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Arturo (2)

en Gays

Arturo se había convertido en una gacela alegre, cariñosa y obediente: en mi gacela.

Su cuerpo juvenil resaltaba formas armónicas y redondeadas.

Piel blanca y suave, casi lampiño, cabellos rubios y boca carnosa eran los atributos de su sangre ardiente.

Su trasero redondeado y terso, envidia de más de una, era la fuente de mis mayores desahogos.

Me había entregado su virginidad y poco a poco, en ardientes sesiones de pasión, mi verga fue modelando su canal hasta dilatarlo a la flexibilidad actual en que podía penetrarlo sin dificultad. Con la sola presión la cabeza de mi lanza abría su argolla y se escurría por su caverna hasta que mis pendejos quedaban sellados en sus nalgas. Entre gemidos de placer recibía mis estocadas y, con sus manos hacia atrás, asía mis nalgas y me pegaba su cuerpo exclamando: sí, dámela toda, más, qué hermoso, soy tuyo.

Con mi espada en las entrañas tiraba su cabeza hacia atrás para ofrecerme su boca a la que sellaba con un beso. Mi lengua recorría su cavidad mientras mi pene le masajeaba por dentro y, con las manos, ora acariciaba sus tetillas, ora su potente chicote.

Le gustaba ser clavado por todos los agujeros y, en esas ocasiones, con mi verga en su culo, mi lengua en su boca y mis manos en su arma volaban los ardientes chorros de su esperma, deshaciéndose en gemidos de goce y entrega.

No había parte de la casa que no hubiera sentido el impactos de sus chorros esenciales lanzadas con la fuerza de la voluptuosidad de su vehemencia.

Sus espasmos eran interminables. A la eyaculación le seguían las convulsiones que nacían en el interior de su culo y se expandían haciendo vibrar su ingle y sus entrañas con descargas orgásmicas que, como ondas, se extendían por todo su carne, cimbreante de placer.

Descargado, dejaba su juventud penetrada por mi estaca.

Abandonado a mi goce había aprendido a manejar su culo con destreza de manera que abría su esfínter a cada estocada y lo cerraba en cada retirada, comiendo mi pija con sus carnes, hasta que las corrientes me llevaran al climax, reventando en frenesí, perforándolo hasta más allá del fondo, y depositando en sus profundidades las lechadas de mi geiser.

Lasos por los estallidos permanecíamos abotonados hasta que mi miembro se marchitara o recobrara su dureza para otra sesión.

2

Aquel jueves estaba particularmente radiante. Como siempre, había llegado a mi departamento sin previo aviso, ataviado con una amplia camisa, jeans y mocasines sin medias. Su cabello suelto, cayendo libremente, le daba un aire angelical.

Ya en el interior del departamento nos fundimos en un abrazo.

— Quería verte, me dijo mirándome a los ojos.

— Quería olerte, le contesté acercándome a su cuello, besándole suavemente.

Su cuerpo sintió el impacto de mis labios y cimbró su pasión entregándose a mis caricias.

Desabotoné su camisa y el la mía.

Su torso desnudo era una tentación irresistible y así mi boca besó y mordió suavemente sus hombros mientras él me respondía con caricias de sus manos.

Me detuve más de un momento en aquellas jóvenes tetillas, mordiéndolas suavemente y disparándole rápidos lengüetazos en sus pezones que no tardaron en encenderse endureciéndose.

Desabroché su cinto y el botón del pantalón que no tardó en rodar hasta sus pies. Con ágil movimiento liberose de la prenda y sus mocasines rebotaron libres por el piso.

Le vi radiante en su slip tipo tanga que resaltaba su enorme paquete ya erguido.

Se acercó entregándome su boca para que la selle con un apasionado beso. Mi lengua jugaba en su cavidad mientras sus manos bajaban mi pantalón y calzoncillo. Quedé desnudo a sus caricias.

Me arrodillé para bajar con mis dientes su slip, lo que hice entre besos y caricias. Liberada su vara, olí descaradamente su ijar, lamí sus huevos, mordí sus pendejos escasos y, desde abajo, fui subiendo con mi lengua por el largo de su tallo, lamiéndole en todo su diámetro, hasta arribar a la punta de su verga donde besé y lengüetee sutilmente su orificio, saboreando su líquido preseminal. Recién entonces me introduje esa carne ardiente que resbaló hasta mi garganta e inicié un movimiento de metesaca, mamándole con fruición.

Levantando los ojos, desde mi posición, le miraba el rostro de placer, con los ojos entornados, mordiéndose los labios, suspirando de goce.

De pronto vino en sí, sacó su vara de mi boca, se arrodilló frente al sofá, dándome su culo en pompa.

Gocé aquellas blancas y redondas nalgas y a fuerza de suaves caricias con las yemas de los dedos, de lengüetazos y mordiscos, calenté su grupa y lubriqué su argolla.

Apoyé la punta de mi verga en su ano, presioné y mi arma se abrió paso separando las paredes de su recto, llenado de ardiente y dura carne sus entrañas. El abría su ano y presionaba su culo a mi cuerpo metiéndose mi aparato, comiéndolo con el culo.

Sus gimoteos y susurros daban cuenta de su goce.

Era él quien se meneaba y se clavaba mi estaca en lo más profundo de cuerpo, abriéndose cada vez más a mis estocadas.

Sin tocarse cimbró su cuerpo y las sacudidas vehementes dieron cuenta de su eyaculación y de su miembro, como un geiser, brotó en chorros intermites su esperma.

Su culo se pegó a mi cuerpo y sus ancas se mecieron con más fuerza mientras sus sacudidas le llenaban dias.