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Expiación de Culpas 4: El origen del juego 2

en Sexo con maduros

Cuarta Parte: El origen del juego II.

Priscila volvía esa noche nuevamente satisfecha, estaba contenta, lo suficiente para dejar a sus hijos jugar en el asiento de atrás sin que sintiera molestia. Su cuerpo estaba adolorido, pero aquella sensación era placentera tras una semana y media de no poder reunirse con su amante, el padre Patrick, debido a las muchas actividades eclesiásticas y a la alta afluencia de fieles a la iglesia.

Aquella noche el párroco la había tomado con brusquedad y autoridad, poco a poco la joven mujer se daba cuenta que el rol dominante, obtenido por su experiencia en el sexo, era dejado de lado a medida que no le quedaba más por enseñar. Incluso cuando el padre le comía su coño parecía que los orgasmos fluían con facilidad bajo las cada vez superiores caricias de su amante.

Incluso el cura aquella noche buscó un par de nuevas posiciones para follarla y hacerla gozar. Priscila estaba satisfecha, pero algo le inquietaba. El padre mientras nuevamente le había preguntado en medio del sexo si había cometido algún desliz fuera de su relación matrimonial y su amorío con él. Y ella nuevamente en la sesión de sexo había tenido que mentir e inventar una historia de su forma de actuar promiscua fuera de su hogar y la iglesia.

La rubia de carnal y curvilínea figura había empezado a imaginar una o dos historias para cada reunión con el cura. Aquellas historias parecían sacar un vigor inusual en el párroco, que terminaba regalándole unos orgasmos apoteósicos.

Sin embargo, un día martes por la noche, en que se había arriesgado a ir un poco más tarde, diciéndole a su esposo que se le había quedado su billetera en la iglesia, sucedió algo que le cambiaría nuevamente la vida.

A penas había llegado a la iglesia, había entrado por la puerta lateral que daba a una calle poco transitada. El padre le había dado una llave para que no tuviera que esperar afuera y ser blanco de algún observador (incluso Priscila conocía la clave de la alarma antirrobo de la iglesia). Cuando encontró al párroco ambos no tardaron en desnudarse y comenzar a acariciar y a comerse los cuerpos. Tenían poco tiempo y el apuro hizo que el sacerdote rápidamente tomara nota de los actos vergonzosos que la espectacular rubia realizaba tan impúdicamente en secreto.

Esa noche Priscila había inventado una historia en que en una salida a una discoteca un hombre joven y atractivo le había invitado a bailar, las cosas se habían vuelto calientes gracias a las copas de más y ella había terminado en unos sillones del sector vip de la discoteca besándose con el muchacho. Ahí la cosa había tomado otro cariz y la temperatura subió cuando ella le comenzó a acariciar la verga y él aprovechó de explorar su coño hasta que ambos alcanzaron el orgasmo. Lamentablemente, continuo con su falso relato Priscila mientras el padre la envestía, no habían podido tener sexo, pero que el muchacho le había anotado su número en su celular para que lo llamaran cuando fuera posible.

El cura había conseguido un nuevo orgasmo de Priscila y fuera de si, se sentó en una silla y llamó a la rubia, la subió sobre si y le hizo el amor nuevamente, hasta que ambos demasiado extasiados, acabaron casi al unísono.

El padre Patrick se incorporó y, luego de besarla, la sorprendió pidiéndole que llame a aquel muchacho. El cura quería escucharla hablar con uno de sus amantes. A lo que Priscila se negó hasta que tras mucha insistencia del cura tuvo que confesar que no sólo esa historia, sino que las tres o cuatro que había contado en ocasiones anteriores, eran mentira.

El padre la miró muy serio y le pidió que abandonara inmediatamente el lugar.

"Patrick… no te puedes enojar por eso… por favor" – trataba de decirle la muchacha, pero el padre estaba con un semblante pétreo, y era incapaz de perdonar la mentira de Priscila.

"Vuelve cuando estés dispuesta a hablar con la verdad" – le dijo el padre antes de cerrarle la puerta en la cara.

Priscila llegó a su hogar con un nudo en la garganta. Se sentía con un vacío en su pecho, como si el haber decepcionado al padre Patrick le hiciera perder una parte de su mundo. Su esposo estaba muy atento, había preparado la comida, pero no fue capaz de reaccionar al buen humor y la camaradería de esa velada.

Cuando se fueron a la cama, luego de acostar a los niños, hicieron el amor, pero a pesar que la rubia disfrutó del sexo con su esposo, mostrándose un poco más intensa de lo debido, no pudo abandonar aquella sensación que le había dejado el último encuentro con su amante.

Durante algunos días faltó a la iglesia, esperando que al padre Patrick se le olvidara de aquel triste impase entre los dos y volvieran a los encuentros habituales, pero el viernes que volvió a la iglesia el párroco a penas la miró durante la misa y al final cuando pensaba que podían estar solos para hablar se encontró que Beatriz, una parroquiana cuarentona ayudaba al cura a hacer un inventario en la bodega donde Priscila y el cura tenían algunos de sus encuentros.

A pesar que no parecía que ellos estuvieran haciendo nada malo, la rubia sintió que los celos le nublaban la vista y estuvo a punto de hacer una escena. Sin embargo, se detuvo y con nervios de acero preguntó si podía ayudar. Pasó cerca de una hora con ellos, hasta que el inventario estuvo hecho y luego el padre las despidió a las dos sin más, dejando a Priscila llena de frustración.

