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El Despertar (08)

en Grandes Series

El Despertar VIII

(Amanecer adolescente al sexo. Orgía primera parte. Primera experiencia en trío)

Ahora Martín era más prudente en el colegio con la naturaleza de nuestro vínculo y, aunque se acercaba todos los recreos, sus orteadas y apoyadas habían desaparecido. A veces me decía que tenía ganas de acariciarme entera, anhelo al que yo respondía con mirada seductora o un leve rozamiento de nalgas en su verija para aumentar su permanente calentura.

Ese nuevo comportamiento de Martín fue derivación de los consejos de María y, además, por que nuestra relación había adquirido mayor firmeza y seguridad al tener, en la casa de Pablo, un dormitorio reservado, los sábados, para dar riendas sueltas a toda la pasión acumulada durante la semana.

La compostura de Martín no se condescendía con la de los demás compañeros quienes seguían haciendo de mi culo el blanco preferido de sus manos o de sus pijas.

Héctor abusaba de su condición de compañero de banco y vivía dedeándome el trasero o restregándose en mis piernas.

Tony continuaba sus afirmadas interminables, aunque elegía circunstancias siempre seguras, libres de miradas indiscretas.

Esporádicamente me mariposeaban otros camaradas, de mi curso o de otros, que no habían despertado mi confianza y aceptación. Algunos de ellos habían enganchado a Gabriela y otros a Luisa, las dos marías que, conmigo, conformábamos las tres del mismo nivel, aunque no teníamos amistad entre nosotras.

Desde el episodio del 5º A, Alberto me trataba con mayor cariño y delicadeza. Se acercaba a cotejarme diciéndome que cada día estaba más linda, que lo atraía más, que quería salir conmigo, que soñaba y se pajeaba pensando en mí, etc., pero evitaba franelearme en público, aunque a veces su manos o su pene tomaban vida propia y me orteaba o me apoyaba su aparato dejandome la hermosa sensación de su presencia impresa en mi trasero.

En Química tuvimos que hacer un trabajo de equipo para el cole así que convinimos reunirnos una tarde en la casa de Alberto.

Con Martín fuimos los primeros en llegar: el, sobriamente deportivo; yo con un short que, de tan pequeño, dejaba ver el nacimiento de mis piernas y una marinera.

Más práctico, Alberto nos esperaba en pijama.

Nos hizo pasar y, mientras esperábamos al resto, nos contó que estaba solo porque su familia había salido en un corto viaje por unos días, así que podíamos hacer lo que nos viviera en ganas.

Puso algo de música y la charla derivó en las correrías de las parejas conocidas, en el físico de las demás marías de la escuela, en los galanes y las estrellas del cine.

En eso estábamos cuando llegó Gabriela vestida pacatamente con una camisola y un jean que no le disimulaba el poderoso y fofo culo.

Era dicharachera y romántica. Nos saludó con un tímido beso en la mejilla, expresando con fino humor "espero que la química de hoy sea buena", y, señalando mis piernas desnudas, dijo jocosamente "con tus piernas no sabés lo que haría" a lo que retruqué en igual tono "seguramente lo mismo que sin ellas", salida festejada por la audiencia.

Nos sentamos en el living a escuchar música y a la espera de Tony y Héctor, quienes cayeron como por cuenta gotas.

Alberto nos explicó a todos el asunto del viaje de sus padres, que estaba sola la casa, que no esperaba a nadie, y que podíamos hacer lo que queramos. Agregó que había hecho el trabajo de química de todo el grupo y nos entregó una copia a cada uno para que después la leamos y la corrigiéramos si lo creíamos conveniente.

En consecuencia, teníamos la tarde libre y la casa a nuestra disposición, así que sacó sandwichees, cervezas y gaseosas, con lo que nos dimos a la música y al jolgorio. Gabriela conversaba animadamente con Tony y Héctor, Martín conmigo y, cuando Alberto terminó de servir las bebidas y los emparedados, me invitó a bailar.

Formamos la pareja dispareja por las diferentes alturas, ya he dicho que Alberto era enorme y que yo solo le llegaba a las tetillas. Además, el estaba en pijama y yo en modoso mini short.

Me colgué en su cuello y junté mi cuerpo al suyo. El enlazó sus manazas por mi cintura y me apretó haciéndome notar el calor que irradiaba su gran bulto —"te voy a comer entera", me dijo al oído— y yo le respondí dejándome llevar mimosamente.

