miprimita.com

El comienzo de una mejor amistad (completo)

en Gays

El calor del cuerpo recostado a su espalda contagiaba placidez al sueño profundo y calmado. La respiración en calma de Javier denotaba que ese ser le daba seguridad.

Ramón había dormido en la casa de Javier compartiendo cuarto y cama. Eran amigos y, con el conocimiento y tolerancia de los padres de ambos, a veces uno se quedaba en casa del otro y viceversa.

Aquel día de verano, tal vez por el calor o por otra causa, algo indefinible flotaba en el ambiente.

Ramón no soñaba con pajaritos aunque sí sentía el canto de sirenas: Su pecho, reclinado en la espalda de Javier, latía con el ímpetu del descubrimiento nocturno. Su ingle afirmada en los seductores glúteos de su amigo hacía notar su ángel a través de los calzones.

Tal vez esa dureza caliente contribuyó a despertar a Javier pero no lo sacó de su modorra. La cálida virilidad se le antojaba amiga y, aunque era la primera vez que la sentía con tanta intensidad y persistencia, fue percibida como una mágica y contagiosa excitación que le subía desde atrás.

Lo que en verdad le había despertado fue el brazo de un Ramón dormido abrazándole. Entre sueños Javier tuvo la sensación de sentir los dedos del amigo rozándole libidinosamente el bulto que, a esas horas, estaba a punto de reviente.

Podía haber retirado aquella diestra, moverse o hacer algún sonido, pero no lo hizo por temor a ofender al amigo. Su temor era qué pensaría aquel si descubría que él, Javier, había tenido ideas poco claras o pecaminosas sobre el inocente y angelical sueño del durmiente, así que decidió relajarse e intentar dormirse acurrucándose de espaldas, como estaba, en el pecho de Ramón.

El cuerpo de Javier no alcanzó a moverse, se acomodó con una vibración imperceptible para alcanzar mayor arrimo pero esa agitación fue percibida por el durmiente, quién mostró su complacencia apretando más su sexo en las mullidas, ardorosas y receptoras nalgas de su compinche.

Y esa leve inclinación inició una danza de levedades entre ambos cuerpos que, siguiendo el compás onírico, fue perfeccionando las figuras del baile nocturno, con manos y dedos dormidos que erotizaban el aire, mientras verga y culo se juntaban cada vez más como queriendo fundirse uno hasta que Ramón alcanzó el éxtasis medio de su sueño empapando ambos calzones, lo que fue recibido por Javier apoyándose con mayor fuerza en el sexo atacante para cobijarlo entre sus nalgas y absorber cada mililitro de polución. Javier no pudo más y, casi al instante, estalló empapando la mano del otro sobre su sexo.

Ambos cuerpos se relajaron pero no se separaron, continuaron su sueño en cucharita aunque esta vez la mano de Javier apretaba la de Ramón sobre su mojada verga.

Al despertar Ramón se encontró de espaldas con la cabeza del amigo en su hombro, la palma de la mano del otro en su pecho, y su mano apoyada en el trasero de un Javier abandonado a él.

Con esfuerzo retiró su hombro y se acomodó quedando ambos frente a frente.

Trataba de recordar sus sueños que se le presentaban como sensaciones densas y confusas. Si de algo estaba seguro es que no había tenido una pesadilla sino un sueño tan agradable que lo había deslechado. Las muestras estaban al tacto en la bolsa de su slip, lo que se hacía más evidente por su erección matinal y las ganas de mear. Con todo, se quedó concentrado en el rostro dormido de Javier que, a pesar de su larga amistad, ahora se le presentaba con un toque diferente.

Sin haber develado las sensaciones nocturnas vio abrirse los grandes del amigo y los recibió con un hola que le surgió desde muy adentro, recibiendo por toda respuesta una sonrisa y un pequeño hola.

Aquel episodio quedó aislado en el tiempo. Lo cierto es que ambos se volvieron más unidos, confidentes y los juegos se hicieron más frecuentes y erotizantes.

II

Aquel sábado se encontraron Javier y Ramón en la parada de siempre e ingresaron al boliche buscando a sus amigovias, Graciela y Vicky.

Las luces estroboscópicas y el atronador sonido no fueron obstáculos para hallarlas y rescatarlas de vampiros circunstanciales.

Ramón y Graciela y Javier y Vicky pasaron una noche cada vez más encendida en la pista, los sillones, la barra. Sin desperdiciar oportunidad y posición, las manos de cada pareja, liberadas con límites en el faje, se magreaban lo suficiente para mojar las entrepiernas y endurecer las vergas.

La magia de los aprietes y caricias fue rota por los padres de ambas que, a su turno, las buscaron. Ambos amigos debieron ahogar el dolor de huevos en cerveza en plena calle mientras marchaban.

La caminata y el frío de las bebidas había hecho descender las terceras piernas pero la calentura continuaba. “Me dejó recaliente” fue el estado que se confesaron mutuamente.

Ramón con Graciela y Javier con Vicky se habían emborrascado con todo sin llegar a mayores por lo que, ya solos en la madrugada, los camaradas caminaban juntos con su caliente frustración a cuestas.

En las palabras la experiencia sexual de ambos era basta y a esas horas, mientras andaban hacia la casa de Javier, crearon uno de los tantos momentos confidentes: “¿Ya te bajaste a Graciela?” preguntó Javier y Ramón espetó “¿y vos a Vicky?”. “No puedo, no se deja” fue la respuesta, siguiendo la charla por esos andariveles hasta que Ramón descerrajó “camina adelante para que te vea, tienes un culo tan bueno como el de Graciela”. “No jodas, ¿en serio?” la réplica”.

Los cómplices de esa noche consintieron en que ninguno había logrado acostarse con sus amigovias y que sus propias manos eran sus amantes predilectas. Y el diálogo continuó levantando calentura hasta la casa de Javier en la que entraron con todo sigilo para no despertar a sus padres.