Aquella noche y las siguientes le costó dormir, pensaba que quizás el padre estaba teniendo una aventura con aquella mujer. Beatriz no tenía la figura ni la juventud de Priscila, pero tal vez la experiencia y las tetas enormes de la cuarentona serían suficientes para el cura. Un nuevo ataque de celos le hizo levantarse y pasar parte de la noche en vela.

El martes había decidido ir a ver al cura luego de su taller de oración, pero en la iglesia le dijeron que el padre había tenido que oficiar unas misas en un pueblo cercano y recién volvería el viernes. Se retiró con rostro abatido y con deseos de enviar a la china al párroco.

Sin embargo, pocas horas después se encontraba frustrada y deseosa de sentir la verga del cura presionando por entrar en su cuerpo. Necesitaba distraerse y conseguir algo de sexo.

Buscó a su marido aquella noche y la siguiente, pero Fernando estaba cansado y el sexo no alcanzó ni la mitad de la intensidad que necesitaba aquellos días. Así pasó un jueves de perros, de mal humor y con poco ánimo de hacer otra cosa más que atender a sus niños.

Sin embargo, el viernes resultó diferente. Pensaba ir a misa e intentar hablar con su amante nuevamente, pero a mitad de mañana su jefe anunció que aquella noche la oficina invitaba a una cena a todos sus empleados. Priscila lo pensó y decidió que era mejor distraerse en otra actividad que mendigar el perdón del cura, así que sin dudarlo se anotó para la salida de aquella noche.

A la hora del almuerzo se juntó con Fernando y le contó que no iría a misa por la cena, lo que su marido aprobó, pues, le parecía que tampoco era bueno que pasara tanto tiempo en la iglesia como una monja.

Fernando había decidido acostarse temprano y realizar una cura de sueño para sacarse el estrés de encima, por lo que Priscila llamó a sus padres para ver si podían quedarse esa noche con los pequeños. Cosa que no resultó un problema porque los abuelos disfrutaban mucho a los pequeños.

La rubia, solucionado quien cuidaría a los niños esa noche, ocupó el resto de la tarde en un centro comercial, donde compró un par de vestido, una chaqueta, calzado de noche y sugestiva ropa interior. Necesitaba distraerse y que mejor que irse de compras pensó, mientras se probaba un sensual corsé rojo que hacía destacar su busto.

A las siete de la tarde, mientras se metía a la ducha vio a Fernando acostándose mientras ponía una película y dejaba en la mesita junto a la cama un vaso de agua y una pastilla para dormir. Priscila le dijo a Fernando que no le gustaba que tomara esas pastillas, pero Fernando reclamó que normalmente le costaba dormirse y quería descansar profundamente ojalá 12 ó 16 horas seguidas.

Priscila salió de la ducha y se enfundó en el baño un ajustado y sobrio vestido granate que había comprado. Quería pedirle la opinión a su marido, sin embargo, cuando salió del baño encontró a Fernando durmiendo.

Aquello le terminó recordando que su marido y su amante le ignoraban, lo que la puso de mal humor y en un arranque de espontaneidad buscó una tanga negra, bien chiquita para que no se notara, y un sostén de media copa del mismo color y sin tirantes que realzaba sus senos y que cuya suave tela cubría casi en lo justo cada pezón. Además acompañó su ropa interior con un juego de medias negras de liga con unos tirantes que le llagaban hasta la parte superior del muslo y que se ataban a su cintura.

Luego buscó una minifalda blanca, que era elegante, pero a la vez dejaba a la vista poco más de la mitad de sus bonitos muslos y finalmente arriba acompañó el conjunto con un corsé negro y escotado que mostraba generosamente sus firmes y carnosos senos.

Se maquilló sutilmente y se colocó unos finos aros de azabache con pequeñísimas incrustaciones de plata que le habían costado una fortuna a su marido, además de un bonito accesorio que consistía en una cintita negra en su cuello.

Se calzó unos bonitos tacos altos y se miró al espejo. Le gustó verse tan guapa y sexy, miró a su marido roncar en la cama y el sentimiento de molestia se acrecentó, esa noche se divertiría como pocas veces se dijo a si misma.

Se abrigó con una corta chaqueta negra y luego de mirarse al espejo llamó a un taxi. No deseaba conducir esa noche, pues, pensaba beber un par de tragos más de la cuenta.

Llegó a la cena algo atrasada, pero su llegada fue celebrada por sus compañeros varones con algún silbido o casto piropo. Así continuó la cena, con mucha buena onda y risas, mientras la comida y sobre todo el vino circulaban en abundancia en la mesa.

Priscila sentía la atención de varios de sus compañeros e incluso Blas, su jefe, siempre muy serio, se había acercado un par de veces para saber si le faltaba algo. Sentir el interés constante de varios hombres a la vez le gustaba a la rubia, que podía sentir cierto calorcillo en su cuerpo que ella achacaba a la vergüenza ante tantos halagos seguidos y también al abundante vino que había consumido.

Especialmente Alex, Teodoro y José, que se había sentado a su lado o frente a ella, eran los que más le conversaban tratando de hacerla reír o impresionarla, pero los tres estaban de novios o casados, incluso Alex iba a reunirse con su novia al final de la cena, por lo que el continuo coqueteo de su compañero, a juicio de Priscila, no tenía mucho sentido.

La cena transcurrió entretenida hasta el final, cuando Alex invitó al grupo a continuar la cena en una nueva discoteca cuyos dueños eran sus amigos. El lugar al parecer era muy grande, con tres ambientes y sobretodo muy fashion. Un tercio de los presentes, entre ellos Priscila, decidió aceptar la invitación para luego terminar en casa de Blas, que había ofrecido su casa para finalizar el encuentro.

Priscila con ganas de marcha y con unas copas ya en el cuerpo no dudó en apoyar todo el improvisado panorama y subirse, junto a otras dos compañeras, al auto de Blas.

