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Los Ferrer (1: Luah y el jardinero)

en Interracial

LOS FERRER

El verano ha llegado a Valencia, y el calor sofocante se ha adueñado del mediodía de aquel sábado de Julio, mediodía en el cual la familia Ferrer ha decidido comer en el jardincito de su chalet donde, como todos los años, intenta soportar los calores veraniegos, repartiendo el tiempo entre la pequeña piscinita, y los toldos y sombrillas que dan sombra al diminuto pero coqueto y elegante porche de la entrada.

La familia Ferrer son gente acomodada, no millonarios, ni tan siquiera ricos, pero han amasado una pequeña fortuna gracias al negocio familiar fundado en los años cincuenta por el padre de Tomás Ferrer, el cabeza de familia, de cuarenta y cinco años de edad, bastante bien llevados gracias a que todos los miércoles y viernes acude al gimnasio y, de vez en cuando, juega al tenis con los amigos. Lola, su esposa, es una mujer elegante, llegó desde Argentina muy niña, huyendo junto a su familia de la dictadura militar, a pesar de sus cuarenta años conserva una figura realmente envidiable, 1’70 de estatura, pechos grandes, redondos talla 120, de pezones color café e increíblemente sensibles a las caricias, su cintura no es de avispa, pero para nada celulítica y sus nalgas, redondas, poderosas y firmes como la roca, conseguidas a base de fitness, natación, y aeróbic tres días a la semana. Es de rostro bello, con un punto salvaje, de grandes y oscuros ojos, y gruesos labios que le dan un aspecto sumamente sensual y provocativo. Suele llevar el pelo, negro y lacio, muy cortito casi al estilo chico y es una mujer sumamente liberal en muchos aspectos. Por último sus hijos, chico y chica. Rubén, el mayor, de dieciocho años, alto, de 1’85, de cabello negrísimo y rizado, y ojos azules, guapo como su padre, deportista nato, estudiante de periodismo en Madrid, un muchacho alegre y diracharachero. Y Luah, la pequeña, de quince años, viva imagen de su madre en todos los aspectos, aunque algo más bajita, pues no llega al 1’65, es decir una jovencita de cabello rojizo, ojos verdes y formas rotundas, de pechos grandes, talla 110, y un trasero duro y respingón, que obliga a girarse a todo aquel que la ve pasar por la calle, su rostro es sumamente bonito, sin llegar a la belleza casi salvaje de su madre, dotado de una sonrisa cautivadora y una mirada dulce que invita e incita al pecado.

Bien, ésta es la familia Ferrer.

Recién terminados de comer, lo que más apetece a Tomás es dormir un ratito la siesta tumbado en la hamaca del porche, mientras su familia ve la tele en el saloncito, o se baña en la piscina. Este mediodía, sin embargo, tanto su esposa como su hijo mayor tienen otros planes y han decidido acercarse a Valencia capital a mirar algo de ropa para Rubén, quien ha sido invitado a asistir a la boda de un compañero de Universidad, quedando en casa tan sólo con Luah.

-Bueno cariño, no creo que volvamos muy tarde –Lola se inclina sobre la hamaca, y besa los labios de su marido con ternura-. De todos modos, en la cocina os dejamos algo para cenar.

-De acuerdo –Tomás sonríe y cierra los ojos, quedando dormido en pocos minutos.

Mientras Luah, tras despedirse de su madre y hermano, entra en la casita para salir poco después vestida con un escueto bikini blanco, y una toalla y un frasco de loción protectora en las manos, dispuesta a darse un chapuzón en la piscina.

No obstante, antes de meterse en la piscina, se ve obligada a atender a una visita inesperada aunque sumamente agradable.

-Buenas tardes, señorita Luah –saluda Landro, el joven jardinero brasileño, mostrando sus blancos dientes en simpática sonrisa.

-Hola Landro, me pillas de milagro, iba a meterme en la piscina y no pensaba salir en toda la tarde –Luah, que nunca ha ocultado su atracción por el muchacho de color, abre la verja de entrada, y le ayuda a pasar las herramientas de trabajo-. ¿No te apetece darte un chapuzón conmigo?

-Me encantaría, pero sabe que no puedo, señorita.

-En fin, yo no me voy a chivar –Luah le guiña un ojo, mientras admira el fibrado cuerpo del jardinero, y clava una mirada en su entrepierna, donde se adivina una buena herramienta-, si te decides, estaré en la piscina –dicho esto, se aleja contoneando su culito y bamboleando sus grandes y firmes tetas, sabiendo que Landro la mira con descaro.

