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La chica sumisa y el cornudo

en Hetero: Infidelidad

Marta era morena, de pelo largo y lucía un tipo de avispa, con cintura estrecha un buen culo y unas buenas tetas, aunque no exageradas. La verdad es que cuando la saludé con dos besos en las mejillas no me imaginaba por qué  ella no encontraba a un hombre. Sería muy exigente, me pensé, de esas chicas que buscan al tío perfecto y hasta que no dan con él no paran. 

O incluso una de esas chicas que si no conocen a su hombre soñado, se quedan solteras. Prefieren la soledad a estar mal acompañadas. Hay mujeres muy selectivas y no comparten su tiempo con cualquiera. Prefieren la soledad. Y probablemente ella sería de éstas porque era culta, educada, ganaba lo suficiente para vivir holgadamente y además era de buena familia.

Todo esto me rumiaba mientras cenábamos y charlábamos de cuestiones intrascendentes, hasta que una vez llegado el momento de la despedida, me ofrecí a acompañarla  acasa. Caminamos por la calle y ya a solas, le expuse mi extraña porque siguiera soltera, sin pareja, siendo, como parecía, una mujer excepcional: inteligente y muy buena. Gracias, me dijo, ella para agradecerme el cumplido, pero me explicó que estaba sola por su propia voluntad, porque había tenido una relación que se había roto y no pensaba mantener otra, ni buscar a otro tío. Estaba todavía enganchad por él. Y no te imaginas cuánto, me explicó.

Me imaginé que él estaba casado y se lo dije, pero ella me explicó que en realidad no lo estaba, pero que como si lo estuviera. Entramos en un pub y tras unas copas nos fuimos sincerando los dos. Yo le comenté que no encontraba a la mujer de mis sueños y ella, que era psicóloga, me dijo que se imagina por qué. Quizás había tenido en la infancia la influencia de una madre dominante y un padre algo más complaciente; que quizás ella me habría castigado y dado unos azotes; que quizás hubiera tenido hermanas mayores y que yo fuera hijo único; que quizás  fantasease con mujeres fuertes…No dije nada y la saqué a bailar. La abracé por la cintura y ella pegó su mejilla a mi mejilla.

- ¿Quizás te masturbas pensando en mujeres vestidas de cuero? –me preguntó  al oído.

 

No contesté, avergonzado, porque había acertado en todo. Y ella lo sabía. Y ella sabía que yo lo sabía, porque bajó mi mano a mi entrepierna y tocó mi polla dura.

-  ¿Quizás estás soltero porque sueñas con ser el esclavo de una mujer dominante y a todas las que les confiesas tus fantasía huyen porque te toman por un enfermo pervertido?

 

Volvía a acertar. La verdad es que me daba miedo porque parecía conocerme profundamente, hasta lo más recóndito de mi mente, mis deseos y mis fantasías.

- No tengas miedo. No te asustes. Te comprendo porque yo soy igual que tú.

Y entonces me confesó que había estudiado psicología para conocer, para saber más de ella porque desde muy niña tenía fantasía y deseos de ser esclava, sumisa, perra y puta. Su padre dominaba a su madre, que era muy sumisa y lo complacía en todo con placer. Esa situación de su madre le extrañaba, pero también la excitaba. Porque veía a su madre sonreír y ser feliz mientras su padre la dominaba. 

Incluso había visto como en su dormitorio él la trabaja como una perra, como una zorra y ella caminaba complacida a cuatro patas mostrándole el coño y suplicándole que la follaran.  Desde su escondite había deseado ser ella, se la dominada por su padre y se masturbaba frecuentemente con esa imagen. Después estudió psicología para conocerse y ahora preparaba el doctorado con una  tesis sobre la “Dominación sexual”. Para realizarla había puesto anuncios en web de Sadomaso, había conocido a varios Amos, a varias sumisas e incluso había iniciado una relación que la había marcado y todavía la marcaba.

- Estoy muy buena, soy guapa e inteligente, pero no te enamores de mí –me advirtió. No quiero hacerte sufrir porque mi cuerpo, mi coño y mi mente pertenece a otro tío.

 

Me encogí de hombros y me explicó que había conocido a un chico que era muy guapo, un tío bueno de esos por el que todas las chicas suspiran. Un ejecutivo acostumbrado a hacerse obedecer, con deportivo y selecto club al que acudía cuando salía del trabajo. Edra de esos hombres independientes y libres que sólo follan una noche y ya no vuelven a aquedar.  No te llaman jamñas y si tú los llamas no te cogen el teléfono. A no ser qué…

-  ¿A no ser qué? –le pregunté azorado.

-   A no ser que te dejes amar como él quiere, es decir, siendo su sumisa, su perra, su puta. Yo lo fui durante dos años y todavía lo soy.

-  ¿Todavía?

-  Sí, porque tras estar conmigo como su puta zorra, conoció a otra más joven y me dejó apartada.

