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Expiación de Culpas 1: Confesión

en Sexo con maduros

Expiación de culpas I.

Primera parte: Confesión.

Priscila llegó enfrente de la iglesia que la había visto crecer y sintió nuevamente deseos de dar marcha atrás, pero con convicción se obligó a continuar.

La carga que sentía desde hace algunas semanas era cada vez más grande. Sentía el peso de sus pecados y que aquella perversa actitud que se apoderaba de ella se hacía más frecuente y fuerte. Necesitaba ayuda.

No era una católica practicante ni una persona muy apegada a la iglesia, pero conocía el lugar, pues, los últimos meses había acompañado de manera intermitente a don Alberto, el viudo tío que prácticamente había criado a su esposo y que desde la muerte de Nuria, su mujer, vivía junto a Fernando, sus hijos y ella.

Las puertas de la iglesia estaban abiertas, pero el lugar se veía bastante vacío, salvo una anciana que prendía un par de velas cerca del altar. Camino por las lozas del templo acompañada del sonido de sus botas con taco. Vestía bajo el desabrochado abrigo gris, un jersey negro y un jeans del mismo color, ambas prendas bastante ajustadas que mostraban la magnífica figura que le había acompañado desde que era adolescente y que tantas miradas robaba en las calles.

Pensó que tal vez sus ropas eran algo ajustadas para una iglesia y aunque el color negro disimulaba bastante desde lejos, un observador cercano notaría las voluptuosas curvas de la rubia. Sin embargo, no se había detenido por la vergüenza hasta ahora, menos lo haría por el recato de su vestimenta.

Llegó hasta el portal de entrada a un edificio levantado detrás de la iglesia, que conducía a un frío y oscuro pasillo, donde un letrero indicaba que por aquel lugar se ingresaba hasta las oficinas del sacerdote del lugar.

Avanzó dubitativa, pensando que quizás era una locura hablar cuando lo mejor era mantener el silencio. Sin embargo, la mujer que amaba a su esposo quería llegar hasta el fondo del asunto y expiar todo el mal que había en ella.

Se encontró que la oficina de la secretaria de la parroquia estaba cerrada, pues, la voluntaria solo trabajaba un par de horas al día. Sin embargo, continuó al percatarse de una luz encendida en una habitación más adelante.

Antes de entrar se detuvo y recogió su cabello rubio con un prendedor que llevaba en un bolsillo del abrigo. Se sintió azorada por su cobardía, pero se obligó a avanzar y cruzar el umbral de la puerta abierta.

La habitación era pequeña, parecía integrar un comedor y sala de estar a la vez. Una repisa de libros de teología y algunas biblias destacaban en el austero lugar, que poseía otra habitación, pues al fondo había una puerta donde se escuchaba el sonido de una televisión encendida quizás. Continuó hasta una pequeña mesa en dirección al umbral de la puerta, pero escuchó una especie de murmullos, susurros y algo más que proveían de la habitación, por lo que se detuvo en seco.

Se sintió algo nerviosa, así que prefirió retroceder y llamar a la puerta.

De improviso los sonidos terminaron y se escuchó la voz grave del cura con su peculiar acento irlandés que decía secamente un <Ya voy>. Medio minuto después salió de la habitación un hombre alto, de contextura gruesa, con la tez blanca y los cabellos de un castaño claro. Parecía haber estado haciendo algún esfuerzo porque la cara estaba algo colorada y mostraba una expresión algo molesta, pues, comenzó a vociferar mientras salía del lugar:

"Os he dicho que esta es mi hora de siesta –exclamaba molesto el cura sin observar aún a su interlocutor-. Esta es el único momento en que descanso y…"

Los ojos negros del sacerdote quedaron clavados fijamente en la bella mujer que irrumpió en sus aposentos, y que repetía nerviosas disculpas mientras hacía el intento de retirarse, antes que el párroco detuviera su huida con palabras de gran afabilidad y un amplia y enigmática sonrisa mientras la invitaba, ahora, a sentarse y conversar acerca de lo que fuera que la traía hasta su presencia.

