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P.V.e.I: Pianos Lustrosos (4)

en Hetero: Infidelidad

Proyecto Vicios e Infidelidad I: Pianos lustrosos.

Introducción.

Ha pasado un tiempo desde que les conté mi historia. La historia de cómo descubrí los engaños de mi esposa.

Saber que me era infiel y que me escondía una vida completamente diferente y sesgada. En que Ana usaba drogas, alcohol y en que sus salidas nocturnas distaban de ser simples encuentros entre compañeros de trabajo.

Yo en tanto me di cuenta que había estado ciego al no notar los cambios de mi mujer, cambios ahora demasiado obvios, pues, mi mujer era relativamente reservada y siempre había preferido el calor del hogar y a su esposo. Ahora, sin embargo, propiciaba una vida nocturna que parecía disfrutar.

También había descubierto que descaradamente me mentía e inventaba reuniones de oficina (tanto al medio día como después del trabajo) quién sabe para hacer qué.

Su carácter, su humor, empezaban a cambiar de la mujer cariñosa, equilibrada y con buen sentido del humor (aunque más bien reservada) a una mujer más agresiva, algunas veces demasiado "prendida" y excitada no sólo en la cama, ya que en nuestras reuniones sociales se mostraba más expresiva, más propensa a la risa, especialmente cuando tenía unos tragos de más. La timidez de mi mujer desaparecía completamente por momentos.

De las supuestas "reuniones de trabajo" llegaba algo contentilla por el alcohol en ocasiones, lo cual yo aprovechaba para tener algo de buen sexo (por lo que no había grandes quejas). Quizás no era motivo suficiente para alarmarme (pensaba), ya que el sexo era más intenso y más frecuente.

Sin embargo, las salidas nocturnas no eran lo que yo imaginaba como ya sabrán de mis relatos anteriores.

Poco a poco mi esposa se empezaba a salir de lo habitual. Que llegara con unas copas de más era algo extraño al comienzo, pero el sexo consiguiente lo compensaba. Sin embargo, que llegara ebria, tambaleándose mientras caminaba desde el taxi hasta nuestra habitación empezó a sentarme mal y en al menos un par de ocasiones le reclamé su estado, lo que terminaba en acaloradas discusiones (y en noches de sexo bastante salvaje también).

Peleas que al otro día no tenían sentido, pues, mi esposa solía muy a menudo olvidar mucho de lo que pasaba la noche anterior… incluso el sexo brutal entre ambos de reconciliación. Lo que me parecía a veces francamente de locos.

Algunos dicen que la el alcohol, la marihuana y otras drogas en exceso tienen ese efecto amnésico, pero no soy un experto, y mi poca experiencia con la marihuana particularmente es diferente. Nunca he tenido problemas de amnesia como le ocurría a Ana.

Como ven. Yo estaba siendo permisivo con mi mujer, quizás porque quería reunir las pruebas contundentes (para lo que había contratado a un caro detective privado) con los que enfrentaría a Ana en algún minuto. Pero muy en el fondo me gustaba tener a mi mujer desatada en la cama y sabía que me empezaba a excitar que mi mujer se soltara tanto en lo referente al sexo.

Eso porque mi mujer era la típica santurrona de colegio católico (y con un severo padre ex-militar para colmo), pero con un cuerpo de infarto: alta, con buenas curvas, donde se destacaban unas muy buenas tetas de pezones rosados, largos y paraditos, de piernas largas y torneadas, de trasero voluptuoso, de piel suave al tacto. Ana es una fémina de hombros delicados, hombros y brazos esbeltos, manos con dedos finos y bien cuidados. Pero es su rostro felino de ojos claros, labios pulposos y cabellos castaño lo que me conquistó en ella.

Sin embargo, al parecer cada vez la puritana esposa iba dando paso a una mujer llena de ansia de vida y lujuria a escondida de su esposo.

Sin embargo, fue un viernes, hace unos pocos días en que decidí poner manos sobre el asunto. El timbre sonó a altas horas de la noche, me desperté asustado y vi que Ana todavía no llegaba. Me levanté presuroso y alcancé a ver a dos tipos que entraban en un vehículo mercedes blanco de cuatro puertas, último modelo. Se alejaron rápidamente.

Me pregunté por qué habían tocado la puerta y como habían entrado al condominio. Entonces mi mente adormecida se despertó de improviso. Bajé rápidamente las escaleras y abrí la puerta: Ahí estaba Ana en el suelo totalmente inconsciente. Su blusa roja de seda estaba algo manchada y estaba lo suficientemente abierta para mostrar un sostén de encaje del mismo color y buena parte de sus senos, su falda negra estaba algo arrugada y uno de sus sandalias de taco carmesí estaba a casi dos metros de la puerta.

La levanté rápidamente preocupado y la llevé hasta el sofá, ahí la observé con detenimiento. Respiraba rápido y superficialmente, al acercarme noté el olor fuerte a champaña no sólo en su boca, sino también en parte de su ropa, especialmente en el área del tronco y las piernas. Me pregunté ¿Dónde y con quien había estado? ¿Qué demonios había hecho Ana esa noche?

Maldije mi suerte mientras llevaba a mi mujer desvanecida escaleras arriba hasta nuestro cuarto. Me sentí decepcionado, traicionado y extrañamente excitado a la vez… era un sentimiento chocante, en el momento me pareció horrible. Deposité a mi mujer en la cama, la desnudé y la metí a la cama boca abajo en caso de que vomitara, la vi desnuda y le abrí las piernas, su sexo estaba cuidadosamente depilado y apenas una delgada línea de pelos subía por su pelvis. No estaba seguro si había señales claras de sexo, solo un leve enrojecimiento de sus labios vaginales y el olor fuerte de su sexo y a champaña.

Era hermosa, pero cada día me parecía más alejada de la mujer que había conocido, por un momento pensé en que estaba casado con una puta de lujo. La idea me volvió a la realidad.

Debía tomar acción o perdería a la mujer que había sido mi esposa.

Esa misma mañana, mientras Ana dormía llamé a otra agencia de detectives que era administrada por una mujer, le pedí que también vigilara a mi mujer personalmente. Llámenlo desconfianza, pero me parecía raro que el detective que había contratado aún no trajera pruebas después de más de un mes de investigación, cuando yo, ese mismo mes, ya tenía las suficientes para armar un buen escándalo al menos.

Pero yo quería más. Quería saberlo todo.

Además, me contacté con una empresa de seguridad y pedí un presupuesto para instalar cámaras de seguridad que pasaran inadvertidas en mi casa y que se pudieran acceder a ellas desde mi ordenador a través de internet y con la mayor confidencialidad. El asunto iba a salir bastante dinero, pero si era necesario vendería mi velero anclado en la marina de nuestra ciudad (que prácticamente no usaba) o uno de los campos que me había heredado mi padre si era necesario.

Ese fin de semana mi mujer estuvo bastante complaciente no sólo en la cama, sino en la consiguiente rutina diaria. Conseguí follar con Ana mucho esas posteriores semanas. Claro, yo empecé a ocupar condón estrictamente, pues, puedo ser un tipo caliente, pero no soy un imbécil. Sin embargo, noté que poco a poco ese fuego se iba transformando. Ana no salió esas semanas, salvo un par de veces a casa de sus padres, al menos eso era lo que me decía, la verdad es que después pasaba a un edificio, siempre no más de media hora y venía directo a casa.

Todo esto lo sabía gracias a la detective (y su agencia) que contraté.

Necesitaba tener un par de días para que la gente de seguridad instalara las cámaras y micrófonos en casa, así que aproveché de entusiasmar a mi mujer y a Sofía, su madre, aprovechando el buen tiempo para un viaje a la casa de playa que tenemos. Sin embargo, Sofía quería provechar los tres fines de semana que quedaban para preparar el cumpleaños de Mario, mi suegro y padre de Ana. Los planes no parecían funcionar, pero mi esposa me sorprendió dándome a conocer sus planes de ir en 2 semanas a la playa junto a tres compañeras de oficina: Carolina, Eugenia y Pilar. No era lo que yo había planeado, la idea me sorprendió, pero me servía para mis propios planes.