Las tres mujeres iban bastante contentas y conversaban de lo buena que había sido la cena, motivando a su "jefecito" a que se repitiera más seguido aquellas reuniones. Incluso en el camino a una de ellas se le ocurrió pasar a comprar unas cuantas botellas de champaña, whisky y tequila para llevar a casa de Blas. Llamaron al resto que se movilizaba en otros vehículos y quedaron de reunirse nuevamente en la entrada de la discoteca.

Pasaron a una bodega, un dato de Blas, en el camino y compraron lo necesario. Teresa, una morena de unos treinta, de 1,60 de altura y bastante delgada, abrió una botella de champaña en el camino y comenzó a beber sin más. Al final, la botella la compartían Priscila, Teresa y Denise, una rubia bajita y curvilínea, pero algo vulgar en sus dichos y su actuar.

Blas prendió la radio y observó a las chicas animarse mientras cantaban canción tras canción a la par que bebían de la botella de champaña. Priscila estaba al lado del copiloto y se movía al ritmo de la música, dejando que su jefe, que conducía su automóvil, le observara con disimulo el escote o las piernas que ya mostraba algo de la liga de las medias.

Cuando llegaron al lugar Blas le dijo a Priscila que dejara su chaqueta en el auto, ya que seguramente haría calor en la discoteca y era un lío pasar a dejar la ropa en la guardarropía. La rubia, ya más que contentilla por el vino y la champaña, hizo caso a su jefecito, como le decía ahora, y dejando la prenda bajo el asiento se dirigió junto a sus compañeros al local.

La entrada fue muy rápida gracias a que Alex y Valeria habían conversado con los guardias y al parecer alguien más en el interior de la discoteca. El lugar era amplio, de dos pisos y con muchos sillones y luces. Les llevaron hasta un muy buen sector donde una mesa grande rodeada de cómodos sillones les había sido reservada.

A penas se instalaron, Priscila se dirigió al tocador junto a Valeria, Teresa y otras dos compañeras de trabajo que habían decidido seguir la celebración en aquel lugar. Los cotilleos eran parte del quehacer en aquel lugar, así como acomodar los vestidos para que nada estuviera fuera de lugar mientras bailaban.

La rubia se miró al espejo y se sintió guapa. La minifalda, las medias y los tacos hacían destacar sus piernas, además de levantar su trasero, y el corsé levantaban sus carnosos senos. <Cualquier macho desearía tener una noche con una hembra como yo> -pensó Priscila- <Y esos dos hijos de puta me rechazan>. Recordó en medio del enojo la rubia a su esposo y su amante.

Sacó unas gotas del frasquito de perfume de su carterita y con un dedo delicadamente lo depositó detrás de sus orejas y la delicada piel del cuello. Tomó otra gota y sin saber porqué deslizó el dedo a través del canalillo de sus senos, produciendo un roce que endureció sus pezones y parte de sus senos. Pensó tomar una nueva gota más del frasquito y perfumarse los muslos e incluso la entrepierna, pero en ese minuto salió Valeria del baño y se empezó a mirar al espejo junto a ella.

"Vaya noche ¿ah? –Dijo la rubia novia de Alex, se notaba bastante borracha -. Alex me dijo que eras casada… ¿te puedo preguntar algo, Priscila?"

"Claro…" –respondió Priscila mientras pintaba sus labios y observaba de reojo a Valeria. Rubia (pero teñida), la novia de Alex media sobre el metro sesenta, era bastante bonita, especialmente por los enormes ojazos pardos que combinaban muy bien con su rostro redondo. Además tenía un bonito cuerpo, aunque nada tan despampanante como el de Priscila.

"¿Cómo te deja tu marido salir así? –Soltó en medio de su discurso la novia de Alex junto a una risita etílica-. Acaso tu marido no sabe que carne de primera como tú no pasa desapercibida a los tiburones, especialmente en estos mares… -Valeria se acercó a la compañera de su novio y miró directamente a los senos de Priscila-. Pero mira que par de tetas te gastas… cuando me opere las mías pediré que me las hagan igual a estas"

Aquello causó una carcajada de Priscila, Teresa y otra chica que habían presenciado las palabras desvergonzadas de Valeria. Siguieron lanzándose varias bromas, algunas que hicieron sonrojar a la rubia esposa y otras que definitivamente le despertaron aquella sensación de lujuría que hasta el momento sólo podía apagar junto a su amante, el cura Patrick.

Cuando se reunieron con el resto del grupo en unos sillones del segundo piso, pidieron algunos tragos y se pudieron a conversar, pues, aún la discoteca estaba algo vacía. El grupo estaba compuesto por siete hombres y cinco mujeres.

A pesar de trabajar juntos no se conocían mucho, salvo algunos que se iban de fiesta juntos. Alex estaba al otro lado de la mesa al lado de su chica y sus miraba se cruzaban de cuando en cuando. Priscila sabía que si no estuviera con Valeria seguramente estaría sentado a su lado, pero aquel era un caso perdido. Sobretodo, porque Valeria le empezaba a caer bien y por lo menos esta noche sentía que ningún hombre sería capaz de llenar el espacio de su deseado padre Patrick.

Siguieron conversando otro buen rato mientras consumían sus bebidas, un par de compañeros con bastante alcohol en el cuerpo conversaban apasionadamente de política, mientras algunos ya se animaban a bailar. Priscila había conversado con casi todos lo hombres y se dio cuenta que ninguno le atraía especialmente, y las mujeres parecían demasiado calladas escuchando las historias de Alex y Blas al otro lado de la mesa.

