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El violador silencioso (II)

en No Consentido

El violador silencioso II
por Tina

Indefectiblemente llegó el lunes. Una rara sensación se había apoderado de mi durante la semana. No era para menos después de la violación que había sido objeto y ese insultante mensaje que el maldito me había dejado: "Guarda todo para el lunes". Y el lunes era hoy.

Había cometido una serie errores, como suele pasar cuando una se encuentra en situaciones límites y desconocidas: No sabe qué hacer.

Yo no supe confiar en mi marido y esa tarde, después del sexo forzado a que fui sometida, le dije que todo estaba bien.

Esa mentirilla, esa omisión me marcó durante los días siguientes, pero entendí que ya era tarde para arrepentirme y decirle la verdad, ya que no solamente debía explicar eso de la violación sino también el ocultamiento, lo que podía crear desconfianza en mi marido, cuestión que a toda costa quería evitar.

Por tanto, esta última semana la pasé con remordimientos y pensando que debía hacer si el abusador cumplía su promesa y se presentaba nuevamente. Cientos de posibilidades me vinieron a la cabeza. Desde contratar una agencia de seguridad privada para que vigilen la casa —por supuesto sin decir palabra de la profanación de mi cuerpo— hasta colocar alarmas por todas partes, pasaron todas las posibilidades intermedias que se pueda imaginar. Finalmente decidí hacerle caer en una trampa y grabarlo digitalmente con las web cam que hice colocar en el living, donde me sometió, en forma tal de capturar su imagen y con ello acusarlo.

Lo que mayor remordimiento me causó fue que mi marido estuvo particularmente activo toda la semana y me hizo el amor tres veces, en todos los horarios, diciéndome las frases calientes que por lo general lo excitan y me enardecen:: "me gustan las mujeres bien putas"; "cómo gozas con la pija"; "te voy a reventar el culo", "me gustaría ver cómo te cogen otros", etc., a lo que yo respondo con frases similares.

En otras palabras, mientras hacemos el amor, solemos fantasear que estamos en un trío con un hombre o una mujer y nos contamos mutuamente que nos hacen esas otras personas imaginarias. El me cuenta cómo se coge a la otra y yo como me coge el otro macho y como siento ante su sexo.

Y allí vino el remordimiento, ya que mientras hacía el amor con mi marido no podía dejar de cavilar en el delincuente y el placer que me habían producido sus caricias y penetraciones.

Y allí yo, ensartada en el culo por el ariete de mi esposo, diciéndole: "quiero que otro macho me coja por la concha...", deseando en serio tener el pene del violador silencioso en mi cuevita.

Mi amante esposo no lo sabía, pero era él que con sus fantasías excitaba las mías, quien mantenía viva la figura del violador, quien, como ya lo he dicho, se mantuvo en silencio todo el tiempo.

Y así llegó el lunes y yo tenía todo listo: las web cam colocadas en el living, conectadas y con las PC durmiendo, cosa que con solo tocar una tecla se activaran y capturaran la imagen del desconocido.

Volví a casa a eso de las 11, mi marido lo haría después de las 17, que sale de su trabajo, recorrí la vivienda controlando que todo estuviera en orden y subí al dormitorio a cambiarme.

Por temor a ser nuevamente atacada me vestí con jeans, cosa de no ser presa tan fácil, como la primera vez que me agarró desnuda y masturbándome.

Tocaron el timbre y salí hasta la calle, pasando por el jardín que rodea el hogar, pero no había nadie. "Chicos traviesos", pensé y me volví adentro no sin antes cerciorarme que en el jardín nadie se escondía.

Cuando ingresé al living me llamó la atención un papel, tipo cartel, en la mesa ratona que antes no había visto. Me corrió un escalofrío por el cuerpo cuando comprobé que era un mensaje —escrito en computadora— del desconocido, que decía:

"Trae las cosas y ponlas en la mesa. Siéntate en el sofá y ponte la capucha".

Quise salir corriendo, pero en la casa había cosas de valor que no dejaría que me roben o destruyan. Además, el maldito caería en la trampa. Saqué los objetos que había guardado, convenientemente disimuladas para que mi marido no las encuentre, y con un solo toque encendí la computadora, sabiendo activada las web cam.

Ordenadamente, y pensando como lo atraparía con la grabaciones de su imagen, puse sobre la mesa las esposas, la barra con los lazos en los extremos, la mordaza, los cigarrillos y el encendedor. Con toda calma me senté en el sofá, me puse la capucha, y esperé.

La capucha era tan negra que no podía ver nada.

Se acercó por detrás y un solo movimiento me abrió la boca y me introdujo la mordaza. Había empezado su trabajo, el muy maldito.