Aunque de inmediato surgieron mis dudas con respecto a esa salida de mi mujer, y mi paranoia me llevó a pedir esa misma semana a la agencia de seguridad que instalara un paquete similar de seguridad al que iba a instalar en mi casa (cámaras y micrófonos de enlace remoto a un servidor doméstico, que poseía conexión con un netbook o teléfono celular) en mi residencia de playa.

Esa misma semana puse a la venta mi velero, a un precio menor al mercado, y me empecé a centrar en mi trabajo. La verdad es que no quería perderlo todo por la locura que me estaba ocurriendo.

Tercera parte: La casa de Playa.

Ana había confirmado el viaje a la playa ese fin de semana junto a Carolina, Eugenia y Pilar, tres compañeras de trabajo. Se irían el viernes en la tarde y volverían el domingo al atardecer.

Lo que ella no sabía es que me había tomado un día libre de trabajo una semana antes para reunirme con un equipo de técnicos de seguridad que instalarían cámaras y micrófonos en nuestra casa de playa. De la misma manera, mientras mi mujer estaba ese fin de semana en la playa yo haría lo mismo en nuestro hogar.

La verdad me encontraba nervioso y se me notaba, pues, Ana me preguntó un par de veces que me pasaba. A lo que respondía que eran problemas de oficina. Lo que no distaba mucho de la realdad, pues, me había atrasado en un par de cosas importantes por que mi cabeza no podía concentrarse en el trabajo.

Ese viernes al fin, Ana alistó su ropa y las cosas para la playa. Tanto Ana como sus compañeras se llamaron bastante antes de salir. Pues, irían en un solo auto, debían estar listas a la hora acordada y no olvidar nada.

Fui a dejar a Ana a casa de Carolina como habían quedado, pues, ahí las pasaría ha buscar Eugenia luego de pasar a buscar a Pilar. Fui con Ana hasta la puerta y nos abrió Aníbal, el esposo de la compañera de mi esposa.

Aníbal saludo con cortesía a Ana y luego a mí. Era mayor que Caro, se notaba no sólo en su rostro, sino en su forma de vestir. Carolina estaba junto a la pequeña Valentina, de unos pocos años, que era la viva imagen de la madre. La rubia mujer le explicaba con la paciencia y la persuasión de la mejor de las madres que debía portarse bien con papá mientras ella estuviera fuera.

Miré con disimulo a Carolina que vestía zapatillas, un jeans algo ajustado y una camiseta sin mangas entallada. Nada provocador si no poseyera ese cuerpo privilegiado, ese cabello rubio y esos ojazos celestes.

A la vez noté que Aníbal miraba a mi esposa solapadamente mientras tomaba en brazos a la pequeña Valentina. Mi mujer que vestía una falda de jeans, una camiseta blanca sin manga y algo escotada y unas sandalias bajas de cuero que se amarraban sobre el talón.

No esperamos mucho mientras conversábamos del clima y de algún otro tema trivial cuando apareció el amplio y moderno auto de cuatro puertas de Eugenia, a cuyo lado iba Pilar. Ambas usaban vestidos de playa coloridas y a nivel de rodilla, Pilar con sandalias y Euge con zapatillas de lona, pues, aunque desentonaban un poco ella dijo que le facilitaban la conducción, pues, eran más cómodas.

Nos despedimos. Primero de Euge y Pilar que fueron a acomodar en el carro los bultos de las dos nuevas viajeras y luego de Caro que dijo adiós a su hija y su marido dirigiéndose al auto. Mi mujer y yo nos despedimos con un largo beso, yo deseándole suerte en su viaje y ella deseándome suerte con mi trabajo, pues, ese fin de semana debía ponerme al día o estaría en problemas con los dueños de la firma de abogados. Pero antes de irse mi bella esposa decidió ir al baño, yo en tanto le pedí un vaso de agua a Aníbal y me hizo pasar a la cocina.

Pasó un par de minutos, mi mujer salió del baño y yo me dirigí a la salida. Aníbal en la sala de estar se despedía abrazando a mi sorprendida esposa, aprovechando para besar dos veces a Ana muy cerca de sus labios. Mi mujer se alejó colorada y nerviosa, yo decidí hacer notar mi presencia. Diciendo "Bueno… nos vamos"

Algo contrariados todos salidos, vi subir a mi mujer al vehículo que se alejó poco después con destino a la playa. Me despedí de Aníbal con mucho autocontrol, sabiendo que ese hombre deseaba a mi mujer y que se había arriesgado a acosar a mi esposa pudiendo ser descubierto.

Me dirigí a casa y me puse a trabajar, debía sacar de mi mente mis problemas.

Esa tarde pasó fugaz, adentrándose en la noche, a esa hora me dirigí al garaje donde había una habitación que usaba desde que nos habíamos mudado y que mi esposa no visitaba, pues, ahí guardo viejos recuerdos de mi vida de rugbista y de la universidad, además de un viejo piano herencia de una de mis tías. La verdad es que era un buen desorden, cosa que a mi mujer molestaba y motivo que no visitara al lugar, pero que fui organizando las últimas semanas.

En aquella habitación, el técnico de la agencia de seguridad había instalado los equipos necesarios para el monitoreo de las cámaras y los micrófonos: un ordenador de última generación, unidades de grabación, discos duros externos y quemadores de blu-ray y DVD, audífonos, etc. Además de una pequeña antena satelital que no se apreciaba desde el patio de la casa. Tenía una millonaria suma en esa habitación, por lo que no sólo había instalado barrotes de hierro en las ventanas del garaje, sino había agregado varios candados más.

Estuve trabajando mientras veía la casa de playa aún vacía. Había dos cámaras y micrófonos por lo menos en cada habitación, tres en la sala de estar y el dormitorio principal. Además, algunas cámaras exteriores, especialmente en las zonas del patio y la piscina, e incluso en la bodega y subterráneo.

Una pequeña alarma enviada por un sensor de movimiento en la entrada de la casa me indicó que habían llegado.

Pude ver que las mujeres hablaron con Tulio, el hombre de unos cuarenta años, oriundo de esa localidad, que cuidaba junto a su hijo y sus dos sobrinos, las numerosas casas que quedaban deshabitadas especialmente en invierno. Luego, estacionaron el automóvil y comenzaron el necesario ritual de desembalar y guardar la ropa, así como otras cosas para hacer habitable el lugar.

Esos minutos fui como un niño con juguete nuevo, cambiando las imágenes de las cámaras mientras las mujeres se instalaban, aislando el sonido de una habitación, haciendo pequeñas grabaciones simultáneas de dos o incluso tres lugares a la vez. Incluso había cámaras en la sala de estar, la cocina, los dormitorios y la piscina que podía girar e incluso hacer zoom. Vaya pedazo de tecnología me decía a mi mismo.

Esa noche fue tranquila. Las cuatro chicas estaban cansadas por el viaje y a penas tomaron unas copas de vino, vieron algo de televisión satelital y se fueron a la cama.

Ocuparon sólo dos pizas con dos camas, de las cuatro que había. Dejando de lado el dormitorio principal, que era espacioso con baño propio y una cama matrimonial y grandes ventanales. Las bellas mujeres entonces empezaron con turnos y carreras al baño; duchas y a ponerse pijamas fue suficiente para hacerme un buen repaso de sus cuerpos (aunque esta no era mi intensión en un principio).

Pilar, tenía un rostro redondo y ojos verdes y grandes, cabello de un color trigo rojizo. Debía medir sobre el 1.60, de cuerpo cuidado, senos más bien medianos, espalda y hombros llenos de pecas, que terminaban en unas bonitas caderas y un trasero carnoso que se unía a unas agraciadas piernas. Luego, Euge estaba por justo sobre 1.65 de altura, senos demasiado grandes para mi gusto (fácil sobre 100 ó 105 de talla), caderas anchas y muslos y trasero carnosos.