"Disculpa mi poca paciencia –se justificó el párroco que tendría unos cincuenta y tantos años-. Pero despertar tan súbitamente me pone de mal humor. Soy el padre Patrick"

Priscila estrechó la mano del cura y se sentó en una silla frente a la mesa ante la insistencia del clérigo y se sirvió el té de hierbas que tan gentilmente se ofreció a preparar el padre Patrick. Se sentía más relajada, especialmente porque el padre conversaba mucho de sus quehaceres en la iglesia y como no tenía tiempo para descansar o darse los gustos de la gente común.

Finalmente el padre la impelió a contar que le traía a la "Iglesia del Señor". Priscila no tuvo más remedio que armarse de valor y hablar.

"Bueno Padre –dijo aclarándose la garganta y bajando un poco la vista-. Mi nombre es Priscila. He venido a confesarme. Necesito quitarme un peso que tengo en mi corazón"

El cura Patrick la miró de manera misteriosa y con rostro compungido aseveró:

"Hija mía, el sacramento de la penitencia es algo muy bueno para el alma –habló de manera seria-. Sin embargo, es una instancia a la cual se debe llegar con el espíritu abierto y el deseo real de redimirse y encontrar el perdón. Y sobretodo estar realmente arrepentido de lo que se ha hecho… ¿estás preparada para confesarte como dios manda?"

"Bueno… Padre, Yo… -comenzó a tartamudear Priscila, que se tomó un respiro y continuó más tranquila-. Creo que me sentiré mejor cuando haya confesado este terrible secreto a alguien. Y ¿quién mejor que un ministro de mi iglesia?"

"Así es, pero bueno… creo que en tu caso siento que debemos proceder de manera diferente –explico el rubicundo cura con seriedad marcial-. Me parece que tu confesión debe venir del corazón. De un proceso de reflexión conjunta"

"¡Pero Padre! -Exclamó sorprendida Priscila- Ni siquiera sabe que es lo que quiero contarle"

El cura la miró de manera extraña. A Priscila le pareció observar por un momento al párroco con un semblante de impaciencia y molestia, pero las facciones del sacerdote se suavizaron rápidamente, mostrando una tenue sonrisa.

"Esta bien… dime hija, ¿qué te está molestando?" – El padre Patrick acercó a su silla y apoyó su mano en el hombro de Priscila en gesto comprensivo.

"Padre… ¿quiere que conversemos aquí? – Preguntó extrañada Priscila-. ¿Acaso no debemos ir al confesionario?"

"Si así lo deseas, pero –se justificó el sacerdote- nadie viene por esta parte de la iglesia a estas horas y creo que una infusión de hierbas te hará sentir mejor ¿o me equivoco?"

La mujer recordó que le traía a la iglesia. El motivo que le había mantenido nerviosa durante semanas y que ahora, ante el párroco, podía dejar atrás y alcanzar la paz que tanto necesitaba. Entonces, se forzó a tranquilizarse, deseosa de terminar de una vez por todas con su penosa situación personal.

"Está bien… entonces comenzaré" – anunció con voz suave la hermosa mujer mientras el Padre le servía en la taza una nueva y olorosa infusión de hierbas.

"Claro hija… tómalo con calma" – le dijo de manera comprensiva el cura Patrick mientras se sentaba junto a la apenada mujer.

"Padre… - empezó su confesión Priscila- He pecado contra mi esposo y contra la integridad de mi matrimonio…"

El sacerdote respiró entrecortado y a Priscila le pareció ver algo extraño en la cara que puso el párroco, sin embargo, pensó que estas confesiones seguramente impactaban al santo varón. Así que continuó con la mirada baja y avergonzada, evitando en lo posible los ojos atentos del párroco.

"La verdad es que no sé porque me ha pasado esto –la voz de la mujer se convertía poco a poco en un sollozo-. Mi esposo siempre ha sido bueno y atento conmigo. Y lo amo mucho. Pero hace unos meses que siento que mi cuerpo y mis pensamientos me engañan, Padre. Es algo que no he podido evitar y poco a poco he comenzado a perder el control" – Priscila comenzó a dar mil explicaciones sobre su comportamiento, dando vuelta más de una vez sobre las mismas ideas. Se le notaba muy nerviosa y angustiada.

