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Ximena y el pisco sour (1/2).

en Hetero: Infidelidad

Ximena y el pisco sour (1/2).

 

Bajé del auto cansado, era viernes y había sido una semana bastante estresante, parte de todo el ajetreo de fin de año. Abro la puerta y entro sin dudar a mi hogar. Dejo la carpeta con los informes en la mesita de entrada y entonces siento alguien a mi espalda.

 

“Hogar, dulce hogar” dice el dicho y, realmente, nada más dulce. En el vestíbulo de mi hogar, mi sexy esposa, Ximena, apareció vestida de mucama. La sonrisa en su rostro y esa mirada picara me lo dijo todo: Aquella será una velada especial.

 

El disfraz era un vestidito negro bastante corto, que dejaba ver sus piernas largas enfundadas en unas medias de mallas y calzado con taco fino y altísimo. La parte superior tenía un cierre por delante que formaba un escote en V que hacía resaltar sus senos medianos y firmes. Un pequeño delantal blanco atado a su estrecha cintura completaba el impactante atuendo. Su cabello negro tenía un corte nuevo, ni muy largo ni muy corto, que enmarcaba su rostro redondo de ojos grandes y negros, con su boca pequeña, pero carnosa pintada de un suave rojo.

 

“Está cansado, Señor” me dijo Ximena, acercándose a mí, tomando mi maletín y dejándolo a un lado. Retiró con cuidado mi chaqueta con movimientos suaves, procurando rozarme con sus brazos, antes de arrastrarme hasta la amplia sala de estar. La luz entraba a raudales por los grandes ventanales de la habitación aquella tarde.

 

“Quiere que lo ayude a relajarse, Amo” continuó mi mujer en su papel, haciéndome un breve masaje, antes de besar mi cuello. Sus pechos se notan ensalzados en aquel ajustado vestido, mientras que su trasero, lo que más me gusta de su cuerpo, parece quedar amoldado en aquella minifalda, con sus glúteos notoriamente delimitados.

 

Estoy contentísimo, y sin duda, las cosas se empezaban a calentar entre “la mucama” y yo.

 

“Me tiene caliente desde que lo conozco, patrón” susurra. Siento su halito en mi mejilla, mi mujer se acerca y me besa apasionadamente. Su lengua recorre mi boca y la mía busca sumergirse en la suya. Huele y sabe a pisco sour, el trago que mi mujer adora.

 

Mis manos acarician su cuello brevemente, antes de bajar por los costados hasta su carnoso trasero y sus muslos, firmes, musculosos, pero femeninos. Su pelvis se empieza a pegar a mi cuerpo, siento los senos de Ximena sobre mi tórax, yendo y viniendo, como olas contra un acantilado.

 

“Espera, Ximena”, le digo. Luego me retiro al mueble del televisor y de un cajón saco la cámara filmadora. “Quiero tener un recuerdo del momento” le pido, mientras dejo grabando la escena, dominando con el lente toda futura acción. La mucama sonríe, provocadora.

 

“Venga, Señor, necesita relajarse” repite, mientras estira sus brazos deseosa.

 

Continuamos besándonos, acariciándonos, hasta que ella toma la iniciativa y cae de rodillas al piso. Desabrocha mi cinturón y saca mi pene semi-erecto. Lo desea y lo toma, como ella quiere. Su lengua recorre la carne una y otra vez, lamiéndolo con habilidad, enfocándose en pasar la lengua por el glande. Su esmero en la punta de mi pene es “admirable”, mientras sus delicadas y diestras manos acarician mis testículos. Yo sólo resoplo y aguanto, increíblemente excitado.

 

“¿Se siente rico, Señor? ¿Le gusta?” – pregunta con una sonrisa en los labios.

 

Asentí con un movimiento de mi cabeza. La sorpresa y el deseo me tenían en mi límite, pero aguanté. Mi esposa, la mucama, nunca me perdonaría que me corriera sin dejarla satisfecha.

 

Ximena se detiene y se aleja hasta la mesa. Ahí la espera un trago de su brebaje preferido y luego de beber un buen sorbo, se sienta en la mesa, con las piernas abiertas. Con el dedo índice me indica que me aproxime, con un movimiento de su otra mano hace a un lado el pequeño calzón de encaje negro, dejando a la vista su depilada intimidad. Luego, con cuidado, derrama algo de pisco sour sobre su coño, invitándome a beber de su cáliz.

