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Ana, la buena esposa (9)

en Grandes Series

Ana, la buena esposa (9)

 1

Elaboré las reglas de mis juegos. Eran reglas simples:

  1. No tocar ni dejarse tocar. El juego debe ser un juego de exhibición y coquetería, nada más.
  2. La travesura debe tener fecha de caducidad. No prolongar un juego por más de un dos meses.
  3. Nunca jugar con fuego. Si mi esposo está cerca o si existe la posibilidad de que Tomás me descubra, debía terminar o abortar cualquier actividad que hiciera peligrar mi matrimonio.

Así de fácil. Nada de complicarse la vida con amoríos, nada de ser infiel. El objetivo era mostrarse, coquetear y sentirse sexy. De esa forma liberar un poco de esa energía que me complicaba la vida.

Mi esposo vería a la mujer que deseaba y yo podría satisfacer ese incontrolable deseo de mi cuerpo. Por supuesto, lo mejor hubiera sido ser la esposa común y corriente, sin juegos ni reglas. Pero luego de meses de resistir mis impulsos, no estaba segura de poder continuar en ese papel de esposa aséptica y perfecta. Quería que Tomás me amara con locura, y para eso tenía que ser fiel. Pero también debía liberar esas ardientes energías de una manera adecuada. Y las tres reglas me ayudarían a cumplir los dos objetivos. Si lo hacía sería capaz de evitar un divorcio y ser feliz con mi esposo. Era cosa de astucia y fuerza de voluntad. Y yo podía hacerlo. Era una cuestión de hacer compatible mi necesidad de estar con Tomás y la necesidad de entregarle a mi cuerpo un extra de placer.

2

Subo a las redes de Alina, mi perfil falso en redes sociales, una fotografía en un bikini negro. Hay luz de día y estoy en la misma habitación de invitados de mi hogar, con sólo los tres cuadros eróticos colgados en la pared. Mi cuerpo entero se muestra de perfil, de lado, con el cabello azabache (por la peluca) cayendo por el lado y cubriendo mi rostro. El tatuaje temporal, la cruz negra en mi cadera derecha, parece desgarrar la perfección de mis piernas largas y sensuales. El relieve de mis grandes senos tensa la tela del bikini y deja adivinar el pezón. Escribo bajo la imagen: Daría un festín de besos por un poco de sol y una copa de vodka.

No tardan mucho en contestar mis seguidores y comentarios de todos los tipos empiezan a aparecer bajo mi foto, inflando mi ego y mi calentura. No dudo en hacer dos cosas: agradecer y subir una fotografía aún más osada.

3

Los días se suceden y los acontecimiento con Tomás me dan la razón. Mi matrimonio parece estar en estado de gracia. Tomás es puro amor. Envía flores a la oficina y me invita a cenar a lugares especiales. Lo mejor es el sexo. Follamos al menos tres veces al día y el fin de semana es mucho mejor. El sábado estoy seguro que hemos roto nuestro record y hemos follado más de una docena de veces. Todavía tengo grabada en mi cuerpo y en mi mente esa velada. Es una cosa increíble la cantidad de orgasmos que he logrado ese día.

Sin embargo, recién el domingo sé el motivo real de toda la atención de mi esposo. El lunes por la mañana debe viajar fuera del país. Es un viaje ineludible, un viaje que Tomás me había mencionado. Con todos mis proyectos había olvidado su primer viaje de trabajo tras muchos meses sin dejar el país. El motivo es la fusión de dos empresas navieras, una americana y otra noruega. Por decisión de los clientes el trato se celebrará en Ciudad de Panamá y Tomás estará más de una semana lejos de casa.

Sé que es algo que tarde o temprano pasaría. Tanto mi esposo como yo tenemos trabajos demandantes, con horas extras y reuniones fuera de la ciudad. Sin embargo, no puedo evitar cierta angustia. El lunes me encuentro de mal humor y nada puedo hacer por racionalizar mis emociones. Me despido con cierta frialdad de Tomás, que promete estará pronto en casa para compensarme.