"Hija… debes ser un poco más específica – instó el cura, mientras pasaba la lengua por sus labios y tragaba saliva. A Priscila le extrañó el nerviosismo del sacerdote, pero se sentía confundida y avergonzada, por lo que no le dio mayor importancia-. Hasta el momento no me has dicho nada que pueda identificarse claramente como pecado"

"Verá Padre… es que Yo… -Priscila se acarició sin darse cuenta los sensuales labios ante la mirada atenta del párroco, y continuó nerviosa-. Padre… Yo me he imaginado con otros hombres"

La frase quedó en el aire mientras avergonzada la muchacha escondía su rostro entre las manos y comenzaba a llorar apesadumbrada.

El sacerdote se levantó y se puso a espaldas de Priscila. Con cuidado apoyó sus manos en los hombros de la hermosa mujer y comenzó a masajearlos mientras iniciaba una predica.

"Hija… debes tranquilizarte –comentó sereno el sacerdote-. Dios en su sabiduría sabe que estás pasando un duro momento. Pero no hay nada malo en imaginar el compartir de manera sana con otros hombre… eso no es pecado"

"Es que Usted no sabe padre –interrumpió Priscila- Yo he tenido malos pensamientos… pensamientos de lujuria que me agobian… Padre… mi cuerpo traiciona mis lealtades… mi razón… y no sólo eso… he llegado a cruzar los límites permitidos…"

Algo agobiada la muchacha no notaba la extraña mirada del sacerdote sobre sus pechos. Las manos del prelado descansaban sobre los hombros de la muchacha y se detuvieron en sus masajes, tal vez consciente de que su acción estaba fuera de lugar. El padre Patrick se retiró a su asiento y tomó un respiro antes de continuar.

"Priscila, hija… debes hablar con la verdad –la apremió el sacerdote-. Eres demasiada vaga en tu relato. ¿Cómo esperas que dios te perdone si no eres capaz de confesar la integridad de tus acciones que te han convertido, según tu apreciación, en una persona pecadora?"

"Padre. Me siento muy avergonzada de lo que he hecho –continuo la Priscila-. ¿Cómo quiere que sea tan literal en mi relato con usted? Seguramente no podré… que vergüenza"

"Muchacha –dijo serio el padre- ¿Cómo esperas ser perdonada por pecados que desconozco? ¿Cómo esperas que te encomiende una penitencia apropiada sino conozco la medida de tu pecado? No hija… debes callar el pudor y hablar con confianza, pues, aquí tu confesión sólo será escuchada por dios y su humilde servidor"

"Pero padre… yo…" –balbuceó la mujer con la vista en el suelo.

"Muchacha habla pronto – Zanjó cansado el padre Patrick al ver la indecisión de la mujer- el tiempo de un sacerdote es escaso y tu no eres la única creyente en apuros"

La muchacha observó a sacerdote como pidiendo clemencia, pero el sacerdote observaba con dureza a Priscila. Al fin, la muchacha se decidió.

"Pero padre… ¿Qué es lo que desea saber?"

"Todo… desde un principio –repuso el sacerdote sereno e inflexible-. La medida de tu pecado nos debe mostrar la medida de tu penitencia, que es la clave del perdón"

La mujer permaneció en silencio frente al padre, tomando la decisión de continuar su confesión o marcharse de aquel lugar. Al final, decidió seguir adelante con su confidencia, porque pensaba que no podría vivir con aquel secreto.

"Padre Patrick… hace unos meses yo era una mujer virtuosa y leal" –empezó con voz más tranquila Priscila.

"Hija… no exaltes la virtud que desconoces en su totalidad" –la interrumpió el párroco.

"Esta bien padre…" -continuó la mujer.

"La verdad es que soy una mujer normal. Me casé hace algunos años, muy joven, pero enamorada. Ha sido un buen matrimonio y Fernando es un hombre responsable, cariñoso y muy preocupado por nuestra familia.

Tenemos dos hijos: un hombrecito y una pequeña de dos años. Mis labores de madre me habían mantenido ocupada y mi vida era tranquila y feliz. Pero mis hijos empezaron a ir a la guardería para poder obtener un empleo y aportar a nuestra creciente familia. Conseguí un empleo como secretaria por las mañanas, que me permitía por la tarde hacer las labores del hogar en la casa e ir por mis pequeños hijos más tarde.