A la rubia le pareció que su jefe quería hablarle desde hace un rato, pues, Blas le miraba con cierta intensidad en algunos momentos, pero parecía demasiado dubitativo en su actuar, por lo que la blonda prefirió no meterse en líos y conversar con James y Johanna, que eran una pareja de alemanes que trabajaba como consultores en la oficina.

Una hora después, el lugar estaba lleno de gente y el ambiente era mucho mejor para salir a bailar. Priscila junto a varias de las chicas y algunos compañeros salieron a la pista y comenzaron a moverse con las canciones y mezclas de moda. Sus compañeros iban y venían, turnando las parejas. Priscila a la media hora había bailado con todos, salvo con Alex que no se había despegado de Valeria, que realmente parecía hacerle un show personal a su novio.

La rubia esposa y madre de dos estaba algo cansada, pero no deseaba parar. Su cuerpo parecía moverse con sensualidad por la pista, y a pesar que varios tipos habían tratado de abordarla, se lo estaba pasando bastante bien con su grupo de amigos.

Sin embargo, poco a pocos varios de sus compañeros se fueron retirando. Al principio siguieron bailando entre varias chicas, pero luego tuvo que aceptar que estaba algo cansada y sedienta. Volvió a la mesa y descubrió que varios ya se habían ido. Bebió champaña que habían pedido sus compañeros y fumo un cigarrillo mientras conversaba con Blas y Andoni, el contador de la oficina, bastante borracho y algo lanzado, pues, tomaba de la cintura o del brazo a veces a Priscila, que estaba algo nerviosa, pero que no reaccionó negativamente, quizás por los tragos de más.

Blas al final se interpuso entre Andoni y Priscila, por lo que ella pudo estar tranquila. Quizás era el alcohol pensó Priscila, pero algo en Blas le pareció atractivo. Su jefe tenía 39, era alto y de cabellos castaño oscuros y, a pesar de tener una barriga prominente, se notaba fuerte e inteligente. Sin embargo, tenía cierta inseguridad con las mujeres, que le restaba posibilidad en su actuar.

Priscila quería volver a bailar, pero nadie se decidía a salir. Sintió la vejiga llena y le preguntó a Valeria y a Denise si querían ir al baño, pero ambas inmersas en una de las historias de Alex le dijeron que irían con ella dentro de unos minutos. La rubia, que no podía esperar, se levantó en dirección a los baños, sin embargo, le dio un mareo repentino y se detuvo un momento. Blas aprovechó el instante para tomarla de un brazo.

"Bailemos Priscila" –le dijo con actitud envalentonada por el alcohol, no dándose cuenta del estado de la rubia.

"Jefecito, me encantaría – dijo Priscila, notándose mareada y algo confundida-. Pero iba al baño ahora. Cuando vuelva nos vamos a la pista a bailar ¿ok? Así que espérame, jefecito"

"Dime Blas, preciosa… lo de jefecito lo dejas para la oficina – susurró a su oído el hombre, que acarició brevemente la espalda de la rubia-. Entonces te espero"

"Si. Vuelvo en seguida, Blas" – se marchó Pris, con el corazón acelerado por el mareo y el atrevimiento de su jefe.

La sexy rubia se notó bastante borracha, sin embargo, se sentía aún dueña de si misma. <Además, nunca hago estos desordenes> pensó Priscila <Siempre me comporto como una señorita. Como una chica buena>.

Aquello le trajo el recuerdo de su pelea con su amante y se sintió molesta. Priscila se dijo a si misma que sería una calienta polla esa noche. Jugaría con su jefe en la pista de baile y luego se iría a su casa. Así aprenderían su esposo y el padre Patrick quien era.

Estaba pensando en eso cuando alguien la tomó del hombre y la hizo girar.

"Hola, Priscila ¿Cómo estás?" – Le dijo de improviso un muchacho alto y moreno de unos 20 años que no conocía.

"Hola… ¿Quién eres tu?" – dijo la rubia con la imperiosa necesidad de entrar al baño.

"¿Cómo no te acuerdas de mi? Soy Ignacio Guzmán – Hablaba el joven con acento mexicano, mientras le plantaba un par de besos a cada lado-. Soy amigo de Alex, Valeria y Blas. Nos conocimos en una discoteca, después de una cena de tu oficina"

"Pues, lo siento. No me acuerdo" – dijo Priscila tratando de retomar su camino al baño. Pero fue detenida por el muchacho que le bloqueó el camino colocándose por delante.

"Pero como güerita – trató de seguir la conversación Ignacio-. Mi bailarina preferida haciéndome la desconocida… ¿Pero cómo? Si hasta bailamos la otra noche"

Priscila lo observó bien. Un muchacho atlético de unos 20 años, de un metro ochenta y cinco, cabello negro y bien vestido con una camisa y pantalón negro. Era bastante guapo, pero jamás lo había visto. O al menos la rubia no lo consiguió recordar de nada.

"Creo que te confundes. Lo siento… ahora, necesito irme al baño. Adiós" – trató de terminar la conversación y avanzó un par de metros, pero el muchacho nuevamente la alcanzó, la detuvo y sorprendiéndola empezó a hacer gestos graciosos con la cara y las manos que le consiguieron sacar una sonrisa a Priscila.

"¿Ahora me recuerdas?" – le preguntó el joven mientras le tomaba de la mano.

A la rubia le pareció simpático el guapo muchacho, pero necesitaba llegar al baño. Así que trató de esquivarlo y apresurarse. Sin embargo, Ignacio no le soltó la mano.