4

Lunes. Primer día sin Tomás

Esa mañana no voy al gimnasio y me dirijo temprano a la oficina para retirarme a mitad de tarde. Estoy melancólica por la ausencia de Tomás y sólo quiero volver a casa y dormir. Para peor de males, mi jefe me ordena que lo acompañe a una reunión a medio día. Mientras íbamos en su automóvil, de camino a la reunión, yo estaba muy callada. Jorge rompe el silencio con una conversación que sé que no será agradable.

—Vamos, Ana. No pongas esa cara de tedio —dijo Jorge—. No es tan terrible una reunión a mi lado. El otro día, en el almuerzo con Aldo, no la pasaste mal.

—Tampoco la pasé demasiado bien —repliqué—. Aldo Kotto no dejaba de hacer preguntas. Realmente me sentí en un concurso de la televisión, de esos en que te dan dinero por responder preguntas de cultura, historia y espectáculo.

—Pero se te daba bien responder —aseguró Jorge—. Te mostraste como una persona culta.

—Soy una persona culta —afirmé.

—Al menos lo hiciste mejor que Julieta, Sandra o María Luisa —dijo mi jefe, ignorándome.

Sandra. Aquel nombre llamó mi interés.

—¿Y quién es esa Sandra? —pregunté.

Jorge había llegado al almuerzo con una misteriosa y bella mujer llamada Sandra. Era alta, de cabellos negros y largos y unos intensos ojos azules. Mi jefe y ella se sentaron juntos, riendo y hablando a veces entre ellos, como contándose secretos. La verdad es que su presencia me hizo sentir incómoda, aunque disimulé mi desagrado. Sandra era una gran interrogante en ese almuerzo. Nunca supimos quién era o por qué había sido invitada.

—Sandra es una buena amiga —contestó Jorge.

—Pero… ¿Por qué la invitaste al almuerzo con Aldo? —pregunté—. El señor Kotto es un cliente y Sandra no parecía dominar temas de comercio o leyes.

—Aunque no lo creas, invité a Sandra por la misma razón que te invité a ti, a María Luisa o a Julieta —respondió Jorge.

—¿Y esa razón es…?

—Tú sabes muy bien o deberías poder adivinar la razón.

—Pues no lo sé.

El Audi Q7 de mi jefe giró una esquina. Jorge seguía las instrucciones del navegador del vehículo para evitar el tráfico y parecía que no iba a contestar mis preguntas. De todas maneras no me importaba quién era Sandra o qué relación tenía con Jorge. Tal vez incluso era mejor que mi jefe tuviera otra amante, así me dejaba tranquila de una vez por todas. A pesar de lo racional de mis pensamientos, la mención de Sandra me había dejado un gusto amargo en la boca.

—Este mes no tienes R1 —dijo de pronto mi jefe, cambiando de tema.

R1 era una abreviatura en nuestro estudio de abogados; significaba reuniones de primer nivel. Se trataban de encuentros donde se negociaban tratos entre empresas o personas. Usualmente, cada una de las R1 significaba la entrada de mucho dinero. Durante los meses anteriores siempre había tenido una R1. Sin embargo, ese verano no había tenido suerte y no se me habían asignado ningún trato.

—No, no he tenido una R1 —confesé—. Tal vez el siguiente mes.

Vi a Jorge sonreír y supe que algo sabía.

—¿Qué ocultas, Jorge?

—No tendrás otro R1 —afirmó Jorge—. El directorio ha llegado a la conclusión de no asignar R1 a abogados con menos de cinco años en el estudio. A menos que su superior avale la asignación.

Me tomé unos segundos para decir algo.

—Pues es la disposición del directorio y respeto su decisión —aseguré, molesta por dentro.

Jorge condujo el vehículo hacia uno de los muchos estacionamientos del centro de la ciudad. Empezamos a transitar lentamente, hasta encontrar un estacionamiento.

—Pues deberías estar cabreada con la decisión, Ana.

—Pues no lo estoy —aseveré.

—¿Sabes lo que significa que no te asignen una R1? —me preguntó mi jefe.

