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Ana, la buena esposa (8)

en Grandes Series

Ana, la buena esposa (8)

1

¿Por qué una mujer es infiel? ¿Por qué razón es capaz de traicionar el amor y de vivir una doble vida? ¿Por qué ni el amor ni dinero ni el exitoso pueden colmar su ser? ¿Por qué ni el cariño ni un matrimonio parecen bastarle? ¿Por qué alimenta su lujuria? ¿Por qué anhela experimentar ese sucio libertinaje? ¿Por qué anhela noches de alcohol y de drogas? ¿Por qué desea más si ya tiene tanto?

Eran preguntas que yo me hacía y que no podía responder.

Mi matrimonio estaba al borde del abismo y sólo yo era capaz de sacarlo de ahí. No necesitaba confidentes. No era necesario confiar mis problemas a nadie. ¿Para qué hacer cargar con aquel peso a mi esposo o a mi familiar? Yo era capaz de salir adelante. No necesitaba a ningún terapeuta o psiquiatra. Mi padre me había enseñado que cada persona tenía que ser fuerte y tomar dominio de su vida. Con aquella seguridad y con la certeza que todo saldría bien, decidí continuar con mis planes mientras me acomodaba en mi renovada vida.

Ya había iniciado ese juego con mi joven vecino. Pero quería más: un nuevo proyecto. Debía ser un asunto sencillo y sin interacciones, para evitar enredos o consecuencias indeseadas. Sería una actividad que liberara tensiones. Quería exorcizar esas malas energías y así enfocar mis sentidos. Había estado reflexionando y buscando ese algo ya unas cuantas semanas. Finalmente, luego de mucho darle vueltas, decidí que tenía que ser algo de exhibicionismo, algo en el campo de las redes sociales. Internet permitía la interacción sin necesidad de encuentros personales. Por lo tanto era un buen espacio para empezar a cimentar mis secretas intenciones. Por supuesto, lo primero era conseguir esto sin que mi marido o cualquier otra persona se enterasen. Debía mantener mi anonimato. Pero ¿Cómo hacía esto?

Dejé pasar otra semana hasta llegar a la solución a mis interrogantes. El primer paso, fue crear una identidad falsa. Durante varios días di forma a esa identidad: nombre, profesiones, hobbies, comidas favoritas, defectos, palabras usuales al hablar, etc. Fue divertido hacerlo. Luego, elegí la identidad que más me gustó. Una vez hecho, cree perfiles privados en Instagram, Youtube, Facebook y Snapchat. La idea de todo esto era subir fotografías o vídeos de mi cuerpo, claro está. Me imaginaba haciendo algo osado, sin ser vulgar. Hay un montón de perfiles así hoy en día, donde se hacen Haul de moda o muestran ciertos lugares. Esa sería la excusa perfecta para mi exhibicionismo.

2

Esta era Alina:

Nombre: Alina Berti Ivanova (raíces italianas y rusas).

Alias: Aly (O tal vez Ina).

Colores favoritos: púrpura y negro (por qué tener que elegir sólo un color)

Animal favorito: gato (la gata en realidad).

Lugar favorito: una playa en Maldivas o la isla de Bali.

Profesión: modelo, influencer y youtuber de moda y estilo.

Hobbies: viajar, natación, buceo, tenis, skate, gimnasio, escuchar música y bailar.

Ropa preferida: bikinis, calzas y crop deportivos, faldas cortas, zapatillas y sandalias, lentes de sol.

Accesorios preferidos: pulseras naturales y collares de cadena.

Defectos: caprichosa y deslenguada. Le encanta demasiado el vodka.

Sueño: viajar y conocer lugares nuevos (confesable pronto en su bitácora).

Búsqueda: compañeros para ese viaje (confesable tras interacción).

Palabras favoritas al hablar: lujoso, súper, cool, mediocre, divertido, coñazo.

Insulto más utilizado: Coño y Verga (y sus derivados).

Medicamentos: cualquiera que le quite una resaca.

Al final, estaba muy satisfecha con mi alter ego virtual. Con todos esos datos y unos cuantos más, podría interpretar mejor a Alina. Sería divertido tratar de personificar a alguien que era tan diferente a mí. Ahora, no podía empezar a subir fotografías así como así. Como ya dije, era fundamental que nadie me reconociera. Las soluciones que encontré fueron las siguientes: maquillaje, pelucas y tintura lavable para cambiar el color de mi cabello, lentes de contacto, prótesis para la nariz y las orejas, lunares postizos y tatuajes temporales. También otra solución, mucho más simple, era usar una máscara.

