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Ana se pone como una moto

en Hetero: General

Era un día claro de septiembre, el verano no quería acabar y el calor húmedo era sofocante. Ana se dirigía a buen paso hacia la autoescuela. Al fin se había decidido a aprender a conducir, ya era hora, tenía 35 años. Hasta el momento no había necesitado el carné, le gustaba caminar, paseaba por la ciudad, a la ida o la vuelta del trabajo, simplemente pensando en sus cosas u observando a la gente en su rutina diaria, imaginando sus vidas; de dónde venían, a quién habían dejado o al encuentro de quién se dirigían. Inventaba historias con esos rostros anónimos que se cruzaban con ella. Algunas veces eran historias tristes, otras alegres, en ocasiones eróticas…

Cuando había precisado ir en coche su marido la había llevado… pero ya no tenía marido… Una mañana le miró a los ojos y se dio cuenta de que no quería seguir a su lado, sin embargo, lo que más le dolió fue leer lo mismo en los ojos de él.

Después del duelo del divorcio (hacía casi un año), la serenidad la había embargado. Era hora de empezar una nueva vida, se sentía independiente, libre. Tener su propio coche y desplazarse a su antojo le pareció una buena forma de afianzarse en esa independencia.

Entrar al frescor de la autoescuela fue un alivio y se apresuró a cerrar la puerta tras de sí, pero en ese momento un chico empujó desde afuera. Le sonrió a modo de disculpa y él le devolvió la sonrisa.

Paco tenía 31 años, era soltero y se iba a sacar el carné para motos de gran cilindrada. Los dos acudían a las 7 de la tarde y a veces coincidían al entrar.

Ana no era muy agraciada y lo sabía, tampoco tenía un cuerpo de infarto, vivía acomplejada por su pecho, que le parecía excesivo, pero era de esas personas que gustan casi de inmediato. No le costaba nada conectar con la gente.

Pronto conectó con Paco, que empezó a parecerle muy interesante, era guapo y muy simpático. Tenía una nariz preciosa, una luz especial en sus ojos verdes y un labio inferior generoso que se moría por morder. Comenzó a sentarse junto a él siempre que podía. Ese par de horas eran las mejores del día y las más esperadas. A veces sus piernas se tocaban, a veces sus codos, y estos contactos leves y fortuitos siempre tenían el mismo efecto en ella; agitaban su respiración, erizaban su piel y la inundaban en un agradable calor.

Una tarde de lluvia Ana esperaba en la parada del autobús, estaba sumida en sus pensamientos, en lo rápido que se vuelve todo cuando empieza a llover, la gente corriendo, los coches levantando los charcos… así que no le vio llegar. De pronto apareció bajo la marquesina, empapado pero sonriente, sobresaltándola con su saludo.

Buenas tardes de nuevo

Lo de buenas es un decir… - Le sonrió.

Tienes mucha razón.- Y se rió.

Su risa era de esas que se contagian, de esas que son sinceras.

Mal día para olvidar el paraguas.- Le comentó Ana.

Yo nunca llevo paraguas, soy un tipo duro.- Y puso cara de tipo duro dos segundos para volver a reír, contagiándola.

Mañana serás un tipo duro y resfriado.

Ven, que te llevo a casa.

No te preocupes, seguro que es sólo un chaparrón y acaba pronto.

Como quieras, pero no me cuesta nada acercarte.

De acuerdo… si cenas conmigo.

Trato hecho. Pero en mi casa, que tengo que quitarme esta ropa mojada.

El trayecto hasta su coche fue corto, demasiado corto. Paco la agarró por la cintura y apretó su cuerpo contra el de ella para compartir el paraguas. Ana temía que él pudiera oír los locos latidos de su corazón.

En la cocina de Paco prepararon la cena, comieron, bebieron y charlaron. Paco era buen conversador y las horas fueron pasando entre risas y confidencias. Se contaron cosas que no habían contado a nadie sorprendidos por la facilidad con la que sus biografías fluían y eran asimiladas por esa amistad que nacía. Ana supo así que Paco había vivido en pareja con su novia del instituto hasta hacía muy poco, que se sentía solo pero que tenía miedo a una nueva relación. Tenían mucho en común.