 

Ella cae de espaldas en la mesa mientras yo me dejo arrastrar hasta su coño. Lo beso con deseo, arrastrando mi lengua por sus labios vaginales, por aquella vulva que empezaba a derramar su humedad. El deseo de la mucama se redobla, sus acallados quejidos y su respiración lo confirman. Si en principio era una hembra caliente, ahora se transforma en una hembra en celo, me toma del cabello y me presiona contra su intimidad. Ella no me dará tregua hasta quedar totalmente satisfecha.

 

Continúo, creo que ella está justo en el punto de no retorno. Ella desea ser tomada con desesperación, así me lo dicen sus gemidos, su cuerpo, su mirada. Pero en ese minuto el teléfono celular suena.

 

Si fuera una llamada cualquiera jamás me detendría, pero el tono es especial: indica que quien llama es la secretaria del dueño de la empresa. Una llamada que no puedo ignorar.

 

Trato de salir de las faldas de Ximena, ella lo impide, se queja.

 

“¿Qué hace, Señor? Lo necesito” se lamenta con voz lujuriosa, tratando  de seguir en el juego de sirvienta y patrón. Me trata de retener, que me mantenga ocupada de ella. Quiere que la folle en ese minuto, pero me resisto, pese al deseo. Ante mi insistencia me deja, molesta. Insatisfecha.

 

“¡¿Dónde vas, Raul?! No seas un cabrón” dice molesta, mientras contesto el teléfono. Es la secretaria de don Vladimir. Alcanzo a escuchar: “Don Mark quiere hablar contigo. Él pas…” y en ese momento mi mujer me quita el teléfono y responde: “Ok, estará ahí. Gracias”. Y corta.

 

Cabrona. Trato de quitarle el teléfono, pero ella lo lanza lejos, produciendo un feo ruido del aparato al caer al suelo. Realmente esta caliente.

 

Ella insistía, desea que la folle en ese mismo instante, poniéndose en horcajadas sobre mí.

“Necesito una follada rápida al menos, cabrón” susurra en mi oreja, antes de lamerla.

 

“Vamos… no me follas en varias semanas” me recrimina.

 

Pero la interrupción cortó mi libido, anulando en gran medida mi erección. Separo a Ximena con gran dificultad, dejándola caliente y molesta.

 

Recojo mi maltratado móvil y trato de llamar a mi oficina, pero no puedo. El maldito aparato no funciona, quizás por el golpe. Me pregunto para que me necitará Mark, mi jefe directo en la agencia de publicidad.

 

Le suplico a mi mujer que me disculpe, que le compensaré todo durante la noche y el fin de semana, pero ella esta enojadísima. Toma una nueva copa de pisco sour para pasar el mal rato y se aleja a la habitación moviendo las caderas, haciendo destacar ese traserito exquisito que tiene.

 

Maldigo y salgo de mi casa, de regreso a la oficina. Mark, el jefe de mi división, suele apoyarse mucho en mi, y seguramente hoy olvidó algún detalle de los informes necesario para la reunión del sábado con un importante cliente y como yo, suelo hacer copias de todos los documentos necesarios, quiere que le aclare alguna duda o le de algún documento. Su avión sale dentro de un par de horas, así que me doy prisa.

 

El viaje se hace larguísimo. En el camino llamo a mi mujer, pero no me contesta. Lanzo un suspiro y me enfoco, ya habrá tiempo para cada entuerto. A lo lejos veo el alto edificio donde trabajo. Al fin.

 

Llego al lugar y en el ascensor me doy cuenta que he olvidado la carpeta con los informes en la mesa del vestíbulo. Tendré que improvisar. Sin embargo, cuando llego arriba no hay nadie. Que pasó con Mark y la bendita secretaria.

 

Cuando retorno a casa ya cayó la noche, las habitaciones están oscuras y sólo una pequeña lámpara de nuestra habitación matrimonial está encendida. Las sábanas están regadas en el piso y el traje de mucama está tirado en la entrada. Ximena duerme la borrachera desnuda y boca abajo, seguramente estaba tan molesta que bebió de más y ha desordenado la cama en un arranque de rabia.