Mientras afinaba los detalles, revisé los perfiles de muchas chicas que trabajaban de modelos, o que se dedicaba a ser youtuber o influencer. Vaya si era fácil ganarse unos miles de seguidores haciendo viajes y mostrándose en bikini o seductora ropa interior. Toda esa alegría que mostraban, viviendo el momento mientras se sumergían en una piscina o bailaban en una isla perdida en Asia. Si hubiera sabido de esa forma de vida antes, pensé, tal vez hubiera hecho las cosas de manera diferente. Sería divertido recorrer el mundo y vivir de lo que daba las redes sociales y la publicidad. Estoy segura que hubiera podido hacerlo. Ahora ya es tarde para pensar en eso. Tengo veintiséis años, tengo una profesión, un trabajo y estoy casada con Tomás. Por lo tanto, rechacé esas fantasías. Además, yo no necesitaba desnudarme para tener éxito. Ya empezaba a ser exitosa en lo que hacía. Tampoco necesitaba millones de seguidores, solo algunos fans incondicionales y reservados.

Me concentré en sacar ideas de lo que encontraba en la red. Podía hacer fotos o vídeos como las que había revisado, vestir ese tipo de minivestidos, incluso me atrevería con algunos reveladores bikinis. La actitud sexy tampoco sería una dificultad. ¿Y por qué no intentar ropa interior o incluso un toples? Hice varias listas de lo que podía hacer y los pros y los contras. Ya con eso, el fin de semana fui a varias tiendas especializadas del centro de la ciudad. Reuní casi todo lo que necesitaba para este proyecto. Gracias al proyecto y a que mi mente estaba bien ocupada, casi no experimente demasiadas ansias y mantuve a raya mi lujuria. Mis acciones estaban dando resultado y tenía bajo control a la bestia. Ahora, debía seguir adelante con todo. Era hora de iniciar la siguiente fase.

3

Mi primera sesión de fotografías fue un jueves. Lo tenía bien planificado. Tenía una temática simple: “Preparando las vacaciones”. Un viaje a las playas del trópico sería la excusa perfecta para mis exhibiciones. Desfilaría la ropa y pediría ayuda a los internautas en la elección de atuendos y bikinis. Así facilitaría la interacción virtual.

Estuve todo el día dándole vueltas al asunto y casi no pude trabajar. Aprovecharía que Tomás tenía una reunión de su club de rugbi, lo que me daría al menos tres horas para iniciar el proyecto y hacer estallar los flashes.

En realidad montar todo no fue tan fácil como yo pensaba. Había visto cursos de fotografía y tutoriales de cómo ser Youtuber. También me había comprado una cámara profesional, dos trípodes, un par de lámparas portátiles, un buen ordenador portátil, dos programas de edición y otro teléfono de alta gama. Me di el tiempo para preparar una de las habitaciones de invitados, que nunca se utilizaban, de tal forma que fuera imposible reconocer el lugar. Era un pesado trabajo desarmar camas, sacar cuadros y trasladar muebles. Por suerte tuve la ayuda de Juan de Dios, mi joven y obediente vecino.

Una vez desalojada la habitación, empecé a amoblarla en un estilo minimalista: una silla negra, una alfombra mullida, un espejo de cuerpo entero y tres ilustraciones enmarcadas para darle un poco de personalidad al espacio. Eran reproducciones de Milo Manara, un artista italiano que yo no conocía y que descubrí en una pequeña tienda de pintura. Por lo que me explicó la persona que me las vendió, las impresiones correspondían a portadas de historietas eróticas. No entiendo de historietas ni comic, pero me gustaron aquellas reproducciones y las compré. Sobre todo me pareció impactante el atrevimiento y la actitud de las sensuales mujeres. Además, lucirían bien como fondo para mi sesión de fotografía.