Si las amigas eran mujeres muy deseables, Carolina y Ana estaban en otro horizonte. Ambas mujeres poseían rostros hermosos y poseían una sensualidad natural y cuerpos favorecidos por la genética. Carolina, de 1.70 de cuerpo sinuoso de vientre plano, senos carnosos y piernas y trasero trabajados, de cabellos rubios y ojos azul claro, es una belleza nórdica capaz de dejar sin voz a cualquier varón a su paso.

Mi mujer, de altura superior a 1,75 metros, es de melena lisa y trigueña que enmarca un hermoso e impactante rostro felino de ojos verdeazulados, nariz y pómulos armónicos y labios carnosos y sensuales. Su cuerpo de abdomen plano es esbelto de senos abundantes, piernas largas, bonitas que se unen a un trasero encarnado y respingón, que se acopla "melodiosamente" a una espalda esbelta y magra. Ana es una tentación para cualquiera y aún ahora, varios años después de casados, me cuesta no reaccionar de mala manera por las miradas lujuriosas e indiscretas que lanzan varios a su paso, incluso más de alguna mujer.

Después de acostarse, las mujeres conversaron brevemente con su compañero de cuarto correspondiente (Pilar con Eugenia y Carolina con Ana), para luego simplemente ponerse a dormir.

Trabajé un par de horas, cerrando uno de los temas importantes y me fui a dormir, pues temprano por la mañana llegaban los técnicos a instalar el paquete de "cámaras y seguridad" en mi casa y debía atenderlos.

A la mañana siguiente observé muy brevemente a las chicas, pero dejé grabando lo que pasaba en la cocina, la sala de estar y la piscina. Por la tarde, los técnicos siguieron trabajando y pude pasar poco tiempo observando a las féminas, pero al parecer salieron a una de las playas cercanas.

Al atardecer los técnicos habían terminado la obra gruesa, dejando los enlaces al servidor de mi hogar, las conexiones remotas y passwords para el día domingo. Ordené un poco, comí algo y terminé con premura lo que aún faltaba de mis pendientes laborales.

Luego, fui al garaje, me instalé y prendí mi ordenador para observar lo que sucedía en la casa de playa.

Las chicas ya habían llegado de su día de playa, recién duchadas y en batas aún, cenaban alegres un plato de pavo con variadas ensaladas acompañado con vino tinto. Las conversaciones eran variadas y se iban sucediendo naturalmente, cada vez con más risas y más relajadas debido al vino abundante, pues ya iban en la tercera botella.

Pronto empecé a poner más atención, pues, la conversación se hacía más intima y los pensamientos no dichos en voz alto iban expresándose cada vez con menos pudor. Hablaron de hombres y mujeres que conocían, familiares, líos de oficina, chistes relacionados o de índole sexual, eran los temas que iban y venían hasta que finalmente cada uno fue contando detalles de la relación que mantenían con sus respectivas parejas.

Eugenia tenía 27 años y era madre soltera ya que su pareja de aquel entonces no quiso reconocer al pequeño, que ya tenía 5 años y se llamaba Vladimir, tenía un novio con el cual parecía que iban para cosas más serias, aunque dejó entrever que a veces salía con un hombre mayor que era muy cariñoso y atento con ella.

Pilar, de 24 años, dijo que ella no podría nunca ponerle los cuernos a su novio, llamado Javier, pues, lo amaba mucho y estaban prontos a casarse. Habían comprado casa juntos y querían tener un hijo a penas se casaran.

Entonces Carolina, que estaba en los 30 años aproximadamente, habló de su hija, que la amaba, pero como todo se complicaba al tener niños, de que no se podía salir sin pensar en ellos y como había cambiado la relación con su esposo, por el cansancio de ambos y la poca espontaneidad de éste. Que su marido viajaba mucho y que sólo gracias a Claudia, su niñera, cuyo silencio compró con un bono adicional a su sueldo, podía salir a divertirse más a menudo. Claro, sin que su esposo se enterara o Aníbal era capaz de montarle un escándalo por dejar a la niña mientras dormía.

Todas miraron a Ana y ella sintiéndose impelida a hablar contó que su matrimonio iba bien, que yo era un esposo galante, que la sacaba a comer, y que si no salían tanto había sido porque ella era más bien hogareña y que porque se sentía cansada por el trabajo. Continuó diciendo que era bien atendida en la cama y que viajábamos bastante en nuestras vacaciones y teníamos bastantes planes por unos años, por lo que no pensábamos tener hijos todavía.

"¿Qué tan bien atendida?" – preguntó Eugenia ya bastante deslenguada por el vino.

Las amigas de mi esposa esperaron ansiosas la respuesta de Ana.

"Magníficamente bien atendida…" –dijo risueña y algo avergonzada mi esposa.

"Pero ¿cuántos centímetros bien atendida?" –interrogó insistente y ya muy desinhibida Euge.

Todas rieron, pero en el ambiente se esperaba una respuesta. Yo estaba relajado, aunque expectante a lo que diría mi mujer. Pues soy consciente que ese era uno de los motivos por los que mi mujer estaba conmigo.

"Veintitantos centímetros muy bien atendida" – soltó mi mujer colorada y risueña.

Las chicas gritaban entusiasmadas y lanzaban bromas subidas de tono a mi mujer. Sin embargo, noté que Carolina parecía sorprendida y algo confusa a pesar que reía.

"¿Cómo aguantas los celos mujer?" –dijo Pilar.

"Si hasta yo quisiera comerme un bomboncito como ese… y bien dotado" – rió Euge.

"Hey no te pases de lista muchacha… que ese machote es mío y sólo mío" – aseguro mi esposa.

"¿Y nunca le has puesto los cuernos?" –preguntó de pronto de manera insidiosa Carolina.

Mi mujer quedó en silencio, sorprendida por la pregunta.

"¿No me digas Ana? –se adelantó a la respuesta Pilar sorprendida-. No puede ser"

"Pero amor, no es posible… con semejante adonis en casa ¿y tu buscando fuera de casa? – dijo aún incrédula Euge.

"No… si Ana nunca le ha puesto los cuernos, es una mujer integra como nosotras" – trató de resolver el entuerto que había creado Carolina.

"¡Ja! ¿Nosotras?... eres una descarada Caro –dijo Euge con tono jocoso -. Ni tú ni yo somos blancas palomas. Y ahora me doy cuenta que Ana tampoco"

"Pero que quien esté libre de pecado que lance la primera piedra" – salió de pronto Pilar.

"¿Qué? ¿Tú también, Pili? No puede ser –dijo divertida Eugenia-. Pero ¿En qué mundo estamos viviendo?"

Y todas empezaron a reír más relajadas. Poco a poco las mujeres fueron soltando alguna escapada con una amante. Sin embargo, Ana era poco propensa a relatar sus historias o muy vaga en sus relatos. Sólo me pude enterar que había tenido sexo en una limosina con alguien bastante mayor y que una vez estuvo coqueteando con dos jovencitos de la urbanización donde vivíamos.

La verdad es que sentía una rabia inmensa y me pregunté quien había sido aquel amante de mi esposa o con quienes Ana coqueteaba en la urbanización, pues, entre los que yo ya sabía no se encontraba ningún adolescente como había contado.

Las chicas pasaron siguieron hablando de hombres, sexo, fantasías eróticas, etc. Ya iban en una cuarta botella y el ambiente se había caldeado, lo que a las chicas hizo que les dieran ganas de salir. Pronto mencionaron una discoteca cercana y todas saltaron a alistarse, pues, hasta ahora habían seguido con las batas de baño.