Después de mear de a dos y de asearse se metieron en la cama en calzoncillos dándole a la lengua en susurros apenas audibles mientras las prendas les quedaban cada vez más chicas. “Alguna vez ¿has dado besos de lengua?”. “No”. “Te voy a enseñar” y Ramón arremetió contra su amigo con suaves roces de labios y, como se dejaba hacer, selló sus labios con los suyos logrando abrir con su lengua la boca del otro y mandarle la sin hueso hasta el fondo en un primer experimento de beso de película porno.

Cuando Ramón terminó de jetearlo, Javier preguntó “¿y eso es todo?” Ramón no entendió la ironía y replicó “hay más” y asentó su lengua en movimiento sobre los labios ajenos y, extendiendo su dominio fue bajando por lóbulos, cuello, hombros, pezones, pecho, abdomen, hasta la ingle mientras arrancaba constantes y controlados gimoteos de un Javier hiperexcitado.

En la ingle no dudó: sus manos bajaron un poco el slip, saltó la verga enhiesta y desafiante, el calzón voló y se dio a trabajar la zona lamiéndole la piel y, sin importar los ralos pendejos, fue descendiendo por los costados incendiándole la entrepierna y el perineo para subir por el escroto y, recién, rozando la piel fue escalando desde la base hasta cobijar en su boca la caliente verga.

Javier reventaba en ayes, “qué rico, seguí”, lo que sirvió para que Ramón girara sobre sí mismo hasta alcanzar la posición del 69, imponiéndole su propia lanza a un Javier que, por primera vez sentía en su tez una verga ajena y el olor a macho se grabó en su cerebro.

No sin algún trabajo Ramón logró incrustar su estaca en la boca de un Javier que no pudo rechazarla: la acogió con temor y recelo, pero le dio la bienvenida a lengüetazos de principiante que arrancaron en Ramón una pronta eyaculación que lo llenó de espesa y endulzada esperma que tuvo tragar porque, aún consumidas sus contracciones, se quedó ocupándole la boca en una embriaguez de sexo cuyas consecuencias ignoraba.

Pasadas sus descargas Ramón amplió su felatio en el instrumento de su amigo y, aprovechando la calentura de éste, paseó sus labios y su lengua por los senderos recién recorridos del escroto; haciendo el camino inverso chupó cada huevo, las paredes internas de las piernas, el perineo para, recién entonces, retomar su postura anterior.

El levantar las piernas de Javier le dio el espectáculo de un Javier nunca visto: un culo ponderado por la perspectiva y el botón sagrado de estrías perfectas. Con los muslos sobre sus hombros hundió su cabeza en la más profunda intimidad y lamió, besó y acarició la hendidura impoluta, besó y mordió cada glúteo logrando que su amigo ardiera aún más; acarició con la punta de la lengua el anillo y, cuando se sintió seguro, fue penetrándolo lentamente con su lengua cual ariete mientras su amigo se deshacía.

Tal trabajo le sirvió para recuperarse e incendiar el sensible culo para introducir su dedo en el agujero casi vencido de un Javier cuyo “no” resultó inaudible ante empuje del medio que entró hasta el tope, empezando el lento vaivén de penetración y ensanchamiento en tanto lamía y besaba el área, calentando a la bestia sin chuparla.

En esos juegos fue subiendo hasta que rozó su bálano en el ensanchado agujero de su amigo quien, al darse cuenta de su situación, abrió los ojos desesperados y su “no” se ahogó ante el avance de un Ramón implacable que entraba desgarrándolo sin permiso y sin pausa, abriéndolo a empujones y estirándolo desde adentro hasta que los pendejos de ambos se enredaron en uno.

Para Javier era casi insoportable el dolor en su recto destruido por la pija ajena y las lágrimas sustituyeron los gritos que no pudo dar por temor a despertar a sus padres.

Se veía asimismo como mujer con las piernas arriba y el hijo de puta de su amigo encima suyo, con la estaca bien clavada y la cara de triunfo de un Ramón radiante frente a la suya.

Su verga había perdido toda erección y los besos que tanto le habían calentado ahora sabían empalagosos, lo mismo que el susurro “relajate, te deseo, estás rica, sos mía, soy tu macho, sentime, me gustas” y un largo etcétera que fueron los distractores que le ayudaron a pasar el trago amargo hasta que el sufrimiento fue cediendo.

A medida que decrecía el dolor, su sensación de rechazo fue transformándose en un no rechazo; para pasar luego a la comprensión del comportamiento de su amigo llevado por la calentura; después a la aceptación de tener esa brasa en sus adentros; y más tarde a consentir la verga caliente en sus entrañas y la cara de gozo y triunfo de su amigo, concibiendo sus propios actos como una forma de ofrenda a la amistad. En medio de esa maraña de sentimientos bullentes y descontrolados, algún pequeño atisbo de gusto nació en sus profundidades y con un toque de caderas acomodó la lanza en sus adentros.

“Me gustás, tenés un culo divino, me tenés caliente desde hace rato” fueron los motivos que marcaron el ritmo in crescendo del bamboleo y penetración que inició Ramón, primero despacio, estirándole el culo desde adentro en rotación hacia todos los costados, y extrayendo y penetrándolo con su ariete.

“¿Te gusta?” “No sé”. “Quiero que te guste”. “Sí”. La saliva y el sudor de ambos se mezclaron y el mete y saca se volvió cada vez más frenético. En ese camino de creciente apasionamiento, teniendo la verga fláccida, Javier sintió suaves contracciones y de su pija caída se escaparon chorros de semen.

Ramón aumentó sus estocadas hasta que explotó en andanadas que llenaron el culo y hasta el alma de un Javier rendido y sorprendido.

Consumido el momento orgásmico, Ramón sintió las manos de Javier sobre sus nalgas atrayéndolo hacia él, lo miró con ojos de vergüenza, lo acurrucó, “no temas, no le diré a nadie, te dolió por ser la primera vez” y todas las demás frases que se le ocurrían hasta que su verga agotada se salió de la cueva dejándole una sensación de vaciedad.

