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Mi hermanastra Débora, la monja VI

en Lésbicos

Despertamos abrazadas, la sensación que sentía era de tranquilidad, sus brazos eran mi mejor refugio, no obstante, el calor de su cuerpo provocaba que mi piel se erizara; ver sus ojos cerrados, su cabello rubio despeinado me parecía de lo más hermoso. Un ángel prácticamente. Gire mi cabeza para el otro lado y divise aquel aparato que ella llamaba arnés, en mi mente seguía rondando la inquietud de saber que se sentirá tenerlo puesto y… bueno, hacerle eso que  Regina me hace.

-          ¿Te gustaría probarlo?- su voz me asusto. No sabía que responder

-          Dale dime, a mí me encantaría que me folles con el arnés, te verías muy sexy- insinuó

-          Yo… n-no sé si pueda. Nunca he usado algo como eso.

Salto por encima mío, y tomo esa cosa

-          Levántate- pidió

Me levante. Estábamos completamente desnudas, pero ahora ya no tengo vergüenza de que me vea como Dios me trajo al mundo.

Vi cómo empezó a ponerme el arnés y me hice para atrás.

-          Espera, no estoy segura si…- no me dejo terminar

-          Confía en mi hermanita, nos vamos a divertir- sonrió y me dio un beso que me robo el aliento, como me encantan sus labios.

En unos cuantos minutos ya tenía aquella cosa, me causaba estupefacción y risa a la vez, ver como colgaba ese pene falso en mi entrepierna. Pero más me asombro ver a Regina arrodillarse y tomar entre sus manos al falo de considerable tamaño. Lo metió a su boca, dando grandes lamidas; yo la miraba con mis ojos bien abiertos, se veía jodidamente sexy. Perdóname Dios por mis palabras soeces.

Lo metía entero, mientras su manos apretaban mi trasero, en un impulso lleve mi mano a su cabellera y comencé a moverla, mis caderas involuntariamente se mecían de adelante hacia atrás, sentía su dedo en mi hendidura lo que provocaba que moviera con presura mis caderas, sabe cómo enloquecerme. De un rato para otro, paro lo que estaba haciendo, abrí mis ojos, no entendía el porqué de su pausa.

-          No guanto más, quiero que me des duro- gimió

Se acostó en la cama abriendo sus piernas, fije mi vista en su vagina que brillaba por la excitación, me acomode en medio de sus largas piernas, alce mi mirada y la conecte con la de ella, no sabía que procedía. Sonrió, tomo el pene y lo ubico en su entrada

-          Vamos, follame hasta hacerme gritar tu nombre- gruño

La penetre despacio, hundiendo cada sentimiento de mi falo falso, yo no sentía nada pero ver la cara que tenía Regina me calentó mucho, su boca entre abierta mientras comenzaba a darle ritmo a mis penetraciones; bese su cuello, pero ella me tomo del rostro y acerco mis labios a los suyos, un beso cargado de pasión, de lujuria. Mi lengua se hundió y jugo con la de ella, disfrutaba de cómo me hacía sentir con cada beso.

Regina enredo sus piernas en mi cintura, y entre más en ella, sus besos provocaron que una energía extraña se apoderara de mí. Empecé a penetrarla muy fuerte, no tenía control de mi cuerpo, ubique mis manos a los costados de la cama, y no pare de hundirme, sentía como el sudor corría por mi frente, mis mejillas estaban calientes pero no pare.

-          SI, así Débora, dame más. Jodeerrrr, te quiero, te quiero- lloriqueo

Seguí hasta que sus piernas se desmadejaron y cayeron, su cuerpo empezó a temblar; sonreí, logre que Regina tuviera un orgasmo con esa cosa puesta

-          Cariño si sabía que eras así de buena con el arnés, te lo hubiera colocado desde mucho antes. 

Reí por sus ocurrencias, aunque no sentí directamente, lograr que ella se viniera me basto para sentirme satisfecha, una nueva experiencia se sumaba a mi currículum pecaminoso.

-          Fue extraño, pero no estuvo nada mal- dije

-          Estuvo excelente hermanita. Tanto así que quiero de nuevo, pero esta vez- dejo de hablar. Y se puso de rodillas antes de volver hablar.

-          Quiero en cuatro, hermanita, dame duro como lo hiciste antes- pidió

Me mordí los labios, que vista tenía, otra cosa que me atraía de su cuerpo era sus trasero, me invadió la lujuria nuevamente; me acerque y pase mi lengua por su centro, aun estaban los rastros de su orgasmo, tome todos sus jugos,  su esencia era mi sabor predilecto. Dios mío, me gusta más que el vino de la consagración.