Cada una fue moviéndose a sus habitaciones y empezaron a elegir la ropa que usarían en su improvisada salida. Entraban y salían del baño, preguntando como le quedaba esta o esta otra prenda. Yo grababa todo desde la cena y la verdad es que mi pene había reaccionado a la vista de tan adorables féminas.

La primera en estar lista fue Pilar, quien se puso un pantalón blanco ajustadísimo en que se intuía el pequeño colales del mismo color y una blusa negra escotada que se cruzaba y se amarraba con unas tiras alrededor en la espalda, a nivel de la cintura, abajo no llevaba sostén, pero, sin ser grandes, sus senos de piel dorada y pezones pequeños era los suficientemente voluminosos para destacar. Completaba el atuendo unas sandalias negras con mucho estilo. Su cabellera trigueña rojiza estaba recogida de una manera simple y sus ojos verdes estaban apenas resaltados por el maquillaje.

Luego Eugenia salió con su pelo negro atado en una cola de caballo, usaba un ajustado y liviano vestido azul que llegaba hasta casi la rodilla, pero que dejaba una buena vista a sus abultados senos por los que se colaba un collar grueso de plata con piedras negras. Al igual que Pilar usaba unas sandalias, pero más simples y de color azul.

Carolina apareció con un peinado bastante moderno, sus ojos azules resaltados al igual que su boca pintada de carmesí. Vestía una falda roja corta, muy arriba del muslo y unas sandalias de taco muy altas de color púrpura, además un top de un grana en tono más oscuro que dejaba a la vista ese par de senos que tan bien le había regalado su esposo hace un par de años atrás. Todo realzado por la espectacular lencería de encaje rojo que usaba pegada a su piel.

Finalmente, salió mi mujer. Ana vestía un mini vestido ajustado y cortísimo de color negro con trasnparencias y un escotazo en V que mostraba bastante de sus turgentes senos, pero que era disimulado por las transparencias negras que comenzaban a mitad de su cuello y que se proyectaban tanto por buena parte de su estilizada espalda como parte del frente. El escote terminaba en la parte superior del abdomen, donde una nueva transparencia en el abdomen dejaba ver su sensual ombligo. Sus piernas hermosas y largas piernas estaban enfundadas en medias negras que terminaban en la parte superior del muslo y que eran escondidas a duras penas por aquel provocador vestido. Escondido bajo la falda un pequeño calzón de encaje negro que atrás se perdía ente sus glúteos y unas sandalias negras de bonito diseño completaban el atuendo.

Las chicas tomaron sus chaquetas y salieron de la casa. Maldije el hecho de no tener cámaras en todo el maldito mundo, pero ahora debía confiar en la investigadora privada que había contratado y esperar que hiciera un buen trabajo.

Puse el volumen al máximo, dejé el computador encendido a mi lado en la cama y me dispuse a dormir.

Desperté por el ruido de voces, tenía la boca seca y la luz del ordenador lastimó mis ojos. Observé como las cuatro mujeres se instalaban, al parecer habían llegado recientemente y cotilleaban sin parar.

Ana conectaba el ordenador al televisor LCD y al Home Theater. Para poner algo de música, mientras sus amigas estaban ya acomodadas en los sillones.

"Que te digo mujer… -hablaba muy elocuentemente Pilar algo azorada- Que ese crío al que le has montado el espectáculo estaba muy bueno. Debimos traerlo a seguir la fiesta en casa."

"Mira lo que dice la Señorita "Yo sólo tengo ojos para mi novio" –dijo divertida Euge, burlándose de Pilar-. Además se notaba que el chico ese era menor de edad. Ana sólo jugo con él para divertirnos ¿no?..."

"En eso Ana tiene un Doctorado –agregó Carolina bastante contentilla-. No vieras como tiene a varios críos en su urbanización. Incluso algunos ya se han envalentonado y han invitado a Ana a sus fiestas púberes. O acaso no se acuerda de lo que nos contó a la cena."

"¿No me digas? ¿Cuantos críos están embobados por ti, Ana?–expresó interesada Pilar.

"Pero por lo que veo a Pilar le mueven los yogurines" –dijo Ana divertida. Mientras Pilar y Caro reían.

"Quizás te da una buena "sorpresa" un jovenzuelo algún día… –contraatacó Pilar, para cambiar el tema luego-. Además Caro dio un buen show también ¿no?"

"Es verdad –expuso risueña Euge-, no te quedaste atrás con ese viejo con el que bailaste Carolina… la cara de salido y pervertido que tenía era para salir corriendo, pero tu te mantuviste estoica soportando los avances del veterano."

"Sería todo eso, pero se vestía bien, tenía una conversación muy seductora y tenía dinero…" –puntualizó la rubia.

"¿¡Tenía dinero!?" –dijeron al unísono las tres amigas de Carolina mientras intercambiaban miradas de incredulidad.

"¿Y tu cómo sabes eso?" –preguntó mi mujer.

Todas las mujeres rieron, mientras mi mujer se levantaba, abría el bar y sugería ciertos tragos. Las otras chicas trataban de sonsacarle la respuesta a Carolina.

"La verdad es que el viejo era bastante lanzado… -confesó Carolina-. Bastante insistente, pero las copas de champaña sumado al vino de la cena me tenían de buen humor y que la discoteca estuviera llena de críos no me había dejado mucho donde elegir. Además el había sido muy cortés y atento en un principio."

"¿No me digas que te gustan los viejos verdes?" –interrogó sorprendida Euge.

"No… no es eso –respondió Caro, algo contrariada-. Es que creo que es más provechoso coquetear con gente de dinero. Eso es todo."

"Eres una puta" – se burló Pilar.

"Deja de decir tonteras y déjala terminar" –cortó las bromas Ana.

"Bueno… después de unos bailes –continuó Carolina mientras apuraba un trago de champaña que habían traído de algún lugar- el se puso insistente, yo le corté enojada porque me había causado gracia en un principio y le dije que era suficiente. Me iba a alejar, pero me tomó el brazo y me dijo que si yo seguía bailando coquetamente con él media docena de piezas sería bien recompensada" –Eso lo dijo mientras mostraba un fajo de dinero en su mano.

"Yo lo miré –explicó dubitativa Caro mientras terminaba de un largo sorbo su copa- y pensé en irme, pero no sé porqué me pareció excitante el asunto y acepté. La verdad es que no lo pasé mal bailando con el viejo, a pesar de los manoseos que tuve que soportar."

"¡¿El viejo ese te manoseo?!" –dijo sorprendida Euge.

"¡Pero mujer! ¿En que estabas pensando?" –se mostró igual de estupefacta Pilar.

"Déjenla terminar" – cortó de nuevo mi mujer.

"Al final de la sexta canción me despedí –prosiguió con su relato Caro-. El tipo insistió que me quedara, pero no quise. Recibí el dinero y una tarjeta con el nombre y número del viejo. Nada más pasó."

"¡Muéstranos el dinero!" –chilló emocionada Euge.

Carolina le pasó el fajo de dinero a Euge. Parecían bastantes billetes, las chicas lo observaron al igual que la tarjeta del tipo, a la cual mi mujer prestó bastante interés.

"Caro… -llamó la atención de todas Pilar -. ¡Eres una puta, y de lujo!"

Las mujeres, incluso Caro a la postre, se pusieron a reír a carcajadas. Entonces empezaron a hablar de esto o esto otro, de los hombres que habían visto, de la música y de los gustos personales. Todo eso mientras ellas seguían bebiendo.

De pronto, tocaron la puerta, Ana fue a abrir y se encontraron con dos muchachos de unos veinte pocos. Eran los sobrinos de Tulio, el cuidador, que venían a preguntar que pasaba en la casa, pues, según ellos nadie les había dicho que había sido ocupada.

Mi mujer y sus amigas le explicaban a los jóvenes celadores que eran Ana era la dueña y que estaban ahí por el fin de semana. Pero los dos muchachos se hacían los desentendidos hasta que poco a poco fueron cambiando de tema y mostrando sus verdaderas intenciones.