"Baila conmigo unas piezas, guapa… - pidió con una sonrisa el insistente mozo, mientras le acariciaba la mano que tenía apresada- seguro que te acuerdas de mi si volvemos a bailar"

Tal vez porque le había hecho reír y porque necesitaba deprisa llegar al lavado, pero Priscila asintió.

"Ok… -le dijo la rubia al moreno-, pero déjame ir que tengo prisa"

El muchacho le soltó y la rubia corrió prácticamente para llegar a tiempo. Se sentó con cuidado en el frío urinario mientras sentía un gran alivio. Ya más tranquila y mientras se aseaba, pensó en lo guapo que era Ignacio, así que no se arrepintió de aceptar un par de bailes con aquel desconocido, disfrutaría el breve momento con él antes de regresar a su mesa con sus compañeros. Para finalizar con un par de eróticos bailes con Blas, su jefe, y luego directo a casa.

Se arregló frente al espejo y repasó brevemente el maquillaje. Seguía algo mareada, pero se sentía bien y sobretodo muy hot. Sentía que podía pasarlo realmente bien esa noche.

Salió y estaba Ignacio esperándola de espaldas a ella, al lado de una columna. El muchacho tenía en sus manos dos copas largas y no se dio cuenta que ella se aproximaba. Priscila se acercó y sin saber porque se pegó a su cuerpo por la espalda, haciendo rozar sus senos contra el muchacho y tomándolo de la cintura brevemente.

"Aquí me tienes… -dijo la muchacha, mientras se separaba con cara de haber olvidado algo- ¿Cuál dijiste que era tu nombre?" – dijo en broma Priscila.

"¡Aguas mujer!… que casi derramo las copas –dijo algo sorprendido el mexicano dándole la copa a la rubia-. Que soy Yo, Coscolina. Ignacio… gusto en conocerte – dijo en broma también él, mientras la tomaba de la cintura y le plantaba dos nuevos besos en la cara, muy cerca de sus labios.

"Cosco ¿qué?" – preguntó Priscila después del brindis inicial, observando a Ignacio terminar su copa de un sorbo.

"Coscolina, mujer… dije coscolina… termina la copa güerita linda que ahorita nos vamos a bailar" – dijo el muchacho mientras le tomaba de la mano. Priscila bebió su copa y la dejó en una mesa como lo había hecho Ignacio.

Rápidamente se pusieron a bailar y ambos congeniaron muy bien. Priscila mientras bailaba coqueta trataba de recordar de donde conocía al muchacho, pero por más que lo pensaba le parecía que jamás lo había visto. Sin embargo, Ignacio bailaba muy bien y la hacía reír mucho mientras se movían en la pista.

Ignacio la condujo a bailar a un sector alejado de donde estaban sus compañeros, pasaron varias canciones y luego muchas más. Priscila se lo estaba pasando bien con Ignacio, era más joven que ella y mucho más inmaduro en su modo de ser, pero eso parecía darle una chispa interesante. Despreocupado el joven mexicano, sólo estaba pendiente de ella y de conseguir seducirle mientras bailaban.

La rubia se dejó hacer. Hacía rato que había olvidado volver con sus compañeros o volver a casa temprano. Además con cada canción la pareja parecía más cercana. Ignacio ya la tomaba de la cintura para hablarle y Priscila dejaba que las manos del muchacho rozaran su cuerpo más de lo permitido.

Luego de un buen rato en la pista Ignacio le invitó un trago. Priscila que estaba sedienta aceptó, dejando que el alto y joven barón le guiara de la mano. La rubia pensó que se dirigían a la barra más cercana, pero Ignacio se encaminó hasta otro sector, donde un guardia custodiaba una puerta. Este, sin oposición, les dejó entrar y subieron una escalera.

"¿Dónde vamos, Ignacio? – preguntó Priscila, con más curiosidad que preocupación.

"Vamos por unos tragos de verdad –respondió el mexicano mientras dejaban pasar un pasillo y subían otra escalera-. En la barra le echan agua a los tragos, pero donde vamos hay una botella de Perrier-Jouet esperándonos… te gustará. Te lo aseguro"

La música se escuchaba apagada por las paredes y Priscila le siguió nerviosa, pero sintiendo esa pequeña excitación que sentía cuando estaba a punto de verse con su amante. Llegaron a un pasillo que atravesaron rápidamente para alcanzar una puerta que Ignacio abrió con una llave.

Entraron entonces a una oficina amplia y donde casi no se escuchaba la música. El lugar tenía un escritorio amplio, unos estantes, varios sillones, un sofá y una mesa de vidrio. Pero lo que más llamaba la atención era un gigantesco ventanal que daba a la pista de baile. Priscila observó la pista y pudo ver a lo lejos a su grupo de compañeros de trabajo.

"El despacho esta aislado acústicamente y los vidrios polarizados nos permiten ver lo que sucede allá abajo sin ser visto ¿te gusta guapa? – la rubia escuchó la voz de Ignacio a su espalda mientras con una mano tocaba el frío cristal del ventanal.

Priscila se dio vuelta y vio a Ignacio sacando desde dentro de un pequeño refrigerador una botella de champaña que parecía cara.

"Es bonita la oficina ¿es tuya?" – preguntó Priscila mientras Ignacio sirvió dos copas de la espumosa bebida.

"¿Eso importa? Yo creo que no… -dijo el muchacho con seguridad mientras le ofrecía una copa-. Lo importante es que Tú y Yo estamos aquí ¿no? – Ignacio le miró unos segundos a los ojos y luego levantó su copa-. Salud, preciosa… por ti, la mujer más linda con la que me ha tocado bailar"

Priscila sonrió y aceptó el brindis con cierta coquetería. Y bebió casi todo el burbujeante líquido de un sorbo, con tanta torpeza que derramó parte del líquido desde sus labios, deslizándose varias gotas por su mentón hasta sus senos.

