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Tú cornudo, yo placer

en Hetero: Infidelidad

Desde el primer día que conocí a mi mujer ella supo que yo sería suyo, que podría dominarme, hacerme suyo en cuerpo y alma porque cuando me cruce con ella por la calle me miró a los ojos y yo los bajé al suelo impresionado por su mirada.

Ella se llama Concha, tiene un culo de muerte, unos muslazos acogedores, unas tetas túrgidas y considerables y una mirada que te clava en el suelo y te deja sin habla.

Debe de leer el pensamiento porque desde los primeros días de hacernos novios se fue apoderando de mi voluntad poco a poco, con mimos, con ternura, hasta que consiguió que le contara mis sueños más ocultos, mis fantasías más perversas de esas que aunque las tengas jamás se las contarías a nadie. Pero ella sonreía y me besaba después de oírlas, sin darles mayor importancia. Yo le juraba amor eterno pasara lo que pasara, porque la quería con toda mi alma, hasta el punto que la consideraba mi señora, mi dueña y señora, mi ama, la dueña de mi destino. "Me gustaría entregarme a ti en cuerpo y alma", le había dicho en más de una ocasión.

Pero ella sonreía y sólo contestaba que a lo mejor algún día me tomaba la palabra. "Hazlo", le decía yo, "tómamela y conviérteme en tu sumiso esclavo porque te seguiré queriendo hasta que me muera".

Y nos casamos. La noche de bodas fue espectacular porque cuando ella se quitó el vestido de novia y lo dejó sobre la cama apareció ante mi vestida con un corsé precioso, unas medidas negras y una braguita tipo tanga transparente tal y como yo le había dicho que me gustaban. Se echó sobre la cama y me llamó a su lado, me beso y me llevó la cabeza a su sexo para que la lamiera por encima de la braga, sin quitársela, me dijo. Y yo lamí y lamí sobre la tela hasta que conseguí mojarla y que su sexo apareciera jugoso tras las braguita.

- Ahora apártate que le toca a mi amante –me dijo, mientras me empujaba a un lado de la cama.

- ¿Cómo?

- Sí, es que tengo un amante que está casado. Lo conocí antes que a ti, lo quiero con toda mi alma y como está casado y no podemos vivir juntos decidimos que yo enamoraría a un sumiso para que se casara conmigo y así poder disimular, tener cobertura y no llamar la atención. En cuanto te miré supe que era sumiso y que ibas a ser feliz con esta situación.

Y para comprobarlo me echó mano a los huevos y a la polla y se cercioró de que sí, de que efectivamente estaba dura, más dura aún que lo que ella conocía y sin visos de que se me bajara. Y me quedé clavado, claro, por esta evidencia y porque aunque le había comentado que en mis fantasías ella era mi dueña y señora que tendría libertad para todo mientras que yo no podía ni acariciarme sin su permiso y tener placer sin que ella lo supiera, no me esperaba aquello, así tan de pronto, tan de repente. Porque una cosa son las fantasías y aquello ya era la realidad.

La dura realidad. Tan real como que después de apartarme y ver como se abrazaban y él se la metía en su jugoso coño, en el coño que yo había preparado, mi polla seguía dura y dura, sin poder evitarlo.

Y se pusieron a follar delante de mí, en mi lecho nupcial, mientras que yo me senté en un sillón, los miré y me acaricié ciertamente excitado no sé si por la humillación, por verlos allí, por saberme cornudo y sumiso, o por todas estas cosas a la vez. "Mi coño es tuyo", le repetía ella a su amante sin parar, "siempre será tuyo, y de no ser así te pagaría lo que sea para tenerte en mi coño todos los días de mi vida", añadía ella muy descocada y desenfrenada, mientras lo abrazaba, lo rodeaba por detrás con sus muslazos y lo atraía hacía ella clavándole los talones en sus costillas.

Pero desde aquella noche, desde "mi" noche de bodas, yo llevo las braguitas en casa porque ella me coloca todos los días las que se quita, su amante viene a casa cuando quiere a follar con mi mujer porque a él le apetece o porque ella lo ha llamado cuando ya no puede aguantar más su excitación que, paradójicamente, yo le he provocado porque en el contrato que firmamos la misma noche de bodas yo me comprometía a acariciarla sólo con mi lengua en su culo, estándome prohibido lamerle el coño a no ser que éste anduviera tapado por la braga.

