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P.V.e.I: Pianos Lustrosos 7: Nuevas Amistades 1

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P.V.e.I: Pianos Lustrosos (7): Nuevas Amistades 1.

Un hombre exitoso y enamorado de su hermosa y sensual esposa descubre un día que ella tiene una doble vida, no sólo le es infiel con más de un amante sino que es adicta a la vida desenfrenada.

En medio de la confusión, decide vigilar a su esposa. En un principio, lo que parece una estrategia del esposo para enfrentar a su voluptuosa mujer con las pruebas irrefutables de su traición, se transforma en un viaje oscuro en que se enfrenta a sus propios demonios, travesía que logran llevarlo a la frontera que jamás pensó cruzar.

Los relatos anteriores se encuentran en esta misma web:

http://www.todorelatos.com/relato/47141/

http://www.todorelatos.com/relato/47468/

http://www.todorelatos.com/relato/67409/

http://www.todorelatos.com/relato/74463/

Ana y yo parecíamos vivir una segunda luna de miel esas semana, incluso habíamos logrado viajar un fin de semana a un lugar bonito del interior del país, a conocer viñedos y a follar como locos.

Las cosas parecían realmente bien, especialmente porque ambos teníamos poca carga laboral y lográbamos tiempo para nosotros. Sin embargo, aquellos días de alegría y de tranquilidad empezaron a desaparecer más pronto de lo que yo esperaba.

En la oficina de mi esposa comenzaban la etapa final para captar un importante cliente, uno que según Ana significaría un cambio en la jerarquía de los abogados de su firma y mi mujer quería lograr progresar mucho más haciendo un gran trabajo en la negociación.

Yo le expliqué que aún era joven y que no era imprescindible que se sobre esforzara, pues, ella tenía un buen sueldo y junto con lo que yo ganaba era más que suficiente para un buen vivir. Pero ella me miró testarudamente. No había forma de hacerla cambiar de opinión, en eso se parecía a su padre, y eso no gustaba nada.

El martes de esa semana, Ana me llamó al almuerzo para decirme que se quedaría hasta tarde trabajando ya que había una reunión de planificación para el encuentro con la firma que era un importantísimo cliente. Sin embargo, me dijo que llegaría pasada las diez de la noche, para cenar juntos.

La verdad es que me encontraba más relajado, así que me quedé trabajando hasta más tarde. Cuando llegué a casa, cerca de las diez de la noche. Ana aún no había llegado, por lo que me dediqué a preparar la cena y mirar algo de televisión mientras esperaba a mi hermosa y sensual esposa.

Sin embargo, se acercó la medianoche y no había señales de ella. La llamé varias veces, pero no contestó el teléfono. Me acosté algo preocupado cerca de las una de la mañana y con nuevas inquietudes en mi cabeza, pero supuse que las reuniones se habían extendido más de lo esperado, como ocurre a veces en estas importantes reuniones con clientes. Estaba cansado y al final me quedé dormido.

El despertador sonó a las 6.45 de la mañana y miré a mi lado. Ana no estaba. Me levanté de inmediato y la busqué en casa con esperanza que estuviera en alguna de las habitaciones. Pero estaba sólo, Ana no había regresado.

De inmediato busque mi teléfono y la llamé. Tras el tercer intento contestó.

"Aló" – respondió Ana, su voz agitada y apagada.

"¿Dónde diablos estás, Ana? – respondí alterado- ¿Qué coño estás haciendo que te impidió llegar a casa anoche?"

"Amor… estaba trabajando –dijo, su voz sonaba lejana-. Este cliente es muy importante"

"Cliente una mierda –la increpé, estaba enojadísimo con ella-. Dime dónde estás porque me voy para allá de inmediato"

"Pero ¿qué pasa, Matías? Porque estás tan molesto –dijo Ana con voz forzada, generalmente usaba mi nombre de esa forma cuando estaba molesta, pero esta vez sonó demasiado suave y nerviosa-. No te comportes como mi padre cuando era una cría"

"¿Dónde estás, Ana? Dime ahora" – le exigí a mi esposa.

"En la oficina – su voz sonó muy extraña, insegura-, pero estoy en una reunión"

"Allá voy" – dije sin dejarle hablar y corté la llamada. Rápidamente me vestí. Me apresuré a subir al automóvil y salir en busca de mi esposa.

Iba en mitad del trayecto del edificio de oficinas donde trabaja Ana cuando empezó a sonar mi celular. Miré la llamada, era de mi trabajo, pero era aún muy temprano y no contesté.

Seguí mi camino, tan rápido como se podía y el teléfono sonaba una y otra vez. Entonces cometí el error de contestar. Era Diana, la secretaria de Lomax y Milton, los dos socios principales del bufete de abogados en que yo trabajaba.

Diana me dijo que me necesitaban urgente en la oficina, que el señor Milton había tenido un pequeño accidente y que no podría viajar al extranjero a realizar unas charlas con unos clientes, por lo que mi propio jefe y uno de los dos principales accionistas de la firma, John Milton, había decidido que yo debía hacerme cargo y viajar de inmediato en el jet privado de la empresa a reemplazarlo en las importantísimas reuniones.

Aquello me pilló de sorpresa, le dije a Diana que estaba en algo importante y que iría luego a la oficina. Corté y continué mi camino, quedaban a sólo unos cinco minutos para llegar a la oficina de Ana cuando entró otra llamada. Era Diana nuevamente, contesté sin mucho ánimo de hacerlo.