Como ve padre, todo parecía normal. Sin embargo, hace poco más de un año la tía de Fernando murió. Ella junto al tío Beto criaron prácticamente a Fernando tras la muerte de sus padres en un accidente, por lo que después de los funerales de Nuria, su tía, Fernando decidió alojar al tío Beto con nosotros. <Hasta que saliera de su tristeza dijo mi esposo…>"

El padre vio que aquel era sólo el comienzo y que la muchacha seguía con muchas dudas. Por lo que se levantó y fue hacia una vieja licorera. Sacó una llave, abrió el viejo mueble y retiró una pequeña botella de whisky irlandés. Posteriormente, sirvió con generosidad a la muchacha en la misma taza de te, mientras ésta le observaba confundida.

"Al parecer estás nerviosa y con deseos de no continuar o faltar a la verdad –dijo el padre- dios entenderá que usemos algunos medios poco tradicionales para conseguir la verdad y la salvación de tu alma y tu familia"

"Pero padre…" –repuso la muchacha.

"Bebe, hija, bebe… y continuemos tu historia de una vez por todas" – pidió con premura el padre Patrick.

"Gracias padre" – dijo la muchacha.

Priscila bebió un corto sorbo y arrugó el ceño ante lo fuerte de la bebida. Pero sintió que el líquido le calentaba el estómago y de alguna forma se sentía más tranquila. Tomó otro corto trago del licor y continuó.

"Al principio todo marchó bien –siguió con el relato la bella mujer-. Nos adaptamos rápido al afable viejo en casa… además, los niños y nosotros nos reíamos mucho con el tío al ser una persona muy divertida y creativa.

Sin embargo, a medida que los meses pasaban y el recuerdo de la tía Nuria quedaba en el pasado, pude notar que el tío empezaba a olvidar su condición de esposo y a vivir como un hombre sin ataduras. Mi esposo, no le daba mucho importancia al asunto, pues, el no veía como el tío comenzaba a ver y hablar a algunas vecinas, especialmente jóvenes dueñas de casa y empleadas del barrio, con ojos anhelantes y galanteo.

Pero nunca imaginé que esas miradas de lujuria se dirigirían también a mí, a la esposa del sobrino que había criado como un hijo.

La verdad es que la mirada de los hombres sobre mi cuerpo siempre ha estado presente en mi vida –dijo algo avergonzada Priscila-, desde que era muy joven muchos hombres han tratado de salir conmigo o intentado propasarse a veces. Pero soy una mujer tímida y criada por padres severos y muy católicos… por lo que siempre rechacé estar en compañía de hombres que se mostraban demasiado lujuriosos"

El padre escuchaba y observaba atentamente a la muchacha que se soltaba a cada nuevo sorbo de whisky y relataba como había esquivado los avances de púberes muchachos, profesores e incluso amigos de su padre. Siempre las breves historias terminaban con la resistencia o huida de la muchacha por no faltar el respeto a sus padres o por que quería conservar su virtud… pero cada vez que terminaba un relato el padre Patrick notaba también cierta decepción… quizás el deseo por haber ido más allá en el pasado.

"Así que –continuaba Priscila su relato con ánimo renovado- cuando comencé a advertir las miradas de tío Beto sobre mi cuerpo me sorprendí un poco, pero comprendí que tal vez extrañaba la cercanía de su mujer. Así que hice como hacía con otros hombres: ignoré que me miraban y continué con mi vida.

Sin embargo, poco a poco el tío comenzó a ser más descarado. Especialmente cuando estaba con algún trago de más.

En esas ocasiones, mi suegro postizo era menos disimulado en sus miradas y me contaba chistes subidos de tono, o decía piropos algo vulgares, pero siempre en modo de broma… por lo que hasta mi marido y yo reíamos. Incluso en celebraciones en que bailábamos alguna pieza sentía que me apretaba un poco más de lo necesario, pero yo siempre me hacía la tonta e ignoraba estas actitudes.

