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Expiación de Culpas 2: Expiación de Culpas

en Sexo con maduros

Expiación de Culpas.

(Remake de un relato de esta web)

Segunda Parte: Expiación Culpable.

Priscila estaba sentada en la sala de espera. El llanto se reflejaba en su hermoso rostro haciéndole perder algo de su realce. Su mirada iba y venía hasta la puerta por donde se habían llevado al anciano que era como un padre para su esposo y quien compartía como un abuelo con sus hijos. El suegro postizo con el cual ella había compartido también, y con el cual había obtenido una cercanía inusual entre nuera y suegro.

Por aquella particular relación con su suegro postizo y por todo lo que había pasado aquella tarde Priscila estaba devastada en aquel hospital. La angustia que vivía parecía pesarle enormemente, quizás a causa de las extrañas semanas pasadas en las que había desarrollado un insólito vínculo bajo el techo de su hogar.

Habían pasado tres semanas desde que había ido a confesarse con el padre Patrick. No había podido regresar a la iglesia a terminar con su desahogo con el buen cura debido a situaciones familiares. Lo que había detonado en una serie de consecuencias impensadas para ella, y para su familia. Especialmente para el pobre tío Beto.

Había llamado a Fernando diciéndole que tío Alberto había tenido un ataque cardiaco, que iban en una ambulancia en dirección al hospital y que a los niños los iría a buscar su hermana. Su esposo dijo que salía de inmediato al hospital, pero aún no llegaba y se sentía sola… sola y desamparada en medio de la sala de espera atestada de pacientes y personal.

Sentía que muchos hombres le miraban, pues, la emergencia la encontró con una bata corta de color rojo, un conjunto sensual de ropa interior de encaje negro y unas zapatillas de lona roja de caña alta que había tomado rápidamente antes de subir con tío Beto a la ambulancia. Podía sentir las miradas en su sensual y curvilíneo cuerpo, en los voluptuosos senos y en los tersos y largos muslos que se mostraban por los repetidos "descuidos" que cometía.

Priscila sentía algo de frío, pero entre el shock y la extraña sensación que le producían su semi-desnudez y las miradas lujuriosas de las personas en el lugar, la muchacha percibía un calor que la mantenía atenta, nerviosa y extrañamente lúbrica.

Esto último quizás causado porque algunos hombres del personal se habían atrevido a hablarle e incluso unos pocos se presentaban ante ella tratando de entablar alguna conversación, siempre con aparente ánimo y preocupación profesional, pero que Priscila no era capaz de creer del todo.

En varias ocasiones el llanto aparecía en su rostro y siempre había algún hombro o abrazo masculino tratando de consolarla. Priscila demasiado acongojada y turbada por la situación no lograba rechazar del todo las muestras de "altruismo" del personal de urgencias. Necesitaba desesperadamente a su esposo, desahogarse en su presencia.

En un momento el tráfico de enfermeros, doctores y otro personal del hospital (todos prestos a auxiliarla a cada muestra de debilidad) era tan intenso y evidente que un viejo doctor se presentó a alejar a los curiosos y ofrecerle una frazada para mayor recató de la fémina, y así acabar con el caos en aquella unidad hospitalaria.

Sin embargo, también traía malas noticias de tío Alberto.

Fernando llegó poco después y Priscila se apresuró a abrazarlo.

"Lo siento amor –dijo con voz temblorosa-. El tío ha muerto… lo siento mucho"

La muchacha comenzó a llorar desoladamente, mientras su esposo, abrazado a Priscila, no soportó el estado de su mujer y la noticia, estallando en un llanto amargo. Tío Alberto se había ido.

Fernando lloraba sin control a su lado y Priscila levantó la vista, tratando de dar consuelo a su amado esposo. Sin embargo, su mirada se encontró con la de un médico, que con ausencia total de disimulo, mirada con rostro libidinoso su cuerpo y aprovechaba de tomarle una foto con la cámara de su celular.

La escultural Pris, como le decía últimamente el difunto, se encontraba azorada y llorando desconsolada, sintiéndose mal, no sólo por el pobre tío Beto, no sólo por su desecho esposo que apenas podía sostenerse en pie, sino porque ella no estaba a la altura de la situación. Porque sabía desde aquella tarde que todo en ella sería distinto.

Esto la descontroló e hizo que de improviso se desvaneciera. Priscila sentía algo extraño mientras caía en la oscuridad: sentía que su vagina estaba mojada.

Los días previos al funeral del tío Alberto no le trajeron mayor paz. Su mente ocupada en la gran tristeza de sus hijos y en la congoja de su esposo parecía reaccionar a las cosas a medida que se presentaban, sin embargo el recuerdo de la muerte del tío y de lo que había vivido hasta ese día la castigaba en su fuero interno.

Al llegar el funeral muchas cosas pasaban por la mente de Priscila. Cierta anarquía hormonal le llevaban del llanto a situaciones singulares y absurdas. No se apreciaba como la misma mujer de antes y sentía que no podía controlarse emocionalmente. Con todo, trataba de actuar normal frente a su familia y no causar más estragos de los que ya había causado.

Una de estas situaciones absurdas la vivió en medio del velatorio del tío, cuando se le acercó Gustavo, un buen amigo del difunto. Este luego de darle las respectivas condolencias comenzó una larga charla acerca del tío. Eran viejas historias que mostraban lo afable y vivo que el tío había sido en vida.

Priscila reía y disfrutaba de la conversación, hasta que se dio cuenta que don Gustavo poco a poco mostraba gran interés en el ligero escote del traje negro que usaba. Tal vez el traje era simple, pero algo ajustado, y el viejo compañero de tío Alberto había notado no sólo lo bonita que era Priscila, sino el cuerpo que escondía ese simple vestido. Un cuerpo femenino digno de un catálogo de lencería.