A partir de entonces quedaban al menos una vez a la semana, se llamaban por teléfono y en la autoescuela siempre se sentaban el uno junto al otro. Cuando consiguieron sus respectivos carnés ella lo acompañó a comprar la moto y él la ayudó a elegir un coche.

Llegó el verano y Ana esperó impaciente el regreso de Paco. Por fin volvió, había recorrido varios países europeos en la moto y quedaron para ver las fotos. Entre las de paisajes y las de monumentos había varías de chicas muy guapas, no era necesario que él le contara que había tenido a aquellas mujeres entre sus brazos y Ana sintió una punzada de celos. Ella también quería reanudar su vida sexual.

Una idea comenzó a rondarle por la cabeza y una tarde le comentó a Paco:

Quiero anunciarme en una página de contactos.

¿Estás loca? A esos anuncios contesta gente muy rara.

¿Y tú cómo lo sabes?

No sé… pero no quiero que te hagan daño.

No dejaré que me lo hagan. ¿Me ayudarás?

Claro, si es lo que quieres… pero no creo que te haga falta algo así.

Hace casi dos años que no estoy con un hombre... créeme… lo necesito.

Entiendo…

Pues mañana vamos a tu casa y miramos alguna página en Internet.

Así lo hicieron. Después de ver muchos sitios de contactos Ana se decidió por uno. Las fotos que aparecían eran en ropa interior y ella le dijo que no tenía ninguna así.

Sé que es mucho pedir, pero ¿me podrías prestar tu cámara?

Si, claro

Ana se hizo algunas fotos y enseguida fue a devolverle el equipo fotográfico. De pronto se sentía ridícula. Ya no confiaba en que lo del anuncio fuera buena idea.

No pondré el anuncio, ha sido una tontería pensar que saldría bien. No me gusta como han quedado, no encuentro ninguna buena y además tenías razón, no es la forma más adecuada.

Claro que lo pondrás. Vamos a verlas.

No, no quiero que las veas. Quiero que me digas como borrarlas, he sido incapaz de hacerlo.

No seas tonta, si no me gustan a mí tampoco… yo te las haré, ¿vale?

Este giro de los acontecimientos cambiaba mucho las cosas. La amistad había diluido en algo su atracción por él, pero no del todo. Volvía a verlo como hombre, volvía a desearle… La posibilidad de posar para él en ropa interior la excitaba.

Bueno, como quieras.

Vamos a ver esas fotos.

Me voy a morir de vergüenza.

No me lo puedo creer, hace dos días estabas dispuesta a que cualquiera viera tus fotos y hoy te da vergüenza que las vea yo…

Es que tú no eres cualquiera, además están muy mal.

Vieron las fotos en silencio. Ella expectante… Él demasiado sereno.

No están tan mal, pero te las puedo hacer mejores.

¿Cuándo?

El viernes por la tarde, ¿te parece bien?

Bien.

Lo que quedaba de semana Ana estuvo muy ocupada buscando ropa sexy… y soñando.

Paco llegó temprano, ella acababa de salir de la ducha, llevaba una bata sobre la lencería que había comprado para la ocasión y tenía el pelo mojado.

Casi estoy, ponte una copa mientras me peino y…

No te lo seques.- La interrumpió.

Pero quiero maquillarme y…

No lo hagas, estás muy guapa así.

Como tú digas. ¿Qué hago?

Lo que quieras.

Ana se quitó la bata. El sujetador de encaje apenas cumplía su misión y creyó notar que a Paco le faltaba el aire. Se tumbó boca abajo en la cama. Él se arrodilló y empezó a disparar. Ana jugaba; ponía cara de pícara, guiñaba, se mordía un dedo…

Saltó de la cama.