Las chicas que ya estaban bastante borrachas finalmente les invitaron a pasar a tomar algo antes de seguir sus rondas y estos ni cortos ni perezosos aceptaron.

La música volvió a subir de volumen y salían a bailar en grupo y en pareja. Los muchachos hablaban con las mujeres con bastante desplante, haciéndolas reír, en especial a Pilar y a Euge que eran de tendencia menos sofisticadas que Ana y Carolina.

Uno de los jóvenes de pronto salió y volvió unos 10 minutos después con dos bolsas plásticas. Adentro una gran cantidad de hojas, flores y tallos de marihuana secos y verdes se mostraban en su esplendor, además de papelillo para hacer pitillos del vegetal.

Rápidamente los dos jóvenes hicieron un par de porros y los encendieron. A pesar de cierta reserva de Pilar y Eugenia, todos probaron la droga y mezclada con el alcohol ya consumido las chicas y ahora sus acompañantes empezaron a actuar desinhibidamente.

En tanto, Pilar que al principio me había parecido muy santurrona e inocente estaba desatada con el tequila que había bebido y ya parecía toda una experta fumando hierba, pues, ella misma se hacía sus porros en la mesa de la cocina.

A esa hora la cosa estaba bastante salida, mi mujer había bebido bastante champaña y fumado bastante marihuana, haciendo que sus compañeras apenas aguantaran su ritmo.

Los dos tipejos que habían llegado hacían payasadas que hacían reír a las 4 chicas, la música empezó a subir aún más el volumen y se hizo espacio para que la sala de estar se transformara en un área de baile.

Las cámaras captaban todo y de diferentes ángulos, y a pesar del ruido ambiental los micrófonos aislaban las conversaciones del sector donde estaban ubicados, por lo que no me quejaba del dineral que me había salido su instalación.

Pilar y Ana bailaban con uno de los sobrinos de Tulio, un trigueño de ropas raperas que se hacía llamar JC (pero en inglés), compartían un porro hecho por Eugenia esta vez y bromeaban con movimientos improvisados y exóticos. Álvaro, el otro cuidador, vestía jeans negro, camiseta roja sin mangas y chamarra de cuero negra, y hacía las veces de DJ con música de lo más variopinta en el ordenador conectado al home theater.

Eugenia se unió a la fiesta luego de dejar armados tres cigarrillos de marihuana en la mesa y de encender uno que llevó consigo a la pista y que ofreció a Carolina que volvía luego de hablar con su marido por teléfono. La rubia le dio una larga calada y se unió también a la fiesta, acompañada de un entusiasta Álvaro.

JC y Álvaro bailaban con todas las mujeres, pero se notaba que ambos tenían ya su opción. JC se arrimaba mucho a Eugenia, que estaba bastante pasada de copas y que se reía de todo lo que el trigueño de cara juvenil le hacía o decía. Mientras tanto, Álvaro parecía interesado en mi mujer, pero Ana estaba con Carolina divirtiéndose y bailando en plan lesbo, por lo que Álvaro se fue inclinando por Pilar al final, que aceptaba la cercanía y los abrazos del varón, a pesar que le decía al muchacho que estaba de novia con Javier, mientras le mostraba un anillo.

Carolina que coqueta miraba alternadamente a los dos hombres, se acercó a mi mujer abrazándola, mi mujer se reía mientras Caro le acariciaba un glúteo y besaba su cuello, ante la mirada excitada de Alvaro y JC, haciendo que sus sorpresivas amigas lanzaran gritos incrédulos ante lo que estaba por venir. Pues, Carolina y mi mujer se dieron un beso corto, pero sensual mientras bailaban cadenciosamente y sus manos se movían desde los glúteos a las espalda, acariciándose los senos fugazmente entre si y levantando los vestidos para mostrar huidizamente las seductora lencería.

JC no soportó más la provocación y tomó de la cintura a Euge para atraerla hacia él y besarla. La mujer que estaría bastante excitada ya, aceptó no sólo el beso sino la lengua de su amante, mientras la mujer le acariciaba el culo al chico. Todo ante las carcajadas de Ana y Carolina.

Álvaro tomó de la mano a Pilar y la llevó a un sillón, ahí le empezó a besar el cuello. Pilar se "defendía" diciendo que estaba comprometida y se iba a casar, pero poco a poco iba olvidándose de sus promesas de amor y dejándose llevar por la lujuria frente al muchacho que le comía los senos a través de la blusa desabotonada.

De pronto, sonó el timbre. Lo que descolocó a todos, salvo a Ana que dijo que continuaran, que había hecho un pedido a domicilio.

Abrí una vista a la cámara de la entrada. Ahí estaba un viejo de unos sesenta y algo, vestido de blanco con pantalón, camisa y un traje con aire cubano. Era delgado, a pesar de una barriga promisoria y usaba un gorro de ala corta blanco.

Mi mujer abrió la puerta y sonrió. El tipo se sacó el sombrero, mostrando un viejo de barba de unos días y pelo fino y escaso que sonreía morbosamente al contemplar a mi mujer.

"Eres Manfred Gutiérrez ¿no? – Preguntó mi mujer disimulando malamente su estado de ebriedad-. Trajiste lo que te pedí."

"Claro guapa… -dijo el viejo, mientras mostraba un pequeño bolso-. Ana ¿no?, eres la mujer que me llamó. La amiga de la blonda del boliche que bailó conmigo ¿o me equivoco? Yo cumplí con llegar con tu pedido, ahora cumplirás con lo de la fiesta inolvidable que me prometiste por teléfono hace unas horas. Mira que me fue bastante difícil encontrar lo que me solicitastes en un lugar como este."

"Entra Manfred, mi vida –invitó mi mujer-. Verás que esta noche la pasaremos como nunca."

Mi mujer se dirigió de vuelta por el pasillo, mientras el tal Manfred le seguía de cerca sin perder de vista el espectacular trasero de mi mujer. Al llegar con el resto Ana bajó el volumen e hizo en voz alta un anuncio:

"¡Amigos! ¡Miren quien ha llegado!" –mi mujer dio paso al viejo, mientras lo abrazaba de los hombros, a lo que el viejo aprovechaba para tomar de la cintura a Ana y aprovechar para rosarle el culo un breve momento.

"Manfred… -continuó mi mujer- ha venido a participar de nuestra fiesta y ha traído un regalo para nosotros. Así que porque no vienes acá Caro y recibes el regalo que nos ha traído tan distinguido invitado."

Carolina, algo contrariada, se acercó al viejo y saludo con un beso a Manfred, que casi el viejo aprovecha para estampar en la boca de la blonda.

Quizás era la venganza de mi mujer porque Carolina había soltado lo de sus infidelidades ante sus amigas. Mi mujer en todo caso parecía divertida con la reacción de la rubia.

Caro recibió el pequeño bolso que le ofreció el viejo y de éste sacó tres bolsitas que contenían un polvo blanco y otro con unas pastillas. Tanto a Caro como a Ana le brillaron los ojos.

"¡A festejar!" – gritó Ana mientras subía la música y sacaba a bailar al viejo.

La fiesta continuó, muy a mi pesar Ana flirteaba con el viejo y poco a poco todos se iban a dar a la cocina una dosis de coca o en su lugar tomaban una de esas pastillas, que al parecer era éxtasis. El alcohol y la marihuana tampoco paraba y a pesar que seguían bailando, sus comportamientos se hacían más y más desinhibidos.

Pilar se dejaba manosear en un sillón mientras se morreaba con Álvaro, que la intentaba dejar en ropa interior, a lo que aún Pilar se resistía aún. Sin embargo, Euge y JC se encontraban ya en una habitación desnudos y haciendo un 69. La lengua de JC tenía a la "inocente" madre soltera gritando con el pene en la boca.

