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Mi joven amante

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Mi joven amante

A veces la vida te sorprende y te enseña que no eres como creías ser. A mí siempre me han gustado los hombres mayores que yo; mi ex marido me lleva 15 años, mi novio 19. Bueno, me presento: me llamo Stella y tengo 41 años. Mido 1,70, no tengo apenas culo pero en cambio tengo bastante pecho, que resalta mucho en mi cuerpo delgado. Mis ojos son color miel y mi pelo castaño. En mi cara lo que llama la atención es mi boca por mis gruesos labios. Tengo un hijo de 20 años. A primeros de septiembre mi hijo se fue a la ciudad ha hacer sus exámenes de recuperación, desde que está en la Universidad la casa está vacía. Por nuestros trabajos a mi novio sólo le veo los fines de semana, así que paso la mayor parte del tiempo sola.

Ahora os hablaré de él, de mi amante. Se llama Alejandro, mide 1,85, es moreno y tiene unos preciosos ojos pardos. Y lo más curioso… tiene 23 años. Le conocía hacía tiempo; es del barrio, pero nunca me había fijado en él, para mí era un niño. Él sin embargo sí se había fijado en mí, es más, estaba un poco obsesionado con tenerme. Según me contó hacía meses que estaba pendiente de mis movimientos, sabía mis horarios y se hacía el encontradizo conmigo, hecho esté en el que nunca reparé.

Aquella tarde llegué cansada del trabajo, no físicamente, pero la vuelta de las vacaciones se me estaba haciendo muy dura, me di un baño relajante y no me había terminado de secar cuando llamaron a la puerta. Me envolví en la toalla y abrí apenas para ver quien era. Era Alejandro.

Hola Stella. ¿Puedo pasar?

No sabía que hacer. No quería que me viera así pero tampoco me parecía bien cerrarle la puerta en las narices. Encontré la solución:

Sí, pero espera unos segundos, luego pasa al salón y aguarda mientras me arreglo, tardo poco.

Fui rápida a mi habitación preguntándome que querría Alejandro, ni siquiera era amigo de mi hijo, igual era por algo de su madre, pero yo tampoco tenía mucha confianza con ella…

Estaba buscando unas bragas en el cajón y la puerta de mi dormitorio se abrió, me giré bruscamente y volví a coger la toalla para taparme, tarde porque Alejandro ya me había visto desnuda.

¿Pero qué haces? Sal ahora mismo, te dije que esperaras en el salón.

Perdona, no grites, shhhhhh, tranquila, sólo quiero hablar contigo.

Pues me esperas en el salón.- seguía estando enfadada pero tengo que reconocer que me excitó la situación.

En lugar de irse se acercó a mí. Estaba temblando y me dio un poco de ternura. Aún no sabía qué quería, pensé que igual había pasado algo grave. Me abrazó.

¿Ocurre algo?

Alejandro me miró a los ojos.

Ocurre que te deseo más que a nada en este mundo y voy a hacerte mía ahora.

Quise indignarme. ¿Qué se había creído este mocoso? ¿Cómo se atrevía venir a mi casa y a hablarme así? Mi cuerpo no me obedecía. En lugar de apartarle como mi razón pretendía, no me moví. Mi sexo empezó a latir y a humedecerse, mientras Alejandro me abrazaba con más fuerza y notaba su erección. Él interpretó mi inmovilidad como una negativa y se apartó.

Perdona, no debí… - decía mientras salía a toda prisa.

¡¡No, espera!!- ¿esas palabras las había dicho yo?¿Por qué?

No le digas nada a mi madre, te lo suplico, no volveré a molestarte.

No te preocupes por eso, no ha pasado nada.

Eso no es del todo cierto…- dijo mirando la mancha de su pantalón.

Se había corrido sólo con abrazarme, me excitó mucho más de lo que ya estaba.

No puedes irte así, dámelo que lo lave.

No te molestes…

Dámelo.

Se desnudó lentamente, no llevaba ropa interior y su pene salió disparado. Intenté que no notara mi calentura, pero un gemido me traicionó.

Espera, ahora vuelvo.

Pensé en lamer el pantalón, pero rechacé la idea tal como surgió. ¿Qué me estaba pasando? Ahí estaba yo, en el baño, con sólo una toalla cubriéndome, una toalla que no tocaba mis partes más húmedas, frotando con mis manos su semen y en mis retinas la imagen fija de su polla… Volví a mi habitación y me puse un vestido de andar por casa.

Tardará un poco en secarse del todo, pasa al baño mientras preparo café, ¿te apetece?

Si, gracias

Alejandro parecía un niño más que nunca, estaba avergonzado. Sin embargo yo le deseaba tanto que dolía. Le imaginé en el baño limpiando su verga. Deseé estar haciéndolo yo.

Entró a la cocina con una toalla alrededor de la cintura, pero ésta no ocultaba su erección y se me fue la cabeza. Le deseaba y era evidente que él a mí también así que antes de que se sentara a la mesa le abracé yo. Alejandro había perdido toda la decisión que me había demostrado en la habitación, o simplemente no podía creer mi cambio de actitud. Le besé y llevé sus manos a mis pechos, se amoldaban a la perfección. Sus caricias, torpes al principio, adquirieron pericia arrancando de mi garganta ronroneos de gata en celo. Nuestros besos se hicieron tan intensos que olvidamos respirar. Tenía un piercing en la lengua que hacía que no me importara el aire. Me separó para recobrar nuestro aliento y le desnudé. Admiré sus tatuajes, los acaricié lentamente y mi lengua se enredó en las anillas de sus pezones.

Me quité el vestido y volví a estar desnuda frente a él. Alejandro volvió a mis pechos, esta vez con sus labios y en uno de mis pezones nuestras lenguas se encontraron y lucharon por el. Llevé su mano a mi sexo mientras me apoderaba del suyo. Le guié en las primeras caricias en mis labios y le empujé a meter sus dedos en mi vagina mientras le masturbaba lentamente y acariciaba sus testículos. Le senté en la silla de mi cocina y me agaché sobre su verga. Mi lengua dibujó cada vena de su tronco antes de lamer su glande brillante y mojado. Su sabor saladito me embriagó, introduje mi lengua en su agujero buscando más. Chupe con ansia y profundidad y lo alternaba con suaves lamidas mientras los dedos de Alejandro acariciaban mis nalgas, buscaban mi clítoris, se introducían en mí, me rozaban el ano y volvían a mi clítoris. Las piernas me temblaban y me invadió el orgasmo en el momento en que Alejandro me sujetaba la cabeza y alzaba su pelvis para metérmela hasta la garganta.

Apenas me dio tiempo a recuperarme en el camino al salón. Me tendí en el sofá y él colocó mis piernas en sus hombros y me penetró sin miramientos. Me sorprendió con su fuerza y su resistencia y pensé que no me importaría morir así; empalada por aquel hombre que creía un niño. Perdí la cuenta de mis orgasmos y no recuerdo las diferentes posturas que aprendimos juntos aquella tarde. Sé que cuando ya mis piernas no me sujetaban le ofrecí mi boca para que me hiciera un último regalo. Alejandro intentó apartarme pero yo quería saborear ese semen dulce y cálido así que apreté los labios en torno a su polla y bebí hasta la última gota de él.

Hoy Alejandro sigue siendo mi amante, será mi amante mientras él lo desee porque yo nunca dejaré de desearle. Junto a él me he conocido, ahora sé quién soy, ahora sólo soy yo misma cuando estoy entre sus brazos.