"Está en línea el Sr. Milton –dijo Diana con voz seria-. Quiere hablar contigo"

Hubo un breve silencio. Antes de sentir un cambio en la línea.

"Matías, acá John – saludó mi jefe de manera más afable de lo habitual-. Siento los inconvenientes, pero te necesito ahora mismo en ese avión, no me importa si has empacado o no, te daré dinero para tus gastos y ropa, lo que sea. Sólo vete ahora mismo al aeropuerto. Estas negociaciones y contratos son muy importantes, vitales para nuestra firma. Diana está partiendo ahora mismo al avión para darte todas las especificaciones. Ella irá contigo y te asesorará en todo. No me falles, de esto depende tu puesto y tu futuro. El avión sale en media hora"

"Pero Señor Milton… yo…" – Pero él ya había colgado el teléfono.

Detuve el vehículo un momento. Treinta minutos, con suerte llegaría al aeropuerto en cuarenta y haciendo el trayecto al límite de la velocidad permitida.

"¡¡¡Y una mierda!!!" –grité y cambié mi destino. Tomé el teléfono y llamé a Ana.

"Vas a seguir con tu escena de celos…" – se quejó Ana.

"Me voy de viaje… pero hablaremos de lo que pasó ayer por la noche. No lo dudes" – corté, realmente la fortuna parecía estar en mi contra.

Aceleré, pues, debía tomar un pequeño desvío para pasar a buscar un par de cosas a casa. Eso aumentaría el trayecto unos cinco o diez minutos, pero dudaban que ese avión despegara sin mí. Además, buscaría una excusa creíble, de todos modos era un viaje de último momento.

Pasé a buscar algo de ropa, teléfono y mi laptop conectado al servidor del sistema de cámaras de seguridad que había instalado en casa. Subí a mi automóvil y corrí para llegar a tiempo.

En el aeropuerto, más bien aeródromo privado, cercano al aeropuerto, donde se encontraba el jet de la empresa se encontraba ya Diana esperándome, con una carpeta en la mano. Era una mujer alta y rubia, de unos 35 a 37 años. Era una mujer con la belleza de antaño, ataviada con un vestido ejecutivo de sastrería, que recordaba un poco a una treinteañera Lauren Bacall, con algo más de curvas y poco propensa a sonreír.

Nos saludamos y entramos al avión mientras me explicaba primero el destino o mejor dicho los destinos, dos ciudades de los Estados Unidos y luego México, Brasil y Argentina. Lo que significaría al menos una semana fuera. Aquello me puso con los nervios en la mano.

El avión se alistó a despegar y aproveché para llamar a Ana.

"Si… Aló" – se escuchó la fría voz de mi mujer.

"Ana, soy yo. Me llamaron de la oficina, uno de nuestros jefes tuvo un accidente al parecer y tengo que reemplazarlo en un viaje" – expliqué aún algo enojado.

"Si… dime" – dijo mi mujer al parecer distraída.

"¿Me estás escuchando?" – pregunté molesto.

"Claro… cariño… te vas de viaje –repitió mi esposa. Parecía algo jadeante -. ¿Sigues… molesto?"

"De eso no quiero hablar ahora –continué-. Mis destinos son Estados Unidos, México, Brasil y Argentina, por lo que estaré al menos una semana fuera"

Pero el teléfono parecía que no tenía señal, o no se escuchaba nada.

"¿Aló? Ana ¿Me escuchas?" – pregunté sin respuesta.

"Amor… hablamos más tarde" – se escuchó en el auricular luego de un momento decir a mi mujer.

"Estaré fuera una semana al menos" – repetí.

"Ok, amor –dijo mi mujer, y en ese minuto me pareció escuchar otra voz cercana, pero quizás era el sonido del avión que no me permitía escuchar bien-. Llámame cuando llegues que ahora quiero acabar… unas cosas pendientes. Adiós"

"Pero Ana… espera" – tuve la impresión que mi mujer me había colgado, pero la llamada continuaba.

Justo en ese momento se sentó frente a mi Diana y me indicó que abrochara mi cinturón porque el avión iba a despegar. Lo hice rápidamente mientras buscaba el "manos libres" del celular, los audífonos me permitirían escuchar mejor lo que pasaba al otro lado del teléfono, donde supuestamente estaba Ana.

Diana quería hablar acerca del trabajo y los objetivos del viaje, pero yo le pedí que me diera unos minutos. Me concentré en escuchar la conversación y poco a poco mi corazón fue acelerándose por lo que escuchaba.

"Dios… que mujer… que gusto…" – decía una voz masculina que me pareció irreconocible en aquel minuto.

"Ah! Mmmmmm… dios… que morbo… que…aahhmmmm…" – escuché decir a Ana en un momento.

Eran murmullos y gemidos, palabras que no lograba distinguir. Pero era claro que Ana no estaba en la oficina y sin duda no estaba trabajando.

De pronto la llamada se cortó y quedé paralizado por lo que creía era una nueva aventura extramarital de mi mujer. De pronto observé a Diana.

"Pasa algo malo" – preguntó preocupada.

"No… nada. Dame un segundo –Marqué el teléfono de mi mujer un par de veces, pero ni siquiera daba tono- Déjame tomar un vaso de agua y empezamos a trabajar" – le dije, tratando de componerme a mí mismo.