 

Suspiro algo frustrado y vuelvo a prepararme algo de comer. Aprovecho para buscar la dichosa carpeta, pero no la encuentro. Ruego que mi mujer sólo lo haya escondido y que no lo haya votado a la basura o quemado en su día de furia.

 

Me siento en el sofá con la luz apagada, disfrutando de un buen whisky.

 

En ese momento veo una luz verde y parpadeante sobre el suelo. “Que Demonios” digo para mi mismo. Me acerco y entonces veo la cámara, aún encendida y casi sin batería. Se ha mantenido grabando todo el tiempo, me pregunto. Pero porque está en el suelo y no en el mueble. La tomo para conectarla y tiene algo pegajoso.

 

“¡Mierda, Ximena! Esta filmadora me costó una fortuna” susurro mientras observo el pasillo que conduce hacia la habitación matrimonial.

 

Limpio la videocámara con el pantalón y luego cargo la batería mientras la conecto a la TV de cincuenta pulgadas del salón. Necesito saber si mi mujer jodió mi cámara, así que presiono play.

 

En la pantalla aparece mi mujer vestida de mucama. Hermosa y sensual, pienso. Luego aparezco en el encuadre y empieza la acción con mi mujer, vaya si está cachonda. No lo había notado, pero ella misma se toca mientras me da una mamada espectacular. Luego yo le doy sexo oral en la mesa, como le gusta que le coma el coño. Luego la llamada y todo se echa a perder en un momento.

 

Luego la imagen muestra cuando salgo y ella vuelve al salón. Molesta, ahoga su frustración en un par de copas de pisco sour, sentada en el sillón prende un cigarrillo. Ella nunca fuma, salvo cuando está molesta o muy preocupada. Aquello la relaja. Sin embargo, apaga el cigarrillo en el cenicero y se estira en el sillón.

 

En la pantalla se ve hermosa a pesar de su fastidio. De pronto, Ximena empieza a acariciarse. Son pequeños roses sobre la tela que recubre sus senos, vientre y entrepierna. “Vaya si estaba caliente Ximena” reflexioné en el momento.

 

Se sigue tocando, ver a mi mujer tocándose me empieza a calentar y comienzo a rosar mi pene sobre el pantalón. Me arrepiento de haberla dejado, debí follar a mi mujer y no marcharme. Ella parece estar cada vez más entusiasmada con las caricias, quizás a punto de correrse. Sin embargo, suena el timbre de la casa. La interrupción alborota a mi mujer, que luego de fruncir el seño decide ir a abrir la puerta ante la repetida insistencia de quien está en la puerta.

 

Mi mujer lanza una protesta mientras camina a la entrada, tal vez piensa que he regresado, mira por la ventana y queda un instante pensativa. Se muerde el labio y su mano no para de acariciar su coño sobre su calzón. ¿Qué mierda haces, mujer? Exclamé.

 

Finalmente, Ximena arregla el vestido y se pierde del ángulo de la cámara. Y pienso ¿Acaso fue a abrir la puerta vestida así?

 

Luego de un momento, escucho la voz de mi mujer y otra más. Un hombre. Segundos después, mi mujer aparece acompañada de Mark, mi jefe. ¿Qué hacía Mark ahí? Nunca había visitado mi casa y no conocía a mi mujer.

 

“El señor debe estar por volver. Salió con su mujer” dijo Ximena. “¡¿Qué mierda estás diciendo, Ximena?!” chillé, mientras la mirada de depredador empezaba a aparecer en el rostro de mi jefe.

 

Mi jefe es un tipo de cuarenta y cinco años, de metro ochenta, bastante panzón y desagradable con las mujeres. Es de esos hombres que a pesar de estar casados y con hijos, fuera de casa andan lanzando comentarios morbosos a las mujeres que estén a su alcance, muchas veces con muy poco tino, en especial si eran jóvenes, atractivas y casadas (el gusto morboso de Mark). A mi jefe le gustaba el morbo de la infidelidad, me había confesado una noche de copas. Aquello se lo había comentado a mi mujer y ella se había mostrado siempre muy crítica de mi amistad con alguien como Mark. Pero ella no lo conocía. Mark también era un buen jefe, afable y generoso, aunque debo decir que no le da la talla en su puesto. Si no fuera por mi y uno o dos empleados más creo que no conseguiríamos las metas anuales de la empresa. Simplemente Mark no tiene dos grandes falencias, su falta de visión de largo plazo y su desfachatez para acosar a las mujeres que le atraen, siempre tratando de llegar lo más lejos posibles. Razón por lo que nunca le había presentado a  mi mujer y por lo que había puesto sobre aviso a Ximena acerca de mi jefe. Cosa que mi mujer parecía haber olvidado.