Gustavo consiguió que la muchacha le acompañara hasta afuera de la iglesia a fumar un cigarro y tras una breve conversación, en que Priscila comenzaba a sentir ese cosquilleo extraño que le provocaba sentimientos encontrados, el amigo de tío Beto le entregó una tarjeta de presentación. <Por si deseaba conversar acerca de un nuevo trabajo –había dicho-, ya que poseía los atributos para dedicarse al mundo del modelaje>

La muchacha leyó la tarjeta mientras don Gustavo se alejaba tras dos besos de rigor muy cercanos a las comisuras de sus labios. La tarjeta decía: Gustavo Fuentes. Fotógrafo Profesional.

Priscila algo descolocada terminó de fumar su cigarrillo. Era un hábito que había dejado al embarazarse de su primer hijo, pero que había retomado a escondidas en los últimos meses. Últimamente pensó en que había muchas cosas que hacía a escondidas y eso no sabía si le estaba haciendo bien o mal.

Al llegar nuevamente al interior, a la pequeña capilla donde el féretro del tío se encontraba, el padre Patrick conversaba con su esposo y brindaba apoyo con palabras de consuelo y paz.

Al ver al cura, Priscila no pudo evitar abrazarlo y agradecerle que personalmente se ocupara de los servicios fúnebres del tío Beto. El cura con ternura le abrazó y, con la venia de Fernando, brindo conforte a la muchacha.

"Hija… no te preocupes de ser fuerte –dijo el párroco con voz tenue, sólo para ella- vive la pena porque es el momento de llorar, pero recuerda que pronto tío Beto subirá al cielo por la gracia de Jesucristo, nuestro señor"

"Si padre… pero… - el llanto interrumpió a Priscila- yo necesito que rece por mi y mi esposo… rece para que dios le de fuerza a mi familia y a mi… yo… padrecito… yo…"

La muchacha sintió que el sacerdote la abrazaba con fuerza y su calor la turbó, provocándole cierto bochorno y aquel hormigueo recorrió su columna.

"Hija, esta iglesia te espera con los brazos abierto –le confesó el padre Patrick-. Yo estoy disponible cuando quieras para apaciguar tu dolor"

Sus miradas se encontraron y el ahogo aumento.

"Gracias padre Patrick" – fue lo único que pudo decir antes que el cura se alejara a conversar con otros integrantes de la familia

Priscila había quedado confusa, pensando que el sacerdote le había hablado con doble sentido casi al lado de su marido, insinuándole algo más de lo que quería decir.

Se preparó un café y observó al clérigo conversar afablemente con varios grupos de persona. Nada en el decía que era verdad lo que había entendido, pero incluso si eso lo había imaginado su cuerpo se sentía con una tensión que nada tenía que ver con el estrés de aquellos días. La rubia se molestó consigo misma por pensar tan mal de tan buen pastor y por estar deseosa de sexo en un momento como éste.

Esa noche, cuando se acostó en su cama, se encontraba inquieta. Quería hacer el amor con Fernando, pero este no volvió hasta mucho más tarde de la iglesia y estaba demasiado agotado para atender a su mujer.

El día del funeral Priscila despertó muy exaltada, había soñado con que hacía una sesión de fotos con don Gustavo, el amigo del tío que había conocido en el velorio.

En el sueño la sesión había transcurrido con normalidad, mientras ella modelaba un bikini blanco en una habitación pequeña, sin embargo, en determinado momento Gustavo había dejado de fotografiarla y se había bajado los pantalones y ropa interior para comenzar a masturbarse. Ella sorprendida quedó paralizada, mientras en el sueño el hombre de la iluminación también había empezado a acariciar su pene en frente de ella.

No sabía de donde había aparecido el difunto tío Beto, pero estaba desnudo manoseando su grueso pene, mientras en su sueño de las sombras también se hacían presentes un par de compañeros de la oficina e incluso el padre Patrick. Todos masturbándose mientras la observaban con lujuria. Lentamente todos se acercaban hasta escasos centímetros de ella, que había caído de rodillas, rodeándola y mirándola con deseo. Despertó del sueño en el momento en que los hombres simultáneamente eyaculaban sobre ella.

Su mano bajó hasta su entrepierna y encontró sus labios vaginales muy mojados. Había tenido un orgasmo con aquel sueño al parecer.

Las horas siguientes Priscila se ocupo de los niños y de organizar un poco el desorden causado esos confusos días en su hogar. Sus padres y su hermana se habían ofrecido a llevar a sus hijos y sobrinos al campo unos días para que se distrajeran y así también ayudar a Fernando a recuperarse y hacer con tranquilidad los trámites legales que correspondían a la herencia del tío Alberto.

Priscila trataba de no pensar y mantenerse tranquila. Así que subió a los niños al auto y se dirigió a la iglesia donde iba a realizarse la misa fúnebre de tío Alberto.

La rubia se había querido vestir de negro y con recato, pero no había podido evitar usar una falda entallada a la cintura que mostraba su escultural trasero levantado aún más por los altos zapatos de taco.

El padre Patrick la saludó al llegar y a través del velo los ojos celestes de Priscila pudo sentir los potentes ojos negros del sacerdote nacido en Irlanda, que con sus brazos la estrechó en un abrazo que hizo presionar sus senos contra el tórax del sacerdote. Cosa que turbó por un momento a la joven cónyuge.

Durante el servicio Priscila se sentía intranquila. Le parecía que la mirada del sacerdote en el altar se dirigía continuamente hasta su localización y esto la había empezado a inquietar, pues dudaba de su propia percepción. Ya que le parecía imposible que tan noble y dedicado párroco pusiera intenciones carnales en su persona. Sin embargo, este pensamiento empezaba a cambiar su humor y la idea causaba escalofríos en su intimidad.

Mientras se dirigían al camposanto donde descansarían los restos mortales de tío Beto, no podía dejar de tener pensamientos extraños. Incluso su hija le hablaba y ella le respondía con monosílabos sin en realidad escucharla. Su madre le habló tratando de tranquilizarla, y achacó su estado al duelo y la pena.