En tanto, Carolina y Ana bailaban con el viejo, seguían con la escenificación lésbica, sin embargo, ahora se había hecho más osada la representación, pues, se besaban delicadamente y fugazmente, tocándose provocativamente frente al viejo, que se había abierto la camisa y manoseaba a una u otra chica cuando les encontraba distraídas. Ellas le reclamaban la intromisión de las manos de Manfred, alejándole las manos arrugadas sin mucha convicción y a modo de broma, pues, se reían junto al viejo y le permitían abrazarlas e incluso Carolina se dejó besar por Manfred mientras Ana se iba a la cocina a aspirar un par de rayas de coca.

Caro estaba enajenada por el alcohol y el menjunje de polvo y pastillas, pasiva frente a los avances del viejo, que aprovechaba de acariciar el cuerpo, besar el cuello y la boca de la nordica, que ya no trataba de separar con verdadera intención al veterano.

Mi mujer regresaba zigzagueante de la cocina, sus ojos muy abiertos y sonriendo tontamente se unió a la pareja, puso delicadamente sus manos sobre los hombros de la rubia, separando a Caro del viejo y besándola primero dulce y luego aumentando la intensidad, cada vez más apasionadamente.

Manfred por instantes sólo observaba con rostro excitado, pero no demoró en unirse a las mujeres, separando a cada uno por sus cabelleras el delgado hombre guió a mi mujer hasta él y la miró lujuriosamente. Mi mujer le sonrió coqueta mientras mantenía una mano acariciando la parte posterior del cuello de la rubia, que estaba expectante. Ambos, mi infiel Ana y Manfred, mantuvieron sus rostros muy juntos, acercándose lentamente antes que el viejo besara repentina y bestialmente a mi esposa que muy receptiva aceptó los labios y la lengua presta de su nuevo amante, untándose mutuamente en saliva, mientras las manos del viejo comenzaban a acariciar cada centímetro del cuerpo de Ana.

El viejo dejó a mi mujer y se acercó a Carolina, a quien dio una muestra similar de besos y caricias desaforadas. Se alejó muy poco para observarlas mientras las sostenía de la cintura a las dos féminas deseosas.

"Muchachas vamos a un lugar más privado. A mi fiesta privada." –dijo Manfred mientras apuraba una copa de champaña que había dejado en el piso.

Caro se dejaba llevar, pero Ana la tomó de la mano y la detuvo.

"Manfred precioso… - habló Ana sería, pero con una expresión risueña-. ¿Acaso quieres irte con estas dos bellezas sin pagar por ello? Vamos mi corazón… ¿Qué darías por estas dos mujeres de primera?"

"Pero Ana, después de todo lo que hemos compartido…" –se mostró sorprendido Manfred, pero tratando de ser persuasivo.

Manfred las quedó mirando. Y luego sonrió.

"Ya veo… a las abogaditas le gusta jugar a ser putas –dijo divertido el viejo-. Bueno ¿Qué tal algunos billetes para cada una para que puedan comprar algo que les apetezca? Quizás lo suficiente para poder comprar bastante polvo blanco ¿no?"

"Ese es mi abuelito rico… ¿no es encantador Caro? – habló fuera de si mi infiel esposa.

"Si… nuestro abuelito es muy generoso, pero podemos dejar de hablar y vamos a la cama a follar. Que estoy muy caliente" –apresuró la rubia mientras tomaba una botella de Champaña para llevar a la habitación.

Manfred se acercó a Caro y su mano reptó por su muslo y se metió debajo del vestido, hurgando rápidamente en su entrepierna. Haciendo que Caro gimiera con el rostro rosado de deseo.

"Veamos si es verdad eso… -el viejo manipulaba la entrepierna con una mano mientras besaba a Caro-… mmmmmm, si que estás mojada mi putita –se llevó la mano a la boca y probó el sexo de la Blonda-. Rico… Ahora tu prueba un poco de tu cachondo coño" – el viejo acercó su mano y le hizo probar sus propios fluidos a la rubia. Luego hizo probar del mismo elixir de lujuria a Ana.

"Que rico amiga… eres deliciosa Carito… - dijo totalmente desinhibida Ana- Ahora, vamos… a la habitación principal".

"No me digas que tu también estás muy caliente, Ana mi vida" –preguntó emocionado el viejo.

"Eso lo sabrás en la habitación" – terminó mi mujer mientras conducía a Caro y Manfred a la habitación principal en el segundo piso. Dejando en la planta baja a Pilar que con el tanga a la altura de sus rodillas recibía la lengua de Álvaro y gritaba desesperada por la calentura.

Subieron de prisa al segundo piso. La verdad es que el sesentón estaba muy ansioso y estiraba sus manos para acariciar, manosear y apretar las carnes de las dos hermosas y sensuales mujeres que le acompañaban. Miraron un instante por la habitación donde Euge gemía y con las piernas muy abiertas recibía las embestidas de JC que balbuceaba frases ininteligibles.

El trío continuó hasta la habitación principal, que era muy amplia y que estaba desocupada. El viejo aprovechó de morrear a Ana en contra de la pared, le lamió la cara y bajó a chupar por sobre la trasparencia del vestido primero los voluptuosos senos y luego el ombligo de mi traidora mujer. En tanto, Carolina se sacó sus rojas prendas, las altas sandalias y quedó en lencería sobre la cama.

Manfred dejó a mi mujer que respiraba agitada contra la pared y observó a Carolina con una sonrisa en la cara.

"Mira que putas me he conseguido… mis nietecitas hermosas –dijo el viejo pervertido con retorcida imaginación, dejando la camisa a un lado y dirigiéndose a la cama con Carolina-. Vamos, ayúdame con el pantalón, mi rubita preciosa" – Manfred se paró al lado del tálamo mientras que Carolina, arrodillada sobre el lecho, desabrochó el cinturón y le despojaba lentamente del blanco pantalón.

Ana parecía excitada, la droga transformaba completamente a mi tímida esposa. Su personalidad explotaba, no dejando dudas que le gustaba y buscaba el sexo. Y no había dudas que no le importaban o había olvidado completamente sus votos matrimoniales.

Manfred exhibía un bóxer blanco que quedaba bastante suelto debido a la extrema delgadez de las extremidades del sesentón, sin embargo, bajo la prenda asomaba un pene de buen tamaño.

"¿Quién lo hubiera pensado, abuelito precioso? – Dijo gratamente sorprendido Carolina, siguiéndole el juego perverso del viejo, mientras acariciaba y luego tomaba con una mano el pene del viejo por sobre la prenda del viejo-. Un viejo verde como tú tiene una verga grande y bien parado… ¡Que rico papi!"

Manfred sonrió y acarició un de los suculentos senos de Caro, le tomó de la mandíbula y le besó libidinosamente. Ambos subieron a la cama entre morreos y caricias sin reservas, Manfred se quitó el bóxer y las medias, quedando completamente desnudo su cuerpo arrugado, delgado en extremo, salvo la barriga prominente.

"Vamos bebita… que es hora de tu lechecita" – le apuró el deslucido y excitado anciano.

La rubia empezó a besar todo el tronco de un pene pálido, largo y delgado, lleno de venas con un glande de un rosado intenso. Caro lamía y besaba los testículos, haciendo lanzar suspiros a su amante. Mientras tanto Manfred y Ana se miraban, ambos provocándose. Mi mujer pasaba la lengua por sus carnosos labios y con una mano acariciaba su entrepierna por sobre el calzón mientras con la otra acariciaba sus excitados y carnosos senos.

"Vamos Ana… sácate la ropa y ven a poner esos labios hechos para besar y chupar verga" – extremó sus dichos el viejo con mi mujer.

Mi mujer empezó a desnudarse. Se sacó las sandalias y el vestido lentamente, sin dejar de ver a Manfred que alternaba miradas con Ana y Carolina. La rubia le comía sin interrupción la verga, repasando una y otra vez con su lengua todo el tronco del viejo, que acariciaba el cabello liso y rubio con una mano y un seno con la otra.