 

“En la espera del Señor ¿Quiere Usted algo?” preguntó Ximena sería, pero algo coqueta.

 

“¿Qué me vas a ofrecer, muñeca?” Respondió Mark, con su mejor sonrisa.

 

“Lo que le apetezca, Señor–dijo Ximena, esperando un  insinuante segundo antes de continuar-. ¿Algo para beber? ¿Pisco sour y whisky?”

 

“Tomaré algo de tu gusto, preciosa. Siempre y cuando me acompañes aquí –golpeando con su mano sobre el sofá, justo a su lado- sentada aquí” pidió pícaramente mi jefe.

 

“Un pisco sour entonces” dijo mi mujer y se retiró a la cocina, moviendo las caderas de forma sensual.

 

“Más vale que te demores un poco, Martínez” exclamó Mark, frotándose las manos.

 

Mi mujer volvió con una bandeja con dos copas, una botella y dos circulitos de limón recién trozados para decorar la copa. Dejó todo en la mesita del centro y comenzó a servir los tragos, dándole la espalda a mi jefe, regalándole una visión sin igual de su voluptuoso trasero.

 

“¿Qué estás haciendo, Ximena?” me pregunté, con el corazón acelerado y mucho temor.

 

Mark la observaba con descaro y ella se hacía la tonta, manteniendo un ángulo recto que hacia resaltar ese par de carnosos y firmes glúteos que yo tantas veces he acariciado. Mi mujer sirvió los tragos y se dio vuelta para entregarle uno a Mark, inclinándose lo suficiente para que apreciara la redondez de sus senos.

 

“Estás muy buena… perdón, ésto está muy bueno. Estoy hablando del el pisco sour” dijo Mark desvergonzadamente, mirando las tetas de mi mujer.

 

“Que bueno que todo sea de su gusto, Señor… su trago está hecho con unos limones grandes y muy jugosos” respondió en doble sentido mi sonriente mujer, dando un sorbo a su trago, mostrando descaradamente el escote y sentándose junto a mi jefe de tal forma que le regaló también una buena imagen de sus sensuales piernas.

 

“Disculpa, ¿Cuál es tu nombre, bonita?” preguntó Mark, admirando las piernas de mi esposa.

 

“¡¿Ya se ha olvidado de mi nombre, Señor Mark?! Mi nombre es Ximena” contestó ella, coqueta. “Yo no me he olvidado de su nombre”

 

“Es verdad. Nos presentamos en la puerta –Mi jefe la miró con deseo-. Disculpa, es que quedé impactado con tu presencia. Por un momento pensé que Usted era la mujer de Martínez, que dicen que es muy guapa. Pero seguramente tu eres igual o más hermosa ¿Qué hace en esta casa una mujer tan sensual como Usted, Señorita Ximena?”

 

“!¿Que cresta hiciste, Ximena?¡ me repetía una y otra vez en la cabeza, tratando el derrotero que llevaba todo eso, mientras observaba la grabación en la pantalla.

 

“Señora Ximena… tengo marido, Sr. Mark –rectificó Ximena, tratando de agregar morbo al juego-. Soy la asesora de este hogar. El orden y el aseo son mis tareas, pero también realizo otras… funciones. Trabajos especiales” sentenció mi mujer, dejando cierta lujuria en el aire.

 

“Es decir, que Usted, señora Ximena, trabaja aquí y… hace ciertos trabajos especiales para Raúl ¿no?” dijo interesado Mark.

 

“Así es, Sr. Mark” respondió mi mujer, manteniendo un tono servil como requería el rol que había decidido tomar.

 

“¿Y su marido no se enoja porque usa un uniforme tan… revelador. Y de estos trabajos inusuales?” preguntó mi jefe.

 

“El no sabe nada de lo inusual de mi trabajo o mi vestimenta” contestó Ximena, mordiéndose el labio antes de darle un nuevo sorbo a su copa.

 

“Y la Señora Martínez… supongo está enterada de todas las funciones que realiza en casa” continuó mi jefe, mientras apuraba una copa y se acercaba a mi mujer.

