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Alberto por mis costuras

en Hetero: Infidelidad

ALBERTO POR MIS COSTURAS

Alberto fue la mejor despedida de soltera que podría haber soñado. Era un destacado diseñador y amigo de la familia de mi novio. Su regalo de boda sería mi vestido de novia y quería conocerme para comenzar con los bocetos. Yo ni siquiera había pensado en ir de blanco, en mi primera boda me sentí como una tarta de merengue, así que acudí a la cita con desgana. Además, a última hora Javier, mi novio, me dijo que no podría venir conmigo.

Me presenté en casa de Alberto con una botella de vino que no pretendía ni probar, malhumorada por la sensación de perder el tiempo, con la de cosas que tenía que preparar para la boda…

Toda mi mala predisposición se esfumó cuando él abrió la puerta. Se podría decir que fue un flechazo. Su sonrisa me sedujo de inmediato y cuando cogió mi mano entre las suyas deseé que pasearan por el resto de mi cuerpo.

Hola Mar, encantado de conocerte al fin.

Igualmente.

¿Y Javier? ¿Vendrá más tarde?

No, le va a ser imposible.

Casi mejor, así podré concentrarme en ti.

Sonreí ante su broma, pero pensé que sería maravilloso que efectivamente se concentrara en mí.

- Pero te manda esto. – le di la botella de vino

Bien, ira perfecto con lo que he encargado. Hubiera cocinado yo, pero he tenido un día terrible y tampoco soy un gran cocinero. Mientras llega la cena te enseño mi casa. Ven.

Recorrimos las habitaciones y Alberto me hacía de guía. Había viajado mucho y tenía recuerdos de todos los países que había visitado y libros amontonados en cada rincón. Me enseñó su taller, una gran sala con tres espejos dispuestos en u, una enorme mesa para cortar, una pared llena de dibujos, patrones, telas, vestidos por acabar…

Me hizo subirme a una tarima que había en el centro y me observó. Probablemente en su cabeza me estaba vistiendo pero a mí me daba la impresión de que me desnudaba con su mirada.

Llamaron a la puerta, era la cena.

Cenamos y luego nos acabamos el vino viendo fotos de sus vestidos en distintos desfiles. Eran espectaculares.

Yo quisiera algo muy sencillo.

No te preocupes, ya sé cómo te voy a vestir. Confía en mí.

Y confiaba en él. Su voz, su manera de expresarse, su sonrisa… me tenía fascinada, me transmitía serenidad, seguridad.

De pronto eran las dos de la mañana y me apresuré a despedirme. Me acompañó hasta mi coche y me besó en la mejilla.

Ven la semana que viene, por la tarde, tendré todo preparado. Elegiremos los tejidos y te tomaré las medidas.

Aquí estaré.

El vino y Alberto me habían excitado. Cuando llegué a casa desperté a Javier y le hice el amor salvajemente. A mi mente acudían las manos de Alberto, lo que podrían hacerme sentir esas manos. Sus ojos, la forma en que me miraba.

Pasé la semana pensando en la próxima cita. Iría sola gracias a la bendita costumbre que prohíbe al novio ver el vestido de la novia antes de la ceremonia.

Llame a la puerta nerviosa, ni su sonrisa al abrirme me calmó ésta vez.

Me encantó el diseño que había hecho para mí. Elegí las telas rápidamente, deseando que llegara el momento de que me midiera. Y al fin llegó.

Mar, por favor, descálzate.

Se puso frente a mí. Midió mi cuello apartando mi pelo y haciéndome estremecer. Casi me abrazó para pasar el metro por mi espalda y medir mi contorno de pecho, que rozó levemente. Mi cintura. Mis caderas. Mi altura. Mis brazos… Recorrió mi cuerpo entero y yo lo sentí como caricias que aumentaron mi deseo.

Habíamos permanecido en silencio. Él concentrado en su trabajo, yo… en no gemir.

Cuando oí su voz de nuevo abrí los ojos, no era consciente de haberlos cerrado y me ruboricé.

Ya tengo todo lo que necesito. ¿Te apetece una café?

No me gusta el café, si tienes un zumo o un refresco mejor.

Sí, creo que algo de eso habrá.

Charlamos el resto de la tarde. Alberto era una fuente inagotable de anécdotas divertidas y me hizo reír hasta el borde de las lágrimas. Al despedirnos me volvió a besar en la mejilla, pero ésta vez mucho más cerca de la comisura de mis labios.