En ese preciso momento Javier abrió los ojos y, mirándolo, dijo: “me estás aplastando”.

El calor del cuerpo recostado a su espalda contagiaba placidez al sueño profundo y calmado. La respiración en calma de Javier denotaba que ese ser le daba seguridad.

Ramón había dormido en la casa de Javier compartiendo cuarto y cama. Eran amigos y, con el conocimiento y tolerancia de los padres de ambos, a veces uno se quedaba en casa del otro y viceversa.

Aquel día de verano, tal vez por el calor o por otra causa, algo indefinible flotaba en el ambiente.

Ramón no soñaba con pajaritos aunque sí sentía el canto de sirenas: Su pecho, reclinado en la espalda de Javier, latía con el ímpetu del descubrimiento nocturno. Su ingle afirmada en los seductores glúteos de su amigo hacía notar su ángel a través de los calzones.

Tal vez esa dureza caliente contribuyó a despertar a Javier pero no lo sacó de su modorra. La cálida virilidad se le antojaba amiga y, aunque era la primera vez que la sentía con tanta intensidad y persistencia, fue percibida como una mágica y contagiosa excitación que le subía desde atrás.

Lo que en verdad le había despertado fue el brazo de un Ramón dormido abrazándole. Entre sueños Javier tuvo la sensación de sentir los dedos del amigo rozándole libidinosamente el bulto que, a esas horas, estaba a punto de reviente.

Podía haber retirado aquella diestra, moverse o hacer algún sonido, pero no lo hizo por temor a ofender al amigo. Su temor era qué pensaría aquel si descubría que él, Javier, había tenido ideas poco claras o pecaminosas sobre el inocente y angelical sueño del durmiente, así que decidió relajarse e intentar dormirse acurrucándose de espaldas, como estaba, en el pecho de Ramón.

El cuerpo de Javier no alcanzó a moverse, se acomodó con una vibración imperceptible para alcanzar mayor arrimo pero esa agitación fue percibida por el durmiente, quién mostró su complacencia apretando más su sexo en las mullidas, ardorosas y receptoras nalgas de su compinche.

Y esa leve inclinación inició una danza de levedades entre ambos cuerpos que, siguiendo el compás onírico, fue perfeccionando las figuras del baile nocturno, con manos y dedos dormidos que erotizaban el aire, mientras verga y culo se juntaban cada vez más como queriendo fundirse uno hasta que Ramón alcanzó el éxtasis medio de su sueño empapando ambos calzones, lo que fue recibido por Javier apoyándose con mayor fuerza en el sexo atacante para cobijarlo entre sus nalgas y absorber cada mililitro de polución. Javier no pudo más y, casi al instante, estalló empapando la mano del otro sobre su sexo.

Ambos cuerpos se relajaron pero no se separaron, continuaron su sueño en cucharita aunque esta vez la mano de Javier apretaba la de Ramón sobre su mojada verga.

Al despertar Ramón se encontró de espaldas con la cabeza del amigo en su hombro, la palma de la mano del otro en su pecho, y su mano apoyada en el trasero de un Javier abandonado a él.

Con esfuerzo retiró su hombro y se acomodó quedando ambos frente a frente.

Trataba de recordar sus sueños que se le presentaban como sensaciones densas y confusas. Si de algo estaba seguro es que no había tenido una pesadilla sino un sueño tan agradable que lo había deslechado. Las muestras estaban al tacto en la bolsa de su slip, lo que se hacía más evidente por su erección matinal y las ganas de mear. Con todo, se quedó concentrado en el rostro dormido de Javier que, a pesar de su larga amistad, ahora se le presentaba con un toque diferente.

Sin haber develado las sensaciones nocturnas vio abrirse los grandes del amigo y los recibió con un hola que le surgió desde muy adentro, recibiendo por toda respuesta una sonrisa y un pequeño hola.

Aquel episodio quedó aislado en el tiempo. Lo cierto es que ambos se volvieron más unidos, confidentes y los juegos se hicieron más frecuentes y erotizantes.

II

Aquel sábado se encontraron Javier y Ramón en la parada de siempre e ingresaron al boliche buscando a sus amigovias, Graciela y Vicky.

Las luces estroboscópicas y el atronador sonido no fueron obstáculos para hallarlas y rescatarlas de vampiros circunstanciales.

Ramón y Graciela y Javier y Vicky pasaron una noche cada vez más encendida en la pista, los sillones, la barra. Sin desperdiciar oportunidad y posición, las manos de cada pareja, liberadas con límites en el faje, se magreaban lo suficiente para mojar las entrepiernas y endurecer las vergas.

La magia de los aprietes y caricias fue rota por los padres de ambas que, a su turno, las buscaron. Ambos amigos debieron ahogar el dolor de huevos en cerveza en plena calle mientras marchaban.

La caminata y el frío de las bebidas había hecho descender las terceras piernas pero la calentura continuaba. “Me dejó recaliente” fue el estado que se confesaron mutuamente.

Ramón con Graciela y Javier con Vicky se habían emborrascado con todo sin llegar a mayores por lo que, ya solos en la madrugada, los camaradas caminaban juntos con su caliente frustración a cuestas.

En las palabras la experiencia sexual de ambos era basta y a esas horas, mientras andaban hacia la casa de Javier, crearon uno de los tantos momentos confidentes: “¿Ya te bajaste a Graciela?” preguntó Javier y Ramón espetó “¿y vos a Vicky?”. “No puedo, no se deja” fue la respuesta, siguiendo la charla por esos andariveles hasta que Ramón descerrajó “camina adelante para que te vea, tienes un culo tan bueno como el de Graciela”. “No jodas, ¿en serio?” la réplica”.

