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La nueva (retrato de una obsesión) (5)

en Hetero: Infidelidad

Las anteriores entregas están en Todorelatos:

parte 1: http://www.todorelatos.com/relato/98604/

parte 2: http://www.todorelatos.com/relato/106802/

parte 3: http://www.todorelatos.com/relato/106853/

parte 4: http://todorelatos.com/relato/106892/

Parte 5: Fl amanzamiento (3) (Finalmente, la correa y el bozal).

Tras unos días pocos días, Ana dejó de lado el incidente en la oficina de su jefe. Se sentía feliz. Había recibido su primer bono y, a pesar que no podía contarle a nadie, se dio unos gustos con aquel dinero. Se había ido de compras junto a Carolina. Con la ayuda de su nueva amiga había comprado ropa muy linda. Entre las prendas iban conjuntos de lencería muy caros y sensuales. Su esposo se iba a poner contento.

Pero su acompañante no pensaba lo mismo. Carolina estaba ahí por otros motivos. No era una amiga o confidente de Ana por gusto. Mientras le ayudaba a elegir aquella ropa no lo hacía pensando en Ana o su esposo. Carolina tenía la misión de vestir a Ana para su jefe. La guapa rubia estaba divertida en su papel de agente de Jorge. Ella iba a ayudar a Jorge a convertir a Ana en una puta. A cambio recibía dinero y droga.

El juego entraba en otra etapa. Jorge sabía de sus progresos también por lo que le informaba Carolina. Estaba convencido que sólo bastaba un empujón para que Ana cayera en sus manos. La hermosa muchacha ahora dependía exclusivamente de él para conseguir la droga que usaba laboralmente. Para reforzar este comportamiento Jorge y Carolina le habían contado sórdidas historias acerca de traficantes y compradores inocentes que sucumbían trágicamente en crímenes o terminaban tras las rejas. Ana tenía miedo de lo que significaba todo aquello, así que iba con cuidado siempre como un pajarito incapaz de volar más allá de su jaula.

El lujurioso juego entre Ana y Jorge continuaba. El pervertido jefe le pedía que se exhibiera en su oficina cada vez que podía. Ana parecía más habituada y menos avergonzada de lo que hacía, al punto de que en ocasiones parecía divertirse exponiéndose en ropa interior.

Especial se hacía sus encuentros del día del bono, a fin de mes, que coincidían con las celebraciones de los cumpleaños en la oficina. Los dos volvían a la oficina, ya avanzada la noche, algo borrachos y/o drogados. Entonces, Ana solía regalar a Jorge de una performance especial, cada vez más atrevida. De los desfiles Ana había pasado a presentarle pequeños bailes e incluso Jorge había colocado música para que Ana se liberara en su último encuentro. Todo terminaba con Jorge masturbándose tras el escritorio mientras Ana lo observaba, cada vez más atenta.

También las fotos que le pedía Jorge a Ana se hacían más y más fuertes. Las fotografías de pezones, del voluptuoso culo o de su depilado coño no eran nada comparadas a las imágenes actuales. La desconocida y exhibicionista dueña de las fotografías aparecía con un dedo acariciando el clítoris o dos dedos estirando un pezón o incluso tres dedos introduciéndose en el coño de la sensual fémina.

Ana parecía desatada e incluso accedió a la ultima petición de Jorge. Era una petición realmente morbosa. En ella, Ana debía enviarle una imagen de su coño recibiendo la enorme verga de su esposo. Aquella fotografía había resultado un desafío especial para Ana. Tuvo que inventar una cena romántica con su marido y terminar una noche especial en la habitación de un hotel del centro de la ciudad. Ana había vendado los ojos y amarrado las manos de su marido bajo una música fuerte y acompasada. Empezaron a hacer el amor bajo el control de la mujer. Ana aprovechó la sumisión de su enceguecido marido y la música para sacar varias fotografías con su iphone mientras lo montaba. El sexo masculino aparecía nítidamente mientras se introducía en su sexo. Aquello la excitó. Saber que tomaba fotografías para otro hombre mientras cogía con su esposo humedeció su coño y despertó una lujuria desconocida. Se folló a su esposo durante horas y terminó aquella noche disfrutando múltiples orgasmos. Incluso hizo un video que no envió a Jorge, aunque deseo hacerlo. Ana recordó largamente esa noche.

Mientras los correos de chica.en.celo1988 se acumulaban en la dirección electrónica de Jorge, éste empezaba a notar el creciente descaro de Ana. El desvergonzado y depravado jefe de Ana comprendió que debía potenciar estas conductas y empezó a pedirle a Ana ciertos favores especiales en el trabajo: Primero, que Ana llevara a algún cliente de copas presuntamente por motivos laborales. Después le pidió que se ocupara de atenderlos y finalmente que fuera “permisiva” con ellos. Claro, Ana hacía el quite a veces a estas extrañas peticiones, pero cuando estaba “alegre” (ya sea algo alcoholizada o drogada) la chica se ponía los pantalones por la empresa. Jorge había sido testigo de cómo un renombrado juez le había acariciado el voluptuoso culo a Ana tras una velada nocturna, justo en las despedidas. Incluso, en otra oportunidad, Ana y Carolina se habían dado un fugaz beso para satisfacer el morbo de unos clientes extranjeros. Aquello trajo impensados y positivos dividendos para el estudio. Ana pasó a ser la chica de oro capaz de conseguir ablandar a ciertos clientes y magistrados. Con sus encantos la guapa abogado lograba que los hombres se derritieran frente a ella. A pesar de los celos que sentía, Jorge empezó a utilizar más y más a Ana para aquellos trabajillos. Quería transformar a la nueva en una putita.