Ahora de pié.

Cuando Paco se incorporó su pantalón no podía ocultar su excitación y a ella se le escapó un gemido. No podía apartar la mirada y tampoco quería hacerlo. El silencio se hizo incómodo hasta que Paco habló:

Creo que ya tenemos suficiente material.

Ana se puso la bata de nuevo y le acompañó al salón.

¿Quieres un café?

Mejor una copa.

Sírvelas tú mientras me visto.

No quería vestirse, quería desnudarle a él. Pensó cómo hacerlo mientras se terminaba de arreglar, estaba claro que él no daría el primer paso.

Paco conectó la cámara a la televisión para ver las fotos en pantalla grande. Se sentaron separados. Miraron las fotos y bebieron en silencio.

Mira, en esa no parezco yo, es muy bonita.

Eres tú, y eres así de bonita.

Me ha excitado que me hicieras las fotos.- Dijo levantándose del sillón y reuniéndose con él en el sofá.

La tarde había caído, la sala estaba iluminada por la televisión, las copas estaban vacías.

Supongo que es normal.- Se levantó evitando rozar su cuerpo, parecía nervioso.

Paco empezó a guardarlo todo. Cuando se volvió Ana estaba acariciándose el hombro, con los ojos fijos en él.

Creo que debería irme, es tarde.

Yo creo que no.- Su mirada desvelaba todo su deseo y sus manos fueron de los hombros al cuello y de allí a los pechos.- Siéntate, por favor.

Paco se sentó en el sillón y la miró. Miró cómo se desprendía de la blusa y la falda sin dejar de tocarse todo el cuerpo. Casi podía notar el calor que irradiaba. La miraba cuando se quitó el sujetador lentamente, cuando mojó sus dedos con la lengua y con ellos los pezones grandes y rosados hasta dejarlos contraídos. La miraba cuando deslizó sus bragas por sus piernas y hundía sus manos entre ellas estremeciéndose, haciendo que él se estremeciera. Ana abrió los ojos, que se habían cerrado en su orgasmo, y se encontró con los ojos de Paco que ahora se acariciaba también. Reprimió el deseo de ir a por él, ya había tomado la iniciativa suficientemente por hoy, y volvió a acariciarse mirando su cuerpo, sus ojos, su miembro, oyendo su respiración agitada, sus leves gemidos. Y se sumieron en el clímax así, mirándose, sintiéndose tan unidos como si se estuvieran tocando.

De pronto Ana se sentía azorada, recogió su ropa y huyó al dormitorio tapándose como podía. Se estaba volviendo a vestir cuando Paco llamó a la puerta.

Tengo que irme, se ha hecho muy tarde.

Ana abrió y le dio un beso en la mejilla, una caricia que no era habitual entre ellos a pesar de su amistad.

Hasta mañana Paco.

Hasta mañana, ven por la tarde y pondremos el anuncio.

Vale, te llamaré antes.

Ana oyó la puerta y se derrumbó en su cama en un torbellino de sensaciones. Cerró los ojos y evocó los momentos recientes volviendo a sentirse excitada. El sueño la venció solo después de otro orgasmo violento y agotador.

Al día siguiente fue paseando a casa de Paco. Acababa de hablar con él por teléfono y no había sido incómodo, verse cara a cara podría ser diferente, estaba nerviosa. Se relajó en cuanto empezaron a hablar como siempre, como si no hubieran compartido un momento tan íntimo hacía solo unas horas. Al final decidió no poner el anuncio y, esta vez, él no insistió más.

Pasaron varias semanas hasta que Ana decidió volver a dar otro paso para conseguir a Paco: le invitó a ir con ella a un pueblecito de la sierra. Ana tenía pánico a las motos pero le encantaba la idea de pasar una hora abrazada a él. La casa rural era en realidad un pequeño apartamento y ella se había cuidado mucho de comentarle que sólo había un dormitorio y una sola cama. Cuando llegaron se leía confusión en los ojos de Paco pero no dijo nada.