Traté de enfocarme en lo que me decía Diana, en los clientes y en los detalles de sus cuentas y lo que se esperaba de nuestra empresa, pero mi mente volvía a mi esposa y me preguntaba mil cosas. Tomé un largo sorbo de mi botella de agua y encontré a Diana observándome con disimulo.

"¿Sucede algo?" – pregunté.

"Es que estás muy distraído" – me dijo ella con naturalidad.

"Problemas en casa… -respondí, tratando de sincerarme con alguien- pero nada del otro mundo" – mentí.

"Ojalá que pronto se solucionen –Dijo ella, tratando de ser empática-. Continuamos, pues, queda mucho por hacer"

"Está bien" – dije y puse toda mi mente en lo que estaba haciendo. No podía permitirme tener un momento de respiro, pues, malos pensamientos se adueñaban de mí ser.

Un largo viaje para llegar a Atlanta (demasiado para una mente en mi estado) y más de una hora de viaje hasta nuestro hotel. La reunión era la mañana siguiente, así que repasamos brevemente antes de ir a comer algo, luego a ducharnos y a dormir supuestamente, pues, debíamos levantarnos temprano para repasar la reunión y salir rumbo a las oficinas de nuestro cliente.

Sin embargo, mientras me acostaba encendí mi laptop y rápidamente cargué el programa que me permitía conectarme a las cámaras de mi casa, sin embargo, tenía problemas con la conexión inalámbrica y tuve que pedir algo de ayuda en recepción hasta que logré conectarme a internet.

Mi casa parecía vacía, pero eran pasadas las 12 de la noche. Esperé mientras revisaba unos contratos, debía aprovechar el tiempo, ya que parecían tener ciertos errores de redacción e interpretación que consultaría con Diana durante la mañana.

Cuarenta minutos después escuché ruidos en casa.

A través del ordenador y el sistema de vigilancia en casa al fin pude ver a Ana, pero no estaba sola. Un hombre alto, con un maletín en la mano, de unos cincuenta y cinco años, vestido de terno y corbata le acompañaba. De inmediato reconocí a ese hombre, era John Milton, uno de mis jefes y el hombre que estaba reemplazando en mi actual viaje de negocios. Era un hombre de padres norteamericanos que había amasado su fortuna en países sudamericanos gracias a sus contactos militares según lo que había oído y que había logrado junto a su socio formar su firma de abogados gracias al prestigio de su socio, el Sr. Lomax.

Ana conversaba con él con naturalidad y eso que supuestamente no se conocían, pues, no habíamos coincidido nunca los tres en ninguna reunión social. Sólo una vez lo vislumbramos en el aeropuerto, pero mi jefe iba con prisa y no nos vio. Ana había definido al "gringo" (como le decimos en la oficina) como el primo sin músculos de George Clonie, por lo delgado y lo canoso que es John.

Muchas preguntas asomaron en mi mente, pero la ira inundo primero mi mente y di varios puñetazos contra la cama.

Mi mujer usaba un vestido verde oscuro, ajustado y elegante con un escote en V no muy revelador (más bien insinuante) y que le llegaba hasta la rodilla, además empleaba calzado de taco alto y fino, con accesorios (aros y collar) que hacían juego. Ana traía varios paquetes en la mano que dejó rápidamente en la entrada. John en tanto examinaba la casa, como quien observa algo pintoresco y divertido.

"Cuando tenía unos 20 años y era soltero viví en una casa muy similar a ésta" – comentó mi jefe, mientras mi rabia crecía y lo único que atinaba era a poner a grabar la maldita escena.

"Mira tú. Cuando tenía 20 yo arrendaba un departamento compartido con dos amigas, estaba en la universidad… – dijo mi mujer-. Te sirvo un coñac supongo"

"Sólo un par de noches juntos y ya me conoces –mencionó con grata sorpresa John-. Tu quieres un par de líneas de coca ¿o supongo mal?"

"Supones muy bien, cariño" – dijo mi mujer mientras servía dos copas.

Milton se acomodó en la barra del mini-bar de nuestro hogar mientras sacaba de la cartera de mi mujer un sobre, un trozo de metal y un tubo. Con eso alistó algo de cocaína sobre la mesa, a la vez que observaba a mi mujer con cierta lujuria.

Ana se acercó y le dio el trago para brindar. El gringo tomó de la cintura a Ana y acarició esa zona brevemente.

Mi esposa estaba hermosa, sus senos apenas asomaban en aquel vestido, pero se sugerían carnosos y grandes, además sus curvas parecían destacar al ser alta y con aquella postura natural tan sensual.

"Por nuestra sociedad" – dijo mi jefe mientras tomaba de la mano a mi mujer para hacerla girar y así hacer que ella le mostrara su voluptuoso cuerpo.

"Por los beneficios de nuestra sociedad" – brindó mi mujer, mientras sonreía de manera cómplice al terminar aquel giro.

"Por las ventajas de nuestra unión" – celebró nuevamente mi jefe, pero esta vez tomó a mi mujer de la cintura y la atrajo hacia él, se miraron un momento y luego él la besó apasionadamente sin que Ana se resistiera. Todo lo contrario, mi mujer poco a poco iba respondiendo a sus besos con pasión.

