miprimita.com

Consolando a Juan

en Hetero: General

Conozco a Juan desde hace 10 años. Para mí es como un hermano, aunque tengo que admitir que siempre me ha atraído terriblemente. Me encanta la complicidad con que me mira ante una de mis ironías o la forma de darme los dos besos de despedida… pero siempre nos hemos respetado. Bueno… al menos hasta la semana pasada…

El sábado habíamos quedado todos los amigos en casa de Juan para cenar. A pesar de haberme retrasado bastante, fui la primera en llegar… me extrañó.

¿Cómo es que aún no ha llegado nadie?- le pregunté

Verás Mari… Sara me ha dejado ésta mañana… Intente avisarte, como a todos, pero me fue imposible localizarte… No me apetecía nada tener el piso lleno de gente…- me dijo triste, mirando al suelo.

Sara era la chica con la que llevaba saliendo unos meses. Le dije que de todas formas tendría que cenar algo y me ofrecí a ayudarle.

Entramos en la cocina y preparamos una ensalada y algo de fiambre. Mientras yo cortaba los tomates él me dio a probar un poco de jamón y ese sencillo gesto de comer de su mano mirándonos a los ojos me excitó, pero bromeé para que no se diera cuenta de mi turbación.

¿A que está bueno?

De muerte… estás de muerte… ¡El jamón! El jamón está de muerte, quise decir, jajaja.

Jajaja… te has delatado Mari…- y me guiñó un ojo.

Él empezó a jugar con la comida pero apenas probó bocado. Me partía el alma el verle así. Le pregunté si quería que me fuese o si le apetecía charlar o ver una película. No tenía ganas de charlar así que nos decidimos por una película de misterio para que estuviera distraído. Preparó unas palomitas en el microondas y nos fuimos al salón. Apagamos las luces, nos sentamos en su sofá de dos plazas y nos dispusimos a ver el dvd.

Juan puso las palomitas en mi regazo y a medida que las comíamos y él rebuscaba más al fondo, yo me hacía más consciente de que su mano y mi sexo estaban separados por pocos centímetros; un poco de tela y una bolsa de papel. Esta situación, unida a que notaba el calor de su piel al rozar mi muslo con el suyo a veces, sí que me estaba calentando… pero él parecía no darse cuenta. Llegué a un punto en que, con la respiración agitada, el vello erizado y los pezones totalmente duros, decidí darle la bolsa a Juan como si ya no quisiera más palomitas.

La película era muy larga y cuando acabó era demasiado tarde. Juan me pidió que me quedara con él.

¡Mira que hora es!, no puedo dejar que te vayas sola y, la verdad, no me apetece nada salir… quédate a dormir, anda… por favor…

Vale me quedo, dame unas sábanas y me preparo el sofá.

¡De eso nada! Es una tontería que duermas incomoda en el sofá y yo, desde luego, me niego a abandonar mi cama.

Y acepté. No era la primera vez que dormíamos juntos, aunque sí la primera vez que íbamos a estar completamente solos. Otras veces habíamos dormido en tiendas de campaña pero con más amigos.

La perspectiva de tenerle tan cerca toda la noche me volvió a excitar. Necesitaba darme una ducha fresquita antes de acostarme, tenía que relajarme. Para no ponerme otra vez las mismas braguitas le pedí que me dejara algo de Sara.

¿No tienes algo de ropa interior femenina que pueda utilizar? No tenía previsto nada de esto…

Sara se lo ha llevado todo ésta mañana, pero te puedo dejar unos boxers míos…-dijo riendo.

Jajaja, supongo que servirán – dije riendo a carcajadas, mientras observaba los boxers blancos con corazoncitos que me daba.

Me puse su ropa interior pero él es demasiado grande y me quedaba enorme, también me dejó una camiseta de baloncesto.

Cuando me eché en la cama me tapé hasta el cuello esperando que Juan saliera de la ducha, pero hacía demasiado calor y me destapé. No creía que él se fijara demasiado en mí.

Juan entró a la habitación con un slip ajustado y me puse muy nerviosa, aunque intenté actuar con naturalidad… como si nada pasara.

Hace calor ésta noche, ¿te importa que deje la ventana abierta?

No, no me importa… ¿estás mejor? ¿te ha servido de algo mi compañía?

Sí, siempre consigues hacerme reír… pero no sé…estoy confundido, me parece mentira no estar con Sara… no volver a estar con ella…

Me volví de su lado y rápidamente coloqué bien la camiseta, casi se me salía el pecho por la escotada sisa. De esto sí que se dio cuenta Juan y me sonrojé. El se limitó a sonreírme y seguimos charlando.

Cuanto más me hablaba de Sara, de su forma de abandonarle, más triste volvía a estar. No pude evitar acariciarle el pelo tiernamente y entonces me abrazó llorando. Tenerle tan cerca de mí, oliendo su pelo, sintiendo como temblaba a cada sollozo… ufff, me puso a mil. Me sentía fatal por estar así mientras él se encontraba tan mal. Un buen rato después, mientras se disculpaba por ser tan tonto (a mi me parecía encantador), le di un beso en la mejilla, pero por la posición que teníamos el beso llegó a poca distancia de la comisura de su boca. Volví a sonrojarme pero ya no era sólo de la vergüenza, era también por lo caliente estaba otra vez.