Los cómplices de esa noche consintieron en que ninguno había logrado acostarse con sus amigovias y que sus propias manos eran sus amantes predilectas. Y el diálogo continuó levantando calentura hasta la casa de Javier en la que entraron con todo sigilo para no despertar a sus padres.

Después de mear de a dos y de asearse se metieron en la cama en calzoncillos dándole a la lengua en susurros apenas audibles mientras las prendas les quedaban cada vez más chicas. “Alguna vez ¿has dado besos de lengua?”. “No”. “Te voy a enseñar” y Ramón arremetió contra su amigo con suaves roces de labios y, como se dejaba hacer, selló sus labios con los suyos logrando abrir con su lengua la boca del otro y mandarle la sin hueso hasta el fondo en un primer experimento de beso de película porno.

Cuando Ramón terminó de jetearlo, Javier preguntó “¿y eso es todo?” Ramón no entendió la ironía y replicó “hay más” y asentó su lengua en movimiento sobre los labios ajenos y, extendiendo su dominio fue bajando por lóbulos, cuello, hombros, pezones, pecho, abdomen, hasta la ingle mientras arrancaba constantes y controlados gimoteos de un Javier hiperexcitado.

En la ingle no dudó: sus manos bajaron un poco el slip, saltó la verga enhiesta y desafiante, el calzón voló y se dio a trabajar la zona lamiéndole la piel y, sin importar los ralos pendejos, fue descendiendo por los costados incendiándole la entrepierna y el perineo para subir por el escroto y, recién, rozando la piel fue escalando desde la base hasta cobijar en su boca la caliente verga.

Javier reventaba en ayes, “qué rico, seguí”, lo que sirvió para que Ramón girara sobre sí mismo hasta alcanzar la posición del 69, imponiéndole su propia lanza a un Javier que, por primera vez sentía en su tez una verga ajena y el olor a macho se grabó en su cerebro.

No sin algún trabajo Ramón logró incrustar su estaca en la boca de un Javier que no pudo rechazarla: la acogió con temor y recelo, pero le dio la bienvenida a lengüetazos de principiante que arrancaron en Ramón una pronta eyaculación que lo llenó de espesa y endulzada esperma que tuvo tragar porque, aún consumidas sus contracciones, se quedó ocupándole la boca en una embriaguez de sexo cuyas consecuencias ignoraba.

Pasadas sus descargas Ramón amplió su felatio en el instrumento de su amigo y, aprovechando la calentura de éste, paseó sus labios y su lengua por los senderos recién recorridos del escroto; haciendo el camino inverso chupó cada huevo, las paredes internas de las piernas, el perineo para, recién entonces, retomar su postura anterior.

El levantar las piernas de Javier le dio el espectáculo de un Javier nunca visto: un culo ponderado por la perspectiva y el botón sagrado de estrías perfectas. Con los muslos sobre sus hombros hundió su cabeza en la más profunda intimidad y lamió, besó y acarició la hendidura impoluta, besó y mordió cada glúteo logrando que su amigo ardiera aún más; acarició con la punta de la lengua el anillo y, cuando se sintió seguro, fue penetrándolo lentamente con su lengua cual ariete mientras su amigo se deshacía.

Tal trabajo le sirvió para recuperarse e incendiar el sensible culo para introducir su dedo en el agujero casi vencido de un Javier cuyo “no” resultó inaudible ante empuje del medio que entró hasta el tope, empezando el lento vaivén de penetración y ensanchamiento en tanto lamía y besaba el área, calentando a la bestia sin chuparla.

En esos juegos fue subiendo hasta que rozó su bálano en el ensanchado agujero de su amigo quien, al darse cuenta de su situación, abrió los ojos desesperados y su “no” se ahogó ante el avance de un Ramón implacable que entraba desgarrándolo sin permiso y sin pausa, abriéndolo a empujones y estirándolo desde adentro hasta que los pendejos de ambos se enredaron en uno.

Para Javier era casi insoportable el dolor en su recto destruido por la pija ajena y las lágrimas sustituyeron los gritos que no pudo dar por temor a despertar a sus padres.

Se veía asimismo como mujer con las piernas arriba y el hijo de puta de su amigo encima suyo, con la estaca bien clavada y la cara de triunfo de un Ramón radiante frente a la suya.

Su verga había perdido toda erección y los besos que tanto le habían calentado ahora sabían empalagosos, lo mismo que el susurro “relajate, te deseo, estás rica, sos mía, soy tu macho, sentime, me gustas” y un largo etcétera que fueron los distractores que le ayudaron a pasar el trago amargo hasta que el sufrimiento fue cediendo.

A medida que decrecía el dolor, su sensación de rechazo fue transformándose en un no rechazo; para pasar luego a la comprensión del comportamiento de su amigo llevado por la calentura; después a la aceptación de tener esa brasa en sus adentros; y más tarde a consentir la verga caliente en sus entrañas y la cara de gozo y triunfo de su amigo, concibiendo sus propios actos como una forma de ofrenda a la amistad. En medio de esa maraña de sentimientos bullentes y descontrolados, algún pequeño atisbo de gusto nació en sus profundidades y con un toque de caderas acomodó la lanza en sus adentros.

“Me gustás, tenés un culo divino, me tenés caliente desde hace rato” fueron los motivos que marcaron el ritmo in crescendo del bamboleo y penetración que inició Ramón, primero despacio, estirándole el culo desde adentro en rotación hacia todos los costados, y extrayendo y penetrándolo con su ariete.

“¿Te gusta?” “No sé”. “Quiero que te guste”. “Sí”. La saliva y el sudor de ambos se mezclaron y el mete y saca se volvió cada vez más frenético. En ese camino de creciente apasionamiento, teniendo la verga fláccida, Javier sintió suaves contracciones y de su pija caída se escaparon chorros de semen.

Ramón aumentó sus estocadas hasta que explotó en andanadas que llenaron el culo y hasta el alma de un Javier rendido y sorprendido.