Nos vemos en tres días y trae la ropa interior que vayas a llevar en la boda, para cuidar que ninguna transparencia la deje a la vista. Y los zapatos también, para ajustar el largo.

De acuerdo, así lo haré.

El día de la cita estaba furiosa, mi madre se había empeñado en venir a ver la primera prueba y no me había podido negar. Creí ver una sombra de decepción en la mirada de Alberto al abrir la puerta y ver que traía compañía, pero fue encantador, como siempre.

Mientras mostraba a mi madre el vestido y le explicaba los pormenores del diseño me cambié de ropa tras el biombo que había en el taller. Avisé de que estaba lista y ella me ayudó a ponerme aquella maravilla.

Cuando salí Alberto ensanchó su sonrisa. Me subí a la tarima y me observé en los espejos. Mi madre no pudo reprimir la emoción y buscaba desesperada un pañuelo en el bolso.

Necesitaba algunos retoques, él se acercó con alfileres que utilizó para entallarme el vestido. Metió las manos por debajo de la falda para colocar bien las pequeñas pesas interiores que servían para estilizar la figura y en la maniobra rozó mis piernas que de inmediato comenzaron a temblar.

Sonó un móvil, el de mi madre. Tenía que irse, me llamaría luego. Se despidió apresuradamente y me quedé a solas con Alberto.

Tendré que ayudarte yo a desnudarte, no sea que te claves algún alfiler.

Sonreí nerviosa.

Me tomó de la mano para que bajara de la tarima, desabrochó lentamente los pequeños botones de la espalda y me sacó el vestido por la cabeza con mucho cuidado. Quedé con el conjunto de encaje de mi boda delante de él.

Espectacular. Javier es un chico con suerte.

Me ruboricé, pero no me moví. Se arrodilló ante mí y me quitó los zapatos de tacón. Desprendió las medias del liguero y las deslizó por mis piernas, lentamente. Besó mis pies desnudos y no pude callar un suspiro. Me rodeo por las caderas y me quitó el liguero mientras me miraba a los ojos. Se levantó, se puso detrás de mí. Me desabrochó el sujetador, acarició mi espalda. Apartó los tirantes y besó dulcemente mis hombros. Noté su erección entre mis nalgas. Me terminé de quitar la prenda y me di la vuelta.

Nos besamos. Primero apenas un roce de labios. Luego, al tomar sus manos y ponerlas sobre mi pecho, nuestras lenguas se encontraron con pasión.

Le quité todo entre caricias y besos y me despojé de las braguitas. Nos fundimos en un intenso abrazo. Sus manos me recorrían entera mientras no dejábamos de besarnos. Me apretaba contra él como si quisiera que fuéramos un solo cuerpo y nos frotábamos como si pudiéramos darnos más calor del que sentíamos. Agarraba mi culo en dos puñados, separando y volviendo a unir, abriendo y cerrando mi sexo sin tocarlo directamente. Mordía mis labios, mi lengua, mi cuello. Se separó un poco y sus manos abarcaron mis pechos, sosteniéndolos, mirándolos con devoción, pasando sus pulgares sobre mis pezones, entrecortando mi respiración. Acercó su boca a ellos, rozándolos con los labios, lamiendo… y luego succionando, hambriento. Mis manos enlazadas en su nuca, mis ojos observándolo todo en los tres espejos.

Le llevé a apoyarse en la pared y me arrodillé frente a él. Acaricié sus piernas, el interior de sus muslos hasta su sexo y tomé su verga entre mis manos. Lamí sus huevos, introduciéndolos en mi boca, tirando suavemente. Deslicé mi lengua por todo el tronco varias veces sin tocar el glande, quería volverle loco. Paré y le miré a los ojos, agarró su polla y rozó mis mejillas con la punta, humedeciéndolas con sus fluidos y luego mis labios, que se abrieron para albergarla entera. Chupé despacio, larga y profundamente y luego más rápido, casi con furia, reprimiendo mis deseos de morder, para volver al ritmo pausado otra vez. Alberto intentó apartarme.

Mar, para, que me voy a correr- me dijo entre gemidos.

Pero es lo que quería, necesitaba sentir su orgasmo en mi boca y no paré. Sentí su eyaculación cálida, dulces chorros que me inundaban, que se desbordaban. Él temblaba aún cuando limpié su verga con la lengua, relamiéndome.