Ana ni siquiera intuía el cambio que estaba experimentado su vida. Se sentía en la cúspide de su carrera profesional. A pesar de la extraña situación que vivía con su jefe, empezaba a creer que era dueña de su destino. Cada vez era más solicitada por clientes. Sentía que tenía más poder en el estudio y que su palabra se valoraba. Se daba cuenta que participaba de algunas veladas memorables y se codeaba con gente poderosa. La alababan y la envidiaban. Jueces, clientes importantes y embajadores eran parte de los hombres que le rendía pleitesía. Era cierto que en ocasiones, después de algunas copas, algún cliente atrevido quería invitar a Ana a tomar una última copa a otra parte, pero la abogada había aprendido a mantenerlos a raya de manera coqueta, pero convincente. Era algo cada vez más natural para la sensual mujer sortear las situaciones con coquetería. El único problema era cuando algún viejo juez o abogado pervertido se atrevía a meterle mano. Ana aprendió a lidiar rápidamente con ese tipo de personas. Algún chiste picante o una promesa significativa bastaban para manejar esos hombres.

- Vaya Juez, que grande tiene las manos –le había dicho Ana a un viejo y famoso magistrado mientras este le manoseaba su imponente culo-. ¿Qué tal si le consigo una copa para que mantengas sus deditos ocupados?

- Si sostiene el lápiz y nos da la firma que necesitamos en el contrato con la firmeza que aferra mi cuerpo le aseguro que podremos llegar a muchos otros acuerdos – Ana le había dicho insinuante a un cliente que antojadizo probó también la firmeza de sus glúteos.

Ésta y otras frases sólo podían ser fruto de su desinhibición como mujer. Aquellas palabras salían de la carnosa boca de Ana como un suspiro, naturalmente. La guapa abogada se descubría a si misma cada vez que un cliente le coqueteaba. Lejos de mostrar la frialdad de antaño, Ana empezaba a actuar con seguridad y picardía envidiable. Era capaz de amoldarse a la perfección a los ambientes sociales en que ahora se movía.

Pero donde Ana dejaba de mostrar ese control y empezaba a desatarse era en las celebraciones de cumpleaños de la oficina, justo antes de la entrega de su bono. En aquellas salidas nocturnas Ana se divertía y bebía siempre un poco más de la cuenta, quizás porque sabía que después tendría que ir a la oficina de Jorge y exhibirse ante él para recibir el dinero del bono. Ana empezaba a intuir que había algo diferente en ella, en su cuerpo.

La noche en que todo cambió Ana lucía un elegante vestido negro, más corto de lo usual. Lo que dejaba buena parte de sus atrayentes muslos a la vista, sólo “protegidos” por las medias con liga de rejillas de color negro que usaba. El calzado de taco altísimo elevaba por mucho su metro setenta y cinco de altura. Lo que más destacaba eso sí, era lo ajustado que lucía su voluptuosa cola. Ana notó aquel detalle ya durante el día. Varios compañeros de oficina se giraban para observarla caminar por los pasillos. Se notaba que estaba atrayendo miradas. Pero aquella noche, en el bar de siempre, la cosa iba a más y varios hombres observaban con lujuria a Ana y comentaban a su espalda lo guapa y sexy que se veía. Ana era más consciente que nunca de lo que producía y se sentía extrañamente excitada.

Un empresario, dueño de un negocio de vehículos de lujo, la había invitado insistentemente a ver un nuevo deportivo que estaba estacionado a unas cuadras del lugar, pero Ana se había negado.

- Vamos, nena. Te daré un buen descuento en cualquier automóvil a tu elección –le había dicho mientras una traviesa mano acariciaba su llamativo trasero.

Ana le retiró disimuladamente la mano de su cuerpo, pero cuando el mismo individuo la invitó a bailar a la pequeña pista Ana se dejó llevar. Quizás eran las copas de champaña o la pastilla de éxtasis que Carolina le había dado a probar, pero Ana se sentía desinhibida y algo traviesa. El empresario la condujo rápidamente a un extremo de la pista y aprovechaba los movimientos de la música para rozar “casualmente” el trasero de la chica, muy apetecible en aquel ajustado vestido negro. Ana mantenía a raya la situación, retirando las atrevidas manos del hombre y alejándose cuando tenía espacio. Sin embargo, se notaba permisiva y contenta.

Jorge, que vigilaba a Ana desde lejos, estaba celoso y furioso. No comprendía porque Ana le permitía licencias a otro hombre y no a él. Necesitaba alejarla de aquel individuo. Las manos de aquel miserable empresario estaban probando en demasía los deseables glúteos de la mujer que le pertenecía. Desde que la había visto por la mañana, Jorge sentía una violenta lujuria. Necesitaba llevar a Ana a algún lugar para estar solos.