Ya en los momentos finales, poco después de dar santo entierro al cuerpo del tío, Priscila pudo observar como el párroco observaba de reojo cada movimiento que realizaba. Esto generaba una calurosa sensación en su bajo vientre, que la hizo inclinarse al colocar una flor roja en la tumba, mostrando con fingida inocencia su trasero a los presentes y al atento padre Patrick, que abrió los ojos para turbación de la joven esposa.

El sacerdote se acercó a ella, aprovechando que se había alejado algo del grupo fúnebre y al llegar junto a ella acarició con casto gesto de su parte ambos brazos de la bella conyugue.

"Hija estoy a tu disposición para lo que desees en estos duros momentos –le dijo el padre con sonrisa tenue, mientras sus manos perdían algo del acostumbrado control y rozaban "casualmente" los senos de la penosa mujer-. Trataremos juntos de calmar ese confundido y fogoso espíritu"

A Priscila le fallaron las piernas y tuvo que aferrarse al grueso cuerpo del cura. Los concurrentes se imaginaron que era un amago de desmayo, mientras su esposo corría a socorrerla, haciéndose paso con dificultad entre los asistentes.

Sin embargo, ella sabía perfectamente a que se debía la reacción de su cuerpo y mientras se reincorporaba volvió a recaer al sentir el enorme bulto del clérigo sobre sus pechos, para sonrojo de ambos.

Aquel instante desencadenó toda una fila de acontecimientos, pues, sin entender cómo, se oyó suspirar como una descarada mientras decía al padre: <Claro que sí padre… necesito de su apoyo>

A lo que le padre respondió con una mueca al notar las miradas preocupadas de los asistentes. En ese momento llegó Fernando, tomó a su débil esposa y dándole las gracias al padre se alejaron juntos hasta un lugar donde la joven conyugue pudiera tomar algo de aire y recuperarse.

Más calmada, durante la noche, se confortaba repitiéndose que seguro se lo había imaginado, ya que el padrecito tenía pinta de todo menos de libidinoso. Además se había comportado con tanta generosidad durante esos días que no podía quedarse con una impresión tan sucia del comprensivo sacerdote.

Miró la hora y eran pasadas las 10 de la noche. Fernando se encontraba duchándose y pensó que tal vez sería bueno llamar al sacerdote para ponerse de acuerpo para terminar con la bendita confesión que había dejado a medio contar y poner fin a su intranquilidad.

Buscó el número de teléfono de la iglesia y marcó el número con nerviosismo. Sonó largamente durante varios segundos, pero nadie contestó. Pensó en dejarlo para la mañana, pero volvió a intentarlo dos veces más, cuando pensaba que ya no había tenido suerte se escuchó levantar el auricular y reconoció la voz del padre Patrick.

"Por dios… qué horas son estas de llamar a una iglesia – el acento del sacerdote sonaba molesto y agitado… con un dejo de embriaguez tal vez- ¿Quién es?"

"Soy Priscila, padre" –dijo la mujer, con la loca idea que el cura se alegraría de escucharla tan pronto.

"Hija mía… que bueno que llamaste –comenzó a decir el sacerdote con tono jovial-. La verdad es que estaba preocupado por ti y por tu salud física y espiritual"

"Gracias, padre –contestó Priscila, mientras sentía que su corazón latía fuerte en su pecho-. Lo llamaba para ver si me puede recibir para continuar con la confesión del otro día… me siento muy mal últimamente. Además creo que mi pecado se ha incrementado ampliamente"

Se escuchó un momento de silencio al otro lado y sólo la respiración entrecortada del párroco llegaba a oídos de Priscila, causando un escalofrío en su espalda.

"Querida Priscila –se escuchó nuevamente la voz del padre Patrick- mañana tengo mi día libre mensual, pero si tienes tiempo libre quizás podríamos juntarnos en tu casa o en otra parte"

Priscila hizo un rápido recuento de su tiempo libre. Sus hijos habían viajado con sus padres fuera de la ciudad unos días y Fernando, a pesar que se había tomado el día libre, en la tarde iría a arreglar el pago de la funeraria y el camposanto, para luego ir a legalizar ciertos papeles antes de ir a conversar con el abogado del tío por el asunto de la herencia. Así que durante la tarde podía reunirse con tranquilidad con el padre Patrick.

"Padre, durante la tarde podríamos reunirnos en mi casa ¿le parece? – preguntó con cierta intranquilidad Priscila.

"Me parece excelente ¿a que hora?" - inquirió el sacerdote con tono alegre.

"¿Cómo a las 3 de la tarde esta bien?" – preguntó la muchacha.

"Perfecto, hija mía – anunció con voz alegre el cura-. Dame tu dirección, hija mía - pidió el cura con cierta vehemencia.

Priscila le dio la dirección y cuando se despedía la interrumpió el padre Patrick.

"Ahhh! Y por favor… te necesito totalmente tranquila y entregada a la hora de la confesión. Hasta mañana, hija mía. Y que dios te bendiga" - terminaba el párroco con cierta alegría.

"Adiós, padre" – se despidió Priscila con un calor en su vientre producido por las últimas palabras del sacerdote: <te necesito totalmente entregada a la hora de la confesión>

Subió las escaleras y Fernando salía de la ducha, se dieron un beso antes de dirigirse ella también a ducharse. Pensaba que su mente estaba tan erotizada que imaginaba cosas donde no las había, pero la idea de que el cura intentara seducirla le hacía poner la piel de gallina. Lo mejor se dijo sería hacer el amor con su esposo esta noche.

Sin embargo, cuando salió su esposo estaba en la cama durmiendo y le fue imposible despertarlo. El pobre había vivido muchas emociones y estaba cansado. Pensó en masturbarse, pero de inmediato lo desecho. Masturbarse casi nunca había sido realmente placentero para ella.

A la mañana siguiente se encontraba de nuevo nerviosa. La angustia por la muerte del tío Beto y lo que le estaba ocurriendo le tenían con los nervios de punta, tanto que estuvo a punto de empezar una discusión con Fernando durante el almuerzo.