Traté de defenderme con los brazos pero el desconocido, haciendo galas de fuerza y habilidad, me dominó en poco menos de un instante y enlazó mis manos hacia delante con uno de los lazos de la barra. Y jaló del otro extremo hasta hacerme comprender que debía seguirlo.

De la seguridad pasé al pánico y del pánico a la desesperación al ver que mi trampa se hacía añicos: Me sacaba del living y solo el living estaba cubierto por las cámaras.

Siempre sin decir palabra, y a los tirones limpios para doblegar mi resistencia, me condujo hasta el dormitorio matrimonial. Vanas eran mis lágrimas bajo la capucha y los gritos ahogados por la mordaza. Vana mi resistencia. A mis intentos de tirarme al piso, me arrastraba.

En el dormitorio me sentó en la cama, liberó una de mis muñecas y rápidamente la sujetó con el lazo del otro extremo de la barra, quedando mis brazos abiertos y mis manos en cada punta del metal.

Le tiré una patada que le erré y por toda respuesta recibí la cachetada más fuerte de mi vida, que literalmente me hizo volar al piso.

No decía palabra.

Estaba desesperada porque comprendí que el hijo de puta era capaz de matarme.

Le rogaba a Dios que no me haga daño.

Me subió a la cama y engrilló cada una de mis muñecas a los extremos del espaldar, liberando la barra. Con sendas piolas ató cada uno de mis tobillos a las patas de la cama, quedando mi cuerpo estaqueado en cruz.

Aún estaba vestida.

Temblaba de miedo y de pánico. Me maldecía por ser tan estúpida y rogaba a Dios.

Sentí que me ajustaba la capucha por el cuello. Los instantes eran eternos. Mi miedo ya era extremo cuando sentí que el sádico desconocido, con un cuchillo, arrancaba uno a uno los botones de mi blusa, a la par que la iba abriendo dejando mi piel expuesta, mientras me hacía sentir con saña el frío acero de su arma.

Tuve la certeza que no vacilaría en matarme. Ahora el terror me aconsejaba calmarme y hacer todo lo que el maldito ordene.

De uno solo corte rajó mi sostén y mis pechos saltaron liberados de su cárcel. Con la punta de la cuchilla dibujó mis pezones y en se entretuvo en cada uno. Sabía tomarse su tiempo y manejar los míos.

Por el centro de mi torax bajó su cuchilla mientras mi piel se estremecía.

Cortó la cintura de mi pantalón y, poco a poco, fue abriendo la costura exterior del jean, por una de las piernas, y luego hizo lo mismo con la otra.

El contacto del acero me estremecía, me producía escalofríos, pero, además, me ponía de mil; temía la puñalada, pero el muy sádico sabía manejar la situación a su satisfacción y a mi perdición, y ahora parecía gustarme el contacto de la gélida hoja.

Con poca destreza pero mucha calma rompió la botamanga del jean y comenzó a cortar la costura de lado interno de la pierna. Sumé más pánico y ahora sabía que no podía hacer el más mínimo movimiento porque, cuando llegara su puñal a mi entrepierna, podía causarme yo misma una herida con esa arma.

Fue subiendo, destrozando el pantalón, excitando mis muslos con el filo y yo mojando los calzones. Sus acciones calmas y seguras con el arma habían llegado a calentarme.

Terminó su trabajo no sin antes partir mi bombacha hasta liberar mi sexo y entretenerse un rato acariciando mis labios y clítoris con la puntiaguda y filosa hoja, lo que a más de calentarme me produjo verdadero espanto.

Mis otrora ahogados gritos se habían transformado en gemidos de placer.

Me tenía enlazada, desnuda y entregada a su placer.

Se retiró de mi cuerpo supongo que para desvestirse y contemplarme.

Luego con sus manos firmes comenzó a masajearme para relajarme, lo que logró en menos tiempo que la vez anterior. Sus masajes se transformaron en caricias, y las caricias en besos y lamidas en mi piel, pechos y concha, y mi temperatura fue subiendo hasta el grado de incineración. Mi sexo y mi piel ardían.

Esa boca sabía transformar el pánico en orgasmo cuando me clitoreaba lenguetándome o succionando, ¡qué placer inmenso!, cuando su lengua me cogía introduciéndose en las profundidades de mi cueva, ¡qué entrega! ¡qué necesidad de pija!

¡Metémela, papito!, pensé deseándolo profundamente. Y de pronto su ariete perforándome, sin que pueda oponer obstáculo, ni pensar, ni imaginar a mi marido.