En una de esas ocasiones, celebrábamos el cumpleaños de mi pequeña Penélope –decía Priscila mientras tomaba el último sorbo de licor – y la fiesta había sido muy animada. Era bastante tarde, todos se habían ido y los niños estaban durmiendo, pero Fernando, Tío Beto y yo seguimos bebiendo y conversando un rato.

Reíamos mucho ante las ocurrencias de tío Beto, que colocó algo de música y se puso a bailar sólo. Fernando me pidió que bailara con el tío mientras iba a ver a los niños, así que yo lo hice mientras reía de las locuras que decía o hacía mi suegro.

No soy muy buena para beber alcohol, por lo que ya me encontraba bastante mareada y risueña. No sé por qué, pero dejé pasar varias piezas antes de notar que bailábamos muy pegados música de bosa nova y que Fernando no había vuelto desde que había subido a ver a los niños"

El padre sirvió media tasa más de whisky, sin encontrar oposición de la bella joven, que no dudó en dar un nuevo sorbo antes de continuar con su relato.

"Tío Beto bailaba muy pegado a mi y seguía diciendo cosas divertidas para hacerme reír. Yo llevaba un suéter delgado y escotada de color lila, que dejaba notar mis voluminosos senos, además de una falda negra liviana que llegaba a mi rodilla y zapatos de taco bajo. Siempre vestía muy sensual para esas ocasiones, por lo que el tío Beto empezó a decir que me veía muy bonita ese día, que parecía una actriz de cine y que su sobrino había tenido suerte al encontrar una mujer tan sensual.

Yo me reía y me sentía halagada. Incluso hicimos un brindis y bebimos de la misma botella de champaña. La verdad es que lo estaba pasando bien, por lo que ya no preocupaba por la ausencia de mi marido y no hice nada cuando las manos de tío Beto comenzaron a moverse en mi cintura y espalda, al principio como parte del baile y de sus bromas, pero luego en forma de caricias algo atrevidas.

De pronto, mientras mi suegro postizo se pegaba algo más a mi cuerpo – dijo la muchacha mientras sin darse cuenta acariciaba sus piernas con sus manos- y me giraba por la cintura al ritmo de la música, sentí algo duro en mi cadera y un roce extraño en mis glúteos. En el momento me extrañó, pero el alcohol me tenía un poco aturdida y no le di mayor importancia. Pero en otro de los giros al ritmo de la música, tío Beto quedó a mis espaldas y en un extraño movimiento me abrazó, haciendo que nuestros cuerpos se pegaran más de lo debido entre una nuera y su suegro"

Priscila levantó su vista y vio al alto y grueso sacerdote servirse una copa de aquel fuerte whisky. Ella aprovechó de beber nuevamente y secarse un par de lágrimas que había derramado durante el relato. Le pareció que el sacerdote estaba algo nervioso, sin embargo, tal vez solo le avergonzaba su historia.

"Sentí algo duro presionar contra mis glúteos –continuó Priscila ante la atenta mirada del padre Patrick- y a pesar que lo lógico era apartarme inmediatamente y buscar a mi marido, me mantuve en esa posición, con el tío Beto a mi espalda…" - la muchacha posó sus ojos sobre el sacerdote, que parecía hechizado con el rostro de Priscila.

"Continua, hija mía… – pidió con un susurro fervoroso el sacerdote, algo más nervioso supuso la blonda. Sin embargo, la intensidad de los ojos sobre ella comenzaba a despertar ciertas sensaciones en su cuerpo. El relato continuó, pero Priscila miraba con frecuencia a los ojos del santo hombre.

"Tío Beto esperó unos segundos por mi reacción, pero yo estaba confusa y… -se detuvo la mujer con la mirada del párroco sobre ella- … padrecito… yo estaba extrañamente excitada y seguí bailando… nunca había permitido que otro hombre me tocara de esa forma, pero lo dejé abrazarme por mi cintura y rodeando mi abdomen continuamos bailando, con él a mi espalda… observé las escaleras y agudicé mi oído, pero sólo se escuchaba la música… mi mente me traicionaba y esperé que la ausencia de mi esposo se prolongara"

Priscila no se daba cuenta que el relato poco a poco la estaba excitando. Sus pezones lentamente se empezaban a marcar en su jersey negro y sus piernas comenzaban a moverse con cierta intranquilidad, rozándose con una innata sensualidad que al "pobre" cura empezaba a afectar.