Ana ahora sólo con el pequeño calzón y con las medias negras avanzó a la cama. Sus carnosos senos estaban con sus pezones muy duros y paraditos, desafiando la gravedad. Sus movimientos y su mirada eran los de una minina caliente y presta a dejarse montar por su macho, una mujer en celo. Y así ocurrió, pues fue directo a besar a Manfred antes de bajar, reemplazando a Carolina sólo un instante para probar la verga del sesentón, que cerraba los ojos y disfrutaba las caricias conjuntas de las dos sensuales mujeres a su disposición.

Ana y Caro lamían y besaban el pene erecto ya en plenitud, haciendo breves pausas para besarse entre ellas y acariciar los eróticos cuerpos femeninos. Manfred estaba ahora en control y acariciaba a las féminas a placer, orientando su cuerpo delgado en sentido contrario y disfrutando de los esculturales cuerpos y coños de las dos abogadas, mientras el mismo era presa de las bocas y manos de las hembras.

Carolina estaba muy caliente, gritaba y pedía más:

"Méteme más la lengua… assssiiiiií… más… tus dedos más adentro… siiiiiii… más… más… ahhhhhhh!" – la rubia chica estaba desesperada.

Mi mujer en tanto tenía para si la verga de Manfred y chupaba con un ritmo cada vez más apresurado. Lamiendo y chupando el glande, apretando con sus labios pulposos el tronco del pene y finalmente relamiendo los pálidos testículos, para continuar sin demora con la mamada.

Manfred estaba concentrado en Carolina que parecía estar a punto de acabar y enterraba su boca y lengua sobre el coñito que poseía una recortada línea de vellos dorados.

"Siiiii… así amor… vamos papi… dale duro a tu hijita… a tu putita!!! Más… Siiiiii… Más… aahhh! Mmmmmmm…. aaahhh! Aaaahhhhhhh…..AHHHHH!!!!"- gimió y gritó Carolina antes de caer cansina sobre la cama luego de un breve y agudo orgasmo.

Manfred respiraba rápidamente y excitado tomaba del castaño cabello a mi mujer, que parecía poseída por la verga del viejo que entraba y salía de su boca a un compás desenfrenado.

"Sigue así puta… vamos… siii… aprieta mi verga con esos labios de perra… - Se expresaba sin recato Manfred-. Que gusto dan esos labios… Que boquita más rica me estoy follando… que hambrienta de verga eres Ana… más… sigue así… me corro en tu boca puta… toma mi leche niña cochina!!!"

Ana recibió los primeros chorros de semen en su boca y luego tres más en la cara, el cuello y sus senos. Mi cónyuge sonreía provocadoramente mientras se comía con la vista primero a Manfred y luego a Caro que agitados cayeron sobre la cama.

Pero Ana había quedado caliente y se estirada sobre la cama mientras comenzaba a masturbarse con una mano mientras esparcía el semen del viejo por su cuerpo con la otra mano.

Ana continuó con sus delicados dedos sobre su sexo, turnando caricias entre sus senos y sus labios vaginales. Enterrando dos y hasta tres dedos en su coño mojado.

Manfred se desemperezó y se dirigió hacia mi mujer. Apartó entonces los dedos, sacó la tanga de Ana y comenzó a comer su rajita con presteza. Ana, que sintió la lengua y dedos del sesentón en su coño, empezó a contorsionarse sugestivamente en la cama.

El viejo eternizó sus caricias y solo se detuvo para llamar a Carolina que miraba desde una orilla, diciéndole:

"Ven Carito aquí. Ven con papi… Ahora te portarás bien, pues, le tenemos que dejar limpiecito el coñito a tu hermana"

"Si papito lindo…" –respondió Caro con una voz ronca de niña mientras avanzaba en busca de la entrepierna de mi mujer, que ahora sentía un par de lenguas y un montón de dedos acariciando su vagina.

Mi mujer gemía y se movía desesperada por lo que le hacían su amante y su amiga. Las lenguas y las caricias subían hasta sus hermosos y magnos senos, cuyos pezones estaban realmente rígidos.

"Ahhhhh… diooooss… rico… que rico se siente papi… cómeme mi pepita… asiiiiiií… sigue así Carito… sigue así viejito rico… mmmmmmmm…." –Seguía balbuceando y actuando como una adolescente abrumada por el deseo.

Mi mujer estaba boca arriba, entregada a sus amantes. El viejo subió a comerle la boca, las lenguas se juntaban deseosas, mientras Caro no paraba de lamer y meter dedos en el mojado sexo de Ana.

"Métemela, papi… aaahhhmm... estoy muy caliente… –dijo entre gemidos y suspiros mi infiel conyugue- tu verga… en mi coño… mmmmmm… necesito tu verga ahora, mi vida… me tienes muy mojada, papito"

"Deja ese coño niña – ordenó manfred a Caro, reaccionando a la petición de Ana - y ayuda a tu papi a estar listo para tu hermanita – mandó Manfred a Caro, mostrando un pene relajado aún-. Yo seguiré comiéndome ese coñito de niña mala de Anita"

Así se dispusieron en la cama. El viejo dando sexo oral a Ana, mientras este era atendido por Caro, que se masturbaba de cuando en cuando, y poco a poco lograba poner erecto el pene de Manfred.

En eso estuvieron algo más de 5 minutos. Mi mujer desesperada empezaba a lanzar palabras soeces y amenazas.

"Fóllame, puto viejo… pon tu puto pene en mi puto coño –se movía desesperada y suplicaba -. Dame verga, viejo de mierda… Quiero verga, hijos de puta"

El viejo al parecer al fin había recuperado su erección gracias a Carolina y reptó sobre Ana. No hubo delicadeza en su acercamiento. Simplemente metió su pene de improviso y se acomodó mientras mi mujer lanzaba un gemido y se había quedado paralizada.

"Siiiiiii!!! –dijo mi mujer como si fuera un triunfo.

"¿Te gusta así, mi niña? ¿Te gusta la verga de papi? –dijo el viejo mientras comenzaba a moverse acompasadamente.

"Siiiii, paaapi… me encannnta tu verga… me encanta follar con mi papi… – la excitación, el alcohol, la droga, todo asomó en ese momento en esa mujer, una mujer que desconocía y que no era mi esposa ya.

"Ahhhhh… aahhhhmmmm… siiiii… mmmmaaahhhh… haaay!! – seguía escuchando y observando morbosamente a mi mujer a través de los micrófonos y cámaras ocultas. Mi verga estaba tiesa, dura como pocas veces. Pero no me atrevía a tocarme, pues, sentía que de ello dependía mi cordura.

"Eso es –seguía hablando el viejo, en su perversa fantasía- entrégate a tu papi… eso mi niña… eres una putita hermosa… eres la más puta de mis niñas… así, así…"

El viejo apresuró el mete y saca, mientras los gemidos de ambos se multiplicaban. Carolina a un lado se masturbaba sin descanso con ambas manos en su sexo. Mi mujer abrazada y rodeando con sus piernas al viejo, con los talones apoyados contra la cintura de su amante, buscando más penetración y demandando más acción.

"Más adentro!! Métela más… siiiii, amor… así… -pedía histérica ya mi mujer-. Que gusto papi… soy una nena cachonda… soy la nenita cachonda de papi…"

Los minutos avanzaban y los cuerpos estaban cubiertos de sudor. Mi mujer se movía acoplándose al ritmo de su amante. Besándose y enlazando las lenguas, el viejo comía las tetas de mi mujer y esta mordía el cuello del viejo.

"Me voy a correr papi… -empezó a gritar entre gemidos Ana-. Dale más duro a tu nena… duuuuro… rápidoooo… más… Asíiiiii… ahhhh… ahhhh… ahhhhhnnnnn… MÁAASSS…AAhhhhh…AAHHHHH!!!"