Después de que Fernando marchara a una larga tarde de diligencias, Priscila se sacó la bata roja y las zapatillas de lona, se puso un sensual calzón de encaje y el sostén que hacía juego. Se vistió de luto y mientras se maquillaba llamó a sus padres (a las 14.20 en punto) para saber de sus hijos y hablar con ellos. La llamada tenía un doble propósito, saber de sus pequeños y evitar que interrumpieran con una llamada su tarde de expiación y penitencia.

A las 14.50 creía que estaba lista. Sin embargo, cuando se miró en el gran espejo del pasillo encontró que le vendrían mejor al atuendo un calzado más alto que el que usaba en ese momento.

El timbre sonó a las tres en punto, el corazón de la joven esposa palpitaba a mil y no podía ocultar el nerviosismo. Antes de abrir la puerta se miró al espejo: tacones finos y altos, ataviada toda de negro con un ajustado vestido que marcaba pronunciadamente sus curvas y carnes. Recordó al ver la generosidad de su escote que aquel vestido lo había comprado ya hacía un par de años para una cena formal, en tiempos en que gustaba de mantenerse sumamente delgada, por lo que sus redondeces parecían más notorias de lo debido.

Titubeó un momento, sin embargo, el nuevo toque del timbre le recordó la importancia de la visita.

Al abrirse la puerta y ver aparecer a Priscila en aquel sensual vestido al cura casi se le salen los ojos de sus órbitas y balbuceó como pudo un: <Buenas tardes, hija mía>

El cura observó de arriba abajo a la muchacha, sin poderse contener.

Priscila sólo atinó a esbozar una leve sonrisa e indicarle que pasara al sacerdote que llevaba una bolsa en su mano. Aún se mentía, se decía a si misma que ella había puesto en aprietos al cura al recibirlo con ese atuendo. La mujer, mientras guiaba al cura por el vestíbulo de su hogar, se decía que aquel santo hombre no era de piedra. Que era su culpa aquella actitud en aquel hombre.

Empezaba a sentir angustia nuevamente y recordar las razones de porque había llamado al sacerdote. El peso de sus pecados comenzaba a hacerle faltar el aire. Sin embargo, al notar la mirada del cura seguía fija en sus nalgas frente al espejo del pasillo su sofoco cambió, pues, de improviso imaginó al sacerdote mirándola y acariciando su pene por sobre el pantalón.

Trató de olvidar ese pensamiento y se sintió sobrepasada por las emociones, pero se obligó a controlarse a medida que llegaba a la amplia sala de estar.

Condujo al padre Patrick hasta el centro de la habitación y le ofreció sentarse en el sofá o en una silla. El sacerdote prefirió el sofá y tomó lugar. Priscila le invitó un café, pero el cura negó con la cabeza mientras sacaba una botella de whisky irlandés de la bolsa que traía consigo.

"Hija mía –comentó el cura-. No quiero que pierdas tiempo en tu confesión. No quiero que estés nerviosa o faltes a la verdad como la vez pasada. Trae un vaso y sírvete una copa. Usaremos este poco tradicional, pero efectivo método"

Priscila observó al sacerdote y sin pensarlo mucho fue en busca de la copa. La dejó sobre la mesa de estar y se dispuso a sirvió el licor ambarino dándole la espalda al sacerdote y sin poder evitarlo se inclinó más de lo necesario, observando de reojo la mirada de éste sobre su cuerpo.

La mujer terminó de servir abundantemente la copa y se sentó junto al sacerdote en el sofá. Se inclinó para tomar la copa y pudo observar nuevamente la mirada del sacerdote en su ajustado y revelador escote. Priscila bebió un largo sorbo de whisky, sintió el calor bajar por su garganta y devolvió lentamente el baso a la mesa.

El sacerdote tragó saliva y se frotó las manos. Priscila era en ese instante un atado de nervios a punto de desatarse.

"Hija mía… ya estoy contigo. Ahora, desahoga tus penas" – anunciaba el padre cuando Priscila ya rompía en sentido llanto. El sacerdote le alcanzó rápidamente el trago y le hizo beber varios sorbos hasta calmarse.

La muchacha notó que el vestido se había subido algo, mostrando más de lo debido sus muslos, pero estaba tan apenada que no le dio importancia.

"Priscila… -pidió el sacerdote-. Quiero que te controles y continúes con tu historia desde el punto en que lo dejamos. ¿Qué pasó después de esa noche en que tú y tu difunto tío estuvieron a punto de intimar?"

"Padrecito – empezó a relatar después de vaciar rápidamente la copa- yo me sentía avergonzada. Me fui a la cama con Fernando e hice el amor con mi esposo de forma apasionada, pensando en lo que había vivido con tío Beto mientras mi esposo me penetraba… perdone padre… no quería hablar vulgarmente" – se disculpó Priscila.

"No te preocupes por eso – dijo con indulgencia el cura mientras servía mas whisky en la copa-. Quiero que te sientas libre de contar esto con total libertad. Si me cuentas todo seré capaz de dar una penitencia y lograr que alcances el perdón divino y terrenal"

"Está bien… entonces continuaré" –dijo la sensual rubia.

"Empecé a evitar al tío, sin embargo, vivíamos bajo el mismo techo y no era fácil. Sus miradas sobre mi mostraban lujuria y yo no podía ignorarlo del todo. Se notaba que el tío estaba tenso y malhumorado esos días, cosa que mi esposo notaba.

Lo peor es que empezaba a sentir cosas en mi cuerpo – Priscila tomó la copa y bebió un largo sorbo-. Cosas que nunca antes había experimentado y por alguna razón me empecé a excitaba al pensar en que hombres como tío Beto me observaran y pretendían a espaldas de mi esposo"

Una lágrima cayó por la mejilla de Priscila y el padre le limpió el rostro con una caricia. La mujer sintió que se le erizaban la piel y sus pezones, por lo que no se molestó al sentir la mano del párroco en su rodilla.