"Nos movíamos lentamente al ritmo de la música. Sentía que el tío Beto no buscaba presionar el contacto de forma abrupta, pues, el roce parecía ser siempre casual. Yo me movía algo nerviosa y expectante. Sentía una sensación cálida y extraña recorriendo mi cuerpo, tenía la boca seca y mi corazón latía muy rápido. De pronto, sentí que el cuerpo de mi suegro se pegaba a mí y me asusté, pero en lugar de alejarme quedé paralizada.

Tío Beto tomó esto como un permiso de mi parte para continuar y noté que ya no sé movía, sólo se mantenía pegado a mi mientras sus manos acariciaban delicadamente mi estómago y cintura.

En ese instante tío Beto habló a mi espalda. Su voz sonaba extraña, era una especie de susurro en mi oído que me causaba escalofríos que bajaban por mi espalda hasta mi entrepierna.

Estaba mojada, padrecito – la voz de Priscila sonó extraña… aguda y suave… sin dejo de timidez - Me había calentado con el padre postizo de Fernando… estaba deseosa de sentir el cuerpo del tío de mi amado esposo"

El párroco que había escuchado la confesión de la mujer visiblemente excitada y ya sin asomo de vergüenza estaba con el corazón en la mano, sentía calor en el rostro y un sudor frío recorriendo su espalda. La muchacha le miraba a los ojos y su mirada le quemaba, como la mirada del cura prendía a la mujer en su relato.

El padre Patrick se levantó y repartió lo que quedaba de whisky en ambos recipientes. El padre bebió su vaso de un trago y se mantuvo de pie, a un escaso metro de Priscila que le miraba con ojos brillosos.

La mujer tomó la taza con whisky en su interior y con sensualidad bebió lentamente todo el contenido. Relamiéndose sus labios al final, haciendo que el sacerdote tragara saliva con el rostro colorado.

"Termina el relato Priscila, mi pequeña…" - pidió con voz urgente el cura.

"Siii… padrecito – contestó la mujer, ya disfrutando en parte de la confesión -. Tío Beto me hablaba en el oído. Su voz era un susurro… me decía que le encantaba como bailaba y como mi cuerpo se movía al ritmo de la música.

Yo le contestaba al tío con frases cortas y monosílabos: <que bueno> <si…> <que me encantaba bailar>

El tío me decía cosas cada vez más atrevidas, como: <Se nota que te gusta bailar…> <Tu cuerpo debe soportar horas moviéndose, y debes hacerlo siempre con ritmo ¿no?>

El tío apoyaba ya descaradamente su pelvis en mi trasero y yo podía sentir su excitación contra mi piel.

Yo respondía ante sus palabras en doble sentido con cierto descontrol: <Si… me gusta menear mi cuerpo… y claro, que aguanto siempre que mi pareja de baile también resista mi meneo>

<Yo resistía días de fiesta cuando era joven… vieras como disfrutaba tu tía Nuria> decía mi suegro y yo miraba nerviosa la escalera, pero no me apartaba un centímetro de él.

De pronto, el tío me dijo que tomáramos un poco de champaña que había en una mesa. Yo me sorprendí en ese momento porque era extraño separarse en aquel momento, con nuestro estado de excitación. Pero el tío me sorprendió, haciéndome avanzar con el pegado a mi espalda hasta la mesa en busca de la botella.

Quise servir en unas copas, pero el tío me dijo que bebiéramos de la botella. Yo estaba muy borracha y excitada, por lo que bebí de la botella mientras el tío aprovechaba para presionar su pene en medio de mis glúteos y acariciar mi espalda y mi abdomen con manos temblorosas. Yo alargué el tragó más de lo necesario antes de dejar la botella a un lado.

Ofrecí la botella al tío, que bebió un buen trago sin apartar un brazo de mi cintura. Yo me dejé manosear excitada, pero también con atenta miraba hacia la escalera. Luego el tío me dijo que tomara otro trago, pero en lugar de pasarme la botella, el me dio de beber con una mano mientras su otra mano acariciaba mi abdomen, haciendo presión para que su pene se acomodara en mi trasero.