"¡Ayy!" – lanzo un gritito la rubia al sentir la fría bebida sobre la piel de sus senos.

"Tranquila, mujer" – dijo el muchacho mientras con mucha delicadeza utilizaba su dedo índice para limpiar parte del mentón de la muchacha y luego llevárselo a la boca.

Priscila sintió un escalofrío y fue incapaz de reaccionar. Inmóvil observó como el mexicano limpiaba su dedo con su lengua y sus labios.

"Déjame limpiar esto también" –repitió Ignacio, pero esta vez con el mismo dedo que había llevado a la boca, limpió delicadamente primero uno y luego el otro seno donde se había derramado la champaña. Priscila en ese instante sentía que un calor se esparcía por su vientre.

"Sabes… - Continuo el guapo moreno- esta champaña es muy costosa. No podemos desperdiciarla ¿no? – Ignacio miró a los ojos a Priscila que estaba paralizada- Voy a tener que hacer algo drástico para recuperar parte del líquido perdido ¿no te importa, mi amor?"

Priscila asintió con la cabeza mientras sentía los brazos del muchacho rodearla.

"¿Segura, coscolina?" – preguntó Ignacio, mientras una mano acarició un par de segundos un glúteo de la rubia.

"Si… no importa… - balbuceó Priscila desinhibida por el alcohol y la excitación-. Quiero que hagas lo que tengas que hacer, mi vida"

El mexicano entonces le besó en la comisura del labio lentamente, sus manos recorrían la espalda de Priscila mientras sus bocas se encontraban una y otra vez hasta transformarse en un morreo donde sus lenguas se encontraban brevemente.

La rubia con los brazos juntos sobre el pecho, acariciaba suavemente los pectorales de Ignacio hasta que el muchacho la llevó al sofá. Ahí, Ignacio le comenzó a besar y lamer el cuello, bajando hasta llegar a los senos que besó tiernamente antes de empezar a lamer la carne tierna y abundante de Priscila.

"Que buena educación tienes, Pris" – se le salió a Ignacio.

"¿Qué cosaaaah…?" – preguntó Priscila con voz agitada y completamente entregada al mexicano.

"!Que tetas! – dijo el muchacho con voz entrecortada tratando de comerse esas preciosas tetas que poseía la rubia- ¡Que buena educación!"

"Ahhhhhhh" – dijo muy excitada la voluptuosa mujer.

"Y muy buenas curvas, cuero –siguió Ignacio- Estás muy buena mujer… me encantas desde que te vi por primera vez"

"¿Si? – dijo la muchacha, mientras llevaba la cabeza del varón contra sus tetas mientras sentía que una mano buscaba hacerse paso por su minifalda – Te gusto ¿ah? ¿Qué te gusta?"

"Pues todo güerita – dijo mientras buscaba nuevamente la boca de la blonda, una mano acariciaba el seno de Priscila y con la otra masturbaba a la chica por sobre la tanguita negra-. Cuando te vi me dejaste de seis… una buena percha que sigue en esas piernas hermosas… y estas tetas ricas… y esa cara preciosa, con esos ojos claritos que quieren marcha… ¿a que no?..."

Priscila se dejaba manosear por el veinteañero. No podía evitar cerrar los ojos cuando sus dedos alcanzaban el clítoris o cuando sus senos eran acariciados o besados. Pero el corsé estorbaba las caricias del muchacho, así que la rubia se desabrochó la prenda quedando solamente con el sostén de copa negro que Ignacio rápidamente desabrochó para poder dejar completamente a la vista las firmes y encarnadas tetas de Priscila, cuyos pezones estaban erguidos y muy duros.

Ignacio fascinado con la anatomía de la rubia se sumergió en las tetas, chupando los pezones con fanatismo, haciendo que Priscila gimiera y pidiera más.

La rubia sintió que las manos del mexicano intentaban sacar la pequeña prenda que guardaba su coñito y levantó sus caderas para facilitarle la acción. Luego se acomodó en el sofá, abrió sus piernas y esperó que Ignacio bajara con sus besos y lengua desde sus senos por el vientre hasta su sexo, que esperaba palpitante.

"Ahhhhh" – bufó la rubia cuando el muchacho comenzó a besar sus clítoris y labios vaginales. Se notaba que el muchacho tenía cierta experiencia y rápidamente logró que Priscila pidiera más.

"Te gustó, chiquita" – preguntó risueño Ignacio mientras repasaba el coñito con su lengua. En algún momento se había sacado la camisa, dejando a la vista un cuerpo musculoso y casi sin vellosidad.

"Si… me gusta mucho…" -respondió la curvilínea y erotizada mujer mientras le acariciaba el cabello a su nuevo amante.

Ignacio subió besando el cuerpo de la bella mujer que había conquistado esa noche, llegó hasta su boca y le besó con pasión mientras una mano pellizcaba un pezón. La miró a los ojos y observó la excitación de la mujer.

"¿Quieres que te de un regalo?" – preguntó el mexicano mientras avanzaba hacia un extremo del sofá.

"Siii…" – dijo Priscila ya imaginando "el regalo" cuando quedó sobre ella la entrepierna de Ignacio.

La mujer con las dos manos desabrochó el cinturón y abrió el pantalón. Se sentía excitada y extremadamente curiosa por saber como era el pene del muchacho, así que con cierta torpeza bajó el pantalón y luego un bóxer blanco. El pene saltó semierecto, era de un tamaño normal, cubierto por escaso vello, pero de una extraña forma, pues, poseía una curvatura como la de un plátano y además era bastante moreno en comparación con la piel del resto del cuerpo.