Ana notó la presencia de su jefe a la distancia, pero se hizo la desentendida. Por alguna razón le excitó la forma en que Jorge la mirada. Se notaba un deseo y una desesperación que era imposible de disimular del todo. Ana deseó hacerlo sufrir. Quería verlo celoso e impotente. Jorge creía que ella estaba a su entera disposición, pero ya vería su jefe como otros hombres podían conseguir más que él. Cuando las manos intrusas del empresario acariciaron de nuevo sus redondas nalgas Ana las dejó ahí un buen rato. El empresario aprovechó para apretar la carne y comprobar el exquisito tacto de aquel femenino cuerpo.

Desde el extremo de la pista Jorge se sobresaltó. El tipo estaba manoseando a Ana con descaro. Una parte de si sintió un impulso de hormonas en su cuerpo mientras un odio le nublaba la vista. Es una perra, clamó en su interior. Maldita puta. Pero no era las manos de aquel tipo sobre el cuerpo de Ana lo que le molestaba, sino la permisividad y coqueteríade Ana con otro hombre. Jorge sentía que los celos lo hacían temblar, pero también advertía que la lujuria lo enceguecía. Cuando vio que Ana y el hombre se retiraban del bar no pudo contenerse y fue tras sus pasos.

Ana finalmente había aceptado acompañar a aquel hombre a ver su deportivo nuevo. No sabía bien por qué razón lo hacía. Intuía que lo había hecho para molestar a su jefe. Pero un parte en la mente de Ana se daba cuenta del calor en su cuerpo y las extrañas sensaciones en su sexo. Empezaba a notar que quería satisfacer un deseo interno. Mientras salían del bar y caminaban por la calle, una mano traviesa descansó en la cintura mientras escuchaba otro piropo subido de tono por parte de aquel hombre. ¿Cuál era su nombre?, se pregunto Ana. El empresario se había presentado, pero no lo recordaba. Me estoy dejando llevar por un desconocido, pensó con un extraño escalofrío recorriendo su cuerpo. Observó a su acompañante. Era un hombre alto, de unos cuarenta años, pelo gris y ojos verdes. Un hombre atractivo. Guiada por el abrazo del desconocido sobre su cuerpo, Ana empezó a caminar muy sensual. La fémina se sentía excitada.

Jorge salió tras los pasos de Ana. Al principio le perdió la pista, pero tras un momento de desesperación descubrió la silueta seductora de su empleada y el hombre perdiéndose justo tras una esquina. Que hace esta puta, susurró fuera de sí y corrió en aquella dirección.

El automóvil no estaba lejos. Era un carro de color negro y relucía en la calurosa noche.

- Un Aston Martin Vanquish –dijo sorprendida Ana.

Aquel automóvil era el favorito del padre de Ana. Éste le había trasmitido parte de sus gustos a su hija. Tomás, el esposo de Ana, prefería la marca BMW o Audi. Por lo que poder montarse por primera vez en aquel automóvil era toda una sorpresa y una novedad.

- ¿Te gusta? –preguntó el hombre,

- Me encanta –respondió Ana emocionada.

- ¿Quieres subirte? –invitó el dueño de lujoso carro mientras quitaba el seguro y las puertas se abrían.

Ana entró en el puesto del conductor y el hombre en el de copiloto. Al sentir el olor del cuero Ana se dejó llevar por la emoción. Mientras el hombre le enseñaba las lujosas terminaciones, las formas de los controles, la pantalla de navegación, la abogada no notó la mirada perdida en sus piernas. La falda se le había subido bastante.

- Pero mentiste –acusó Ana en tono divertido-. Este automóvil no es nuevo. Tiene sus años ¿no?

- Así es. Es un Vanquish 2007. Un verdadero clásico –replicó el hombre-. Pero debes saber que algunas cosas toman mayor valor cuando tienen sus años ¿no crees?

El hombre acompaño su comentario con un atrevido movimiento de su mano por los muslos de Ana. La abogada se puso nerviosa y quedó paralizada. El dueño del lujoso deportivo aprovechó la indecisión de Ana para recorrer la piel del muslo hasta la entrepierna y robarle un beso. Ana se recuperó de la sorpresa justo en el momento en que sentía un dedo tocar su sexo a través de su calzón. La mujer trató de apartarse, pero el hombre la tomó con firmeza tratando de besarla otra vez. Ana se resistió, pero no lograba deshacerse del abrazo. Cerró las piernas cuanto pudo. Sentía el rostro del excitado macho sobre el cuello, buscando sus labios. Una mano intrusa comenzó a explorar con más desesperación entre las piernas de Ana, tratándose de hacerse espacio para avanzar hasta su sexo.

- Por favor, déjeme –pidió Ana-. Sólo vine aquí para ver su automóvil.

- Sabes que no viniste sólo por eso, nena –reclamó el excitado individuo-. Noté toda la noche lo caliente que vas por la vida. No te hagas la difícil ahora, preciosa.

Ana le sorprendió la inseguridad que le producían aquellas palabras. Sin quererlo, bajó las defensas. Sintió un beso sobre sus labios y una mano escurrirse hasta cerca de su sexo. Cientos de imágenes pasaron por su cabeza: su infancia, sus padres, su tormentosa adolescencia, su noviazgo y su matrimonio. Lo más extraño fueron varias imágenes de ella en la oficina de Jorge.

- Por favor… no lo hagas –la voz de Ana sonó lastimera.