 

“No… -dijo mi mujer, acariciando sus muslos con sus manos-. Ella no sabe nada de nada. Los caprichos del Señor Martínez son parte del… secreto profesional”

 

“¿Y cuál son esas labores especiales?” preguntó Mark.

 

“Son labores muy intimas y… variadas” respondió coqueta mi mujer.

 

“¿Qué hacer? Dame un ejemplo pidió responder mi jefe.

 

“A veces bailo para el señor Raúl” confesó la mujer que mi jefe creía la empleada de mi hogar.

 

“¿Y cómo es eso? Muéstrame, cariño” demandó Mark.

 

“No sé. El señor se enojará conmigo si sabe que hago mis labores con otra persona” dijo mi mujer en su papel de mucama complaciente, mostrando una falsa reticencia.

 

“No te preocupes, por mi no sabrá nada. Y aunque supiera, soy su jefe. Tengo maneras de mantenerlo tranquilo y proteger tu trabajo” dijo Mark, produciendo una sonrisa en mi mujer y una intensa sensación de odio en mi. Al maldito le salvo el día cada dos de tres y me viene a joder en mi casa.

 

“Está bien. Si el señor insiste” acató mi mujer y se levantó frente a Mark, dejando antes la copa vacía en la mesita de centro. Estaba claro que mi mujer deseaba vengarse por dejarla con la calentura, pero llegar a esos límites. Sin duda, era la mezcla de calentura y alcohol lo que la habían arrastrado a comportarse así, tan descarada y provocativa con Mark. Por la pantalla podía ver como comenzaba a bailar acompasadamente, moviendo suavemente sus caderas.

 

Mark estaba encandilado con la sensualidad de la mucama, bebió la mitad de su copa de un sorbo y luego miro su reloj.

 

“¿Qué más haces por Martínez, Señora Ximena?” preguntó mi jefe, apurando aquel momento. Mi mujer seguía bailando, sus ojos estaban cerrados y sin música, el único sonido en la habitación era los tacos de su calzado.

 

“Hago lo que sea para mantenerlo feliz en casa” dijo la falsa mucama, justo frente a Mark.

 

“¿Lo que sea?” repitió él, estirando una mano para acariciar con cuidado la parte baja del muslo derecho. Ximena lanzó un suspiro casi inaudible, danzando en esa posición, moviéndose muy lentamente mientras los dedos de Mark se movían suavemente sobre la piel.

 

La caricia subió por el interior del muslo, lentamente, pasando de una pierna a otra. Mi mujer bailaba, pero cada vez estaba más y más quieta. Finalmente la otra mano se sumó a las caricias y ambas llegaron hasta el borde de su falda.

 

“Lo que sea, bombón?” repitió mi jefe, observando a mi mujer, que dejó de contonearse para responder.

 

“Lo que sea, papi” asintió, mirándolo con lujuria.

 

Una mano se mantuvo acariciando la parte trasera del muslo, mientras la otra subió descaradamente bajo la falda. A los pocos instantes mi mujer echo la cabeza hacia atrás y lanzó un largo suspiro. El hijo de puta de mi jefe estaba tocando sobre el calzón la intimidad de la puta de mi mujer.

 

“¿Te gusta?” preguntó Mark.

 

“Siiiii…” respondío casi en un susurro Ximena.

 

La mano de Mark parecía estar moviéndose con más intensidad en el coño de Ximena, cuyas piernas temblaban mientras la otra mano de Mark manoseaba con descaro su trasero.

 

“Ven aquí” – ordenó mi jefe, atrayendo a mi mujer, levantándole la falda y echándole al lado el pequeño tanga, luego con movimientos rápidos se arrodilló entre las piernas desnudas de mi mujer y con ímpetu empezó a lamer los labios vaginales de mi mujer, que se mostraba cada vez más entregada.

 

“Dime Ximenita ¿Martínez te hace esto también? – Preguntó Mark, mientras su lengua jugueteaba con el clítoris de mi mujer.

 

“No siempre… mmmmmh… a veces… aah… el señor se va y me deja…mmmh… insatisfecha” respondió entre quejidos Ximena, dejándome con el corazón en la mano.

 

“Y tu marido ¿tampoco te deja satisfecha?” – pregunto Mark, mirándola mientras con un par de dedos frotaba con rapidez el clítoris de mi infiel esposa.