Consumido el momento orgásmico, Ramón sintió las manos de Javier sobre sus nalgas atrayéndolo hacia él, lo miró con ojos de vergüenza, lo acurrucó, “no temas, no le diré a nadie, te dolió por ser la primera vez” y todas las demás frases que se le ocurrían hasta que su verga agotada se salió de la cueva dejándole una sensación de vaciedad.

En ese preciso momento Javier abrió los ojos y, mirándolo, dijo: “me estás aplastando”.

El calor del cuerpo recostado a su espalda contagiaba placidez al sueño profundo y calmado. La respiración en calma de Javier denotaba que ese ser le daba seguridad.

Ramón había dormido en la casa de Javier compartiendo cuarto y cama. Eran amigos y, con el conocimiento y tolerancia de los padres de ambos, a veces uno se quedaba en casa del otro y viceversa.

Aquel día de verano, tal vez por el calor o por otra causa, algo indefinible flotaba en el ambiente.

Ramón no soñaba con pajaritos aunque sí sentía el canto de sirenas: Su pecho, reclinado en la espalda de Javier, latía con el ímpetu del descubrimiento nocturno. Su ingle afirmada en los seductores glúteos de su amigo hacía notar su ángel a través de los calzones.

Tal vez esa dureza caliente contribuyó a despertar a Javier pero no lo sacó de su modorra. La cálida virilidad se le antojaba amiga y, aunque era la primera vez que la sentía con tanta intensidad y persistencia, fue percibida como una mágica y contagiosa excitación que le subía desde atrás.

Lo que en verdad le había despertado fue el brazo de un Ramón dormido abrazándole. Entre sueños Javier tuvo la sensación de sentir los dedos del amigo rozándole libidinosamente el bulto que, a esas horas, estaba a punto de reviente.

Podía haber retirado aquella diestra, moverse o hacer algún sonido, pero no lo hizo por temor a ofender al amigo. Su temor era qué pensaría aquel si descubría que él, Javier, había tenido ideas poco claras o pecaminosas sobre el inocente y angelical sueño del durmiente, así que decidió relajarse e intentar dormirse acurrucándose de espaldas, como estaba, en el pecho de Ramón.

El cuerpo de Javier no alcanzó a moverse, se acomodó con una vibración imperceptible para alcanzar mayor arrimo pero esa agitación fue percibida por el durmiente, quién mostró su complacencia apretando más su sexo en las mullidas, ardorosas y receptoras nalgas de su compinche.

Y esa leve inclinación inició una danza de levedades entre ambos cuerpos que, siguiendo el compás onírico, fue perfeccionando las figuras del baile nocturno, con manos y dedos dormidos que erotizaban el aire, mientras verga y culo se juntaban cada vez más como queriendo fundirse uno hasta que Ramón alcanzó el éxtasis medio de su sueño empapando ambos calzones, lo que fue recibido por Javier apoyándose con mayor fuerza en el sexo atacante para cobijarlo entre sus nalgas y absorber cada mililitro de polución. Javier no pudo más y, casi al instante, estalló empapando la mano del otro sobre su sexo.

Ambos cuerpos se relajaron pero no se separaron, continuaron su sueño en cucharita aunque esta vez la mano de Javier apretaba la de Ramón sobre su mojada verga.

Al despertar Ramón se encontró de espaldas con la cabeza del amigo en su hombro, la palma de la mano del otro en su pecho, y su mano apoyada en el trasero de un Javier abandonado a él.

Con esfuerzo retiró su hombro y se acomodó quedando ambos frente a frente.

Trataba de recordar sus sueños que se le presentaban como sensaciones densas y confusas. Si de algo estaba seguro es que no había tenido una pesadilla sino un sueño tan agradable que lo había deslechado. Las muestras estaban al tacto en la bolsa de su slip, lo que se hacía más evidente por su erección matinal y las ganas de mear. Con todo, se quedó concentrado en el rostro dormido de Javier que, a pesar de su larga amistad, ahora se le presentaba con un toque diferente.

Sin haber develado las sensaciones nocturnas vio abrirse los grandes del amigo y los recibió con un hola que le surgió desde muy adentro, recibiendo por toda respuesta una sonrisa y un pequeño hola.

Aquel episodio quedó aislado en el tiempo. Lo cierto es que ambos se volvieron más unidos, confidentes y los juegos se hicieron más frecuentes y erotizantes.

II

Aquel sábado se encontraron Javier y Ramón en la parada de siempre e ingresaron al boliche buscando a sus amigovias, Graciela y Vicky.

Las luces estroboscópicas y el atronador sonido no fueron obstáculos para hallarlas y rescatarlas de vampiros circunstanciales.

Ramón y Graciela y Javier y Vicky pasaron una noche cada vez más encendida en la pista, los sillones, la barra. Sin desperdiciar oportunidad y posición, las manos de cada pareja, liberadas con límites en el faje, se magreaban lo suficiente para mojar las entrepiernas y endurecer las vergas.

La magia de los aprietes y caricias fue rota por los padres de ambas que, a su turno, las buscaron. Ambos amigos debieron ahogar el dolor de huevos en cerveza en plena calle mientras marchaban.

La caminata y el frío de las bebidas había hecho descender las terceras piernas pero la calentura continuaba. “Me dejó recaliente” fue el estado que se confesaron mutuamente.

Ramón con Graciela y Javier con Vicky se habían emborrascado con todo sin llegar a mayores por lo que, ya solos en la madrugada, los camaradas caminaban juntos con su caliente frustración a cuestas.

En las palabras la experiencia sexual de ambos era basta y a esas horas, mientras andaban hacia la casa de Javier, crearon uno de los tantos momentos confidentes: “¿Ya te bajaste a Graciela?” preguntó Javier y Ramón espetó “¿y vos a Vicky?”. “No puedo, no se deja” fue la respuesta, siguiendo la charla por esos andariveles hasta que Ramón descerrajó “camina adelante para que te vea, tienes un culo tan bueno como el de Graciela”. “No jodas, ¿en serio?” la réplica”.