Pasaron la tarde paseando por el pueblo y cenaron en un pequeño restaurante. Ana no veía la hora de ir a dormir. Mientras se duchaba y se arreglaba para acostarse no dejaba de pensar cómo haría para seducirle…

Cuando Paco salió del cuarto de baño llevaba unos boxers y una camiseta.

Perdona, si lo llego a saber hubiera traído el pijama.

Ya te había visto las piernas, no pasa nada.- Dijo riendo, intentando quitar un poco de tensión.- Oye, me duelen muchísimo los pies, las cuestas de este pueblo me han dejado muerta, ¿me podrías dar un masajito?

Si, claro. La culpa es tuya, ¿a quién se le ocurre traer zapatillas nuevas?

A mí… soy un desastre.

Ana se tumbó, Paco se arrodilló en la cama y tomó uno de sus pies para masajearlo suavemente. De inmediato se le cerraron los ojos y comenzó a gemir de placer, no podía evitarlo y tampoco lo intentaba. Flexionó la pierna libre dejando a la vista de Paco sus braguitas. Él se sentó sobre sus talones, dejó el pie de Ana sobre sus rodillas y empezó con el otro. Fue con ese pie libre con el que ella empezó a acariciarle, bajo él sentía su erección.

Será mejor que pares- dijo Paco entrecortadamente.

¿Quieres que pare?

Después de unos segundos que parecieron eternos él contesto:

No.

Se llevó el pie a la boca y empezó a besarlo, a chuparlo. Sus manos sostenían y acariciaban su pierna y ella seguía acariciándole con el otro pie, presionando y soltando. Se arrodilló frente a él y le besó suavemente en los labios. Cogió sus manos y las llevó a su rostro y los besos fueron más cálidos, más profundos.

Se quitaron la ropa atropelladamente, casi arrancándosela. Paco la tumbó sobre la cama y cubrió la desnudez de Ana con la suya.

No tengo condones- dijo él entre besos y mordisquitos.

Para lo que estoy pensando no harán falta.

La acarició primero con las manos y después borró las huellas con su boca. Parecía que Paco le podía leer el pensamiento, que sabía dónde y cómo tocar en cada momento. Pellizcó, chupó y mordió sus pechos con la presión justa, lamió su clítoris con una avidez y una pasión que ella desconocía.

Ana se puso encima de él, como si fuera a cabalgarle, y le masturbó con los labios de su vulva, sufriendo por no poder sentirle dentro. No dejaba de besarle, de acariciarle, de atrapar sus pezones con los labios. Se colocó a un lado y, mientras él hundía sus dedos dentro de ella, comenzó una larga y pausada felación. Lamió el tronco sin tocar el glande, dando suaves mordidas, mientras acariciaba suavemente sus testículos y luego presionando bajo ellos, como si buscara el nacimiento de su miembro. Besaba, lamía y mordía lentamente. Paco le sujetó la cabeza y penetró en su boca con un largo gemido. Ana se apartó.

Déjame hacer a mí.- Le dijo colocándose entre sus piernas.

Exploró con su lengua la suavidad del glande y no dejaba de acariciarlo con ella mientras presionaba con los labios arriba y abajo. Paro varias veces al notar que él estaba a punto, para lamer sus testículos, para hacer rodar su pene por sus mejillas, por sus pechos, para golpear su lengua con él, para besarle, para poder volver a empezar. Pero tenía ganas de probar su sabor, cuando Paco empezó a gemir más fuerte se concentró en mantener el ritmo lento y se preparó para recibir su eyaculación. Su boca estaba tan caliente que le pareció tibia.

Paco sonreía, con los ojos aún cerrados, ella besó su sonrisa y se tendió junto a él.

Despertaron tarde, el sol estaba alto, por encima de unas nubes de algodón, en un cielo que parecía más azul que nunca. No tenían hambre, sólo el uno del otro. Se levantaron y se vistieron rápidamente. Tenían que encontrar una farmacia