Sentí su verga caliente abriéndose camino entre las paredes de mi cueva que gentilmente se distendían para recibirlo y aprehenderlo. Esa vara era un hierro candente que entraba seguro, ocupando su lugar en mi caverna y llevándose consigo los años de fidelidad a mi marido.

Allí estaba él, el desconocido silencioso y nunca visto, pistonándome la concha en el doble movimiento circular y de serrucho. Y esa masa de carne caliente que me hace llegar por dentro a la garganta. Y que me clava y que se apura, y más rápido, ¡que hermoso!, y que acelera, y que su respiración ruge, que empuja mis entrañas, que me levanta en cada estocada, que me llega más allá de la garganta, y más rápido ¡qué lindo! Y que no puedo más, y que me voy, me voy, me voooooyyyyyyy y los mil colores de mi orgasmo estallaron, explotaron contorsionándome, y explotaron de nuevo y de nuevo y de nuevo y de nuevo como una ola que se aleja, y el seguía hasta que de pronto me clavó con su mayor potencia y se arqueó, se arqueó y borbotoneó, borbotoneó su leche inundándome como nunca antes.

Se quedó tendido sobre mi cuerpo y percibí su perfume, el olor de su cuerpo y su transpiración, grabándolo en mis sentidos y en mi memoria.

Se levantó. Sabía que iba a sentarse, fumar un cigarrillo y cogerme de nuevo.

No podía odiarlo.

Sentí el humo del tabaco y a su agitación se calmarse. Estaba recuperándose. Siempre sin decir palabra.

Encendió la radio y la voz de la "paloma infiel" llenó la habitación.

Con toda calma, no sin antes enlazar con la barra mis piernas, liberó mis pies y trasladó su atadura al espaldar, de tal manera que manos y pies quedaron sujetos en el mismo lugar, mi cuerpo curvado, con la cara entre las piernas, y mi sexo y mi culo abiertos y entregados.

Una boca se posó en mi traste y emprendió un extraño rito mordiendo y acariciando mis nalgas, su lengua se acercó a mi ano y comenzó a trabajar a conciencia en mi orificio.

Su lengua sabía despertarme mágicas y desconocidas sensaciones, como aquella de sentir su apéndice voluntariamente endurecido introducirse en mi agujero como una suave pija.

Comenzaba a hervir mi sangre y mi cerebro, en los pocos instantes de lucidez que presentaba, me comprendía entregada al desconocido.

Aquella lengua era tan convincente, que poco importaba mi esposo o mi familia. Mi cuerpo respondía a esa intrusión que me abría el orificio, cálida y suavemente, que de mi ano pasaba a mi concha calentándome hasta hacerme llegar a las estrellas.

La punta de su instrumento se acercó a mi empapada vagina y entró de un solo golpe. Sentí la estocada hasta en la garganta; se movió en mi concha para embeberse de mis jugos y salir e invadirme, sin piedad, por mi desembocadura trasera.

El grito fue ahogado por la mordaza, pero aquel cilindro de carne entró hasta lo último llegando a lo más profundo de mis entrañas.

Me relajé y bombeó, y gocé; Y salió de mi culo y se metió en mi concha y bombeó y me relajé y gocé; y salió de mi concha y se metió en mi culo y bombeó y me relajé y gocé; y salió de mi culo y se metió en concha y bombeó, me relajé y gocé; y salió de mi concha y se metió en mi culo y bombeó, me relajé y gocé y bombeó en mi culo y acarició mi clítoris y apretó mis senos; y me culeaba, y me cogía y me culeaba; y yo lo recibía, lo absorbía y me iba y me iba, y me daba, y me iba, y me daba, y se apuraba y llegaba pulsando su pene escupiéndome litros de ardiente lava llenándome por dentro, y yo al mismo tiempo estallé sentí cómo la energía aculada en el centro del bajo vientre se liberaba en rayos de energía que sacudieron mi cuerpo en sucesivas ondas de intensidad decreciente.... ¡qué orgasmo, dios mío!.

El hombre se levantó aún con su verga semierecta y me cruzó el culo de dos fustazos, dejándome una cruz roja en las nalgas y una indefinible sensación de amor-odio; temor-seguridad; pánico-lujuria.

Se tomó tiempo, supongo que apara vestirse, abrió una de las esposas, depositó la llave en la palma de mi mano y desapareció.

Me llevó un buen tiempo volver en mí y desatarme. Me sentía destruida.

Cuando vi el reloj era la hora en que mi marido vuelve a casa, así que me puse a acomodar todo y fue entonces que encontré el mensaje: "guarda todo para el lunes".

Por Tina

Agradeceré comentarios y valoración.

paradaparada41@hotmail.com