Yo bebí con cierta torpeza de la botella que sostenía el tío – la mujer observaba al sacerdote con los ojos muy abiertos, su mano acariciaba su panza plana con innato erotismo mientras su otra mano trataba de extraer las últimas gotas de whisky de la botella del cura irlandés, sin que este mostrara ningún reparo. Priscila esbozó una sensual sonrisa y continuó-, sentía el licor pasar de mi boca a mi garganta, pero parte del contenido cayó sobre mi escote haciendo que mis pezones se erizaran más aún… padrecito… estaba perdida en aquel momento… a pesar que mi esposo estaba en algún lugar de mi casa yo me dejaba manosear por un hombre mucho mayor… un hombre en que mi esposo confiaba totalmente.

Tío Beto dejó que un poco más de contenido cayera por mi mentón hasta mis senos y luego dijo: <uppss… perdona Pris, querida… no me di cuenta>. Su sonrisa descarada me hizo reír, a pesar del frío de la espumosa bebida en mis abultados senos. Y me escuché decirle al tío: <No se preocupe, tío. Ya veremos como limpiar esto>.

La última frase la dije girándome para mostrarle mi escote con champaña y el suéter lila manchado. Los ojos de mi suegro se posaron en mis senos con lujuria y yo deseaba encender aún más a mi suegro por lo que moví mi pierna con cuidado por su entrepierna, rosando lentamente su pene.

Mi suegro reaccionó con premura, me giró para quedar frente a él y me guió hasta apoyarme en la mesa. Yo le observaba con lujuria, padrecito… mi cuerpo deseaba que lo profanara otro hombre -comentó la muchacha al párroco -. Su pelvis se pegó a mi cuerpo, mi pierna sentía su excitación y escuché sus palabras como poseída por la lujuria: <Deja limpiar este desastre sobrinita>.

Y mi suegro empezó a lamer mis senos a través del escote. Su lengua recorría mi piel con lujuria mientras yo respiraba entrecortadamente, sentía sus dedos bajaban desde los hombros, acariciando mi espalda hasta mi trasero, probando la firmeza de mis abundantes posaderas. Sentía las invasivas caricias y apretones del tío, esas gruesas manos que se movían con deseo a pesar de estar atrapadas entre mis glúteos y la mesa, y a pesar que pensaba que estaba mal lo que hacía, el calor en mi cuerpo y mi lujuria me superaban en aquel momento"

La mujer bebió lo que consiguió extraer del licor irlandés del padre Patrick… y algo avergonzada nuevamente continuó con su relato.

"Padre… le prometo que no me podía detener –dijo algo angustiada Priscila-. Dejé que el tío Beto me comiera mis senos. Dejé que sus caricias continuaran y con sus manos abrieran mis piernas. Deje que empezara a acaricias la entrepierna sobre el vestido. Lo dejé porque lo deseaba… y porque empezaba a hablar de manera sucia, como nunca había escuchado a hombre alguno hablarme… me llamaba: <perrita en celo…> <calentona…> Incluso se atrevió a llamarme <putita hermosa>. Su cara era de lujuria total y la mía debía reflejar algo parecido.

Yo empecé a gemir… la verdad es que estaba muy caliente y tío Beto empezó a subir mi vestido hacia la cintura y acariciar mi pelvis con sus dedos cuando escuché algo. La voz de mi esposo desde el segundo piso que nos gritaba algo.

Rápidamente entré en razón, aparte al tío que retrocedió sorprendido y corrí a la cocina a esconderme mientras sentía a Fernando bajar la escalera. Alcancé a entrar mientras pensaba a toda prisa y trataba de calmarme. Encendí el agua caliente y puse a llenar el lavado. Busqué una bandeja y un paño, tomé aliento y salí al comedor.