 

“!Ohhhh! Noooo… Ese cornudo es más inútil que el impotente de mi patrón… ¡ay!” respondió mi mujer, sin dudas y extremadamente cachonda.

 

“Martínez es un imbécil… y el cornudo de tu esposo un cabrón impotente… pobrecita, Ximenita…” –le dijo mi jefe, dándole dos o tres lametones en sus labios vaginales- “Yo te voy a enseñar como un hombre debe tratar a una mujer como tú, bombón” – aseguró Mark, hundiéndose en medio de mi mujer.

 

“Dios… que macho” lo elogió mi mujer en medio de gemidos.

 

Ximena cayó lentamente de espalda sobre el sofá. Ya no aguantaban estar de pie y se acomodó en el cómodo mueble mientras Mark seguía arrodillado y con la cabeza entre las piernas. Las manos de mi mujer acariciaban el cabello de su amante, mientras este parecía adicto a la entrepierna de mi mujer, deseoso de proporcionarle un placer irrepetible. Seguro que Ximena nunca había sentido una entrega tan intensa de una boca y lengua en su coño. El esfuerzo de mi jefe por complacer a mi mujer tuvo su recompensa, ella empezó a “sufrir” uno de los orgasmos más sonoros que le haya escuchado en nuestra vida como pareja.

 

“Ahhhhhh… Dios… me estoy corriendo, papi… aaaggghh… mmmmmmmnnnnnhhh” – se escuchaba vociferar a Ximena, con sus manos apretando sus senos y peñizcando sus pezones sobre el vestido de mucama.

 

Mark dejó un segundo a mi mujer, que se recuperaba de su corrida y se desnudó rápidamente. Su cuerpo no era el de un atleta, pero seguramente a mi mujer sólo le interesaba el largo pene que asomaba duro, erguido y listo para lo que ella deseara.

 

Sin dudarlo, Ximena se lanzó a por aquel falo. Lo tomó con una mano, acariciándolo suavemente, mientras su otra mano trataba con similar prudencia los testículos de mi jefe, que observaba dominante a la que creía mi mucama y amante. Las caricias se trasformaron en una exploración más consciente, como si mi esposa estuviera comparando esta verga con todas las pasadas, masturbándolo unos segundos para luego pasárselo por la boca y la cara, realizándole una caricia con sus pómulos a aquel pene, oliendo y sintiendo a su nuevo macho. Finalmente, y ante la desesperación de Mark., comenzó a besarle el capullo, lamiendo el glande sin prisa. Mi mujer le estaba entregando a mi jefe una mamada de completa entrega y lujuria.

 

Mi jefe aprovechó la entrega de mi esposa para desabrochar el cierre superior y dejar a la vista sus senos duros, los pezones de Ximena se pusieron aún más rígidos con las caricias que Mark realizaba. Mi jefe metía sus dedos en la boca de mi mujer y le hacía ensalivarlos para luego reanudar el lisonjeo de sus tetas. Ximena gemía como una puta, mientras el pene no dejaba de entrar y salir de su boca.

 

Luego de un buen rato, ambos cambiaron de posición, Mark se acomodó en el sofá mientras Ximena se arrodillo entre sus piernas, incapaz de dejar de chupar esa verga. La cabeza de mi traicionera esposa subía y bajaba, regalándole un placer que era visible en la cara y gestos del hijo de puta de mi jefe.

 

Yo estaba ahí, frente al televisor, sin poder creer lo que mis ojos veían. Sin creer aquella escena en que mi jefe se ponía de pie, y masturbándose, empezaba a correrse en la cara de mi mujer. Y la muy puta de Ximena abría su boca para recibir la corrida de su macho, a la vez que esparcía el resto de la corrida en su rostro y sus tetas.

 

Mark miró su reloj y lanzó un insulto. Seguramente se le hacía tarde para la salida de su avión. Pero no podía dejar todo así. Ambos estaban aún muy cachondos.

 

“Llévame a la cama de Martínez” le exigió mi jefe a la mucama. Ella sonrió, y poniéndose de pie, frente a él. Comenzaron a besarse y acariciarse, las manos recorrían sus cuerpos, mientras tambaleantes se alejaron hacia la cámara, chocando contra el mueble, locos de deseo, botando la cámara al piso sin darse cuenta.