- Lo deseas tanto como yo –replicó el desconocido.

Una mano alcanzó su calzón y con rapidez se apoderó de la entrepierna de Ana. El roce en aquella zona hizo sudar a la abogada y sin quererlo sintió que la piel de sus grandes senos se tensaba desde la base hasta su pezón. Entonces a Ana se le escapó un grito. De inmediato, alguien golpeó bruscamente contra la ventana del auto. La mujer y el hombre se incorporaron, cada uno en su lugar. La mujer aprovechó la tregua para salir del automóvil. Afuera se encontró con Jorge, su jefe.

- Escuché un grito –dijo-. ¿Estás bien?

- Sí, estoy bien. Pero sácame de aquí –pidió Ana.

La muchacha estaba confundida y muerta de miedo. Nunca le había pasado algo así. Se dejó llevar por su jefe hasta un automóvil y mientras conducían por la ciudad empezó a retomar la calma. Llevaba varios minutos sin hablar cuando notó que llegaban a la oficina.

- Tengo algo de coñac y cocaína en mi oficina –le dijo Jorge-. Te hará bien.

Ana no estaba segura, pero pensó que tal vez su jefe tenía razón. Necesitaba algo para calmarse, pues todavía sentía calor y estaba sofocada. Ya en la oficina, luego de un segundo coñac, Ana volvía a sentirse segura. Estaba acelerada, pero sentía que todo volvía a su lugar.

- Por un momento pensé que aquel hombre me violaría –relató a su jefe.

- Pero estás a salvo ahora, conmigo –aseguró el abogado.

Ana asintió. Estaba con el rostro sonrosado. Se ve preciosa, pensó el pervertido jefe.

- ¿Por qué estabas con aquel hombre dentro de ese vehículo? –preguntó Jorge.

- No lo sé. Sólo quería ver ese bonito automóvil por dentro –dijo con inseguridad la hermosa abogada-. No lo sé. Tengo calor…

Ana quería cambiar de tema para evitar preguntas de lo que había hecho o dejado de hacer con aquel desconocido, pero aquello sólo dio alas a Jorge para retomar el plan que había ideado para esa noche.

- Puedes refrescarte en el baño –sugirió, indicando el baño de su oficina-. Hoy es tu día del bono ¿lo recuerdas? Si tienes calor bien puedes sacarte la ropa en el baño.

El día del bono empezaba a cobrar muchos significados en la vida de Ana. No sólo era el dinero que recibiría. Aquel día simbolizaba la renovación del morboso y lascivo pacto con su jefe. Ana recibiría ayuda laboral y económica a cambio de satisfacer los pervertidos gustos voyeristas de Jorge. Aquel día y aquel pacto empezaban a producir “cosas” en el cuerpo de Ana.

- Está bien. Lo haré –contestó Ana-. ¿Me sirves un trago mientras voy al baño?

- Claro –aseguró Jorge rebuscando en su bolsillo-. Puedes llevarte esto también.

El pervertido abogado sacó de su bolsillo un sobre transparente que entregó a su hermosa empleada. La mujer descubrió de inmediato que la sustancia nívea que contenía el sobre era cocaína. En silencio, Ana se marchó al baño. Orinó y luego se miró al espejo. El vestido negro realmente realzaba las formas femeninas y sensuales de su cuerpo. Vestirse sensualmente para satisfacer el pervertido deseo de su jefe era sólo parte de aquel oscuro acuerdo.

- Dios, ¿Qué estoy haciendo? –susurró Ana, mirándose al espejo.

Desató el vestido con movimientos sencillos. Frente al espejo observó la lencería negra y sexy. Siempre pensaba usar esa lencería con su esposo, pero siempre terminaba usándola para su jefe. Sin duda se veía muy guapa aquella noche. Giró y observó sus carnosos glúteos, firmes y redondos. Recordó al hombre que sólo una hora antes la había tratado de hacer suya en el fabuloso Aston Martin Vanquish. Las manos que habían rozado su sexo. Si no hubiera aparecido Jorge ese hombre me hubiera violado, pensó Ana¿O quizás yo me hubiera dejado follar?

El corazón de Ana empezó a latir muy fuerte, pero de inmediato recordó que su jefe la esperaba. Debía honrar el acuerdo. En un principio, Ana se había lamentado y arrepentido muchas veces de su deslealtad a su matrimonio. Pero luego de varios meses la hermosa abogada había cambiado y empezaba a ver aquella situación con un prisma diferente. Era un acuerdo que la beneficiaba laboral y económicamente. ¿Por qué debo arrepentirme? Mi vida es mucho mejor que antes, se repetía luego de cada sesión en que exponía su cuerpo frente a Jorge. Cada vez que enviaba una fotografía de su cuerpo Ana se convencía que todo era por su propio bien. Incluso cuando enviaba una imagen de su depilado coño solía inventarse que nadie la reconocería o que era imposible que descubrieran su secreto.

Mientras recordaba las pervertidas imágenes de las que era protagonista, en los hombres que le hacían propuestas indecentes e imaginaba el pene erecto de su pervertido jefe, Ana preparó dos líneas de cocaína. En un principio Ana se había juramentado que sólo utilizaría la droga para mantenerse despierta unas horas más y aumentar su eficacia laboral. Pero había rotó aquel juramento hace mucho. Ahora parecía dispuesta a usar aquel polvo blanco para darse ánimo y divertirse. Se miró al espejo luego de aspirar la cocaína y vio a otra mujer.