Se separaron, dedicándose un instante a darse besos y arrumacos. Aquello me pareció amplificar la traición de Ana. Mi mujer le sonrió y observó la mesa, se despegó del gringo y se dedicó a esnifar algo de coca mientras su nuevo amante le acariciaba la espalda primero para luego tocar el carnal y duro trasero de la sensual hembra que era mi esposa.

Ana se levantó y tomó a mi jefe del mentón para darle un morreo largo e intenso, su hermosa boca de labios carnosos parecía querer devorarse a mi jefe y su lengua invadía a su amante con pasión y determinación.

John a la vez acariciaba la cintura y trasero de mi esposa con lentitud y parsimonia. Mi mujer parecía concentrada en devorarle la boca, con la mano aún en el mentón y otra en la parte posterior del cuello parecía querer retenerlo ahí.

Para mí, a miles de kilómetros de casa y en otro país, la rabia había dado paso a la impotencia y la frustración. Ver a mi esposa recaer en su adicción y sus infidelidades luego de unas semanas en que todo parecía enderezarse trajo mucha desazón.

Observaba a través de la pantalla, en medio de una habitación del hotel, al "nuevo macho" de mi mujer acariciar los voluminosos senos de Ana. Mi mujer le miraba complacida mientras mi jefe apretaba y besaba las impresionantes tetas de mi mujer sobre el vestido verde, poco a poco las caricias se hacían más y más lascivas, arrancando gemidos de placer de mi desleal esposa.

Mi mujer le susurraba frases al oído a John que yo no alcanzaba a entender, pero que excitaban a mi jefe cada vez más, especialmente cuando Ana le lamía la oreja o le mordía el lóbulo de su oreja con sensualidad y delicadeza. A mi jefe no le gustaba hablar, pero Ana quería escucharle. Parecía que a mi mujer las palabras atrevidas le excitaban.

"¿Te gustan mis tetas?" – preguntó Ana mientras ella misma tomaba sus dos mamas y se las ofrecía para que Milton las besara.

"Si" – fue la escueta respuesta del gringo, dedicado en totalidad a besar y manosear sobre el vestido los carnosos de Ana.

"¿Quieres verlas?" – preguntó nuevamente Ana.

"Si… quiero ver tus senos, amor" – dijo dominado por la lujuria mi jefe, con las manos de lleno en las tetas de mi mujer.

"Primero muéstramela" – pidió mi mujer.

Milton la observó un segundo y comenzó a desabrocharse el pantalón, pero Ana lo detuvo.

"No tontito –dijo risueña mi esposa y besó tiernamente a John mientras este acariciaba el culo de mi esposa-. Muéstrame la bolsa. Quiero verla"

Milton no quitó el ojo a mi esposa, que con las uñas acariciaba el pecho del hombre bajando lentamente hasta el abdomen de mi jefe, la caricia de mi mujer continuó desde ese punto con la palma de sus manos por la pelvis para terminar acariciando seguramente el pene de su amante.

"Quiero verla ahora, cariño" – pidió con voz de niña consentida mi mujer.

"¿Quieres verla? – dijo el gringo, mientras sentía que la caricia en la entrepierna se repetía por parte de mi mujer-. Ok, pero quítate el vestido, quiero ver mejor tus senos y el resto de tu cuerpo"

Mi jefe se levantó y se dirigió hasta donde había dejado el maletín, Ana en tanto desabrochó su vestido que se deslizó hasta el suelo rápidamente, lo que no pasó desapercibido por su amante, que con dificultad abrió el maletín. Se detuvo un segundo para observar a mi mujer retirar el sujetador, dejando en libertad los grandes y duros senos de mi mujer, cuyos pezones estaban paraditos y firmes.

Desde dentro del maletín Milton sacó una bolsa compacta de color metálico de más o menos un kilogramo, lo mostró en una mano y mi mujer sonrió mientras caminaba por la habitación de manera sensual, puso algo de música muy suave y se acercó sonriente al sofá, donde mi jefe se había sentado.

"Eres hermosa, Ana –dijo John mientras acariciaba el muslo de mi mujer-. Tu cuerpo es divino ¿no sabes cómo te desee desde la primera vez que te vi?"

"¿Es verdad eso?" –preguntó mi mujer mientras tomaba la bolsa con ambas manos y se sentaba semidesnuda sobre las piernas de mi jefe. Mi mujer a esa altura sólo conservaba un pequeño calzón blanco y su calzado de estilete alto- . Pero si nos conocimos sólo anoche"

Mi mujer abrió la bolsa, que tenía un pequeño sello en un extremo. Milton en tanto besaba los senos y acariciaba el vientre de mi mujer.

"La verdad es que yo supe de tu existencia hace un mes atrás más o menos –reconoció mi jefe, con una mano acarició el interior del muslo de Ana y continuó hasta su entrepierna, tocando suavemente a mi mujer por sobre su calzón-. Te vi en un restaurante con tus compañeros de oficina y me gustó lo que vi. Yo estaba con algunos abogados de nuestra firma y comente lo magnífica que era esa mujer –señalándote-. Ellos, hombres respetables y de familia, estuvieron de acuerdo conmigo y se desataron en elogios hacia tu rostro, tu cuerpo y esa sensualidad natural en tus movimientos –mi jefe parecía hechizado, besaba el vientre y los senos de mi esposa con devoción-. Si los hubieras visto transformarse en verdaderos lobos al observarte dirigirte a la barra. Te deseaban desde lejos. Vi en sus caras aquella lujuria que yo mismo sentía y me propuse que serías mía y no de ellos –mi mujer acercó su rostro al de Milton y se morrearon varios segundos mientras sus manos se entrelazaban en una caricia traicionera.

