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Cornamenta

en Confesiones

I.-

Que me interesa si la pelota viene y va, golpea y rebota como un pin-pong, si la raqueta no sabe conducir el vaivén de la danza del fuego.

Por más que aquella arremeta en mis carnes una y otra vez, si la lanza no acierta abrir, penetrar y tomar posesión, de nada valen tus sudores ni las palabras -que supones dulces- me bates al oído.

Amándome así, veo en ti tu cornamenta, la tan buscada y abrumadora sed de que sea eróticamente feliz.

Tu migaja de espanto no alcanza a cavar el surco de mi carne ni mi amor me aturde tanto como para percibir la locura del ardiente mástil, tan necesitado.

Te mueves y me golpeas. Siento tu vaivén y finjo.

Amor, ¿puedes ser tan ciego como para sentir que me tienes y te tengo.?

II.-

Hoy ha sido un gran día. El regalo que me hiciste es de aquellos que se recuerdan siempre.

Tu boca y tus labios sabían como de costumbre, después de los años de casados. La rutina acaba el amor y todo lo que toca.

Te acaricié la cabeza de reno inocente y recibiste mis manos con aquella ternura del que todo lo tiene.

Esta vez tus manos fueron más calientes que en los últimos tiempos y supieron hacer renacer a mi carne, en parte, la pasión de los primeros tiempos.

Hoy supieron tu lengua y labios, abrasar mi sexo hasta casi desenfrenarlo.

El sumun fue cuando me clavaste con aquel extensión que habías comprado para engrandecer tu pequeña migaja. Y sentí cómo esa cosa, extensión tuya y de tu amor, me abría por dentro, desgarrándome, estirándome, ensanchándome y perforándome, como si fuera la primera vez con aquel otro que no conociste ni conocerás.

Y allí sí vino el orgasmo abierto, tanto tiempo deseado.

Y te amé.

Te amé tanto que cuando te bajaste me arremoliné a tu cintura y le hice una fellatio a tu prolongación y después seguí contigo hasta sentir la débil mantequilla de tu esperma.

III.-

Acostumbrados a la nueva forma de amar, consolador mediante, te vi cuán hermoso te hizo la naturaleza.

Aunque ella te jugó sucio con el atributo esencial de la masculinidad, reconozco que te dio buenos pectorales, hombros anchos, piernas bien torneadas que se diluyen en pies pensados para diseño.

En especial te brindó esa cola redondeada y dura que es la envidia de muchas mujeres y que, expuesta ante mí, me deslumbró.

Boca abajo, con las manos sujetas al espaldar de la cama, allí estaban esas nalgas duras, resplandeciendo, irresistibles.

Poco a poco fui besándote y bajando por la espalda hasta quedar frente a ese culo tuyo tan deseado y amé cada una de tus nalgas hasta descender por el centro hasta tu aureola.

Mi lengua, suave y caliente fue abriéndote el esfínter y no faltaron gemidos de placer de tu parte.

Clavé mi lengua como su fuera un pene entre sus carnes mientras me puse el arnés con el juguete en ariete.

Y fuiste una de gemidos apasionados mientras embadurnaba el adminículo.

Así de golpe te besé la nuca y te clavé como si yo fuera hombre y tú mujer.

Al solo tocarte la migaja, te derramaste en un mar de leche. No sé cuantas veces llegaste mientras serruchaba tu culo con todas las ansias descubiertas al verte así, tan hermoso y entregado.

IV.-

Amor mío: me amas, te amo, te hago amar por mis amantes y acaricio tu cornamenta ahora consentida.