<¿Donde estabas, amor?> Le pregunté a Fernando mientras retiraba la loza y vasos en la bandeja. Mi esposo respondió que se había acostado con nuestro hijo y que se había quedado dormido, pero que la música lo había despertado. Me preguntó por la mancha en el escote del vestido y le contesté que llevando la vajilla a lavar se me había derramado una copa de champaña casi llena encima. Fernando hizo un comentario acerca de la mancha y olvido al asunto.

Mi esposo se disculpó por quedarse dormido y que se aguara la fiesta. Yo sólo le dije que no importaba, que tío Beto y yo bailamos un rato, y que luego habíamos conversado bastante. Pero que ahora me tenían que ayudar a llevar la loza y todo lo que se debía lavar.

Estuvimos en esos quehaceres casi una hora y en todo momento sentía vergüenza cuando mi mirada se encontraba con el tío. Sentía culpa… mucha culpa, pero en lo más íntimo también sentía la emoción de haber vivido algo prohibido y excitante"

Priscila quedó en silencio unos segundos, bajó la vista hasta el suelo y le pareció notar que el pantalón de tela del sacerdote estaba un poco más abultado en la entrepierna, pero pensó que era su imaginación o el hecho que se encontraba un poco excitada.

El padre se acercó y le tomó la mano. La piel del sacerdote irradiaba calor y el roce le provocó sensaciones extraña a Priscila, que trató de contenerse.

"Hija mía, en verdad te has dejado llevar por la lujuria y fuiste una mujer adultera e inconsciente –dijo el padre con el acento irlandés muy marcado-. Sin embargo, no toda la culpa recae en ti. Dime ¿Fernando te llena como mujer?"

"Padre… yo creo que si… -dijo con dudas Priscila-. El es muy cariñoso y dedicado cuando tenemos relaciones"

"Y dime –continuó el padre, mientras acariciaba la mano de la joven – ¿Has vuelto a recaer en pecado con tu tío u otro hombre?"

La muchacha rehuyó la vista del sacerdote y de pronto se dio cuenta que la entrepierna del religioso estaba a menos de medio metro de su rostro y se sonrojó mientras sentía que sus pezones se endurecían. Reaccionó luego de unos segundos y levantó la vista.

"Padre… yo…" -empezó a decir la muchacha algo contrariada y con ojos brillantes, cuando se escucharon pasos en el pasillo.

"Tómate un respiro… –el sacerdote miró el reloj de pared de la habitación- ya es tarde y debo ir a preparar la misa"

"Pero padre – pidió Priscila con preocupación y algo más en la voz- mi confesión… debó terminarla"

"Claro, hija mía… debes volver y finalizar esta confesión, pero lamentablemente no podrás hacerlo ahora –anunció el padre Patrick desde el umbral de la puerta, antes de salir- Sólo así podrás recibir tu penitencia. Entonces serás perdonada y podrás estar en paz con dios y contigo misma. Espero verte pronto"

Priscila sintió los pasos del sacerdote alejarse y hablar con una mujer en el pasillo. Miró la hora y efectivamente era bastante tarde. Debía ir a buscar a sus hijos y llevarlos a casa temprano, pues, los pequeños iban a alojarse el fin de semana donde sus padres y debía preparar su ropa y juguetes.

Se levantó del asiento sintiéndose algo mareada. Pensó que había bebido bastante, pero hablar del tema con el sacerdote le había dejado más calmada. Caminó por el pasillo con cierto sigilo mientras pensaba en lo comprensivo que había sido el padre Patrick, por lo que se alegró de haber venido.

Mientras se retiraba por un pasillo lateral de la iglesia, abstraída y pensativa, no notó que el bonachón padre la miraba desde el altar y seguía su retirada con mucho interés.

Priscila camino hasta su auto y respiró aliviada. Estaba segura que pronto recibiría el perdón por sus pecados.

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P.V.e.I: Pianos Lustrosos (5 y 6)

Expiación de Culpas 4: El origen del juego 2

Expiación de Culpas 3: El origen del juego 1

Expiación de Culpas 2: Expiación de Culpas

P.V.e.I: Pianos Lustrosos (4)

Bárbara

P.V.e.I: Pianos Lustrosos (3)

P.V.e.I: Pianos Lustrosos (1 y 2)

Bárbara, esposa modelo (2)

Bárbara, esposa modelo (1)