La mujer frente al espejo sonreía seductoramente. Tenía senos grandes, caderas cadenciosas y piernas seductoras. Su ropa interior era sensual e insinuante. La mujer frente al espejo quería guerra. Quería sexo. Ana limpió los restos de coca de su nariz y se maquilló los carnosos labios de carmín brillante. Con sus manos acomodó el brasier. Sus manos en sus senos produjeron un escalofrío que se transformó en calor en su entrepierna. Instintivamente llevó dos dedos a la tanga y tocó su coño. Estaba mojada.

- Estás caliente, Ana –le dijo a la mujer en el espejo.

La mujer en el espejo sonrió. Era cierto. Estaba caliente.

- ¿Quieres verga, puta? –susurró risueña, como una puta de puerto.

Sí, quiero verga, le asaltó un pensamiento lascivo. La abogada sintió un “latigazo” directo sobre su coño. Entonces acomodó su lencería, sus medias y su calzado de taco alto antes de arrepentirse. Dejo el vestido atrás y sólo cubierta con aquel conjunto de lencería sensual en color negro salió del baño. Ana entró a la oficina de su jefe como si no le importara estar casi desnuda o que su anillo de matrimonio aún permaneciera en su dedo. Jorge había colocado la canción de nueve semanas y media. Que poca imaginación de este hombre, pensó Ana. Sin embargo, empezó a mover su cuerpo al ritmo de Joe Cocker y su “You can leave your hat on”.

En el sofá de su oficina y con la puerta cerrada con llave, Jorge observó aparecer a Ana en lencería. Aquel femenino cuerpo que bailaba al ritmo de la música era el de una hermosa amazona de cabellos trigueños y ojos claros. Que culo más maravilloso, que tetas más grande y sabrosas, que hermosura de mujer. Jorge quería gritar todo aquello, pero no se atrevía. No quería espantar a Ana. La mujer giraba y giraba, ponía su pierna sobre una silla y acariciaba sus caderas. Era una imagen que Jorge no podía quitar de su vista.

Ana continuó bailando. Sentía calor y una sensación extraña recorría su piel. Las zonas erógenas y sensibles de su cuerpo estaban alteradas. Sus labios carnosos secos, sus pezones tirantes, su vientre tenso y su sexo mojado y palpitante. La canción avanzó y ella continuó moviéndose. Echaba rápidas miradas a su jefe en el sofá, tratando de adivinar sus pensamientos y tal vez queriendo observar la silueta del pene erecto. Pero Jorge estaba impasible, con un cojín sobre su regazo. Ana estaba tan fuera de control que no aguantó más y empezó a moverse con descaro, exhibiendo su culo y el escote de sus senos cada vez más cerca de Jorge.

- Mueve más ese culito –se aventuró a decir Jorge.

Ana así lo hizo. Estaba caliente y se inclinaba para exponer su voluptuoso trasero frente a su jefe. Pero Jorge no empezaba a masturbarse como otras veces, sólo permanecía sentado observando.

- Vamos, Jorge. Saca la verga de una vez –pidió Ana, desesperada por ver un pene-. Mastúrbate mientras bailó.

Lo vulgar de las palabras no sólo sorprendió a Jorge sino también a la propia Ana. Aquello no lo esperaba y el pervertido abogado supo pensar rápido.

- Ven aquí. Quiero ver ese culito más de cerca –ordenó Jorge-. Seguro así me entran ganas de sacarme la verga.

Tampoco aquello lo pensó la guapa mujer. Se acercó a su jefe y se giró para mostrarle aquel culo que deseaban ver y tocar los hombres. A un metro de su jefe y sintiendo la mirada en su cuerpo, Ana decidió inclinarse para tocar sus tobillos con sus manos. Así, en aquella lasciva posición, no sólo su trasero sino su sexo cubierto por la tanga quedaban totalmente expuestos.

Al ver aquello Jorge sabía que estaba en el cielo. La situación era tan inverosímil como si cualquiera de esas mujeres perfectas con las que había soñado en el pasado se entregara a un hombre de aspecto común y corriente como Jorge. Marilyn Monroe, Adriana Lima, Betty Page, Doutzen Kroes y Charlize Theron eran musas a las que Jorge le había noches de pajas y ratoneo, como diría un argetino. Sin embargo, aquellas mujeres había quedado en el olvida al aparecer la hermosa y joven abogada. Para aquel hombre Ana Bauman lo era todo. La deseaba con locura. Al tener al alcance aquel maravilloso cuerpo femenino que tanto le obsesionaba, el abogado y jefe de Ana no resistió más.

- Que culo más rico –dijo mientras azotaba el trasero de Ana.

La nalgada resonó en la habitación. Ana no se lo esperaba. Aquella palma impactando violentamente sus carnosos glúteos activó una morbosa lujuria que desconocía. Otra nalgada vino a repetirse sólo un instante después, pero esta vez la mano agarró su carne. El manoseo que recibió fue vulgar, pero la muchacha no hizo amago de huir. Ana permaneció en su lugar mientras su jefe acariciaba su cuerpo. Una parte de ella le decía que estaba haciendo mal lo que hacía y que su marido jamás se lo perdonaría si la descubría. Pero otra parte gritaba en su cabeza que debía dejarse llevar. Deja que las cosas pasen. Nadie se enterara, decía una voz en su mente.