Los cómplices de esa noche consintieron en que ninguno había logrado acostarse con sus amigovias y que sus propias manos eran sus amantes predilectas. Y el diálogo continuó levantando calentura hasta la casa de Javier en la que entraron con todo sigilo para no despertar a sus padres.

Después de mear de a dos y de asearse se metieron en la cama en calzoncillos dándole a la lengua en susurros apenas audibles mientras las prendas les quedaban cada vez más chicas. “Alguna vez ¿has dado besos de lengua?”. “No”. “Te voy a enseñar” y Ramón arremetió contra su amigo con suaves roces de labios y, como se dejaba hacer, selló sus labios con los suyos logrando abrir con su lengua la boca del otro y mandarle la sin hueso hasta el fondo en un primer experimento de beso de película porno.

Cuando Ramón terminó de jetearlo, Javier preguntó “¿y eso es todo?” Ramón no entendió la ironía y replicó “hay más” y asentó su lengua en movimiento sobre los labios ajenos y, extendiendo su dominio fue bajando por lóbulos, cuello, hombros, pezones, pecho, abdomen, hasta la ingle mientras arrancaba constantes y controlados gimoteos de un Javier hiperexcitado.

En la ingle no dudó: sus manos bajaron un poco el slip, saltó la verga enhiesta y desafiante, el calzón voló y se dio a trabajar la zona lamiéndole la piel y, sin importar los ralos pendejos, fue descendiendo por los costados incendiándole la entrepierna y el perineo para subir por el escroto y, recién, rozando la piel fue escalando desde la base hasta cobijar en su boca la caliente verga.

Javier reventaba en ayes, “qué rico, seguí”, lo que sirvió para que Ramón girara sobre sí mismo hasta alcanzar la posición del 69, imponiéndole su propia lanza a un Javier que, por primera vez sentía en su tez una verga ajena y el olor a macho se grabó en su cerebro.

No sin algún trabajo Ramón logró incrustar su estaca en la boca de un Javier que no pudo rechazarla: la acogió con temor y recelo, pero le dio la bienvenida a lengüetazos de principiante que arrancaron en Ramón una pronta eyaculación que lo llenó de espesa y endulzada esperma que tuvo tragar porque, aún consumidas sus contracciones, se quedó ocupándole la boca en una embriaguez de sexo cuyas consecuencias ignoraba.

Pasadas sus descargas Ramón amplió su felatio en el instrumento de su amigo y, aprovechando la calentura de éste, paseó sus labios y su lengua por los senderos recién recorridos del escroto; haciendo el camino inverso chupó cada huevo, las paredes internas de las piernas, el perineo para, recién entonces, retomar su postura anterior.

El levantar las piernas de Javier le dio el espectáculo de un Javier nunca visto: un culo ponderado por la perspectiva y el botón sagrado de estrías perfectas. Con los muslos sobre sus hombros hundió su cabeza en la más profunda intimidad y lamió, besó y acarició la hendidura impoluta, besó y mordió cada glúteo logrando que su amigo ardiera aún más; acarició con la punta de la lengua el anillo y, cuando se sintió seguro, fue penetrándolo lentamente con su lengua cual ariete mientras su amigo se deshacía.

Tal trabajo le sirvió para recuperarse e incendiar el sensible culo para introducir su dedo en el agujero casi vencido de un Javier cuyo “no” resultó inaudible ante empuje del medio que entró hasta el tope, empezando el lento vaivén de penetración y ensanchamiento en tanto lamía y besaba el área, calentando a la bestia sin chuparla.

En esos juegos fue subiendo hasta que rozó su bálano en el ensanchado agujero de su amigo quien, al darse cuenta de su situación, abrió los ojos desesperados y su “no” se ahogó ante el avance de un Ramón implacable que entraba desgarrándolo sin permiso y sin pausa, abriéndolo a empujones y estirándolo desde adentro hasta que los pendejos de ambos se enredaron en uno.

Para Javier era casi insoportable el dolor en su recto destruido por la pija ajena y las lágrimas sustituyeron los gritos que no pudo dar por temor a despertar a sus padres.

Se veía asimismo como mujer con las piernas arriba y el hijo de puta de su amigo encima suyo, con la estaca bien clavada y la cara de triunfo de un Ramón radiante frente a la suya.

Su verga había perdido toda erección y los besos que tanto le habían calentado ahora sabían empalagosos, lo mismo que el susurro “relajate, te deseo, estás rica, sos mía, soy tu macho, sentime, me gustas” y un largo etcétera que fueron los distractores que le ayudaron a pasar el trago amargo hasta que el sufrimiento fue cediendo.

A medida que decrecía el dolor, su sensación de rechazo fue transformándose en un no rechazo; para pasar luego a la comprensión del comportamiento de su amigo llevado por la calentura; después a la aceptación de tener esa brasa en sus adentros; y más tarde a consentir la verga caliente en sus entrañas y la cara de gozo y triunfo de su amigo, concibiendo sus propios actos como una forma de ofrenda a la amistad. En medio de esa maraña de sentimientos bullentes y descontrolados, algún pequeño atisbo de gusto nació en sus profundidades y con un toque de caderas acomodó la lanza en sus adentros.

“Me gustás, tenés un culo divino, me tenés caliente desde hace rato” fueron los motivos que marcaron el ritmo in crescendo del bamboleo y penetración que inició Ramón, primero despacio, estirándole el culo desde adentro en rotación hacia todos los costados, y extrayendo y penetrándolo con su ariete.

“¿Te gusta?” “No sé”. “Quiero que te guste”. “Sí”. La saliva y el sudor de ambos se mezclaron y el mete y saca se volvió cada vez más frenético. En ese camino de creciente apasionamiento, teniendo la verga fláccida, Javier sintió suaves contracciones y de su pija caída se escaparon chorros de semen.