La tome de las caderas, ubique mi falo y de una estocada la penetre, respingo su cuerpo y echo la cabeza para atrás

-          Maldita sea, rómpeme el coño, amor- ronroneo

Bombee con fuerza, lleve mis manos a sus senos los apreté; mientras dejaba besos en su espalda, mordía sus costillas. Amo su piel, su textura, seguía dando besos cuando escuche un portazo. Me asuste y mire hacia atrás, quede pasmada. En la puerta se encontraban estupefactos mi madre y el padre de Regina.

Me acosté a un costado y me cubrí con las sabanas

-          Amor, por qué paras…- no termino de hablar, vio lo mismo que yo

-          Papá, yo, es-sto…- sus palabras no salían

-          QUE CARAJOS PASA AQUÍ- Grito su padre. Mi madre se encontraba llorando, la había desilusionado.

-          Señor, su hija y yo- no me dejo terminar

-          No muchacha, tú no tienes la culpa, es mi hija la que está mal. Cómo se te ocurre pervertir a Débora, no ves que es una monja. Tienes mierda en la cabeza o que te pasa- espeto

Veía como Regina se aguantaba las lágrimas, como me duele verla así

-          No, así no…

-          Tú te callas Débora, cámbiate y sal de este cuarto- hablo mi madre, veía sus lágrimas pero también la ira contenida.

Tome las sabanas, para cubrir mi cuerpo y salir de la habitación, me puse al frente de mi madre

-          Mamá, yo…-una bofetada silencio mis palabras

-          Vístete, y guardas tus cosas. Te regresas ahora mismo al convento- sentencio

Agache mi cabeza y salí, no tuve el valor de ver el rostro de Regina. Soy muy cobarde para enfrentar los sentimientos que tengo por ella.

Con lágrimas en mis ojos, guarde toda la ropa que tenía, dejando las cosas que me había comprado Regina, aquellas prendas no las necesitaría en el convento. Las tome y recordé todo lo que había vivido con mi hermanastra, mire al techo esperando la respuesta, quería ver a Dios y me dijera si estaba haciendo  lo correcto.

Baje con mi equipaje, mi madre me esperaba con los brazos cruzados y su mirada intimidante en la puerta.

-          El taxi te espera- simplemente dijo

-          Mamá, Regina y yo.- No nombres a esa degenerada, como se atreve a pervertir a una sierva del señor. Cuando llegues quiero que pidas perdón a Dios, porque ni a mí me debes pedir perdón, es a él que todo lo ve, ojala redimide todos tus pecados. Ahora más que nunca debes tomar los votos perpetuos, es mejor que pases toda tu vida en ese lugar, para te quites aquella mancha de pecado- escupió. No creía todo lo que me decía mi madre.

-          No quieres verme más, mamá- pregunte dolida

-          Por ahora no. Aún tengo en mi cabeza aquella atrocidad, donde se ha visto dos mujeres juntas. Regina no tiene salvación, pero tú sí. Te deseo lo mejor- Sonreí, después que me condena, me desea lo mejor. Qué ironía

Tome mis maletas y monte al carro sin despedirme de nadie. Mire por la ventana y vi a Regina puse mi mano en la ventana como si pudiera acariciar su rostro, la vi tan afligida que tenía ganas de bajar del auto y correr hacia ella, pero mi cobardía gano y simplemente me fui.

Tres meses después

 

En cinco días tomare los votos perpetuos, lo que provocaba mi intranquilidad. Hoy tenía que confesarme,  cuando regrese me confesé, pero no lo había hecho sinceramente, omití lo que paso con Regina, pero no puedo callarlo más, debo decir todo, solo así tendré sosiego.

Fui al cubículo donde estaba el padre José, me arrodille y empecé a hablar.

-          Ave María purísima- hable

-          Sin pecado concebido- respondió

Inicie confesando todo lo que tenía guardado

-          Esto no me confesaste cuando llegaste hija- hablo

-          Lo sé padre. Pero no sabía cómo expresar que había pecado de la peor manera. He defraudado a la iglesia, a Dios, a mi madre- hable entre lagrimas

-          Y que sientes por esa muchacha- pregunto

Baje mi mirada y expulse el aire que tenía contenido

-          Estoy enamorada, padre. Me he enamorado de una mujer- solté el llanto, la liberación dolió, había dicho lo que tenía oculto- seguí hablando

-          Sé que no merezco el perdón de Dios. Pero ya no puedo seguir ocultando lo que pasa. Amo a una mujer.