No lo entendía pero ella me explicó que cuando estaba con él era su puta, su perra y su zorra particular. De él y de sus amigos o de quien él quisiera. Era su puta, de verdad, porque cuando salía de la universidad se iba a su casa, le hacía las labores domésticas y esperaba a que él regresara de rodillas en la puerta, con la boca abierta, para que al entrar el pudiera meter su polla en ella y follársela. 

Después de usarla, de follarla, la mandaba a su casa  y así estuvieron hasta que él encontró a una chica más joven que ella. Él se sinceró y se lo dijo, pero ella insistió en que no la dejara, que no le importaba ser cornuda y que tuviera otras sumisas.  Entonces él le dijo que no podía, que la otra chica ocupaba el primer lugar pero que si quería podía trabajar para él y podría follarla de vez en cuando si acudía a un selecto club del que era socio y propietario. 

Y ella dijo que sí y cuando salía de la Universidad se iba allí con la esperanza de que él estuviera y poder ser follada por él. Estaba muy enamorada y le bastaba con que él le diera una palmada en el culo. Con que la mirara y le hiciera saber que era suya. Marta fue a ese club casi todas las noches; un  club de gente selecta, en el que ella (y otras como ella), era usadas por todos los miembros sin que tuvieran que dar explicaciones.

Cuando llegaba se desnudaba, se ponía una correa al cuello y entraba en el club donde podían sobarla, magrearla, follarla y usarla  de uno en uno o varios juntos y sin tener que dar explicaciones. 

Y tanto hombres como mujeres.  Su Amo podía ir o no ir, quedarse en casa con la nueva sumisa más joven, pero ella  sí acudía junto a otras en su misma situación porque él tenía allí  a dos chicas más, aparte de ella, que eran usadas, azotadas, follada o meadas al gusto de los socios.  Las tres había seguido el mismo camino. Primero novias sumisas y luego, separadas de su vida y enviadas al club si querían ser follada por él. Follada o acriadas en la mejilla. No les importaba con saber que él era su Amo. Que seguía siéndolo.

- Y que siempre lo será hasta que me muera –me aclaró ella. Por eso no te enomeres de mí. Sufrirías y no quiero que lo hagas.

- ¿Y si me gusta sufrir?

- No me extraña porque intuyo que eres muy masoca, como yo, pero las condiciones serían muy duras y no sé si podrías superarlas.

- Explícame esas condiciones, por favor.

Y ella me dijo que su Amo todavía tenía la llave de su casa, que a veces incluso, se la daba a algún amigo para que viniera a su casa y la follara. La usara. Muchos lo hacían sin ni tan siquiera decir palabra. Entraban, la cogían se la follaban y se iban. También lo hacía los tipos con los que su Amo quería hacer negocios y que acudían al piso para follarla y usarla y así conseguir mejores condiciones en el negocio.

- Esas condiciones todavía existen y existirán, así que si quieres salir conmigo tienes que aceptarlo.

No supe que decirle, pero ella sonrió y yo supe por qué. Cuando me despedí de ella en el portal de su casa  le di un beso en la mejilla y le dije que la llamaría.

- Lo sé. Sé que vas a llamar. Y sé que vas a aceptar todo lo que te diga por muy duro que sea.

- ¿Cómo lo sabes?

- Porque todavía eres peor que yo.

Y sonreí y me fui. Quizás tuviera razón,  me dije mientras llegaba a mi casa y m echaba sobre la cama. Quizás tuviera razón. Quizás tenga razón, me pensé mientras me masturbaba y llegaba a un orgasmo bestial al imaginármela en el club.

No esperé al día siguiente. Esa misma noche la llamé y le dije que aceptaba.

- Si todavía no sabes las condiciones.

- No me importa.

- Ya veremos si lo soportas.

Y entonces me explicó que las otras dos chicas sumisas que estaban con ella en el club, las dos exnovias de su Amo, se habían casado con chicos sumisos que aceptaban su situación. Que lo aceptaban todo.  El club les había buscado chicos sumisos de esos que tanto abundan por Internet y ellas, incluso, habían podido elegir. Que ella no lo había hecho porque prefería estar sola, pero que le atraía la idea de ser switch (BDSM) y dominar a su marido. Porque siendo una buena sumisa sería una excelente Ama.

- Para saber mandar hay que saber obedecer, lo dicen en el ejército.

Y era verdad, porque ella me demostró que sabía mandar, dominar y someter. Porque en los siguientes día fui cumpliendo etapas, aprendiendo y sometiéndome a sus caprichos. Para empezar me había puesto un cinturón de castidad CB-6000 para impedir que me masturbara, no podía tocarla sin su permiso, su coño no podía lamerlo como no hubiera estado antes follado por otra y sus tetas jamás podría tocarlas, besarla o lamerlas. Eran mi fruto prohibido, me dijo. A cambio podía lamerle el culo todo el tiempo que quisiera, siempre que a ella le apeteciera claro.