Ramón aumentó sus estocadas hasta que explotó en andanadas que llenaron el culo y hasta el alma de un Javier rendido y sorprendido.

Consumido el momento orgásmico, Ramón sintió las manos de Javier sobre sus nalgas atrayéndolo hacia él, lo miró con ojos de vergüenza, lo acurrucó, “no temas, no le diré a nadie, te dolió por ser la primera vez” y todas las demás frases que se le ocurrían hasta que su verga agotada se salió de la cueva dejándole una sensación de vaciedad.

En ese preciso momento Javier abrió los ojos y, mirándolo, dijo: “me estás aplastando”.

El calor del cuerpo recostado a su espalda contagiaba placidez al sueño profundo y calmado. La respiración en calma de Javier denotaba que ese ser le daba seguridad.

Ramón había dormido en la casa de Javier compartiendo cuarto y cama. Eran amigos y, con el conocimiento y tolerancia de los padres de ambos, a veces uno se quedaba en casa del otro y viceversa.

Aquel día de verano, tal vez por el calor o por otra causa, algo indefinible flotaba en el ambiente.

Ramón no soñaba con pajaritos aunque sí sentía el canto de sirenas: Su pecho, reclinado en la espalda de Javier, latía con el ímpetu del descubrimiento nocturno. Su ingle afirmada en los seductores glúteos de su amigo hacía notar su ángel a través de los calzones.

Tal vez esa dureza caliente contribuyó a despertar a Javier pero no lo sacó de su modorra. La cálida virilidad se le antojaba amiga y, aunque era la primera vez que la sentía con tanta intensidad y persistencia, fue percibida como una mágica y contagiosa excitación que le subía desde atrás.

Lo que en verdad le había despertado fue el brazo de un Ramón dormido abrazándole. Entre sueños Javier tuvo la sensación de sentir los dedos del amigo rozándole libidinosamente el bulto que, a esas horas, estaba a punto de reviente.

Podía haber retirado aquella diestra, moverse o hacer algún sonido, pero no lo hizo por temor a ofender al amigo. Su temor era qué pensaría aquel si descubría que él, Javier, había tenido ideas poco claras o pecaminosas sobre el inocente y angelical sueño del durmiente, así que decidió relajarse e intentar dormirse acurrucándose de espaldas, como estaba, en el pecho de Ramón.

El cuerpo de Javier no alcanzó a moverse, se acomodó con una vibración imperceptible para alcanzar mayor arrimo pero esa agitación fue percibida por el durmiente, quién mostró su complacencia apretando más su sexo en las mullidas, ardorosas y receptoras nalgas de su compinche.

Y esa leve inclinación inició una danza de levedades entre ambos cuerpos que, siguiendo el compás onírico, fue perfeccionando las figuras del baile nocturno, con manos y dedos dormidos que erotizaban el aire, mientras verga y culo se juntaban cada vez más como queriendo fundirse uno hasta que Ramón alcanzó el éxtasis medio de su sueño empapando ambos calzones, lo que fue recibido por Javier apoyándose con mayor fuerza en el sexo atacante para cobijarlo entre sus nalgas y absorber cada mililitro de polución. Javier no pudo más y, casi al instante, estalló empapando la mano del otro sobre su sexo.

Ambos cuerpos se relajaron pero no se separaron, continuaron su sueño en cucharita aunque esta vez la mano de Javier apretaba la de Ramón sobre su mojada verga.

Al despertar Ramón se encontró de espaldas con la cabeza del amigo en su hombro, la palma de la mano del otro en su pecho, y su mano apoyada en el trasero de un Javier abandonado a él.

Con esfuerzo retiró su hombro y se acomodó quedando ambos frente a frente.

Trataba de recordar sus sueños que se le presentaban como sensaciones densas y confusas. Si de algo estaba seguro es que no había tenido una pesadilla sino un sueño tan agradable que lo había deslechado. Las muestras estaban al tacto en la bolsa de su slip, lo que se hacía más evidente por su erección matinal y las ganas de mear. Con todo, se quedó concentrado en el rostro dormido de Javier que, a pesar de su larga amistad, ahora se le presentaba con un toque diferente.

Sin haber develado las sensaciones nocturnas vio abrirse los grandes del amigo y los recibió con un hola que le surgió desde muy adentro, recibiendo por toda respuesta una sonrisa y un pequeño hola.

Aquel episodio quedó aislado en el tiempo. Lo cierto es que ambos se volvieron más unidos, confidentes y los juegos se hicieron más frecuentes y erotizantes.

II

Aquel sábado se encontraron Javier y Ramón en la parada de siempre e ingresaron al boliche buscando a sus amigovias, Graciela y Vicky.

Las luces estroboscópicas y el atronador sonido no fueron obstáculos para hallarlas y rescatarlas de vampiros circunstanciales.

Ramón y Graciela y Javier y Vicky pasaron una noche cada vez más encendida en la pista, los sillones, la barra. Sin desperdiciar oportunidad y posición, las manos de cada pareja, liberadas con límites en el faje, se magreaban lo suficiente para mojar las entrepiernas y endurecer las vergas.

La magia de los aprietes y caricias fue rota por los padres de ambas que, a su turno, las buscaron. Ambos amigos debieron ahogar el dolor de huevos en cerveza en plena calle mientras marchaban.

La caminata y el frío de las bebidas había hecho descender las terceras piernas pero la calentura continuaba. “Me dejó recaliente” fue el estado que se confesaron mutuamente.

Ramón con Graciela y Javier con Vicky se habían emborrascado con todo sin llegar a mayores por lo que, ya solos en la madrugada, los camaradas caminaban juntos con su caliente frustración a cuestas.

En las palabras la experiencia sexual de ambos era basta y a esas horas, mientras andaban hacia la casa de Javier, crearon uno de los tantos momentos confidentes: “¿Ya te bajaste a Graciela?” preguntó Javier y Ramón espetó “¿y vos a Vicky?”. “No puedo, no se deja” fue la respuesta, siguiendo la charla por esos andariveles hasta que Ramón descerrajó “camina adelante para que te vea, tienes un culo tan bueno como el de Graciela”. “No jodas, ¿en serio?” la réplica”.