"Bomboncito... no tenemos mucho tiempo" escuché decir a Mark.

 

Después sólo se escuchó la respiración de los amantes, los susurros y los pasos y golpes al alejarse. Minutos después sólo los gemidos de mi mujer desde nuestra habitación matrimonial, donde seguramente Mark se la estaba folló.

 

Una media hora después, y con la mirada grabando el suelo, se escuchó volver a Mark y a mi mujer.

 

“Bombón, la he pasado divino a tu lado, pero me tengo que ir –le dijo a mi mujer-. Sin embargo, el próximo viernes hay una fiesta de gerencia, me gustaría que trabajaras esa noche en mi fiesta. Servirías tragos y atenderías algunas mesas. La paga no es nada del otro mundo, pero a ti te daré un bono adicional al final de la noche ¿Qué dices?”

 

 Mi mujer se demoró en responder, seguramente Mark se vestía. En ese momento, mi jefe reparó en la carpeta que había venido a buscar seguramente.

 

“Acá está la carpeta que necesitaba. Todo salió mejor de lo que pensaba… espero ahora llegar a tiempo a mi vuelo... necesito dormir un poco” el hijo de puta tenía lo que había ido a buscar y algo más.

 

“¿Y de cuánto es ese bono extra que me vas a dar por el trabajo en la fiesta?” me sorprendió aquella pregunta de mi mujer.

¿Acaso pensaba ir a aquel lugar?¿Acaso no se daba cuenta que Mark la quería ahí para otra cosa? ¿o era que mi mujer lo deseaba? me pregunté.

 

“Lo suficiente para comprarte un vestido de marca y unos zapatos bonitos… y quizás unos aros de algún metal noble. Claro… dependiendo de tu desempeño” respondió.

 

Mi mujer finalmente respondió:

 

“El viernes… ¿A qué hora?”

 

Dejándome con el corazón hecho pedazos.

 

“No te preocupes. Enviaré a mi chofer con todos los datos del lugar y la hora junto al atuendo que tendrás que usar esa noche” la voz de mi jefe era de total felicidad.

 

“Ok, estaré esperando” respondió Ximena sonriente, mientras los pasos de Mark se alejaban a la puerta.

 

“No te arrepentirás de trabajar para mi… no me falles el viernes, bombón” se despidió mi jefe.

 

Mi mujer permaneció en silencio, se escuchó cerrar la puerta y un vaso ser llenado en la mesa. Seguramente mi mujer tomaba un sorbo de su apreciado pisco sour. Luego, sus pasos se alejaron a la habitación.

 

Apagué el televisor, la casa estaba en tinieblas y e silencio rodeaba todo. De pronto, en ese momento, mi mujer apareció por el pasillo. Mi corazón saltaba en mi pecho.

 

“Hola amor, llegaste” dijo, su rostro estaba sonriente. Bestía una bata corta de seda, que dejaba ver a su paso sólo un pequeño calzón blanco, sus piernas y sus pies delcalzos.

 

“Si” respondí parcamente. Aún en shock.

 

“¿Quieres comer algo? Yo estoy hambrienta… me comería un toro” me dijo, muy contenta, alejándose a la cocina.

 

“Además, necesito algo de agua o un café” – su rostro apareció por la ventana y me lanzó un beso.

 

Permanecí en silencio y a oscuras, mientras la luz de la cocina iluminaba algo la habitación.

 

“Prende la luz amor… no estés a oscuras” me reprendió Ximena.

 

Me levanté lentamente, con el cuerpo entumecido. No sabía que pensar o hacer. Fui y prendí la luz. Se escuchaba a mi mujer empezar a preparar la cena. Pero en un instante ella dejó de hacer lo que estaba haciendo y se acercó a la puerta de la cocina. Nos miramos y ella sonriente me dijo;

 

“Amor, no le creerás, pero Adelina me llamó para juntarnos el viernes en la noche. Así que esa noche te dejaré solito” anunció con voz cantarina antes de retirarse a la cocina a terminar la cena. Dejándome con el corazón acelerado.

 

Más allá de cualquier lógica, deseaba saber si lo que decía mi mujer era verdad o iría a la fiesta de Mark. Necesitaba saber hasta donde era capaz de llegar mi mujer. Tal vez por eso callé. Tal vez por eso dejé que continuara aquella locura.

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