- Pero piensa que cuando me lames el culo, me excitas y me dan ganas de follar. Así que te haré más cornudo.

Cornudo. Esa era la palabra. Porque  nos casamos y me convertí en su cornudo sumiso en permanente castidad, con un cinturón cuya llave tenía su Amo. Tenía las dos llaves: la de su casa y la de mi castidad, es decir, la de mi placer  porque sólo era ordeñado por ella, delante de su macho, una vez al mes más o menos mediante el procedimiento de la “masturbación protática” que vacía los testículos pero no provoca orgasmo, por lo que al no sentir el placer seguía estando constantemente excitado, deseando satisfacerme pero sin poder hacerlo. Y por tanto más sumiso. Ella me azotaba delante de su Amo cuando a este no se le ponía dura con objeto de que así se excitara y pudiera usarla y follarla mejor.

Un cornudo que llevaba siempre bragas para que al verme su Amo se sintiera más macho, el macho Alfa y la follara a ella mejor. Un cornudo que asistía  y veía como mi mujer era usada y follada cuando venían los amigos de su Amo con la llave. O  en el mismo club al que la acompaña y donde trabaja de camarero, junto a los maridos de las otras sumisas. Desnudo, con una pajarita en el cuello, unas braguitas tanga y el cinturón de castidad,  y una bandeja en la mano, veía como a mi mujer le metían mano, la sobaban o la follaban, mientras yo les servía las copas a los que me hacían cornudo.

Porque llevaba una chapa colgando en el pecho en el que constaba que era el cornudo de Marta 03. De la perra Marta 03.  Y cuando los clientes cogían a una perra, pongamos que a la perra 05, el marido cornudo 05 de esa perra era el encargado de servirles. Estaba todo muy bien planificado. No había dudas.

Incluso estaba previsto el problema de la descendencia porque con el fin de que las sumisas tuvieran genes de buena calidad, no eran preñadas por los cornudos de sus maridos (machos inferiores), sino por los macho Alfa que tenían allí a sus sumisas. Además a todos ellos les gustaba follar a preñadas, se excitaban haciéndolo y durante el embarazo las sumisas acudían todavía más al club para ser folladas y usadas, aún preñadas. Bueno, mejor aún para ellos, eso decían, porque se obtiene un placer especial follando a la preñada de un cornudo. Eso decían y dicen.

A mi me tocó una noche en la que su Amo quiso tener más hijos (ya tenía varios de varias sumisas),  y además quería follar a mi mujer preñada de su hijo. Así que  tuve que asistir al momento vestido con bragas y el cinturón de castidad,  y además colocarle a él la polla en el coño de mi mujer, además de suplicarle que me preñara a mi mujer. Y varias veces.

-  Por favor préñame a mi mujer y hazme cornudo de por vida. Te lo suplico.

Porque de eso se trataba: de que yo lo criara, lo viera crecer y me recordara constantemente que era un cornudo.  Y eso he hecho estos años. Ahora el  Amo de mi mujer dice que quiere tener otro y por eso le he estado poniendo  a mi mujer un aparato en su vagina que mide la fertilidad y el momento en el que está más favorable para ser preñada.  

Hoy es el día más favorable y por eso he llamado a su Amo para que venga a casa a preñarme a la mujer.  Lo de llamarlo es un decir, porque en realidad he tenido que suplicarle, mientras mi mujer, Marta, me azotaba el culo, me llamaba cornudo y me decía lo dura que tenía la polla. O el pito, como ella lo llama.

- Cuando más cornudo te hago y eres, más disfrutas. Sabía que eras masoca, pero no tanto. Me haces muy feliz cariño.

- Te amo –le dije.

- Yo no te amo, pero te he cogido cariño. Ya sabes a quién amo, quién es el amor de mi vida y a quién pertenece mi cuerpo, mi coño y mi mente. Te lo advertí.

- Lo sé, amor mío. Lo sé.

- ¿Te arrepientes?

- No, lo volvería a hacer.

- ¿Te he hecho sufrir?

- Mucho, amor mío.

- Pero, ¿has gozado?

- Si, mi Ama; sí, amor mio.

- Entonces vuelve a llamar a mi Amo y suplícale todavía más  que venga a follar y preñar a tu mujer.  No quiero que se me pasen estos días y no me preñe.  Lo echo de menos. No puedo vivir sin él. Lo sabes.

Y eso hice. Ahora estamos esperándolo. Ella a cuatro patas con el culo en pompa frente a la puerta para que cuando entre la vea ofrecida, expuesta y dispuesta para ser follada. Y  preñada. Y yo desnudo, de rodillas, con el cinturón de castidad, las bragas y con una bandeja con un vaso de whisky escocés. Como a él le gusta.

 

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