Se separaron, dejando un hilo de saliva entre ambos que desapareció cuando mi jefe continuó su relato-. Fue en ese momento que uno de mis empleados me sorprendió al decirnos que eras la esposa de Matías Moro, la estrella en ascenso en nuestra empresa y protegido del todopoderoso Jack Lomax, mi socio"

"No sabía que Matías era tan reconocido –dijo mi esposa, acariciando el cabello de Milton-. Ni que yo era tan admirada"

"Bien sabes que eres una belleza – hizo evidente mi jefe, su mano se perdía en la intimidad de mi esposa-.Yo creo que la mayoría de los compañeros de oficina de tu marido les corroe la envidia por el talento de tu esposo y su suerte al tenerte a su lado. Muchos de ellos seguro que te follarían sólo por denostar a Matías – Milton dio un par de lamidas a los carnosos y firmes senos de Ana-. Es por eso que aquella noche no pude presentarme, todos mis empleados te observaban de reojo, soteros y casados"

"¡Ja! – Simuló mi mujer una carcajada- Así que tengo un montón de admiradores en tus filas ¿Y tú eres uno de ellos ¿no?"

John se río el comentario de Ana y lamió un pezón con fruición. Su mano se movía lentamente en la entrepierna de mi infiel esposa y ella asomaba su lengua entre carnosa boca entreabiertos, tentándolo a besarla para luego retirarse divertida.

¿Y te demoraste un mes antes de atreverte a abordarme?" – De la bolsa Ana había sacado con su dedo meñique un poco de un polvo blanco, que llevó lentamente hasta su pezón, donde lo depositó con cuidado. Milton miró unos segundos a Ana, su mano seguía acariciando la vagina de ella aún por sobre el calzón mientras su otro brazo rodeaba a mi mujer por la cintura, sus miradas se encontraron unos segundos antes que mi jefe decidiera lamer el pezón con coca de Ana.

Esto pareció excitar a Ana que repitió lentamente el procedimiento en el pezón de su otro seno.

"Te traté de abordar hace una semana atrás – dijo Milton mientras daba besos en el seno de Ana-. Estábamos en una charla de nuevas políticas de gobierno y comercio internacional, busqué algo de conversación contigo –mi jefe dio varios besos en el cuello de Ana y continuó hablando-. Te pedí fuego, pero estabas distraída. Mientras buscabas tu encendedor en tu cartera mirabas alrededor, ni siquiera me miraste por más de unos segundos –Mi jefe hizo un lado en ese minuto el calzón de mi mujer y mientras besaba el cuello de Ana y ella trataba de colocar algo de coca en su otro pezón, un dedo de mi jefe lentamente penetraba el coño de Ana-. Pero fue gracias a tu distracción que también pude observar una bolsita de polvo blanco y un tubito metálico en tu cartera. Aquello me dijo mucho de ti"

Mi mujer le miró atenta, con los ojos muy abiertos mientras se mordía el labio sensualmente.

"¡Aah! –gimió mi mujer antes de hablar- Es por eso que anoche en el restaurante, en medio de nuestra conversación de leyes laborales, sacaste de la nada lo de esnifarnos algo de coca… no es algo que se le diga a una mujer que recién conoces – Mi mujer empezaba a respirar más notoriamente y quejarse en silencio a medida que el dedo la penetraba más y más-. Gracias a eso me retuviste en el restaurante anoche y luego lograste llevarme a tu departamento. Gracias a ésto – dijo mi mujer mientras sacaba un poco de coca y la aspiraba- lograste follarme y retenerme aún contigo"

"Así es… uno debe arriesgarse y tomar la oportunidad cuando se presenta" – Milton acomodó su mano y bajo un poco el calzón de Ana, continuó masturbándola mientras ella abría más sus piernas, dándole espacio para maniobrar en su entrepierna. Se besaron apasionadamente y mi mujer empezó a suspirar un poco más fuerte.

"Eres un diablo – afirmó Ana, mientras aún sostenía la bolsa de coca en una mano- Dame tu mano –le dijo la sensual mujer que era mi infiel esposa, mientras tomaba la mano con la que mi jefe la masturbaba-. Sostenla firme - continuó, mientras depositaba un poco de coca en aquella mano que mostraba algo de los fluidos de mi mujer-. Ahora sigue masturbándome"

"Y tú eres una diablesa" – mi jefe bajó su mano con algo de polvo blanco en sus dedos y palma, con cuidado por sobre la pelvis de Ana hasta alcanzar la vagina. Ahí, lentamente empezó a masturbarla, impregnando su mojado coño con cocaína.

Mi mujer arqueaba su espalda hacia atrás, sujeta de la cintura por el brazo y la mano libre de mi jefe, parecía disfrutar mucho de aquel masaje en su entrepierna, pues, sus gemidos parecían aumentar en volumen y frecuencia a través que avanzaban los minutos.

"Te gusta esto, preciosa" – preguntó Milton, a la vez que atraía el cuerpo de mi mujer hacia él para besar y lamer los senos de Ana.