Ana sentía las manos de su jefe acariciar y apretar sus glúteos. Las piernas le temblaban y sentía que su corazón corría en su pecho. Los dedos de Jorge se aventuraban a tocar su entrepierna, cubierta por su calzón. Aquellos traviesos dedos subían y bajaban alcanzando su clítoris por el camino que se abría entre sus labios vaginales. Era todo tan excitante. Ana sentía que era una chica traviesa.

- Voy a ayudarte, Ana –la voz de Jorge resonó en la habitación.

Cuando su jefe trató de bajar su tanga Ana trató de retirarse. Tenía que alejarse. Pero Jorge estaba preparado para aquel movimiento de su empleada y la tomó con fuerte de las caderas, impidiendo su huida. Rápidamente Ana abandonó la idea luchar y permaneció quieta. Se concentró en las caricias. Sintió que bajaban su sensual calzón. Su cola y coño quedaron totalmente a la vista de su jefe.

- No lo hagas –trató de pedir la caliente abogada.

Pero Jorge se adelantó y enterró su boca en la entrepierna de la mujer. La lengua recorrió torpemente los labios vaginales hasta alcanzar el clítoris y la piel de alrededor. Ana se convulsionó y parte de su pesó tuvo que descargarlo sobre un hombro de Jorge. Dios, puedo sentir su lengua en mi coño, pensó. Ana empezó a respirar fuerte, abrió las piernas y disfrutó de aquellas sensaciones. Se sentía cada vez más mojada mientras los dedos no paraban de tocarla y darle placer.

- Oh dios mío –se le escapó de entre los labios uno de los tantos comentarios que había contenido hasta el momento.

- Te gusta, Ana ¿no? –preguntó Jorge.

Ana no respondió y observó a su jefe. Jorge se acomodó en el sofá con las piernas abiertas y con una evidente erección bajo el pantalón. Ana observó la verga perfilándose bajo el pantalón y sintió que su cuerpo se agitaba. Entonces, como impulsada por un deseo incontenible, se sentó en las piernas de Jorge y con coquetería terminó de sacarse el sexy tanga que colgaba bajo sus rodillas.

- ¿Lo quieres? –preguntó Ana a Jorge, mostrándole el calzón.

Jorge sólo asintió y la cachonda abogada se lo entregó. Su jefe se llevó el tanga a la nariz. Olisqueó la prenda como un animal lo hace con la comida antes de llevársela a la boca. Parecía que todo lo que hiciera o dejara de hacer Jorge ponía más y más caliente a Ana. La chica se movió hacía él sólo para conseguir rozar un poco el pene de aquel macho. La caliente abogada necesitaba estás más cerca de su jefe. Quería entregarse. Ana besó de forma apasionada a su jefe, pero este la detuvo en mitad del beso.

- Ana, mírame –le dijo Jorge mientras acariciaba sus piernas-. No quiero más arrepentimientos.

Ana asintió sin dudas. Lo único que quería era ser tomada por aquel hombre.

- No quiero más dudas –Repitió su jefe-. Quiero que te diviertas. Sólo eso. Te casaste muy joven ¿no crees?

- No lo sé –respondió Ana mientras sentía dos dedos intrusos acariciando su clítoris.

- Te casaste muy joven y no alcanzaste a gozar todos los placeres de la vida –aseguró Jorge-. Quieres gozar los placeres de esta vida ¿cierto, Ana?

- Si… quiero que me folles –contestó Ana y empezó a moverse al ritmo de la mano que acariciaba todo su coño.

- Desde ahora serás una chica mala –instruyó el jefe a su empleada-. Vas a follar con quien quieras y te lo pasarás genial. Tu esposo no lo sabrá ¿sabes por qué?

- No lo sé –un dedo se adentró en el coño de Ana- ¿Por qué?

- Porque serás un putita muy astuta –respondió Jorge.

- Si –fue la escueta respuesta de Ana antes de lanzarse a comerle la boca a su jefe.

El beso fue largo y profundo. Ana no se demoró en abrir su boca para que la lengua de su jefe explorara su lengua. Era un beso profano de una mujer infiel. Las manos de Jorge no se mantenían quietas, acariciando el sensual cuerpo de su empleada. Los dedos aprisionaban los glúteos y reptaban por las piernas, luego volvían al coño y subían hasta los senos para apretar aquella carne abundante.

- Sácate el brasier –ordenó Jorge.

Ana lo hizo. No necesitaba pensar ni replantearse lo que estaba haciendo. Los senos de Ana eran una de las partes de su cuerpo que más le gustaba. Sabía que a muchos hombres les llamaban la atención aquella parte de su anatomía, especialmente cuando usaba escote.