Su amante no quería que yo profanara tan sagrado lugar, así que a mí se me reservaba el culo al que yo lamía y lamía provocando en ella una mayor excitación y, por añadidura, que ella llamara vehemente a su amante para que viniera a follarla y satisfacerla. He de advertir que según me decía Concha, su amante era un tipo de esos que dicen guapo, tío bueno, bien formado, alto, corpulento y con una buena polla. Un tío de esos –añadía-, por el que las mujeres se pirran y se vuelven locas, y que es envidiado por muchas mujeres y probado, seguramente, por elegantes y hermosas damas que se volverían putas al tener este macho dentro de ellas.

Esta ha sido mi vida pues yo trabajo para mantenerla a ella y por supuesto, todavía no la he follado porque su amante no quiere. Me limito a lamerle el culo, o a masturbarme mientras que ellos follan pero sin correrme porque ella me tiene dicho que si me corro, la pierdo de vista. Sabe que teniéndome constantemente excitado por un deseo que nunca podré satisfacer me volverá más dócil y sumiso. Y yo la obedezco porque la quiero, de verdad, y porque me excita que ella me domine, me sojuzgue y me humille obligándome también a chupársela a su amante cuando a éste se le baja y se le pone floja. O a lamerle a ella el culo para que se excite, se ponga más jugosa y su amante pueda así follarla mejor. Cuando está debidamente excitada por mis caricias, ella me aparta y entonces aparece en escena su amante, que se la folla debidamente mientras yo miro y observo como follan y follan en la cama, esperando que me ella me llame para cualquier cosa que se le antoje.

- Cornudo, tráeme los preservativos y pónselos a mi amante –me suele decir.

Y yo cada día la quiero más porque ella es maravillosa, me comprende y me da todo lo que había soñado, ya que además de ponerme los cuernos sin ningún recato, presume de ello ante sus amigas. Todas ellas saben que soy un cornudo sumiso y que gozo mucho viéndola follar con otro. Hasta tal punto que muchas veces cuando sus amigas me ven de noche por la calle, me paran, me llevan a un sitio oculto, tras una esquina por ejemplo, y bajándome los pantalones me aprietan los cojones, me los estrujan mientras me dicen que soy un cornudo.

-         Te gusta ver a tu mujer follar con otro, verdad cornudo –me suelen decir.

Y yo claro confieso que sí, que me gusta excita mucho ver a mi mujer follar con otro, mientras que yo no puedo llegar al orgasmo porque yo no tengo derecho al placer y ella sí. Ellas asienten, se ríen y siguen apretándome los huevos, acariciándome mi polla dura y saboreando el placer de ver como me excita ser un cornudo sumiso y humillado. He de confesar que todas sus amigas tienen un papel en el que mi mujer les autoriza a hacer conmigo lo que se les ocurra, excepto que me corra. Y por eso, cuando me cruzo con alguna en la calle, antes de llevarme a algún sitio, me enseñan el papel firmado por mi mujer en el que pone que debo obedecer en todo al portador de ese papel. Y yo, claro, me dijo hacer.

Mi mujer es maravillosa, ya lo he dicho, y a veces cuando queda con su amante, me envía a casa de alguna de sus amigas con un papel metido en un sobre que he de entregarle a la que ella haya elegido. No sé si se sortean entre ellas cual va a ser la beneficiaria de mis servicios, pero no me extrañaría. Cuando llegó a casa de la amiga de turno, le entrego el sobre, ella lo abre y se dispone a cumplir lo que mi mujer ha escrito en el papel. La última vez su amiga me echó sobre la cama, me dio el teléfono y me dijo que esperara.

Al rato llamaron y su amiga lo cogió, se rió y dijo que de acuerdo. Luego, me dio el teléfono para que lo cogiera y por el auricular oí como mi mujer jadeaba, pues se conoce que andaba follando desenfrenada con su amante. Entre jadeo y jadeo ella me informó que iba a ser azotado en el culo por su amiga, mientras que ella gozaba con su amante. "Tú dolor y yo placer, cornudo mío", me dijo, mientras seguía jadeando. Yo ya sabía que es lo que tenía que hacer así fue que le dije que sí, y levanté mi culo para ofrecerlo al castigo de la zapatilla de su amiga. Mientras oía por el auricular como mi mujer gozaba con otro, comencé a gemir de dolor y placer al recibir los zapatillazos en mi culo. Fue fantástico, pues sentía que mientras ella llegaba al orgasmo, yo andaba allí recibiendo zapatillazos en mi culo. No lo pude evitar y me corrí al unísono con mi mujer, a la que tanto quiero, y que tanto me ama.

Esto es una fantasía porque soy soltero, pero si alguna mujer quiere conocerme puede escribirme a sumis_8@yahoo.es

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