"Siiii –dijo con una voz mezclada con una especie de sonido similar a un ronroneo felino-. Estoy muy mojada"

"Así me gusta… - mi jefe atrajo a Ana y le besó con lujuria-. Me gusta que te entregues totalmente a mi"

"Ah! Ay dios! Que rico… mmmm… Soy tuya… ah!" –decía Ana mientras más de un dedo se deslizaban en su interior. De pronto lanzó un alarido ronco y cayó sobre el hombro de mi jefe. Ana había tenido un corto e intenso orgasmo.

Milton dejó que Ana descansara sentada en su regazo, apoyada contra su pecho. Luego, levantó su rostro y besó cariñosamente su rostro.

"Llévame a tu habitación, Ana" – pidió el gringo a mi mujer. Ella se levantó, tomó de la mano a mi jefe, mientras su otra mano aún cargaba la bolsa con coca, y guió a su amante a través de las escaleras y pasillos hasta nuestra habitación matrimonial.

Por mi mente pasaban pensamientos muy negros. Quería matar a mi mujer, gritarle que era una puta y botarla a la calle. Mi rabia era demasiada. Ver como llevaba a otro hombre a nuestro hogar y a nuestra cama me llenaba de ira. El hecho que fuera mi jefe sólo agravaba el asunto, porque era mi superior laboral y un hombre muy rico, que seguramente pensaba que podía poseer a la mujer de su empleado cuando quisiera. <Hijo de puta, me las pagara de alguna forma> pensé.

Seguí la escena a través de las numerosas cámaras que había instalado en mi hogar. Me di cuenta que esperaba que algo así sucediera, o ¿por qué haber incurrido en semejante despilfarro de dinero al instalar todas esas cámaras espías y micrófonos en casa? Muy en mi interior sabía que algo así pasaría tarde o temprano.

Ana llevó a mi jefe hasta la habitación y lo dejó en la entrada. Mi infiel y sensual esposa caminó hasta la cama y se subió arriba con movimientos estudiados, gateando con la bolsa de coca en las manos. Luego giró para quedar boca arriba con las piernas dobladas y abiertas. Sacó un poco de coca y lo depositó en su vientre.

"Ven por un respiro, cariño" – dijo mi mujer mientras sus manos acariciaban sus senos y jugaban con sus pezones.

John Milton, mi despreciable jefe y amante de mi mujer, se había desnudado y se deslizó sobre la cama. Su cuerpo era delgado, pero estaba algo fofo por la falta de ejercicio. Tenía un pene bastante normal (incluso erecto no debía medir más de unos 12 cm de largo y tres cm de ancho) y con bello de color gris como su cabello. Sus testículos eso si eran largos en demasía y parecían combinar con la silueta alta y delgada de su dueño.

Milton con paciencia besó las piernas por los lados, depositando sus labios en las caderas turgentes hasta alcanzar el vientre, alrededor de la coca. Miró a Ana y sus ojos se encontraron mientras el gringo acariciaba con una mano uno de los femeninos muslos de mi mujer. Mi jefe decidió seguir el lujurioso juego que mi esposa le proponía y, luego de depositar unos besos en el vientre de mi traidora y sensual hembra, esnifó la coca con una inspiración muy sonora.

Mi mujer entonces también tomó con su dedo meñique una pequeña cantidad de la droga de la bolsa y con regocijo la aspiró.

"Esto es tan bueno, cariño" –dijo mi mujer, Milton le besaba la pelvis antes de empezar a darle sexo oral a mi mujer.

Mi mujer dejó la bolsa, un poco de su contenido cayó sobre la cama, pero los amantes estaban muy inmersos en lo suyo para notarlo, mi mujer concentrada en disfrutar de la caricia de mi jefe y él en darle placer a mi mujer.

El gringo dejó de lamer los labios vaginales de mi mujer y acercó su pene semierecto a la boca de mi mujer, que le observaba boca arriba e inmóvil en la cama. Ana tomó la verga de su amante y lo masturbó lentamente una docena de veces antes de llevárselo a la boca.

"Me encanta tus labios… son tan sensuales" – dijo el gringo. Todos los hijos de puta pensaban lo mismo pensé, incluso yo. Pero mi mujer había tardado años en darme sexo oral con esa sensual boca y nunca lo había hecho con la lascivia con que en ese instante se lo hacía a mi jefe. Y era verdad que mi esposa tenía unos labios carnosos y rojos que invitan a los besos y, también que ahora incitaban a las más deliciosas mamadas al parecer.

La verga delgada y venosa entraba y salía lentamente de la boca de mi mujer, que gemía quedamente mientras con una mano acariciaba los testículos de Milton.

"Oh dios! Que rico lo chupas, Ana" – decía mi jefe, dejándose querer por mi esposa.

"mmmmm…. ¿Te gusta…? mmmnnn… ¿Te gusta que te de placer, cariño?" – mi mujer hablaba apenas dejando el pene de su amante, una de sus manos se había sumergido en su coño y se masturbaba ella misma.

"Calla y sigue chupando… dios, claro que me gusta" – con una mano Milton acariciaba un seno de Ana, estirando el pezón una y otra vez.

"¿Lo hago mejor que tu secretaria?" – preguntó mi mujer. Aquella mención de una secretaria despertó mi atención.

