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Sexo en el Instituto 6 El conserje y la Directora

en Hetero: General

CAPÍTULO 6º

EL CONSERJE Y LA DIRECTORA

         Todos los alumnos del Ramón y Cajal ya han abandonado el centro y regresado a sus casas.

         En el Instituto vacío tan sólo se escucha el chapoteo de la fregona al ser pasada una y otra vez por el suelo de los pasillos por Rufo, el conserje de sesenta y cinco  años de edad,  prominente barriga y sempiterna y bonachona sonrisa.

         Según su costumbre, va cantando mientras trabaja.

         Le encanta estar rodeado de jóvenes, pero también le gusta estos ratos en los que tiene el reciento escolar para el solo y poder entonar sus melodías.

         Está pasando junto al despacho de doña Mercedes, la Directora, cuando lo oye y se detiene a escuchar con más atención.

         Sí, lo que oye es  el llanto de una mujer y, ni corto ni perezoso, abre la puerta de la oficina, encontrándose con la madura pero atractiva doña Mercedes, sentada en su silla y con la cabeza y los brazos apoyados en la carísima mesa de caoba.

         -¿Le pasa algo, doña Mercedes? –Inquiere el maduro conserje dejando a un lado el cubo y la fregona y entrando en el despacho.

         -¿Q-qué? –La Directora alza la cabeza y dirige una mirada al recién llegado.

         Cuando por fin lo reconoce, intenta esbozar una sonrisa.

         -H-hola, Rufo –saluda mientras se enjuga las lágrimas con un arrugado kleenex que sostiene, arrugado, en su mano derecha.

         El viejo conserje se acerca a la mesa y acomoda sus orondas posaderas en el borde de la misma.

         -¿Me quiere contar qué le pasa? –Sonríe a la madura mujer y espera a que ésta deje de sollozar y se tranquilice.

         Cuando por fin habla, lo primero que dice la atractiva Directora del centro es…

         -¡Mi marido es un hijo de puta!

         Rufo, al oír esto, simplemente suspira y responde.

         -¡Vaya, por fin se ha dado cuenta!

         Luego, deja que la mujer explique el porqué de está afirmación.

         -¡E-el muy cabrón me dijo ayer que piensa pedirme el divorcio y marcharse con esa puta de su personal trainer! ¡Esa zorra escuálida sin tetas ni culo!

         Rufo vuelve a suspirar y responde mientras toma la barbilla de la Directora con su diestra y la obliga, suavemente, a mirarlo a los ojos.

         -Siempre supe que su marido era todo un jilipollas.

         -Gracias, Rufo –murmura doña Mercedes limpiándose la sombra de ojos echada a perder por las lágrimas-. Me recuerda a mi padre.

         -Lo tomaré como un cumplido –el viejo vuelve a sonreír y dice algo que deja, por un momento, boquiabierta a la rotunda Directora del Ramón y Cajal-. Siempre supe que su marido jamás sería capaz de apreciar su hermoso cuerpo.

         -¿D-de veras piensa que t-tengo un cuerpo bonito? –Farfulla doña Mercedes mientras deja que el conserje comience a acariciarle y masajearle los hombros con sus enormes y callosas manos y vaya bajando hasta sus voluminosos pechos, de una nada despreciable talla 120.

         -Desde el primer día que entró en este despacho hace quince años contoneando sus rotundas y apetecibles caderas –responde Rufo mientras comienza a sobar las tetazas de doña Mercedes por encima del jersey de lana-. Aquel día hice el amor con mi difunta esposa pensando en usted, y en lo agradable que sería follármela azotando sus nalgas duritas y prietas.

         -¡S-Santo Cielo, Rufo! –Un tanto escandalizada, la mujer alza la mirada hacia el orondo rostro del ordenanza-. ¿E-eso que me está contando, es cierto?

         -Tan cierto como la erección de caballo que tengo ahora mismo –replica el hombre tomando la mano de su superiora y llevándola hasta su entrepierna, donde se adivina un nada despreciable empinamiento de veinte centímetros y sumamente gruesa.

         -¡Por Dios, Rufo! –Exclama doña Mercedes apartando la mano, aunque no sin antes acariciar un poco la dura verga del viejo conserje-. E-esto no está bien… -Musita luego, aunque sin demasiada convicción-. S-soy su superiora y…

         -¿Y qué? –Replica Rufo mientras vuelve a sobar las tetas de la Directora-. ¡Usted es una mujer y yo un hombre que hace años que no hace el amor como es debido!

         -P-pero… -Murmura doña Mercedes mientras ve como su mano derecha vuelve a acariciar el bulto en el pantalón del bedel.

         Sin embargo, y mostrando una indecisión impropia en ella, la vuelve a retirar con un profundo suspiro.