Priscila empezó a masturbarlo, mientras lamía brevemente la punta. Poco a poco empezó a besar y pasar la lengua por todo el tronco, meterse la verga de Ignacio era una cosa fácil en comparación a la del padre Patrick, por lo que pronto estaba dedicada a brindarle placer al muchacho.

"Que bien lo chupas, bonita – se escuchaba decir al mexicano-. Así bonita… sigue así, mi amor"

"¿Te gusta que te lo mame?" – preguntó Priscila mientras llevaba una de sus manos a su coñito y se masturbaba.

"Claro, güerita – respondió Ignacio- Eres una mamona de primera… sigue así"

La rubia siguió metiendo y sacando la verga cada vez más rápido, trataba de acariciar con sus senos el pene, pero éstos estaban muy duros y la posición solo permitía breves roces entre los pezones y el glande del muchacho.

Ignacio de pronto se incorporó y se sentó en el sofá.

"Vamos, Pris – apresuró el mexicano a la muchacha -. Ven aquí. Súbete arriba mío… que te quiero coger"

Priscila excitada se acomodó sobre su amante y con una mano guió el pene hacia su cuevita mojada. Cuando sintió la punta del glande rozar la entrada de su coño la rubia esperaba sentir una gran presión sobre las paredes de su vagina, pero la tensión cedió rápidamente mientras sentía a el pene entrar y salir lentamente de su interior.

La rubia empezó a acompañar el movimiento, abrazada del cuello de Ignacio que buscaba comerle las tetas con la boca y cogerla de su trasero con las manos, ayudando a mantener el ritmo. Priscila sentía que a pesar que la verga del cura Patrick era más grande y gruesa, al parecer la curvatura del pene de Ignacio hacía que rozara de una forma diferente su vagina.

"Que chingada, cabrona – vociferaba el mozo, luego de comerse la boca de la rubia nuevamente-. Que apretadita estás… - las manos de Ignacio agarraban con fuerza el culo de Priscila, tratando de dar más celeridad a la follada -. Tu panocha está mojadísima… que gusto como tiras, Pris"

" Si… dale más fuerte cabrón… ahh! Ah! Máass… - empezaba a decir fuera de si Priscila-. Sigue así… mmmmhh… dios!... ah! Ah!"

La rubia continuó saltando sobre el muchacho, sus senos se movían acompasadamente mientras Ignacio le comía la boca, aún marchando el paso con sus manos bien sujetas al bonito culo de Priscila. Sin embargo, algo se le ocurrió a Ignacio que de pronto se detuvo.

"Levántate. Ven conmigo" – le indicó a Priscila, mientras la tomaba de la mano. La besó apasionadamente mientras dejaba a la rubia sólo con sus medias con liguero y sus altos tacos, quedando él completamente desnudo.

Ignacio llevó hasta el ventanal a Priscila que le miró nerviosa.

"No te preocupes – el hombre trató de tranquilizar a la muchacha-. Los ventanales son polarizados y muy firmes"

Con las manos Ignacio hizo que Priscila le diera la espalda, obligándola a que mirara hacia la pista, apoyando su cuerpo sobre el ventanal, especialmente sus senos, su rostro y brazos que se apretaban contra el frio vidrio.

"Abre tus piernas y saca el trasero hacia acá" – continuó dando órdenes el muchacho que Priscila seguía sin cuestionar, ya muy caliente.

La rubia escuchaba el sonido apagado de la discoteca, cientos de personas (quizás miles pensó) se movían allá abajo. Su aliento caliente se condesaba en el gélido vidrio mientras sentía la lengua de Ignacio recorrer su intimidad haciéndola gemir. Pensó en lo puta que estaba siendo al ponerle los cuernos a su marido y al traicionar a su familia. Sin embargo, cuando un dedo primero y luego dos dedos penetraron por su coñito, no pudo evitar las palabras salir de su boca.

"Fóllame, amor... ah! Mmmmmh! – decía fuera de si la rubia mientras trataba de acompañar el movimiento de los dedos de Ignacio- ¡Métemela cabrón! Ah! No me dejes así… fóllame con tu rica verga"

El veinteañero se movió a sus espaldas y Priscila sintió la verga buscar la entrada de su mojadito coño. Sin mucha delicadeza enterró la verga hasta el fondo, pero la rubia no se quejó, había resistido muchas más veces las cogidas del padre Patrick, que estaba mejor dotado, y a pesar de la mala posición logró recibir buena parte de la verga del mexicano.

Empezaron a moverse sus cuerpos intensamente, la muchacha no podía evitar dejar el vidrio de saliva, de su boca salían gemidos y cortos gritos mientras sentía en su cuello la fuerte respiración de Ignacio, que con las manos apoyadas en las caderas comenzaba a apresurar la marcha.

Priscila sintió un corto orgasmo venir de improviso, poco tiempo antes que el muchacho saliera de su interior y empezara a eyacular sobre su espalda y su culo. Priscila se dio la vuelta, apoyando el trasero sobre el ventanal, manchándolo inevitablemente, y buscó la boca de Ignacio que se acercó deseoso por los morreos de la rubia. Luego ambos, abrazados se sentaron en el sillón, mientras dejaban pasar el calor y la pasión.

Ignacio le sirvió a Priscila una copa de champaña entre caricias y arrumacos, mientras compartían muy juntos. No obstante, la rubia se llevó una decepción cuando el muchacho comenzó a vestirse y a hablar de reunirse en otra oportunidad.

La rubia, que seguía caliente, trató de buscar incitar otra cogida con el muchacho, pero éste la rechazó diciéndole que dejaran algo para otro día.