"Claro. Lo haces mucho mejor que Diana – respondió Milton. Y yo no me podía creer que esa mujer aparentemente tan correcta que me acompañaba en mi viaje fuera la amante del hijo de puta de mi jefe-. Y yo ¿Lo hago mejor que tu marido?"

"Eso no lo sé… todavía no me la metes" – evadió la respuesta mi mujer, a la vez que inevitablemente invitaba a su amante a penetrarla.

John dejó a mi mujer boca arriba y se acomodó sobre ella, sin ayuda empezó a penetrar a mi mujer mientras mordía su pezón.

"¡Aaaaaahhh!" – exclamó mi mujer junto a un largo suspiro.

"Ana… que estrecho y cálido es tu coño –la cara de mi jefe era de autentico placer. Miltón llevó un dedo a la boca de Ana y ella lo lamió y chupo con perversión- Anoche lo hicimos tres veces – dijo Milton con voz forzada, mientras empezaba a moverse dentro de mi impúdica mujer- . Dime ¿Quién tiene la mejor verga? ¿Quién te hace gozar más? ¿Matías o yo?"

La revelación del encuentro entre mi esposa y mi jefe se sintió como una nueva puñalada en el pecho. Algo que suponía, pero que ahora cobraba dolorosamente certidumbre, lo que hizo que mi vista se nublara por la rabia. Levanté la vista para escuchar a mi esposa decir entre gemidos.

"Ahhh… que bien te mueves amor… se siente tan bien – respondía Ana mientras se movía al ritmo de su amante-. Claro… que tu verga es más sabrosa. Si está condimentada con esos polvos que tanto me gusta. Es un polvo doble" – bromeó en medio de gemidos mi mujer.

"Hija de puta… realmente te gusta la verga y la coca juntas" – mi jefe se movía cada vez más rápido y Ana parecía fuera de sí.

"Cabrón… que rico me coges… ah! – Balbuceaba y gemía Ana-. Sigue moviéndote así… mi esposo nunca me ha follado así – mintió mi mujer de manera descarada ¿o tal vez no?-. Más rápido, cariño… rápido y fuerte, amor… como sólo tú sabes hacerlo"

El cabrón de mi jefe así lo hizo y cuando la posición le impidió lograr la intensidad que quería, puede que tuviera una verga normal, pero aguantaba mucho. Luego, le ordenó a Ana que se pusiera en cuatro, de perrito, para continuar la cogida. Mi mujer se acomodó y recibió sin demora la verga de su amante.

Tenían sexo con gran intensidad, el gringo sudaba a mares mientras mi mujer parecía una maquina sexual, pues, pedía más y más.

"Ahhhh! Ah! Así, cariño… sigue más rápido… agarra bien mis caderas –decía mi mujer, llena de lujuria-. Mueve esa verga…. Muévela como a una hembra le gusta… más profundo… aahhh! Asiiiii! Ah! Ay! Mmmmm…"

"Te gusta así… así… bien adentro, puta" – le insultó Milton mientras daba una palmada fuerte en el redondo y armonioso culo de Ana.

"Siiii…" - respondió Ana y en ese momento vio como mi jefe salía y empezaba a masturbarse sobre su culo y espalda. Ana rápidamente llevó una mano a su entrepierna y comenzó a masturbarse con furia.

"Siiiii… me corró" – Ana anunció casi en un grito, mientras llegaba a un orgasmo corto gracias a su automasturbación. Entonces, casi al mismo tiempo, John comenzaba a correrse sobre la espalda y glúteos de mi escultural mujer. Ambos continuaron unos momento más dándose placer antes de caer de lado, agotados y satisfechos al parecer.

Yo quedé ahí, paralizado y desolado. Sin respuestas y con demasiadas preguntas.

Luego, ambos amantes estuvieron lisonjeándose mutuamente, lanzándose piropos y para luego pasar a conversar como si fueran una pareja de viejos amantes. Aquello me repugnó, desprecié a mi mujer a pesar de mi estado personal de extrema confusión. Estaba enojadísimo y sentía la rabia en mi cuerpo, pero mi pene estaba erecto y nuevamente una mezcla de pensamientos y emociones reinaba en mi mente.

Escuché atentamente lo que decían. Ana le preguntaba acerca de su mujer, sus hijos y Diana mientras él le preguntaba acerca de mi. Al parecer mi jefe estaba embobado y encaprichado con mi esposa y respondía todas sus consultas, en tanto mi esposa contaba mentiras acerca de nuestra relación marital, como que yo tenía varias amantes y que casi nunca la tocaba.

Además Milton contó que Diana deseaba que se separara de su esposa luego de casi diez años de ser amantes y él le había prometido a su secretaria hacerlo. Pero mi jefe le había mentido a Diana e inventado unos documentos falsos que decía que si se separaba de su esposa iba a perder toda la firma, sus bienes y la mayoría de sus negocios. Diana al final había desistido e incluso se había sometido a un aborto para no causarle problemas a su jefe y amante.

Mi jefe había engañado y jugado con aquella mujer, que aparentemente lo amaba, y en aquel momento se reía a carcajadas junto a mi mujer.

Ana luego le preguntó cómo había conseguido la bolsa de cocaína. A lo que Milton respondió, como si fuera su mejor anécdota, contándole una historia de cómo había ayudado a un narco, amigo suyo, a salir de un aprieto con la ley, como había sobornado a un oficial y robado la evidencia: tres kilogramos de cocaína. <Aquello había salido en la televisión. El robo de cocaína de una estación de policía> pensé. Cocaína de alta pureza que había caído finalmente en sus manos y que nunca había devuelto al narcotraficante. Droga que ahora disfrutaban mi mujer y su amante.