"Empecé a reaccionar poco a poco de manera diferente a las actitudes y miradas del tío. Fui más permisiva a sus miradas e incluso a algunos roces "casuales" que el tío yo sabía buscaba. Incluso cuando las conversaciones se alargaban algunas tardes –dijo Priscila mientras acababa otro trago de whisky- le ponía caritas de niña buena o hablaba infantilmente mientras le modelaba algún vestido nuevo… la verdad es que había pasado cierto límite.

Me encontraba contrariada en esa época, pero también de muy buen ánimo. Mi nueva actitud incluso le devolvió el buen humor al tío y Fernando se sentía más tranquilo. Por lo ya no rehuía al tío y la verdad es que empezaba a disfrutar de estas nuevas sensaciones, de mi secreto comportamiento con el tío"

Priscila se apoyó en el hombro del cura, sintiendo la mirada de este sobre su escote. La mano del párroco rubicundo empezaba a moverse casi imperceptible sobre su rodilla.

"No recuerdo cuándo o por qué. Pero un día empecé a pasearme primero en ropa ligera y luego en ropa interior cuando el tío Beto y yo nos encontrábamos solos en casa. Era algo prohibido y me causaba cierta satisfacción, que enfocaba en la cama con mi esposo las noches que no estaba cansado.

Sin embargo, un día noté el gran cambio en mí. Me di cuenta de mi locura.

Aquel día mí esposo viajó con los niños al campo de mis padres, yo no los acompañé ya que tenía una cena de trabajo y me uniría a mi familia al día siguiente.

Al salir del trabajo pasamos a un after-hour a beber unas copas y luego nos dirigimos a la cena. Pero pasadas unas horas después de la cena me encontré en una discoteca bailando animadamente con dos de mis compañeros de trabajo. Había bebido más de lo normal e incluso había aceptado fumar varios cigarros y algo de marihuana.

Bailaba y disfruta el momento a pesar de los acercamientos y roces de mis compañeros, pero cuando uno se acercó e intentó besarme me asusté y dejé la discoteca casi sin despedirme. Me subí al primer taxi que vi y me dirigí a casa.

Estaba asustada, pero también excitada. Podía sentirlo en mis senos y en mi vagina. Encontré la luz prendida de casa cuando entré y me sorprendí al hallar en este mismo sofá al tío Beto durmiendo con una botella en la mano y la verga afuera. La tele estaba encendida y mostraba una escena porno.

Yo creo que estaba muy caliente, pues, me senté en aquel sillón lateral y me empecé a masturbar mientras no quitaba los ojos de la verga del tío Beto y escuchaba los gemidos de la actriz porno en la televisión. Terminé como nunca lo había hecho masturbándome, pero no pude evitarlo y antes de subir me detuve a observar el grueso pene del tío. Me retire rápidamente con culpa y azoramiento.

En la cama ya, me desnudé y preferí dormir sólo con mi pequeña tanga. Los malos pensamientos volvieron a mi y desee haber tocado el pene dormido del tío, comencé a fantasear con él y también con los dos compañeros de oficina con los que había bailado tan libertinamente esa velada… me dormí masturbándome en algún momento de esa noche"

Priscila estaba más inclinada sobre el sacerdote y este acariciaba ya el muslo con suavidad. Priscila se preguntó en su interior cómo un servidor de la iglesia podía ser tan aprovechado. No obstante, sabía, muy al pesar de la esposa leal que había sido, que estaba disfrutando del tacto del "hombre santo". Seguramente su intención era confortarla momentáneamente se engañó nuevamente Priscila.

"Los siguientes días me encontraba muy confundida –continuó Priscila mientras se pegaba más aún al acalorado sacerdote-. No sabía que hacer, si debía ir a un médico o tal vez a un psiquiatra. Tío Beto empezaba a actuar con galantería cuando estábamos solos y yo no podía evitar ser coqueta en algunas ocasiones en que mis emociones más perversas me traicionaban.

Fue uno de esos días en que se me ocurrió la idea de venir a la iglesia y confesarme. Me encontraba muy nerviosa y angustiada, realmente pensaba que me volvería loca o terminaría cometiendo una locura.

Pero venir aquí a hablar con usted, un hombre tan comprensivo, realmente me trajo cierta paz.

Sin embargo, no pude volver a tiempo para terminar mi confesión y conseguir la ayuda que necesitaba de su parte… pensé que con lo que había confesado estaría bien… que estaría a salvo… pero recaí padrecito… mi cuerpo y mi mente me engañaron… y se produjo la tragedia" – relató la preciosa mujer nuevamente entre llantos.

Priscila se abrazó al padre Patrick, depositando su cabeza sobre el hombro y apoyando su busto en el torso del prelado de su iglesia. El cura acariciaba su espalda y su cabello con ternura, lo que producía un bochorno que recorría su piel hasta su vagina que palpitaba, lo que produjo que acomodara sus piernas, encontrándose sus muslos con una notoria dureza en la entrepierna del párroco.

El sacerdote que no sabía que hacer, se encontraba nervioso. Habían llegado las cosas a un punto peligroso y a pesar que el deseo superaba la virtud de su oficio se limitó a esperar la reacción de la muchacha.

Priscila que había sentido primero y observado después el gran despliegue en el pantalón del sacerdote, sentía que volvía a ser dominada por aquel lado oscuro que la hacía disfrutar de esos momentos. Entendía que ella era capaz de hacer caer en tentación hasta el más santo varón y empezaba a pensar que quizás su cuerpo había sido dotado con una belleza y sensualidad que serían su propia perdición.

Comenzaba a recuperarse un poco de la perdida cordura cuando sintió que el padre le acariciaba el rostro y le tomaba del mentón para quedar mirándola con ojos negros y deseosos.

"Priscila, querida – dijo con súplica el sacerdote- terminemos con tu confesión. ¿Qué pasó que tanto te atormenta?"