         -No sé, Rufo –dice mirando al conserje a los ojos-. Mi marido y yo aún estamos casados, y sé que me sentiría sucia si hiciese algo con usted…

         -¡Paparruchas! –Exclama el maduro subalterno mientras comienza a desabrocharse los pantalones, dejando libre su polla, increíblemente gruesa y de brillante capullo-. ¿Acaso cree usted que su marido pensaba en usted mientras se calzaba a esa puta escuálida, como usted la llama?

         Entonces, por fin, la voluptuosa doña Mercedes, una de las Directoras más rectas y severas que se conocen, sonríe con lascivia y, tomando el pollón del viejo conserje, comienza a lamerlo desde los gordos y peludos cojones, hasta la enorme cabeza, para deleite del hombre, que tiene que apoyarse en la mesa para no caerse del gustazo que recorre su viejo cuerpo.

         -Mmm… Rufo –murmura la mujer pajeando la tranca de carne con su mano derecha mientras con la izquierda juguetea con los huevazos, notándolos cargados de leche caliente-. La pollita de mi marido es una mierda comparada con esta –dice mientras vuelve de nuevo a sus tareas mamadoras.

         Mientras lame el gordo cipote de Rufo, doña Mercedes se ha levantado el jersey de lana y se acaricia las enormes mamellas, pellizcando sus oscuros pezones hasta que estos se ponen duros como piedras.

         -Quiero hacerte algo que mi marido jamás permitió que le hiciera –susurra con voz lasciva mientras se quita el jersey y el sujetador y acerca sus melones a la tranca del viejo conserje, comenzando una cubana de campeonato.

         -¡JODER! –Exclama el hombre fuera de sí del gusto al ver su pollón entre las domingas de la Directora-. ¡Es la mejor cubana que me han hecho en la vida!

         -¿Te gusta, eh cabrón? –Gime doña Mercedes mientras se afana por lamer el hinchado glande del veterano bedel cada vez que éste asoma entre sus grandes tetazas-. ¡SÍ, OH SÍ, FÓLLAME LAS TETAS CON TU GORDO CIPOTE, MI VIEJO SEMENTAL! –Gime la voluptuosa hembra apretando el grueso miembro del conserje con sus grandes mamas.

         Entonces, Rufo se aparta de la mujer masajeándose las abultadas pelotas con la diestra mientras con la izquierda pellizca los enormes pezones de doña Mercedes.

         -Bájese las bragas –ordena con una sonrisa de lo más lujuriosa-. Hace tiempo que no como un buen coño, y estoy seguro de que el suyo debe ser de lo mejorcito.

         La Directora del centro no se hace repetir la orden, y rauda se baja la falda y las braguitas de encaje.

         Luego, y apoyándose en la mesa, se abre de piernas, mostrando su chumino totalmente depilado al tiempo que gime…

         -¡Vamos, hombretón, cómemelo!

         El viejo Rufo se arrodilla entre las piernas de la mujer y comienza a lamer el húmedo coño con gran deleite, tanto para ella como para él.

         Su vieja y experta lengua recorre el hinchado clítoris de doña Mercedes al tiempo que lame los jugos que destila el caliente sexo de la lasciva y madura hembra, que se deshace en gemidos y jadeos de puro placer.

         -Mmm… ¡Sí, Rufo, sí! ¡Cómeme el coño cómo tú sabes! –jadea la Directora del Ramón y Cajal mientras agarra la blanca cabeza del conserje y la empuja más adentro entre sus piernas.

         -Mmm… Sencillamente delicioso –murmura Rufo en tanto introduce dos de sus callosos dedos en el coño de la mujer y los mueve, logrando un nuevo orgasmo de su superiora, que se muerde los labios para no lanzar un grito de éxtasis.

         Cinco minutos más tarde, la apasionada hembra murmura al oído de su maduro amante con voz jadeante y turbadora.

         -Quiero que me folles con tu grueso pollón, Rufo… Mmm… Quiero sentir tu gorda verga dentro de mí, que me hagas gozar y correrme como la puta que soy…

         Sonriendo, el viejo semental se agarra la tranca de carne y, de un golpe, penetra a la libidinosa Directora, que se deshace en gemidos nada más notar el gordo cañón de carne en sus entrañas.

         -¡OHHH, SÍÍÍ, RUFO, SÍÍÍ! –Jadea doña Mercedes moviéndose al compás de las embestidas del veterano bedel-. ¡JÓDEME FUERTE, HIJO DE LA GRAN PUTAAA!

         -¡SÍ, MI SEÑORA, SÍÍÍ! –Grita también Rufo, notando como un chorro de leche caliente sube por su pollón desde sus cojones hasta la punta del hinchado capullo.

         Varios empujones de verga más bastan para que el viejo conserje saque su tranca del chumino de la mujer y se corra sobre el desnudo vientre de la Directora que, al sentir la cálida lefa sobre su carne, vuelve a deshacerse en jadeos y gemidos de gozo.

         Luego, y para rematar la faena, agarra la polla del hombre y se la mete en la boca, para lamer los restos de semen que gotean desde la punta del glande.

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