-          Deja de llorar hija. Estas siendo muy valiente en confesar lo que te pasa. Amar no es un pecado

-          Pero lo hice de una mujer- respondí angustiada

-          Eso no quita que sea amor. Dios no puede juzgarte, ni yo, ni nadie puede hacerlo. Hija, los tiempos han cambiado, si hubiera más amor y menos represión por lo diferente, no existieran tantas guerras- No pensé escuchar aquellas palabras, en estos años que llevaba en el convento, siempre escuchaba. La homosexualidad es un pecado, la fornicación es un pecado, eran aberraciones, que enojaban a Dios, debíamos tener miedo de él; pero porque tener miedo, si se supone que Dios significa amor. Esas dudas siempre me comieron la cabeza.

-          No sé qué hacer, en pocos días tengo que dar mis votos perpetuos

-          Piénsalo bien hija. Decide que amor es más fuerte, si el que tienes a Dios o a esa muchacha.

-          Llevo mucho tiempo amando a cristo

-           Puedes seguir amándolo, pero siento el dolor en cada palabra que dices,  piénsalo bien, medítalo. Recuerda, amor es amor no importa a quien se lo entregues. Ve en paz hija, te absuelvo de tus pecados, aunque amar no sea un pecado.

Me persigne, y me fui a mi cuarto. Mi cabeza se volvía loca, caí en mi cama, no tenía idea que hacer con mi vida.

-          Sigues siendo hermosa- me senté de inmediato. Regina estaba en mi cuarto, ¿vestida de monja?

-          C-cómo… pero cielos, qué haces aquí- hable sorprendida

-            No podía pasar un día más sin tenerte cerca, ¡demonios! Débora, han pasado meses sin poder verte- se acercó a mí y me tomo de la cintura

-          Recuerda que estas en la casa del señor, no puedes insultar- puso sus ojos en blanco

-          Perdóname Señor. Por culpa de tu sierva cometo locuras- hablo viendo al techo

-          Estas loca, Regina- golpee su pecho riendo

-          Loca por ti, loca por tu cuerpo. Perdóname Señor, pero debo insultar. Demonios, no sabes cómo te extraño, mi padre me quito el habla, así que decidí salirme de casa, igual ya soy mayor de edad.

-          Pero Regina, como haces algo semejante- replique

-          Ese ambiente hostil me ponía muy mal, era como un fantasma para ellos. No te preocupes, tengo donde vivir, trabajo y estudio para sustentarme,- hablo sonriendo

-          Me alegro por ti- dije

-          Vine por una sola razón- pego su frente a la mía- Quiero que te vengas conmigo- pidió

Me separe de ella al instante, no procesaba lo que había dicho

-          ¿Qué paso? amor.

-          Yo, yo… no puedo irme de aquí. En unos días tom…- no dejo que terminara

-          No puedes hacerlo- rogo. Me tomo del rostro- Tú me amas como yo lo hago, se ve en tus ojos. Deja esta vida, y vente conmigo, por favor- volvió a pedir

Cerré mis ojos, no era fácil lo que me pedía.

-          Regina debes entender que...- me robo un beso, mis defensas cayeron totalmente. Me pegue a su cuerpo, volví a florecer, sus labios dieron vida a mi cuerpo. Hundí mi lengua en ella, debía saborearla, no me importo que me encontrara en la casa del Señor. En ese momento, solo me importaba besar a mi hermanita bella. Caímos a la cama, nuestros cuerpos enredados en caricias sutiles, volviendo a explorarnos de a poco.

-          Te gusta mi atuendo. Soy una monjita sexy- hablo a mi oído, mientras lo mordía

-          Que me perdone Dios, pero estas jodidamente buena, la monjita más linda que he visto en mi vida.

-          Pero esta monjita solo quiere que tú me reces de rodillas, con tu boquita pegada a mi coñito mientras me haces gritar el Ave María.

-          Ay Regina, no cambias, recuerda el lugar- Pedí

-          No me pidas que me comporte. No, cuando te tengo debajo de mí. Quiero follarte es en lo único que pienso, déjame hacerte mía. Alzo mi falda y metió su mano

-          No, no. Es.ta.mos en la…- se entrecortaron mis palabras. Cuando sentí un dedo dentro mío. Me aferre a su brazo, por inercia cerré mis ojos. Debo confesar que en todo este tiempo encerrada me había masturbado pensando en Regina, trataba de alejar de mis pensamientos su cuerpo pero me era imposible, no tenía otro remedio que consolarme con mis dedos.