Jorge observó los senos que tanto había deseado ver y tocar. Estaba frente a la maravillosa anatomía de su empleada. Ana estaba loca. necesitaba que Jorge le comiera las tetas. Ana vio la copa de coñac sobre la mesa, a su lado, y se estiró para tomarla con una mano. Jorge pensó que Ana estaba sediente. Nunca hubiera imaginado lo que su empleada haría. Ana derramó el contenido de la copa en sus senos. El líquido cayó por su pezón y su vientre. Era una escena excitante. Jorge sucumbió a su oscuro deseo. Estiro una mano, abarcó cuanto pudo de aquel abundante pecho. La piel era suave y la carne firme. Ana cerró los ojos mientras Jorge no paraba de acariciar y manosear su seno. La abogada sabía que era una mujer casada y aquello estaba prohibido para otros hombres. Sin embargo, ahí estaba. Dejándose manosear por su jefe como una cualquiera. Cuando la boca de su jefe se cerró sobre el pezón, Ana no pudo evitar gemir.

La lengua y los labios de Jorge se apoderaron de los senos de Ana, como un ternero que encuentra por primera vez la ubre de su madre. Sin embargo, aquel acto no tenía nada de maternal. Era puro morbo y lujuria. Mientras Ana observaba a su jefe chupando sus tetas sentía que una mano jugaba traviesa en su coño, calentándola aún más. Luego de un rato, Jorge dejó de mamar los senos y se acomodó en el sofá. Tenía el rostro enrojecido y sus facciones mostraban la lujuria y el deseo que sentía por su empleada. Hizo un gesto y Ana supo que quería, pero no se atrevió a moverse. Un último resquicio de razón le evitaba entregarse como una cualquiera.

- Vamos, preciosa. Sabes lo que quieres –la voz de Jorge estaba enronquecida-. Hazlo. Diviértete un poco más. Saca la verga de tu macho, putita linda.

Ana sabía que aquello era más de lo que debía escuchar una mujer casada. Una chica en sus cabales no permitiría que le hablaran así. Pero Ana estaba perdida y caliente. El alcohol y las drogas eran sólo un grano de arena que había sumado a todo lo vivido en los últimos meses. Tras meses de exhibicionismo frente a su jefe, de esconder aquella situación a su marido y de cambiar favores por aquel lascivo comportamiento, Ana tenía su visión trastocada de la vida. Dejó la cordura atrás. Sus manos fueron directo al pantalón de su jefe y con cuidado empezó a exponer aquella zona.

El pene de Jorge era grueso, pero ni el cuerpo ni el rostro ni el pene de Jorge era la gran cosa. Sin embargo, ver aquella verga diferente y erecta excitó a Ana. Cuando la abogada tocó la piel oscura de aquella desconocida verga se le hizo agua la boca. Estaba tan caliente que no podía hacer otra cosa que acariciarlo. Quería que aquella verga la penetrara, pero sabía que Jorge deseaba que ella lo acariciara primero. Se le veía en la cara. Se sentó al lado mientras seguía acariciando a Jorge. Se besaron mientras ella empezaba a masturbarlo.

- Vamos, puta. Chúpamelo -El pervertido jefe ordenó mientras jugueteaba con el clítoris de Ana.

La petición agarró por sorpresa a Ana. La muchacha siempre había evitado hacer mamadas a su esposo. Lo había intentado, pero tenía malas experiencias. Ana creía que se le daba muy mal hacer sexo oral. Sin embargo, la lujuria impulsó a Ana a intentarlo. Mientras empezaba a inclinarse sobre el miembro de Jorge pensaba que tal vez el gran tamaño del pene de su esposo era la causa de sus malas experiencias.

- Vamos, Ana. –pidió Jorge-. Usa esos labios carnosos y regálame una rica mamada.

Ana besó con temor el tronco. No pudo evitar sentir el aroma a sudor y orina. Sintió asco, pero se obligó a besar el pene nuevamente. Subió hasta el ombligo y luego volvió, arrastrando sus labios hasta el glande. Llenando de besitos la verga de su jefe.

- Usa la lengua, putita –ordenó el hombre, apretando un seno y estirando un pezón.

A pesar de una arcada de asco, Ana hizo lo que se le pedía. Se obligó a hacerlo, o mejor dicho: la lujuria la obligo a hacerlo. Se sentía sucia y caliente. Era una sensación extraña, pero excitante. Repasó una y otra vez la zona, ensalivando toda la piel por donde reptaba su lengua. El asco se fue convirtiendo en lujuria. De pronto, se detuvo en la punta de aquella hermosa verga y supo que tenía que hacer. Se metió el pene en la boca y profundizó una mamada que jamás pensó hacerle ni a su marido.

- Así, putita. Pero cuidado con los dientes –advirtió Jorge-. Así, sube y baja despacio. Con cuidado, así. Ya vas a ver como aprendes a hacer una buena mamada conmigo. Yo te enseñaré.

Ana se esforzaba. Sentía que debía hacerle una buena mamada a su jefe. Metía el pene en la boca y luego retrocedía. Cada vez profundizaba un poco y cada vez se sentía más caliente. Nunca le había pasado antes.

- Vamos. Más rápido, putita –ordenó Jorge.

Con una mano de Jorge jugueteando sobre su clítoris, Ana no podía negarse a nada de lo que pidieran. Apresuró la mamada siguiendo las instrucciones que susurraba en su oído ese hombre que no era su esposo.

- Más suave, putita. Cuidado con los dientes.

- Vamos Ana. Varía un poco. Usa tu lengua. Besa mis testículos.