Martín conversaba con Héctor ya que, en el otro extremo, bailaban Gabriela y Tony, tomados en la forma tradicional con un brazo izquierdo en alto. Con el otro él la sujetaba por la cintura tratando de acercarla y ella mantenía la distancia con su codo.

Entregada a la presión que Alberto ejercía sobre mi cuerpo, me dejé seducir y me pegué al suyo sintiéndome plácidamente segura en sus enormes brazos, cobijada por su inmenso corpachón, percibiendo el crecer de su pedazo y a sus manazas acariciarme dulcemente la cola.

Estaba perdida en esas cálidas sensaciones cuando Martín le pidió a Alberto mi mano y éste me entregó, dedicándose a servir una nueva vuelta para todos.

Miré a Gabriela y Tony y noté que ya estaban ligados con las manos de él apoyadas en el cavernoso culo de ella.

Martín notó mi calentura y su arma se empinó cual catapulta, me apreté como estampilla a su cuerpo, besé su cuello, y sentí sus dedos calentándome el trasero.

Con una seña, Martín llamó a Alberto invitándole a bailar los tres, lo que acepté con gusto, sobando con mis nalgas el rabo de Alberto, quien se había colocado a mis espaldas. Era el jamón del sándwich: a mi traste las manos de Martín y la pija de Alberto; a mi frente las manos de Alberto rozándome el pubis y el choto de Martín.

Los besos no tardaron y pronto se confundieron las manos y los ardores.

"Ya venimos", dijo Alberto a los demás y nos condujo a su habitación.

Estábamos ardientes, las prendas volaron a todas las esquinas. Le di Martín el pote con el linimento calmante y lubricante, que ya usábamos en forma habitual entre los dos, y le dije que me unte con abundante ungüento.

Desnudo, Alberto era un monumento al derroche. Todo en él era enorme, casi gigantesco, aunque mantenía esa cara inocente de quince años que tanta ternura me despertaba.

Lo hice girar para aprender toda la belleza de su cuerpo y acaricié con la yema de mis dedos su espalda, besando y lamiendo aquellos sectores a mi alcance, estimulando suavemente su piel que respondía con leves estremecimientos.

Estaba parado y yo, arrodillada a su espalda, relamíale las nalgas, los muslos y sus piernas hasta llegar a los pies, controlando el efecto de mis afanes sobre su calentura.

En un rincón, Martín nos miraba y mecía suavemente su poronga.

Hice girar a Alberto y ante mí se mostró en toda su dimensión su gigantesca verga. Una corriente de placer me escaló por todo el cuerpo al recordar la cogida con que se había estrenado.

Senté a Alberto en la cama, me puse entre sus piernas y me abalancé a besar, chupar y repasar sus enormes bolas, apresando con mis manos esa pija que medía casi tres de mis puños de esa época. Remontando de a poco su estaca, relamiéndola golosa, apresé el enorme glande con mi boca. Sentí su vibración al rozar mis labios su fina piel y sus jadeos al trabajar mi lengua el sensible cutis de su glande.

Al verme con el culo en oferta, prendida de esa formidable verga, Martín se apuró a trabajar en mi grupa, calentándome las nalgas, laminando mi sexo con saliva, besándome dulcemente el ano e introduciendo su grácil pala en mi agujero.

Mientras le arrancaba ronroneos de placer a Alberto afanándome en su choto, Martín se ocupaba, con maestría, de dilatarme bien el culo y ungirme —ya con tres sus dedos adentro mío— abundante bálsamo en todo mi conducto, haciéndole llegar hasta lo más profundo de mi abertura.

Cuando percibí que la calentura de Alberto se había transformado en frenesí, me despojé de los dedos de Martín y dirigiendo la poronga de Alberto con mi mano, la centré en mi agujero. Lentamente, fui sentándome sobre él, clavándome muy despacio su fusil que, a pesar de la abundante lubricación sedativa, me partía y agrandaba con dolor el culo, deslizándose viril y ardiente en mi interior hacia lo más profundo de ser.

Sentí que me perforaba el estómago cuando mis nalgas se afirmaron en la base de su mástil. Me quedé quieta hasta que el dolor y el ardor dieron paso al inmenso placer de sentirme llena y completa, necesitada y copulada.

Lentamente comencé a ocuparme de esa pija con el meneo de mi culo, primero circular y luego de arriba - abajo, sacándola y metiéndola, haciéndola rotar, absorbiéndola con mi esfínter, provocando toda clase de jadeos en Alberto, quien con sus manazas se ocupaba de mis pechos.