Aquel contacto y el rostro cercano del padre la terminaron de perderla. Terminaría el relato se dijo Priscila, pero ya no sabía porque lo hacía.

"El día de la muerte del tío me encontraba muy intranquila – Continuó la mujer mientras el sacerdote notaba el descontrol en la respiración en ambos- en la mañana mis compañeros me habían invitado a salir ese fin de semana. Lo que había gatillado el recuerdo del aquel último día de vacilaciones en que me había dejado llevar por la lujuria.

Decidí no volver a casa y almorzar fuera, así que llamé diciendo que volvería después de buscar a mis niños. Pero a pesar de que la conversación de mi amiga Amanda era lo más alejado del erotismo que yo podía escuchar, me encontraba distraída y con poco ánimo de conversar.

Pensamientos libidinosos y la atención que tenía sobre las miradas de los hombres que pasaban en la calle o en el restaurante me tenían ausente. Todo lo que veía o imaginaba hacía mella en mí y me tenía muy caliente, pero también me trasformaron en una pésima compañía esa tarde.

Incluso en un momento que fui al tocador, creí que un hombre me seguía y mi entrepierna se humedeció. Al final el hombre continuó al baño de hombre y me sentí frustrada y apesadumbrada por lo que había llegado a imaginar.

Mi amiga me preguntó que me pasaba y yo le dije que nada, que me encontraba de pronto algo indispuesta. Amanda me dijo que entonces lo dejáramos para otro día, así que se despidió y me deseo que me mejorara pronto.

Me dirigí molesta a casa mucho más temprano de lo que había dicho, pasadas las 3 de la tarde. Entre acalorada y agitada por el extraño día. Estacioné el auto afuera y bajé del auto.

Abrí la puerta de la casa y desde el vestíbulo escuché la televisión en la sala de estar y me dirigí hasta ahí. Lo que me encontré ahí me dejó paralizada en el umbral.

Tío Alberto veía el televisor sentado en este mismo sofá, estaba absorto mirando la grabación de nuestras vacaciones en el trópico. En la grabación salía Yo hablando a mi esposo mientras tomaba sol en la playa con un pequeño bikini negro.

Recordé que Fernando y yo estábamos prácticamente solos en la playa de una pequeña isla tropical donde sólo se podía llegar en yate o bote, por lo que mi marido me conversaba con cierta picardía, lo que me tenía algo erotizada en el lugar. Incluso se notaba en el televisor que mis pezones estaban erizados en aquel momento.

Pero lo peor no era que tío Beto disfrutara de mi cuerpo en el televisor, sino que estaba con su pene erecto afuera y se masturbaba mientras lanzaba frases vulgares acerca de mi o mi cuerpo: <Que ricas tetas tienes, mi Pris> <Que putita más golosa y caliente> <Seguro que una hembra como tú quiere probar este pene> <Que cara de mamadora tienes tetona > <Eso… gírate para ver ese culo de yegua… seguro que no te importaría tener mi verga alojada bien al fondo de ese ano>

Yo estaba paralizada y sorprendida a unos metros del tío, un escalofrío recorrió mi piel y una sensación cálida abarcó mis senos y bajó por mi vientre. Observé la mano subir y bajar en la verga y sentí una oscura lujuria.

Ciertamente el tío había encontrado el video en mis cosas y lo miraba habitualmente. Sin embargo, no era el único material que servía para lo que estaba haciendo. En la mesa había un montón de fotos mías en traje de baño.

Padre – dijo la rubia fémina con voz trasformada por el deseo al padre Patrick- mi mente estaba perdida y mi cuerpo excitado – su mirada era intensa y al observar la expresión enajenada del sacerdote empezó a hablar como una niña pequeña, para perdición de ambos-. Tenía muchos deseos de realizar algo prohibido para mí, que siempre me había comportado como una esposa fiel, hija ejemplar y madre dedicada.

Desabroche mi chaqueta y la dejé caer al suelo. Di un paso hacia la sala de estar sorprendiendo al tío, que saltó por el susto en el sofá - Priscila intercalaba relatos con voz normal y exageraba ciertas partes del relato con voz excitada o fingiendo esa vocecita de niña que empezaba a enloquecer al pobre servidor de la iglesia -. El tío me miraba asustado avanzar lentamente hacia él, creyendo que yo entraría en cólera por haberle descubierto en semejante situación. Ya empezaba a balbucear lastimeras disculpas.

"Padrecito… yo no pensé que estaba haciendo el mal en ese momento – relató con fingida voz Priscila -. Fernando es muy respetuoso conmigo y ver al tío así, expresándose de manera vulgar de mi cuerpo me calentó como nunca… me sentía halagada por esos dichos soeces ¿Acaso soy una depravada?"

El cura acarició el rostro de Priscila y limpió las lágrimas del rostro de la bella mujer.

"No es tu culpa, hija –dijo mientras con dedos temblorosos acariciaba los labios pulposos de la rubia-. Es que en el matrimonio es deber del marido reconocer los atributos de su mujer, en especial de una mujer como tu"

"¿A que se refiere padre?" –preguntó Priscila con voz infantil y el corazón acelerado mientras sentía la mano del padre acariciar su muslo, lo que hizo que diera un pequeño beso a los dedos que acariciaban sus labios.

"Claro mi niña – confesó el sacerdote mientras acariciaba con una mano el muslo desnudo debido al continuo movimiento de Priscila en el sofá – un mujerón con unas piernas tan magníficas y suaves como las tuyas…"

La muchacha se levantó un poco y cruzó sus piernas con coquetería.

"Ay! No diga eso padre" – dijo ella exaltada mientras sentía que la mano subía por el lado de sus muslos hasta sus nalgas.

"Con unas nalgas divinas como las que tienes – continuó el pervertido sacerdote dejando de acariciar su rostro para bajar un único dedo por el mentón, rozando el cuello con deseo hasta los senos, que recorrió lentamente con ese único dedo- y con unas tetas tan deliciosas como estas… ¡que Tetas!"