Priscila se sirvió otra copa, lentamente se vistió, arregló el maquillaje y el cabello, intercambiaron teléfonos y se besaron brevemente antes de salir del lugar. Bajaron las escaleras y salieron a la discoteca por separado.

Priscila sentía aún el calor del sexo y el exceso de alcohol. Buscó a sus compañeros, pero ya se habían ido. Decepcionada salió del lugar, cuando se dio cuenta que Blas se había quedado con su chaqueta. Algo aburrida, con frío y frustrada salió a la calle mientras esperaba un taxi.

Mientras pasaron los minutos empezaba a sentir algo de culpa, sin embargo, una idea repetitiva iba tomando forma en su cabeza: <Se había portado mal. Había sido una chica mala>

Ahora podría ir a confesar sus travesuras con el padre Patrick y él podría saber que no mentía. Tal vez su cincuentón amante era capaz de quitarle toda la calentura de ese momento.

Cuando consiguió un taxi ya eran las 3.30 de la madrugada y su destino había cambiado. Sin dudarlo, con la llave de la puerta lateral de la iglesia en la mano, dio la dirección de una calle aledaña a aquel lugar tan santo para algunos, pero tan ignominioso y a la vez querido para ella.

Se encontraba ansiosa en el camino, tanto que a penas quiso hablar con el conductor que insistentemente le buscaba conversación. Incluso empezó a maquillarse y perfumarse en el taxi, pues, quería sorprender a su amante.

Cuando llegó al lugar, pagó el taxi y esperando no ser vista camino media cuadra hasta donde se encontraba la anhelada entrada a la iglesia. Vigilando que nadie la viera, Priscila abrió la puerta e ingresó rápidamente a apagar la alarma con la clave que conocía, pues, el cura la había cambiado por la fecha del nacimiento de Priscila hacía algunas semanas.

La voluptuosa muchacha se sacó los tacos para no meter ruido y camino sigilosamente, sin embargo, la rubia perdía el equilibrio constantemente y tenía que apoyarse contra las paredes, revelando su avanzado estado etílico.

Pero consiguió llegar hasta la habitación del cura, abrió la puerta que estaba abierta e ingresó en la oscuridad con tan mala suerte que al apoyarse en la pared al perder el equilibrio prendió la luz.

"Who's there?" – gritó el cura en su inglés natal.

"Hola, amor" – dijo Priscila con una sonrisa enorme en su rostro y ojos enajenados por el alcohol.

"Pero Priscila… - empezó a subir la voz el padre Patrick-, pero que haces aquí a esta hora muchacha…" –pero el cura callo y observó sorprendido la vestimenta de la muchacha y una expresión de lujuria nació en el rostro del párroco. Nunca la había visto así, tan sensual y hermosa, pero a la vez tan parecida a una puta pensó el padre.

"Vengo a confesarme, Padre – trató de ponerse seria la rubia, pero se le notaba un cariz pícaro a su expresión-. Hoy me he portado muy mal… he sido una muchacha muy mala"

"¿Qué has hecho, Priscila? – habló con voz apagada y tragando saliva el cura.

"Me he portado como una putita, padrecito – respondió mientras asentía con la cabeza la muchacha-. Me he dejado coger como una cualquiera…"

"Quiero que me cuentes, querida… -dijo el padre mientras habría la cama, invitando a la rubia a acompañarlo en ella-. Quiero saber bajo que tentaciones has caído"

Priscila avanzó y se detuvo junto a la cama, con las piernas ligeramente abiertas frente al cura.

"Me perdona, padrecito – pidió con un puchero la rubia, mientras observaba claramente la verga erecta del cura bajo la delgada sábana-. No quiero que se enoje conmigo. He venido a expiar mis culpas"

"Te perdonaré cuando termines de hacer tu confesión, pequeña – contestó el pervertido párroco mientras acariciaba la piel suave del interior del muslo de Priscila. El padre Patrick retiro la sábana, dejando a la vista su poderosa verga -. Es necesario decirte que comiences"

Priscila se colocó de rodillas al lado de la cama, dejando una vista de sus senos atrapados en el corsé, y tomó la larga y gruesa verga del cura. Con adoración la masturbó brevemente antes de llevársela a la boca y poco a poco comenzó el relato de esa noche.

Fueron dos horas del mejor sexo que Priscila había experimentado en su vida. La veracidad y lujuria del relato encendieron la pasión de los amantes una y otra vez, haciendo que el cura tomara el cuerpo privilegiado de Priscila reiteradamente y sin descanso, dejando a la rubia satisfecha y feliz.

Al finalizar, la voluptuosa rubia pidió un taxi a la misma calle lateral y salió con cuidado, tras una apasionada despedida con el pervertido párroco. En el camino iba vestida con ropa que le había prestado el padre, era una chaqueta y un buzo que le quedaban grandes, pero que le protegían mejor del frío, mientras la escasa ropa de aquella velada la llevaba en una bolsa.

Pagó el taxi luego de atravesar algunos barrios y cruzó el antejardín de su casa mientras las luces del día se asomaban en el horizonte. Había sido una intensa, pero redonda noche a ojos de la rubia, especialmente cuando vio que Fernando, su esposo, dormía profundamente en la cama, aún bajo los efectos del somnífero.

Priscila se duchó y guardó la ropa en un lugar seguro. Luego se acostó junto a su esposo y sonriente mientras sentía el rose de las sábanas sobre su piel se dejó llevar por el cansancio. Había sido el comienzo de un interesante juego pensó. Con ese último pensamiento su mente se entrego al sueño, dando tregua a aquel singular día.

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