Ana celebró la historia y desnuda fue por un par de vasos de coñac para hacer un brindis. Cuando llegó al primer piso buscó su cartera y revisó su teléfono. Luego marcó un número. Mi teléfono personal en la habitación contigua sonó, pero tenía tanta rabia y pena que no contesté.

Ana esperó unos segundos y luego dejó el teléfono sobre la barra del minibar, tomó dos vasos y la botella de coñac, esnifó los restos de coca sobre la mesa del bar y luego subió con mi jefe.

En la habitación sirvió los vasos y brindaron. Recordaron como habían logrado que yo ocupara su puesto en el viaje y así que no descubriera que Ana estaba aún en el departamento con mi jefe. Además, evocaron el momento en que mi mujer respondió su teléfono (a petición de Milton) cuando yo la llamé desde el avión. En ese momento ella era follada boca abajo por él y mi jefe se excitó tanto que le dijo a Ana que quería repetir la experiencia nuevamente.

Aquello ensombreció aún más mi humor y pensé en hacer lo peor con esos dos, sin embargo, pasar una vida en la cárcel no valía la pena. En ese momento quería verlos hundirse mientras yo permanecía en lo alto.

Ana intentó llamarme varias veces, pero no contesté. Querían "jugar" mientras Ana hablaba conmigo, pero finalmente desistieron, al pensar que yo estaba durmiendo. De todas maneras pronto se encontraban enfrascados sus cuerpos en la lujuria nuevamente, mi mujer sobre el cuerpo de mi jefe se movía deslizando el pene dentro y fuera, en acompasados movimientos de su pelvis y cadera.

Parecía que la coca les ayudaba a recuperar algo el aliento, consumían poco, pero con frecuencia, lo que parecía ser suficiente para estimularlos y hacerlos comportarse muy efusivamente en la cama. Mi mujer enloquecida y apoyada en los hombros de mi jefe se movía al encuentro del placer.

"Ahh! Ah! Si!" – salían las palabras de la boca de mi impía esposa.

Su amante, mi jefe, permanecía en silencio, con la respiración agitada. Sus manos en las caderas de mi mujer no se movían, como mi mujer tampoco movía sus manos de los hombros de su macho.

"Quiero que tengas un hijo mío" – dijo de improviso mi jefe.

"¿Qué dices?" – preguntó sorprendida Ana, que se movía más rápido.

"Quiero preñarte con mi semen, Ana" – dijo Milton.

"Estás bromeando ¿no?" – dijo Ana entre gemidos.

"Mira… dios, te mueves tan bien – se interrumpió un momento John para acomodar a mi mujer-. Ana, necesito ser el primero en dejarte embarazada. Deseo que seas mía… deseo tener un vínculo inquebrantable contigo" – Mi mujer se movía más rápido aún, su cuerpo iba y venía dándole placer a su amante.

"Vamos Ana, acepta mi semilla en tu vientre… por favor, amor… te lo suplico… – suplicó Milton en medio de los gemidos de mi mujer-. Te daré la bolsa de coca si me dejas correrme dentro tuyo… te daré eso y mucho más si me dejas follarte hasta dejarte embarazada"

Mi mujer se movía salvajemente y respiraba muy agitada. Milton ya no hablaba, la tomaba con ambas manos por la espalda y seguía su ritmo.

"Dame tu semen… ah!... córrete dentro, cariño" – empezó a pedir mi mujer en medio de espasmos de placer. Estaba muy cerca del orgasmo.

"Si… te voy a dejar llena de mi semen…" – aseguró mi jefe, mientras trataba de atraer a mi mujer hacia sí, para profundizar la penetración.

"Si… ah! dame tu leche… mmnn ah!… toda tu leche… ay!" – mi mujer se corrió y al parecer Milton también, pues poco a poco ambos empezaron a ceder su movimiento y a reposar sobre la cama.

Las palabras de ambos me habían puesto muy nervioso. Llamé a mi mujer, pero el teléfono estaba apagado.

Milton se levantó al baño y mi mujer se acomodó en la cama, tomó el paquete con cocaína y lo guardó en el velador que estaba a su lado de la cama. Cuando mi jefe retornó junto a mi mujer ella estaba ahora sentada en la cama, había sacado algo de la chaqueta de Milton. Mi jefe permaneció de pie y mi mujer observaba su pene flácido.

"Toma –dijo mientras le pasaba algo en la mano-. Necesitarás un poco más de viagra, pues, quiero que me llenes de tu leche de nuevo"

Miltón tomó el vaso de coñac y volvió junto a mi mujer. Mientras tomaba el medicamento que ayudaba en la erección, Ana hacía lo propio para que su pene volviera a la vida y comenzaba a acariciar, masturbar y mamar la verga de su nuevo amante.

Poco después estaban nuevamente follando y Ana estaba boca abajo, de perrito, y Miltón la penetraba desde atrás, con la cara desencajada por un apetito venéreo continuó en medio de las piernas de mi mujer, hasta que descargó su semen otra vez en el cálido útero de Ana.

No había fin para mi pesadilla. Esa noche, sólo logré dormir un par de horas.

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