Fui colocando una a una las ilustraciones de Manara, observando los detalles de los dibujos. Había una sensual rubia de ojos rasgados y boca pintada de rojo mostraba el culo. En otra, que tenía como leyenda Molly Mallone, se mostraba a una bailarina de época que levantaba su vestido, mostrando sus piernas enfundadas en medias negras; haciendo notar al mismo tiempo la ausencia de ropa interior. Finalmente, la última reproducción, era tal vez controversial. Se tratada de una monja en un hábito blanco que le cubría la cabeza y dejaba su rostro libre. La religiosa cerraba los ojos y estiraba la lengua, intentando lamer un Cristo. Había una parte de mí que debería rechazar aquellos cuadros y sin embargo por alguna razón me sentía identificada con las mujeres de Manara.

Dispuesto todo concienzudamente, y aún con Tomás en casa, me di una ducha sin lavarme el cabello y me puse pijama. A la hora esperada, mi esposo se marchó a su reunión de rugby. Tomás creía que me iba a acostar de inmediato. Lo engañé totalmente. De inmediato, empecé a preparar los últimos detalles de la sesión. Me recogí el cabello frente al espejo, evitando cualquier trigueño mechón suelto, para utilizar una peluca negra. Enseguida busqué el tatuaje temporal que había elegido y que colocaría sobre mi cadera derecha. Era una pequeña cruz de color negra. El grabado salía frotándolo con alcohol. Había comprado varios ejemplares del mismo tipo. Pero después, si no volvía a encontrar el tatuaje temporal en el comercio, podría hacer la pequeña cruz incluso con un lápiz negro.

También me decidí a usar dos lunares postizos. Uno lo llevaría más o menos en el centro de mi glúteo izquierdo. El otro en la zona interior de mi seno derecho. Los dos lunares no eran demasiado grandes, pero eran notorios. Le darían el sello a mis fotografías. Además, los pocos lunares que si tenía (y que podían delatarme) los maquillé para que no se vieran. Eran una buena cantidad de molestias para unas pocas fotografías, pero mientras me tomaba todas esas molestias me sentía cada vez más excitada. Había elegido posar sólo ropa deportiva, un par de vestidos y un bikini para esa sesión. Pero estaba realmente muy animada y decidí sumar unos minivestidos, dos baby dolls y un par de conjuntos de lencería.

Respiré profundo y empecé la sesión. Iba aprendiendo sobre la marcha, arreglando los problemas de luz y enfoque, mejorando las posturas, calculando bien las distancias para que mi rostro no se notara, incluyendo elementos como una copa de vino o quitando la silla y reemplazándola por un sillón. Las ropas con lencería decidí trabajarlas con una luz roja. El resultado me gustó. Fue una noche productiva en la que incluso hice cuatro grabaciones de corta duración. Había mucho que aprender, pero poco a poco iría haciéndolo mejor.

Durante esa semana revisaría las fotografías en el ordenador, aplicaría tal vez alguna edición y las subiría a mi perfil. Estaba ansiosa por trabajar en aquel proyecto, tanto que mi esposo se benefició con toda mi lujuria acumulada esa semana.

3

Como estaba empezando, revisé mis datos e hice mi perfil público. Subí a mis redes sociales una veintena de fotografías. Todas bastante cándidas a pesar de las poses. Al inicio, mostraba bastante mis piernas en minivestidos (no eran exageradamente cortos) y algo de escote. No mostraba mi cara, pero se podía adivinar un cuerpo sensual y armonioso y el cabello negro de mi peluca. Además, subí dos videos de quince y veintidós segundos. El primero en un baby doll blanco y el segundo en un bikini negro.

Conseguí varios cientos de likes ese primer día y mi número de seguidores llegó a casi quinientos al final de la jornada. Era un buen comienzo para Alina. Los comentarios tampoco se hicieron esperar. Había muchos corazones, besos y halagos. Algunos entraban en el juego que yo les proponía, de sugerir que prenda me quedaba mejor. Sin embargo, había también observaciones subidas de tono e incluso algunos insultos. Me enfoqué en los comentarios positivos y contesté tantos como me lo permitió mi escaso tiempo.

Había lanzado la piedra. Ahora, era cosa de seguir con aquel juego inocente tanto como pudiera. Luego, cuando me cansara de ese juego, debería eliminar el perfil y desaparecer. Y si volvía a tener ganas inventar otro perfil. Tal vez una pelirroja con un tatuaje en la mano o en el coxis. Había muchas alternativas. Sentía que podía ser muchas mujeres a la vez.

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