—Pues que tendré menos trabajo. Por lo tanto estaré menos estresada y seré más feliz —dije con liviandad, casi en broma.

—Todo lo contrario, Ana —dijo triunfal mi jefe—. Significa que seguramente perderás tu bono mensual por desempeño.

Yo quedé en estado de shock. No podía creer lo que decía. Yo esperaba que mi jefe me dijera que todo era una broma. Pero no fue así. Jorge Larraín curvó sus labios en una sonrisa burlona. Apagó el motor del Audi y salió del automóvil. Empezó a caminar, alejándose. Yo tuve que salir apresuradamente tras sus pasos. El maldito acababa de darme un duro golpe.

Mi bono mensual representaba el cuarenta por ciento de mi sueldo y perderlo era algo que yo no podía permitir. Intenté razonar con Jorge durante toda la mañana, pero sin resultados. De mi jefe sólo conseguí rodeos, evasivas y una frase críptica:

—Hablaremos cuando estés dispuesta a negociar.

Sus insinuaciones y su actitud son las de un depredador. No puedo confiar en Jorge. Comprendo que no es el momento de hablar. Finjo que las palabras de mi jefe no me afectan. Debo ser fuerte.

5

Decido ir a almorzar a casa y me retiro un poco más temprano. Eso significa que tendré que quedarme trabajando una o dos horas más en la tarde. Pero es parte del plan. Al llegar a casa, como algo liviano y preparo algo de comer para media tarde. Lo hago todo muy apresurado. Lo que realmente necesito es relajarme.

Durante media hora, me dedico a mis redes sociales. He subido a la red una fotografía en blanco y negro. Por supuesto, no muestro el rostro. Es de mi torso en un sujetador deportivo, desde la parte baja de mis hombros hasta la cintura. Es una imagen sugerente, con mis senos grandes desafiando la gravedad. La tela gris oscura contrasta con el blanco de mi piel y hacen destacar el lunar del interior de mi seno derecho (ese lunar que es una prótesis y que sin embargo parece mío cada vez que me fotografío). Cada vez interpreto mejor a Alina y mis respuestas a los comentarios son más naturales, con una inocente coquetería.

Me encantas, escribe alguien. Eres una diosa. Yo (no Ana, sino Alina) respondo: ¡Gracias! Me encanta que te guste. Me hace feliz que te des el tiempo para escribirme. Inicio así breves pero intensas conversaciones con desconocidos. Unos pocos intentan que les muestre mi rostro o que les dé mi número telefónico. Los más osados quieren que acordemos un encuentro virtual. Yo doy evasivas. Les digo que soy tímida, pero que subiré más fotografías y más videos. Incluso prometo que realizaré peticiones, o que a los cincuenta mil seguidores haré algo especial, un concurso tal vez.

Y mis admiradores no quieren esperar y empiezan a pedir sus peticiones: “Queremos más bikinis”, “más lencería, en colores negros, roja”. “Queremos tanguitas para San Valentín”, “que te disfraces de colegiala o de enfermera”. “Me gustaría verte en un vestuario sexy para navidad”. “Quiero un video de tu rostro”, “en la piscina”, “en la ducha”. Son peticiones diferentes, que apelan a que sea más valiente y osada en la elección de la ropa y en mi actuar frente a la cámara. Sin embargo, mis seguidores no se quedan ahí. Los comentarios más osados piden mucho más: “Que les muestre un pezón”, escribe una mujer (al menos es lo que dice ser), “que baile un reguetón en lencería”, “que haga twerking” o “que realice un striptease”. Incluso no falta el pervertido que pide que me masturbe frente a la cámara.

Es una completa locura, pero esas peticiones me encienden y termino ese solitario almuerzo de lunes masturbándome hasta el éxtasis. Mi mano termina cubierta de mis flujos y en un momento de locura termino desnuda en mi cama y con mis tres dedos bien enterrados en mi coño. Vaya forma efectiva de aliviar el estrés.

Después, ya con la mente más despejada, me doy una ducha y me dirijo a trabajar. Debo enfrentar a mi jefe. Debo saber qué es eso de la negociación.

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