Juan se apartó un poco y me miró a los ojos. Entonces nos besamos y ya no pudimos parar. Se colocó sobre mí y sentir su peso fue algo maravilloso. Se movía como si hiciéramos el amor pero aún teníamos la ropa puesta. Notaba su potente erección y me mareaba al sentir sus manos sobre mis pechos. Pellizcaba mis pezones por encima del fino tejido de la camiseta y los puso duros como piedras, luego apartando un poco la tiranta sacó una de mis tetas y empezó a morderla y chuparla llevándome a las puertas de la gloria…

Mientras me besaba el cuello y me mordía los hombros, mis manos iban de su espalda a su pelo, donde se enredaban mis dedos, y de su pelo a su espalda como si hubieran recorrido ese camino desde siempre. En uno de esos viajes metí las manos bajo el slip y apreté sus nalgas atrayéndole más hacia mí. El se apartó un momento y me miró, parecía que me preguntara si estaba segura de lo que iba a suceder… pero yo no estaba dispuesta a renunciar a tener a Juan dentro de mí. Le respondí con otro gesto; me quité la camiseta.

Él se desprendió de su ropa interior y a los pies de la cama le vi desnudo por primera vez. Casi me quede sin respiración. El pene de Juan era el más grande y el más bonito que había tenido tan cerca. No me pude contener y me abalancé sobre él. Sentada en el filo de la cama comencé a lamerlo como si fuera un helado, de abajo a arriba, pero sin tocar el glande, masajeando sus testículos al mismo tiempo. Oírle gemir era para mí la mejor de las melodías y la más excitante. Sus manos acariciaban mi pelo y sujetaban suavemente mi cabeza para intentar dirigirme, le dejé hacer y pronto sentí la punta de su verga en mi garganta. Toda no me cabía y me ayude de mi mano, que embadurne de saliva, para masturbarle. No tardó mucho en empezar a suspirar más fuerte.

¿Qué me haces?...me estás volviendo loco…

No varié el ritmo y me concentré en sentir sus sacudidas y el sabor de su semen en mi boca…

Se arrodilló y me abrazo muy fuerte, se apartó y comenzó a besarme dulcemente. Me acariciaba los hombros y la espalda y traía las manos hacia delante llegando casi al nacimiento de mis pechos.

Levántate…- me susurró al oído. Una ola de placer me invadió al sentir su aliento y otra cuando me lamió el lóbulo.

Juan empezó a besar mi vientre mientras sus manos se colaban bajo los boxers que ya estaban chorreando y acariciaba mis nalgas, las amasaba y yo jugaba con su cabello, moreno y muy corto. Me terminó de desnudar. Era la primera vez que veía mi sexo. Sin un solo vello lucía brillante por lo excitada que yo estaba y Juan comenzó acariciando las ingles, los labios por fuera… Me echó sobre la cama y continuó con las caricias. Yo necesitaba sentirle más adentro y me elevaba buscando sus manos, intentando que me acariciara el clítoris o que me penetrara con un dedo, pero él se apartaba disfrutando con mi desesperación, hasta que al fin su dedo índice exploró la humedad que se desbordaba de mí. Mi gemido fue casi un grito y él introdujo también el dedo corazón... metía y sacaba sus dedos con una cadencia maravillosa y una vez dentro los movía, los giraba y… me estaba matando… Sin sacar sus dedos llevo su boca a mi coño y besó las ingles, lamió los labios y acarició con su dulce lengua mi anhelante clítoris. No podía dejar de suspirar, mi cuerpo se estremecía, mi vello se erizaba… me estaba llegando un orgasmo brutal.

Juan me besó el ombligo y se recostó a mi lado. Le besé. Tenía mi sabor en la boca, tenía mi olor en sus manos, pensarlo no me dejaba relajarme; seguía excitada.

Acaricié su verga con la mano hasta que estuvo a punto y me senté sobre ella. Le cabalgué con rapidez, casi con desesperación. Mientras estallaba de nuevo mi placer, él me pidió que gritara y vaya sí grite…

Sí… así… que bien… me encanta oírte… me encanta oír como te corres…- me decía con voz melosa y los ojos entrecerrados.

Mientras recobraba el aliento cambiamos de postura. Me colocó de rodillas al borde de la cama, apoyé mis codos y me penetró desde atrás… La sábana rozaba mis pezones con el vaivén de las embestidas de Juan y me producía una sensación fantástica. Esto, unido a que ésta postura propiciaba que la penetración fuera más profunda, me llevó a presentir un nuevo orgasmo. Comencé a dar pequeños grititos entrecortados y él se dejó llevar y nuestros orgasmos fueron simultáneos.

Ahora sí estábamos agotados y nos dormimos hechos unos ovillos uno junto al otro.

Por la mañana me desperté antes que Juan y me duché, me vestí y cuando estaba a punto de irme me interceptó en la puerta.

¿Te ibas sin despedirte de mí?- me preguntó y me besó suavemente los labios.

No sabía… no sé… esto es…

Es raro… sí…

Sí.

No pasa nada, ya hablaremos.

Ese mismo día Sara volvió con él. Le pidió perdón y él la perdonó. La quiere. Y yo le quiero a él, pero de otra forma.

No creo que hablemos nunca de lo que pasó. Es mejor dejar las cosas como están. Nos hemos visto dos veces desde entonces y lo hemos llevado bastante bien; creo que nadie ha notado nada diferente en la forma en que nos tratamos, y está bien