Alberto me sentó en el borde de la enorme mesa de cortar y abrió mis piernas al máximo. Lamió mi coño con avidez, su lengua alternaba el recorrido de mis labios con la penetración en mi vagina. Cuando estaba casi llegando al clímax se incorporó y continúo sus caricias con el glande, haciendo hincapié en mi clítoris, sin llegar a introducirse del todo en mí. Yo adelantaba mis caderas en un intento de que entrara, de que me llenara por completo, pero sólo lo hizo cuando comenzó mi orgasmo, consiguiendo que éste se intensificara. Le aparte y le tumbé en el suelo, me senté sobre él y le cabalgué. Alberto me amasaba las tetas, se incorporó y metió la cabeza entre ellas, lamiendo, mordiendo con los labios. Comenzó a moverse, empujaba desde abajo y la penetración se hizo más profunda, en pocos minutos sentí como su polla se endurecía más y noté su semen muy dentro de mí. La sacó y compensó el vacío que me dejó con besos tiernos.

¿Te apetece jugar?

Me encanta jugar- contesté

A mí también

Recogió un retal de seda y me llevó de la mano al salón. Me tapó los ojos y me pidió que le esperase.

Le oí revolver en la cocina y en unos segundos estaba de vuelta.

El juego consiste en que adivines qué tienes dentro, si lo adivinas tendrás un premio que te gustará, si no lo adivinas… te castigaré.

Me parece bien- estaba excitadísima y ni siquiera pregunté cuál sería el castigo.

Me tumbó en el sofá. Sentí algo frío y muy duro introducirse en mi coño lentamente. Me folló con eso unos minutos.

¿Sabes qué es?

Aún no… ¿me puedes dar alguna pista?

Lo sacó y lo trajo hacia mi nariz, olía a zanahoria bajo el intenso aroma de mis flujos y así se lo dije.

Te lo he puesto muy fácil. Chúpala.

Mientras lamía la zanahoria, volvió a llenarme con otra cosa aún más gruesa pero igual de fría. Parecía tener rugosidades y pensé que ya sabía lo que era.

Eso es un pepino- dije triunfal

Así es. Tendré que darte tu premio.

Dejando el pepino muy dentro de mí, empezó a moverlo en círculos y a lamer mi clítoris. No tardé en correrme.

Parece que has disfrutado de tu premio, el juego continúa.

Lo siguiente que entró en mí fue un plátano mediano y sólo lo adiviné al olerlo, así que no tuve ni premio ni castigo.

Ahora otro juego que espero que te guste. No tienes que adivinar nada. Sólo divertirte.

Un cubito de hielo recorrió mis mejillas, mis labios, lo lamí. Alberto lo metió en mi boca y lo compartimos con un beso. Nuestras lenguas jugaban con él y entre ellas hasta que se fundió. Cogió otro y lo pasó por mi pecho. Mis pezones endurecieron como nunca los había sentido al contacto con el hielo. Lo bajó por mi cuerpo y lo hizo gotear en mi ombligo. Me colocó de rodillas al borde del sofá, paseó el hielo por mi raja y lo introdujo en mi vagina empujándolo con su lengua. Enterró otro dentro de mí con la misma técnica y comenzó a lamer mi ano. Luego sentí algo untuoso, algún tipo de lubricante con olor a fresas, un dedo que se adentraba con facilidad, dos… abriendo. El hielo derritiéndose y mojando mis muslos.

Alberto me quitó la venda de los ojos y me penetró suavemente. Su miembro caliente me produjo un estremecimiento. El hielo se fundió y mi sexo ardía de nuevo. Dejó de follar mi culo con sus dedos y me puso su verga. Fui introduciéndola poco a poco. Cuando no entraba más él comenzó a empujar mientras me sujetaba fuertemente las caderas, convirtiendo el dolor inicial en un intenso placer. Me introduje el pepino en una suerte de doble penetración, que me volvió loca.

Oírle correrse me hizo alcanzar un nuevo clímax y nos tumbamos en el sofá, agotados y jadeantes.

Había oscurecido cuándo despertamos, me duché y me arreglé rápidamente y nos despedimos con un largo beso.

Será mejor que la última prueba la hagamos en mi tienda, si esto se repite no dejaré que te cases con Javier.

Si, será lo mejor, pero me tienes que prometer que me harás más vestidos.

Prometido.

Me casé a las dos semanas, según lo previsto, y efectivamente Alberto cumplió su promesa, tengo el armario lleno de vestidos suyos