Algo más tarde y obligado por sus tareas, el jardinero se acerca al borde de la piscina, donde la hija de sus jefes nada despreocupada.

-Señorita Luah…

-¿Sí, Landro…? –La jovencita flota hasta la escalerilla metálica, y se agarra a la misma-. ¿Necesitas algo?

-Verá, necesito gasolina para la cortacésped, y no tengo la llave de la caseta de herramientas –el muchacho ayuda a la joven a salir de la piscina y, tras tenderle la toalla, la sigue hasta la puerta de la casa.

-Espera aquí –pide Luah mientras abre la puerta de la vivienda al tiempo que, sin ningún disimulo, roza la entrepierna del brasileño, notando el tamaño de la joven verga del jardinero.

Cinco minutos más tarde, la chica sale de la casa, llevando en la mano un manojo de llaves, que tiende al muchacho de color.

-No sé cuál es –explica con una sonrisa-, tendrás que probarlas todas.

-Da igual, muchas gracias –dicho esto, Landro se encamina hacia la caseta de las herramientas, seguido de cerca por Luah, que le observa con gran interés, mientras le pregunta con descaro juvenil.

-¿Tienes novia?

-Bueno, novia formal no. ¿Por qué lo pregunta?

-Por nada –la muchacha se encoge de hombros con gesto gracioso para, seguidamente, preguntar-. ¿Es cierto que los chicos de color tenéis la polla muy grande?

-¿¡Qué!? –Sorprendido por la pregunta, el joven de color deja caer el manojo de llaves-. C-creo que una jovencita como usted no debería preguntar esas cosas, señorita Luah.

-Oh, vamos, ya no soy una niña –replica la chica, haciéndose la ofendida-. ¿Acaso una niña tiene estos pechos? –Sin cortarse un pelo, toma las manos del jardinero, y las pone sobre sus enormes y redondas tetazas.

-Mmm… Señorita Luah… -Landro no puede evitar excitarse al notar como los grandes pezones de la jovencita se endurecen contra las palmas de sus manos, y al comprobar la firmeza de ese increíble par de balones de carne.

-¡Vaya, veo que te gusta! –Sonríe Luah divertida, al tiempo que comienza a sobar la polla del joven por encima del pantaloncito, gratamente sorprendida del tamaño de la misma.

Una vez llegados a este punto, todo sucede muy deprisa, encontrándose un minuto después Luah arrodillada frente a los 23 centímetros de carne negra de la polla de Landro, preparada para chuparla como si de un enorme caramelo se tratase.

-¡Es enorme, mmm, me encanta! –Tomando el pollón del muchacho con sus manitas, comienza a lamerlo con glotonería, mordisqueando la hinchada cabezota, y sobando los negros y gordos cojones llenos de leche caliente.

-¡Oh sííí, señorita Luah, traguésela toda! –Murmura Landro entre dientes mientras, tomando a la chica por los rojos cabellos, empieza a moverse atrás y adelante, follando la boquita de la hija de sus patrones.

Cuando la niña considera que la verga del jardinero está a punto, se alza del suelo para, apoyándose en la puerta de la caseta de las herramientas, autoensartarse en el durísimo tronco de carne negra hasta notar como los huevazos de Landro golpean contra su vulva.

-¡Follame, negrito cabrón, follameee! –Gime Luah para gozo del joven, que se dedica a taladrar el joven coñito, totalmente depilado, y a sobar las tetazas de la benjamina de los Ferrer-. ¡Joder, qué pollón tienes Landro, me vas a partir en dos!

-¡Mmm, sí, patroncita! –El joven de color bombea más y más fuerte, notando como el torrente de leche empieza a subir desde sus gordas pelotas hasta su hinchado capullo-. ¡Voy a correrme!

Al oír esto, Luah toma el mástil de carne negra con ambas manos y, sacando la lengua, empieza a lamerlo mientras potentes chorros de leche cremosa y caliente caen sobre su carita, su pelo y sus tetas.

-Bufff, ha sido genial. –Tras la corrida, la jovencita toma un trapo viejo de encima de una silla cercana, y se limpia la cara chorreante de lefa-. Voy a ducharme, así podrás terminar tu tarea –con una sonrisa, besa los labios de Landro al tiempo que vuelve a acariciar su tranca de carne-. No me extraña que seas tan buen jardinero… ¡Con semejante manguera!

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