Fogoso, Martín comía mi sexo y múltiples sensaciones se mezclaron en mi cuerpo cuando sentí palpitar la espada de Alberto en mis entrañas, avisándome su venida. Arrebatado y apasionado, con su ariete me perforó como un loco hasta que explotó, en movimientos convulsivos, en una ardiente y abundante lechada que inundó mi ojete, al tiempo que Martín me arrancó un eléctrico y prolongado éxtasis que tomó todo mi ser en una sucesión interminable de ondas orgásmicas que me dejaron aletargada.

Fue una experiencia de aquellas el sentir el deslecharse de Alberto en mis entrañas, su cálida esencia anegándome, y, simultáneamente, la corriente de orgasmos que me detonó el cunilingus de Martín.

Me quedé sentada con el miembro de Alberto entre mis carnes y me tiré hacia atrás tendiéndome de espaldas sobre su cuerpo. Me recibió en su pecho, cubriéndome con sus poderos brazos.

Martín se paró frente a nosotros, apuró su masturbación y nos ametralló a trallazos de caliente semen que hicieron blanco en nuestra relajada piel. Hacendoso, luego lamió concienzudamente su esperma en una excitante tarea de limpieza.

Desde atrás Alberto me enlazaba con sus tentáculos y sus manazas acariciaban displicentemente mi tetas y mi sexo ya que seguíamos acoplados. Sentía la presencia de su pene semierecto en mi agujero y me sabía feliz y plena.

La lengua de Martín no descansaba de operar sobre nosotros. Había hundido su cabeza en nuestras entrepiernas y relamía los bordes de mi ano abierto y el tronco de la tremenda lanza de Alberto aún enchufada en mi agujero.

El trabajo de Martín dio resultado despertando nuestra excitación. Me es inenarrable la vital sensación de una pija, en este caso de Alberto, creciendo y endureciéndose dentro de mi túnel. Mi temperatura se elevó a mil.

Sin desencularme, Alberto me levantó como una pluma y me depositó en cuatro sobre la cama.

Regenteó mi grupa con sus manazas y sus estocadas. Abriéndome las nalgas y presionando mi trasero con su pubis me lo metió hasta el fondo. Inició un rítmico mete y saca, sacudiéndome con fuerza y haciéndome gozar todo el largo y ancho de su pene, que entraba más profundo en cada embestida.

La pija de Alberto era atendida por mi culo absorbiéndola, abriéndose y dilatándose, y completaba la pistoneada de él con un movimiento sinuoso que aumentaba la dulce fricción de su herramienta.

En su trasero trabajaba la lengua de Martín regalándole el mejor beso negro que Alberto había gozado.

La vehemencia de Alberto, excitado por adelante y por atrás, no tenía límites y su mete y saca se transformó en intensas sacudidas de su lanza que, en cada pulsación, lanzaba torrentes caliente semen con que bañó mis entrañas, por segunda vez.

Un poco recuperado de su éxtasis, dijo: "me gusta cogerte" y, sin importarle que yo aún no había llegado, desclavó su instrumento de mi culo.

Sin más trámite el orificio fue ocupado por Martín, quien esperaba ansioso su oportunidad.

Con Martín nos comprendíamos en la cama así que, acariciando con sus dedos mi ingle se concentró en culearme rítmicamente.

Con lo lubricado que tenía mi canal por el ungüento y los litros de la esperma que Alberto me había regalado, la pija de Martín, bastante más chica que la del otro, entraba, salía y rotaba entre mis carnes sin obstrucción, arrancándome gemidos de placer.

La complacencia de su mano en mi sexo y el gozo de su poronga en mi ano crearon sendas y deliciosas corrientes que, cuando chocaron en la mitad justa de mi interior, generaron allí la fuerza que me desencadenara múltiples orgasmos, en explosiones de intenso éxtasis, con oleadas de energía que se extendieron por minutos. Casi me desvanezco de placer.

Martín dejó que llegara plenamente para retomar e incrementar su ritmo, bombeándome cada vez con más premura, hasta que su pedazo empezó a pulsar y, estremeciéndose, escupió a trallazos su ardiente esencia.

Como continuaba en cuatro me bajó las piernas, acomodándome boca abajo, sin sacarla, y se quedó tendido sobre mi cuerpo hasta que su verga se ablandó, abandonado mi orificio.

"Sos fabulosa", me dijo y me dio un tierno beso que yo respondí.

Me sentía desarmada con semejante cogida, así que me quedé, boca abajo como estaba y me adormecí sin importarme los fluidos que manaban de mi florecido agujero.

 

Agradeceré comentarios.

Paradaparada41@hotmail.com