El lenguaje vulgar en la boca del cura le había hecho perder toda cordura. Se mordió el labio mientras observaba ese único dedo presionar primero uno y luego su otro seno. Sentía que estaba muy mojada, que necesitaba seguir viviendo aquella oscura emoción que humedecía sus labios vaginales. Escuchar al cura bufar descontrolado.

"Vamos Priscila… -pidió entre jadeos el padre Patrick con una mano manoseando una de sus tetas- ¿Qué pasó con tu tío? ¿Qué travesura hiciste, niña mía?"

"Padre… usted me va a castigar si le cuento ¿no es cierto?" – dijo Priscila con voz dulce de niña mientras sentía que el párroco separaba sus muslos y levantaba hasta su cintura el vestido.

"Claro que no, mi niña –decía con rostro colorado y el sudor perlando su frente. La mano del depravado sacerdote empezaba a acariciar con cierta torpeza la entrepierna de la apasionada y voluptuosa rubia -. El Padre Patrick sólo quiere darte lo mejor. Hacerte saber que todo va a estar mejor si confías en mi… ya lo verás… continúa con tu relato, mi niña hermosa" – dijo el cincuentón párroco mientras se acomodaba para acariciar con su otra mano el gran bulto en la entrepierna de su pantalón.

"Tío Beto estaba guardando su verga en el pantalón –continuó con rostro rosado por la excitación la joven esposa-, yo avancé hacía él con una sonrisa descarada y empecé a desabrochar mi camisa lentamente, para confusión del tío que permaneció sentado y mudo – Priscila se detuvo al observar que el sacerdote empezaba a lamer sus senos a través del escote provocándole un placer inigualable.

"Continúa" – le ordenó el sacerdote mientras volvía a lamer y besar los turgentes senos de la blonda muchacha, que sin control se abrazó al padre Patrick.

"Me desnudé lentamente frente al tío, que estaba boquiabierto y paralizado en este mismo sillón -siguió Priscila con su historia al oído del cura, entre gemidos descontrolados-, conservé sólo aquellas sandalias moradas que eran demasiado difíciles de retirar para la premura que tenía. Padrecito lindo… me puse de rodillas y sin preguntar le tomé su verga que había perdido algo de su erección, entonces le miré a los ojos con una sonrisa pérfida en mis labios y comencé a lamer y a chupar aquella gruesa verga… como la más vil de las putas"

Priscila completamente fuera de si, excitada por las caricias de la boca del clérigo en sus senos y las caricias de la invasora mano en su vagina buscó la verga del padre con dedos temblorosos y anhelantes. Cuando la encontró se sorprendió del tamaño que tenía aquel pene, lo recorrió con sus dedos unos segundos antes de cogerlo y manosearlo una y otra vez, produciendo gimoteos afligidos del lascivo párroco.

"El pene de mi suegro reaccionó y estaba de nuevo muy duro – relató la rubia mientras desabrochaba el pantalón del macho que la tenía vuelta loca y le miraba a los ojos-. El tío me miraba con una cara cachonda, mientras sus manos empezaban a acariciar mis pechos en busca de mis pezones erguidos. Estaba muy excitada y mientras con una mano sostenía el pene del tío para chuparle desesperadamente con la otra mano empecé a masajear mi clítoris" – en ese instante sintió que la mano del padre empezaba a introducirse por el calzoncito y empezar a masajear su "delicada pepita".

"¿Qué hiciste putita? Confiésame tus pecados puta calentona…" – soltó el cura de pronto.

Aquella actitud del párroco junto con la caricia en su clítoris desencadenó una serie de pequeños orgasmos que le mantuvieron en silencio casi medio minuto. Pero aún no era suficiente para Priscila, que empezaba a sacar con sorpresa una larga y gruesa verga del pantalón del cura.

La sensual blonda acarició la verga del párroco mientras sentía los embates de las manos extrañas contra sus senos y su entrepierna. Estaba muy caliente y tras masturbar brevemente al sacerdote se empezó a meter la verga de este en la boca.

"Hija mía ¿Qué haces?" – la voluptuosa mujer escuchó decir al cura entre gemidos, pero ella estaba perdida por aquel pene y no lo dejaría hasta quedar satisfecha.

"Estaba caliente y necesitaba la verga del tío –decidió seguir con el relato mientras intercalaba lamidas en el pene del padre Patrick – así que con un rápido movimiento me subí a este mismo sillón y me ensarté su verga sin compasión. Me empecé a mover sobre el tío Alberto, que me miraba con una expresión de esfuerzo en el rostro. Sentía su verga frotar las paredes de mi vagina y esto me fustigaba a continuar, moverme cada vez más rápido y sin descanso.

Mi suegro estiraba una mano para acariciar mis tetas y meter un par de dedos en la boca que yo chupaba deseosa. Su otra mano apretaba uno de mis glúteos con bravura. Parecía poco a poco cansado, pero contento.

Yo seguía cada vez más deseosa y llena de lujuria – Priscila lamió el glande y luego el tronco del cura, para continuar con su historia- . Me sentía como una salvaje amazona montando a pelo un viejo y fornido caballo. Seguí cada vez más rápido, tío Beto había bajado sus manos a mi cintura y tenía cara de dolor, por lo que supuse que le dolía su pene por mi desembocada carrera en su pelvis. Pero yo quería hacerlo sufrir un poco y continué en busca del orgasmo tan deseado – la rubia se levantó dejando al cura en el sillón. Con premura se sacó el vestido de luto y la ropa interior de encaje.

"Muévase padre – le ordenó al cura Patrick mientras lo acomodaba en el sofá -. Quiero mostrarle como monté al tió Beto"

El curo silencioso dejó que la desnuda muchacha le acomodara en el sillón y ante su estupefacta vista vio como la rubia se subía sobre él e instalándose sobre su barriga se acomodaba también, tomando su verga, para lograr ser penetrada.

