrar sin prisa pero sin pausa, abriéndome por dentro como nunca habían hecho, rozando aquel trozo de carne zonas inexploradas hasta entonces y dándome a probar la experiencia más embriagadora de mi corta vida.

Gemí, grité y creo que hasta lloré mientras sentía su miembro entrar y salir cada vez más rápido de mi interior, mientras notaba su cuerpo moverse sobre el mío, sus labios alternando entre mis dos pechos, sus fuertes nalgas empujando con vigor mientras mis manos las aferraban pidiéndoles más y más.

Me corrí de nuevo o era el mismo orgasmo que aún no había acabado pero Miguel seguía penetrándome sin tregua, después de haberse corrido su aguante había aumentado y no parecía próximo a llegar a su clímax.

Nuestros cuerpos estaban cubiertos de sudor, notaba sus bufidos en mi cuello donde ahora reposaba su cabeza mientras seguía embistiéndome como si le fuera la vida. Al final noté como aceleraba de forma brutal, arrancándome auténticos gritos e instantes después notaba los trallazos de su esperma golpear el interior de mi vagina, provocándome un nuevo orgasmo, devastador, que ahora sí me dejó totalmente desfallecida.

-Te quiero –le susurré al oído mientras nuestros cuerpos aún se convulsionaban fruto del placer.

No me contestó. Tampoco lo esperaba. Sabía que él no me quería, no aún, pero después de lo que habíamos compartido en ese sofá, no pensaba darme por vencida y hacer todo lo que pudiera para conseguir ser correspondida. Lorena me había dado una oportunidad con el hombre que amaba y no iba a dejarla escapar.

Epílogo

Han pasado casi dos semanas desde nuestro primer encuentro y, día tras día, no he dejado pasar la oportunidad de disfrutar de su cuerpo y él del mío. Sé que mi hermana lo llama a diario, sigue sin entender qué ha pasado, porque Miguel no estaba en casa esperándola, porque no le devuelve las llamadas. Yo tampoco lo hago.

Y lo peor es que, poco a poco, se empieza a correr el rumor que Miguel se ha ido, que ya no está con ella, que algo ha pasado entre ellos que ha provocado que él la abandonara.

Pero a mí eso me da completamente igual. Solo sé que tengo para mí a Miguel, ese hombre al que creía inalcanzable y al que, inexorablemente, cada día noto más cercano, veo que se le escapan gestos de cariño hacia mí y sé que, más pronto que tarde, se dará cuenta que siente algo por mí. Estoy deseando que llegue ese momento.

El único nubarrón en mi horizonte sigue siendo el mismo, Lorena. Hoy cuando he llegado él estaba hablando con ella de nuevo, aguantando su verborrea sin sentido ya para él. Como siempre, me he arrodillado y he empezado a tragarme su polla. Es como un ritual, me encanta y sé que a él también. Cada vez soy capaz de tragar más de ese miembro que me vuelve loca, me he vuelto en una experta en darle placer con mi boca y no tardo en conseguir que se corra, llenando mi boca con su leche, cosa que disfruto cada vez que lo hace.

Él sigue con el teléfono en la mano sin apenas hacer caso a lo que le dice, se le escapan gemidos que Lorena capta e intenta sonsacarle si está con alguien. Miguel solo sonríe mientras me ve desvestirme y se relame al contemplarme desnuda. Sé que no debería hacerlo pero es cuestión de tiempo que se entere, así que cuando oigo que le pregunta que quien es la puta que se está follando le quito el teléfono a Miguel.

-Hola hermanita, perdona que no te saludara antes pero tenía la boca llena… y ahora, tanto si te gusta como si no, voy a colgarte que estoy deseando follarme a Miguel como llevo haciendo desde el día que le pusiste los cuernos con aquel gilipollas –le digo mientras observo como él se desnuda del todo y su miembro sigue apuntando al cielo reclamándome. Le acaricio su polla y él mis pechos que tanto le gustan pese a ser pequeños.

-Por cierto hermanita, muchas gracias por ser tan gilipollas y dejarte follar por ese tío… espero que te valiera la pena porque yo, personalmente, no cambiaba por nada del mundo las folladas que me pega mi Miguel –dijo resaltando lo de mi Miguel.

-Serás puta –oigo mientras tiro el teléfono sobre la cama, enredándonos los dos en un mar de besos, abrazos, hasta que siento como su miembro se clava en mi coño que lo recibe con gozo, empezando aquel baile que tanto estábamos practicando los últimos días, solo que esta vez es especial, ambos sabemos que Lorena está escuchando y eso da más morbo a la situación.

Sé que Lorena no dejara pasar esta afrenta, que no parara hasta vengarse de mí y de Miguel, que quizás debería estar preocupada, pero no puedo, no mientras siento como Miguel se corre de nuevo dentro de mí, me vuelve a provocar el enésimo orgasmo desde que estamos juntos y, por fin, oigo las tan deseadas palabras salir de su boca.

-Yo también te quiero.

 Fin.