-          Hundió dos falanges más y me mordí los labio para no gritar, no sabía en qué momento había quitado mi camisón, solo sentía su boca devorando mis senos, y un pequeño escozor cuando mordía mis pezones. Hundió profundamente sus dedos y me tense, mi cuerpo entero se estremeció me iba a venir y así fue, bañe los dedos de mi hermana con mi líquido. Los saco de mi interior y los paseo por mis labios, saboree mi esencia, ella también los probo para después besar mis labios, la combinación fue excelente.

Después de ese  momento no hablamos, en realidad yo no hablaba, no sabía que decir ni que hacer

-          Tengo que irme- hablo por fin

-          Regina, yo- no dejó que terminara

-          Toma. Es mi dirección, en tus manos dejo la decisión más importante de tu vida

-          Si no vas en estos días, entenderé y respetare la decisión que hayas tomado

Mire aquel papel que me daba, en mis manos estaba la decisión. Se acercó a mí y dejo un beso en mi frente.

-          No olvides que te amo

Se fue y mis lágrimas comenzaron a caer. No pude decirle que yo también la amaba. Por más que trate de negármelo todo este tiempo, la amaba, de a poco comenzó a gustarme, sus insinuaciones, sus provocaciones, sus caprichos me conquistaron. Con ella viví cosas que pensé que nunca  viviría y ahora lo perdería.

Dios ayúdame, qué debo hacer…

Me encontraba en frente de la figura de Cristo, sentada en una de las bancas, hoy me consagraba. Hoy haría mis votos perpetuos, miraba alrededor y aunque estaba lleno de feligreses y monjas, lo sentía vacío, tal vez era mi corazón o mi mente las que estaban así. Después de dos novicias era mi turno. Cerré mis ojos y vi el rostro de Regina, vi su sonrisa, sus labios, escuche tan claramente un te amo y abrí mis ojos. Sabía lo que debía hacer, fue como si Dios me hablara, aunque sabía que la voz fue de mi hermana, era la revelación que me hacía falta. Me levante y empecé a correr, todos voltearon a ver qué pasaba. Salí de aquella iglesia y empecé a correr, mientras corría, reía y lloraba, parecía una loca, la gente en la calle me veían extrañados, pero no me importaba, solo importaba llegar a mi destino. Cuando entre en razón supe que corriendo no iba a llegar nunca, pare un taxi y pedí que me llevara aquella dirección. La dirección a la felicidad.

El taxista se estaciono, ahí me di cuenta que no cargaba dinero

-          Disculpe, no tengo dinero, que vergüenza- titubee

-          No se preocupe, por la euforia que tiene debe ser algo muy importante. Por hoy la carrera es gratis.

-          Que Dios me lo bendiga, buen hombre- agradecí

Se fue y yo corrí al edificio que tenía al frente. Subí por las escaleras, en el tercer piso estaba lo que vine buscando. Antes de tocar la puerta tome aire. Dios y si ya se arrepintió, y si se dio cuenta que no soy lo mejor para ella; antes que siguiera divagando, se abrió la puerta. Ahí estaba, ahí se encontraba la mujer que amaba, la mujer que se robó mi cordura, que despertó a la bestia que tenía por dentro

-          Hola- salude tímidamente. Ella ensancho su sonrisa. Me tomo de la cintura y me levanto dando vueltas.

-          Viniste, vinistee- gritaba emocionada

-          Amo a Dios, pero más te amo a ti. No puedo seguir viviendo si no te tengo cerca, sin tus besos, sin tus caricias ciento que mi cuerpo muere. En todas mis oraciones solo estabas tú, es imposible olvidarte, y algo que no quiero hacerlo- me sinceré por primera vez

Me beso, nuestras lágrimas se mezclaron, podía sentirle lo saladita de ellas en mis labios. Se separó y hablo.

-          No sabes lo feliz que me haces. Por ti cambie completamente, quería ser mejor para ti, deje de buscar otras chicas, las carreras clandestinas, todo por ti. Quiero que te sientas orgullosa de mí. Te amo Débora; Quien diría que me enamoraría de mi hermanastra la monja.

Reímos

-          Ya no soy monja. Ahora soy una mujer que quiere sentirse amada como nunca.

-          Yo te amare, pero también te voy a hacer gritar el Padre Nuestro, el Rosario y todo lo que hayas rezado en ese lugar. Seré tu diosa

-          Cállate y mejor demuéstralo

-          Como usted me lo pida, su majestad- respondió

Y de esa manera terminamos haciendo el amor, devorándonos con pasión. Esto no podía ser pecado, lo que sentía era amor. Amor del bueno, puro y verdadero. Por el cual deje mis hábitos para comenzar de nuevo. Cuando existe amor, vale hacer sacrificios.

FIN