Se corrió mi mujer, quedando inmóvil con los ojos cerrados mientras Manfred continuaba moviéndose dentro de la espectacular puta que había arrendado esa noche. Ana, mi esposa.

Pero el viejo no quería parar ahí. Sacó su verga y acomodó a mi mujer boca abajo mientras ordenaba a Carolina que le preparara el ano a "su hermana" para la verga de papá.

Caro se acercó a Caro con rostro visiblemente fuera de si. La lujuria brotaba de sus poros. Morreó al viejo mientras apretaba los glúteos de Ana arrancándole un gemido de dolor, luego se sumergió en ese espectacular culo de mi esposa, repasando con su lengua el ano, jugando también con el coñito suavemente, utilizando sus dedos con maestría.

En tanto Manfred se colocó a espaldas de la rubia y comenzó a meter lentamente su verga en el coñito excitado de ésta, provocándole oleadas de placer mientras chupaba el sexo de mi esposa.

Manfred se mantuvo follando lentamente el coño de Caro, mientras esta ocupaba su saliva y la secreción de su amiga para emulsionar y abrir con los dedos el ano de mi "beata" esposa que ya volvía a gemir, pero quedamente.

La maniobra se repetía dolorosamente ante mis ojos para mi gusto. No aguante más y desabroché mi pantalón, cogí mi pene y empecé a masturbarme con vergüenza y lujuria.

Los gemidos de mi mujer aumentaron, pues, Caro metía dedos en su sexo también, haciendo sonar la cama por los movimientos de los tres amantes.

La rubia de improviso vio frustrada su posibilidad de llegar al orgasmo, pues Manfred salía de su interior y, como un director de orquesta, concertaba el trió indicando los siguientes movimientos.

"Caro colócate boca arriba aquí… Ana tu cómele el coño… sobre ella. Así, como una perrita con la cola levantada… Caro aprovecha cuando puedas para comer el coño a Ana o darme placer… Yo voy por el premio mayor" –dijo el viejo con malicia, mientras se acercaba con la verga apuntando el ano de mi mujercita.

El viejo metió el dedo pulgar primero, lo sacó y lo adentró varias veces por el orificio posterior de Ana, que se quejó al principio, pero demasiado pronto comenzó A relajarse. El viejo escupió sobre su mano y untó saliva tanto en el pene como en el orificio trasero de mi Ana. Con paciencia acomodó su verga y lentamente la fue metiendo, mientras Ana se quejaba, pero no huía.

"Anita por dios!!! Que cosita más apretadita y rica tienes aquí!!! Que gusto angelito mío!!"-soltaba entre balbuceos el viejo.

"Oooohhhhhggg… despacio papi… Haaaaay!!! Cuida de tu nenita!!! MMMnnnnnnnnggghh… asíiiii… mmmmmmnngggg… despacito, amor " – decía excitada a pesar del dolor mi mujer.

"Vamos putita querida… asíii… te gusta ¿no?... ¡¿te gusta como te culea papi?!" – empezó a vociferar el sesentón mientras aumentaba el ritmo de la follada.

"Siiii… mi papi me folla rico… muuuuyy riiico… siiiii… siiiiiIIII… SIIIIII…. Más… QUIERO MÁS!!!!" –ya gritaba mi esposa.

Carolina seguía comiéndole el coño a Ana y aprovechaba de lamer el pene y los testículos del viejo que entraba y salía del orificio posterior. La nórdica abogada excitada también por la comida de coño que le hacía mí esposa gemía mientras estiraba su lengua para alcanzar el clítoris de Ana.

"Así putas… más rápido… ahh! Muévanse mis putas niñas… muévete mi amor… QUE RICO TRASERO ME ESTOY COMIENDO!!!!!" – continuó muy excitado el viejo.

Ana gritaba, pedía más y se quejaba. Los tres se movían violentamente, cada vez con menos armonía, pero ya todos en el límite de la lujuria. Carolina no aguantó más y lanzó un grito gutural que inundó la habitación… su corrida fue larga e intensa esta vez.

Mi esposa dejó de comer el coño de su compañera y se concentró en recibir el falo del viejo que apresuraba la cogida. El escultural cuerpo de mi mujer era un mar de sudor, su coño brillaba a pesar de que Carolina había parado de comer su vulva. Ana gemía, gritaba y se aferraba a la cama a punto de alcanzar el preciado orgasmo.

"Me vengooooo!! Ahhhhh!! Ahhhh!!!! Siiiii!!! Ammmmmnnnnghh!! Ahhhhhggggg… Mee eh coOOrro… Me vEEEnnnnGoooOO, PaaAAAAAPPPPiiIIII!!! – Estalló Ana en una poderosa corrida mientras su cuerpo empezaba a caer a la cama.

Manfred dio todavía unas sacudidas dentro del recto de mi esposa y presto salió del cuerpo de Ana mientras se masturbaba con premura, dirigiéndose a Carolina quien con el cuerpo inmóvil y fatigado le esperaba. La rubia abrió su boca, aún con la respiración agitada, y vio como el viejo se masturbaba imperturbable, con el pene sobre el rostro, hasta que finalmente descargó varios chorros de un líquido blanco y semiacuoso que cayeron en la boca, cabello, mejillas y sobre el esbelto hombro derecho de la blonda.

La escena salía de toda racionalidad. Mi mujer, su compañera de trabajo y ese viejo de mierda desnudos después de haber follado sin pudor alguno.

El engaño y la lujuria de mi esposa eran tan evidentes, tan evidente como mi estado de excitación. Yo, que por lo general tenía mucho aguante, eyaculé sin poder controlar que parte de mi semen saltara sobre la pantalla y el ordenador.

"Adoro a mis niñas… nunca había encontrado unas niñas tan perversas como ustedes… las amo… quiero follar con ustedes miles de veces…" – dijo entre jadeos de cansancio el viejo.

"Nosotras también queremos volver a follar contigo, papi" – dijo mi mujer, inmóvil y fatigosa sobre el lecho.

"Si, papi… somos tus pequeñas putas" – confirmó Carolina, mientras se movía hasta Manfred y buscaba su boca. Ambos se morrearon mientras se dedicaban caricias y abrazos.

Ana no se les unió esta vez. Se levantó, se vistió y salió de la habitación, dirigiéndose hasta la cocina en el primer piso. Ahí, sobre la mesa varios pitillos de marihuana y una pequeña bolsa con un espejo y una hoja de afeitar le esperaban.

Mi esposa con dedicación se preparó un par de líneas de coca, se agachó y las aspiró con la ayuda de uno de los billetes que bien había ganado de Manfred.

Por la puerta de la cocina apareció Álvaro, que silencioso se acercó a mi hermosa y sensual mujer aún apoyada sobre la mesa.

El muchacho le acarició la espalda, mientras apoyaba en el culo de mi mujer su pelvis, haciéndole sentir su sexo. Ana, atontada por la coca, sólo giró su cabeza displicentemente para encontrarse con los ojos de Álvaro observándola con lujuria.

Las manos de Álvaro levantaron el vestido de Ana y apartaron el negro tanga. Mi mujer se apoyó completamente sobre la mesa y se dejó hacer.

Álvaro follo a Ana casi tres cuartos de hora.

Lloré. Lloré mientras otro pendejo se cogía a mi mujer. Sollocé como un niño. Quizás por vergüenza. Quizás por orgullo. Quizás porque me sentía traicionado. Quizás por que mi vida se había destruido irremediablemente.

Ana era cogida por el culo nuevamente, y sus gemidos sonaban a kilómetros de distancia de casa. Tomé uno de los trofeos de juventud y lo lancé violentamente contra la pared, haciendo caer varios recuerdos desde una repisa. Algunas golpearon el piano, haciéndolo sonar desentonadamente.

Las notas del piano desaparecieron pronto y de fondo sólo se escuchaban mis sollozos. Sólo mis sollozos y los gemidos de lujuria de Ana y su amante.

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