Y Ana lo hacía. Parecía un títere en manos de Jorge, pero la verdad es que estaba disfrutando del morbo de la infidelidad. En una partecita de su mente, su guapo y exitoso marido estaba siempre presente como un aliciente a su lujuria. Follar con su jefe era algo prohibido e ilógico, pero que le causaba un enorme placer. Sin siquiera tener un pene en su sexo Ana tuvo algo parecido a un pequeño orgasmo. Fue sorpresivo y agradable. Pero quería más. Siguió mamando hasta que su jefe la detuvo.

- Vamos, putita mía –la voz de Jorge era de urgencia-. Ponte de perrita sobre el sofá.

Ana se apresuró. Estaba deseando una verga en su coño. Desnuda, sólo con las medias de rejillas y los tacones altos. Con el depilado coño y el voluptuoso trasero expuesto, Ana sintió como su jefe se colocaba atrás. Me cogerá en un doggy style, pensó la hermosa abogada. Aquello la calentó y movió su culito para que su jefe supiera que estaba lista y dispuesta. Jorge adelantó el pene, ansioso. No podía esperar y la penetró lentamente. Quería disfrutar cada centímetro de aquel apretado coño.

- Se ve que tu esposo la tiene pequeña –dijo Jorge, confundido tal vez-. Que estrecho tienes el coño.

Ana sabía que aquello era mentira. Que el pene de su esposo era enorme. Pero no quería romper la ilusión del momento.

- Si, mi esposo tiene una verguita –mintió Ana, por pura y morbosa lujuria-. Tu pene si que es grande. Me llena toda, amor.

- ¿Te gusta mi verga, putita? –preguntó su jefe.

- Si… me encanta, jefecito…. Eres mi macho… -la calentura gobernaba el cerebro de Ana.

La verga entró en el coño, cada vez más profunda. Las manos de Jorge estaban prendidas en la cadera y los senos de Ana se balanceaban al ritmo de la cogida. Los gemidos de Ana eran cada vez más exagerados y el sudor empezaba a cubrir el hermoso cuerpo.

- Más… más fuerte –pedía Ana-. Ah… Más… más fuerte.

- Así, putita ¿Así te gusta? –le decía Jorge.

- Si, así… ah… más… más adentro –gemía y clamaba Ana.

Si alguien hubiera pasado por la oficina a aquella hora seguramente hubiera sentido las voces. Los gritos y los gemidos de una mujer se hacían notar. Pero todo era silencio y oscuridad al otro lado de la puerta.

- Te gusta calentar vergas, putita.

- Si… soy una puta… ¡ay! –Ana lanzó otro grito.

Ana sintió una mano apoderarse de su seno y apretar con tal fuerza que le produjo dolor. La mezcla de sensaciones le nubló la vista.

- ¿Qué fuiste a hacer a ese auto, perra? –preguntó el sádico amante.

- Ah… no sé… yo… mmmmnnnngghhhh… Yo quería darte celos… ah –contestó Ana entre gemidos.

El pene entraba y salía de su sexo. La mujer disfrutaba, totalmente desinhibida.

- ¿Segura, putita?

Ana no estaba segura. Continuó gimiendo durante un momento. Cinco veces entró y salió la verga de su jefe antes de contestar.

- Yo… ah… quería que me follaran en ese automóvil –contestó Ana-. Quiero que me folle ese hombre en un Aston Martin. Quería sentirme como una puta de lujo.

Justo en el momento a Jorge se le escapó un inesperado grito. El pervertido hombre se corrió. Ana había alcanzado el orgasmo justo antes que su jefe. Aquel momento le pareció maravilloso a Ana. Nunca conseguía correrse al mismo tiempo que su esposo y la guapa mujer rara vez sentía que lograba satisfacer a su marido.

Ana cayó junto a Jorge al sofá. Estaban calientes aún y se comieron a besos. Era un morreó lascivo y enfermizo. Continuaron lamiendo y tocándose los cuerpos. Terminaron en haciendo un sesenta y nueve, lamiendo sus sexos y dándose sexo oral hasta correrse casi al mismo tiempo de nuevo. Se pusieron de pie, pensando en que la noche no acababa aún. Deseaban seguir disfrutando del sexo.

Camino a un motel, Jorge acarició el rostro de Ana.

- Prepara tus maletas para un viaje, preciosa –anunció Jorge-. La próxima semana nos vamos juntos al congreso de leyes laborales en Sao Paulo.

Ana sonrió, sin culpas. Mientras su esposo no se enterara podía llevar esa doble vida. Como agradecimiento se inclinó sobre el asiento del piloto y besó la verga de su jefe. El pene de Jorge cobró vida bajo el pantalón. Aquella noche sería larga. Gracias a Dios mi marido está fuera de la ciudad, pensó Ana. Podía disfrutar sin culpas. Aprendería a gozar de la vida y su seductor cuerpo. Se estiró para tomar el lóbulo de la oreja y besar el cuello de su jefe. Se sentía caliente nuevamente.

Mientras manejaba y la mujer besaba su cuello, el pervertido jefe creyó que finalmente le había puesto la correa y el bozal a ese hermosa criatura llamada Ana Bauman. Terminó el amansamiento de la nueva, pensó Jorge.

El autómovil enfiló por la carretera y se perdió en la oscuridad. A lo lejor, las luces de neon iluminaban la noche con la bendita palabra: Motel.

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