"Hija, ve con cuidado -pidió el cura con cara asustada-. Es la primera vez que falto al señor y caigo en el pecado de la carne"

Ante la extraña revelación del cincuentón cura irlandés Priscila sintió que tanto su boca como su vagina se humedecían. Aunque una de sus fantasías era desvirgar a algún imberbe, jamás imagino serle infiel a su esposo y mucho menos desvirgar a un hombre ya entrado en la vejez. Sin embargo, estaba ahí guiando un largo y grueso pene virgen a su muy mojada vagina. Realmente deseaba sentirlo y cuando sintió el glande del padre en su lugar, bajó sobre el lentamente.

"¡¡Aaahhhhhh!!" – se le salió a la mujer que cerraba los ojos mientras apoyaba las manos en el grueso pecho del cura. Sentía la enorme verga presionar ajustadísima contra las paredes de su vagina, alcanzando mucho más lejos que cualquier pene que hubiera sentido en su vida.

"Dios mío… que calor rodea mi pene – reveló el azorado sacerdote, incapaz de moverse. Dejando que la rubia le dominara. Sólo se atrevió a pedir una última cosa- Sigue contándome pequeña… ¿Qué pasó con tío Beto?"

"Padrecito rico… -hablaba ya totalmente fuera de si Priscila, mientras comenzaba a moverse con la vergota del cura dentro de ella – me cogí al tío Beto sin descanso. Me movía, mientras el gesticulaba con dolor y balbuceaba palabras ininteligibles.

Se sentía rico padrecito… casi tanto como su pene – confesaba la blonda ofreciendo sus senos a la boca del padre que empezó a lamer como un becerro hambriento -. Estaba tan centrada en mi placer que no me di cuenta que lo que hacía con el tío. Que aquella sería una salvaje y mortal cabalgata.

Sentí mi vagina contraerse y un orgasmo me llenó en el mismo momento en que tío Beto vaciaba su semen en mi interior. Busqué su boca y lo besé con desesperación, sin embargo, sus manos apretaban mis brazos con cierto desespero.

Cuando miré excitada y algo extrañada al hombre que se había transformado en mi primer amante, descubrí que algo iba mal.

Tío Beto se tomaba el brazo izquierdo y parecía respirar con mucha dificultad. Salí asustada en busca del teléfono, le preguntaba al tío si estaba bien, pero él sólo me pedía ayuda.

Llamé a una ambulancia, ayudé al tío a incorporarse y vestirse con mucho esfuerzo – Priscila había disminuido un poco el ritmo de su follada y varias lágrimas resbalaban por sus tiernas mejillas – tomé en algún momento una bata y unas zapatillas de lona y esperé desesperada la llegada de la ambulancia.

Vi al tío caer inconsciente poco antes de que el vehículo de emergencia llegara y lo acompañé hasta el hospital, donde tras desesperados minutos murió. Y desde ese momento estoy desesperada y llena de culpa.

"Padrecito – clamó con dolor y angustia, pero con la evidente contradicción de su cuerpo que aumentaba el ritmo de la cogida- Yo maté al tío Beto… yo me lo cogí hasta la muerte… ahhh… mmmmmmmm" – continuó sollozante, mientras de su boca salían gemidos de placer y dolor.

La rubia esposa, madre de dos hijos, vio que el sacerdote se separaba de ella y empezaba a correrse sobre su vientre y sus piernas. A través de la temperada piel la muchacha sentía cada gota del líquido seminal derramado, lo que produjo una extraña contracción vaginal que originó un larguísimo orgasmo que la dejó sin aliento sobre el cura.

"Ahhhhh… padrecito rico… mmmmmmm… ayyyy! –se le escapaban las palabras Priscila durante el orgasmo – Esa es mi confesión… por dios démelo… deme por favor su perdón"

"Hija mía – dijo el padre Patrick con la voz entrecortada por el esfuerzo mientras se levantaba del sofá – Tranquila, hija mía. Que absuelta quedas por gracia de este humilde sacerdote, tu ferviente servidor"

La rubia

Priscila se desparramó sobre el sofá, colocando una pierna sobre el espaldar. Se conocía algo más y sentía que no había quedado totalmente satisfecha con una única follada, como sabía también que el sacerdote aún deseaba más, pues, la poderosa verga del cura aún se encontraba lista y dispuesta.

"Priscila –dijo el sacerdote pensativo - ¿Qué más deseas de mi?"

"Padrecito – dijo con voz sensual mientras sus manos recorrían sus labios vaginales primero, antes de subir a pellizcar sus pezones- Tengo un nuevo secreto que contarle"

El sacerdote escucho atento.

"Padre Patrick… he sido una niña mala – la rubia enterraba sus dedos en su vagina-. He seducido a un hombre santo y me lo he follado. Pero creo que me lo volveré ha follar… soy una mujer adultera y malvada… Quiero que me de una durísima penitencia"

El sacerdote no espero mucho más.

Se acercó al sofá y se colocó sobre la muchacha que con una mano ayudó al cura a ser penetrada nuevamente. Ambos cuerpos se fusionaron e intimaron sin descanso mientras sus bocas se probaban una y otra vez. Los gemidos llenaban el ambiente de toda la habitación y dos figuras compartían lo prohibido una nueva vez, dando comienzo a una tarde de locura que cambiaría sus vidas.

Aquella tarde fue Priscila al final la maestra que enseña y tras más de una hora en que terminaron entre ambos el whisky el padre se marchó, asegurándose que la muchacha le visitaría pronto en la iglesia donde iniciaría las tan esperadas penitencias.

Aquella relación secreta e escandaloso, que involucraba a una mujer casada y madre de familia y a un sacerdote se mantuvo largamente, pues, la expiación de culpa era siempre necesaria en el juego que habían concebido entre ambos. Así como las pérfidas y excitantes penitencia que el cura o la misma Priscila empezaron a crear.

Este fue sólo el inicio de un prohibido juego que ambos aprendieron a disfrutar.

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