Los cómplices de esa noche consintieron en que ninguno había logrado acostarse con sus amigovias y que sus propias manos eran sus amantes predilectas. Y el diálogo continuó levantando calentura hasta la casa de Javier en la que entraron con todo sigilo para no despertar a sus padres.

Después de mear de a dos y de asearse se metieron en la cama en calzoncillos dándole a la lengua en susurros apenas audibles mientras las prendas les quedaban cada vez más chicas. “Alguna vez ¿has dado besos de lengua?”. “No”. “Te voy a enseñar” y Ramón arremetió contra su amigo con suaves roces de labios y, como se dejaba hacer, selló sus labios con los suyos logrando abrir con su lengua la boca del otro y mandarle la sin hueso hasta el fondo en un primer experimento de beso de película porno.

Cuando Ramón terminó de jetearlo, Javier preguntó “¿y eso es todo?” Ramón no entendió la ironía y replicó “hay más” y asentó su lengua en movimiento sobre los labios ajenos y, extendiendo su dominio fue bajando por lóbulos, cuello, hombros, pezones, pecho, abdomen, hasta la ingle mientras arrancaba constantes y controlados gimoteos de un Javier hiperexcitado.

En la ingle no dudó: sus manos bajaron un poco el slip, saltó la verga enhiesta y desafiante, el calzón voló y se dio a trabajar la zona lamiéndole la piel y, sin importar los ralos pendejos, fue descendiendo por los costados incendiándole la entrepierna y el perineo para subir por el escroto y, recién, rozando la piel fue escalando desde la base hasta cobijar en su boca la caliente verga.

Javier reventaba en ayes, “qué rico, seguí”, lo que sirvió para que Ramón girara sobre sí mismo hasta alcanzar la posición del 69, imponiéndole su propia lanza a un Javier que, por primera vez sentía en su tez una verga ajena y el olor a macho se grabó en su cerebro.

No sin algún trabajo Ramón logró incrustar su estaca en la boca de un Javier que no pudo rechazarla: la acogió con temor y recelo, pero le dio la bienvenida a lengüetazos de principiante que arrancaron en Ramón una pronta eyaculación que lo llenó de espesa y endulzada esperma que tuvo tragar porque, aún consumidas sus contracciones, se quedó ocupándole la boca en una embriaguez de sexo cuyas consecuencias ignoraba.

Pasadas sus descargas Ramón amplió su felatio en el instrumento de su amigo y, aprovechando la calentura de éste, paseó sus labios y su lengua por los senderos recién recorridos del escroto; haciendo el camino inverso chupó cada huevo, las paredes internas de las piernas, el perineo para, recién entonces, retomar su postura anterior.

El levantar las piernas de Javier le dio el espectáculo de un Javier nunca visto: un culo ponderado por la perspectiva y el botón sagrado de estrías perfectas. Con los muslos sobre sus hombros hundió su cabeza en la más profunda intimidad y lamió, besó y acarició la hendidura impoluta, besó y mordió cada glúteo logrando que su amigo ardiera aún más; acarició con la punta de la lengua el anillo y, cuando se sintió seguro, fue penetrándolo lentamente con su lengua cual ariete mientras su amigo se deshacía.

Tal trabajo le sirvió para recuperarse e incendiar el sensible culo para introducir su dedo en el agujero casi vencido de un Javier cuyo “no” resultó inaudible ante empuje del medio que entró hasta el tope, empezando el lento vaivén de penetración y ensanchamiento en tanto lamía y besaba el área, calentando a la bestia sin chuparla.

En esos juegos fue subiendo hasta que rozó su bálano en el ensanchado agujero de su amigo quien, al darse cuenta de su situación, abrió los ojos desesperados y su “no” se ahogó ante el avance de un Ramón implacable que entraba desgarrándolo sin permiso y sin pausa, abriéndolo a empujones y estirándolo desde adentro hasta que los pendejos de ambos se enredaron en uno.

Para Javier era casi insoportable el dolor en su recto destruido por la pija ajena y las lágrimas sustituyeron los gritos que no pudo dar por temor a despertar a sus padres.

Se veía asimismo como mujer con las piernas arriba y el hijo de puta de su amigo encima suyo, con la estaca bien clavada y la cara de triunfo de un Ramón radiante frente a la suya.

Su verga había perdido toda erección y los besos que tanto le habían calentado ahora sabían empalagosos, lo mismo que el susurro “relajate, te deseo, estás rica, sos mía, soy tu macho, sentime, me gustas” y un largo etcétera que fueron los distractores que le ayudaron a pasar el trago amargo hasta que el sufrimiento fue cediendo.

A medida que decrecía el dolor, su sensación de rechazo fue transformándose en un no rechazo; para pasar luego a la comprensión del comportamiento de su amigo llevado por la calentura; después a la aceptación de tener esa brasa en sus adentros; y más tarde a consentir la verga caliente en sus entrañas y la cara de gozo y triunfo de su amigo, concibiendo sus propios actos como una forma de ofrenda a la amistad. En medio de esa maraña de sentimientos bullentes y descontrolados, algún pequeño atisbo de gusto nació en sus profundidades y con un toque de caderas acomodó la lanza en sus adentros.

“Me gustás, tenés un culo divino, me tenés caliente desde hace rato” fueron los motivos que marcaron el ritmo in crescendo del bamboleo y penetración que inició Ramón, primero despacio, estirándole el culo desde adentro en rotación hacia todos los costados, y extrayendo y penetrándolo con su ariete.

“¿Te gusta?” “No sé”. “Quiero que te guste”. “Sí”. La saliva y el sudor de ambos se mezclaron y el mete y saca se volvió cada vez más frenético. En ese camino de creciente apasionamiento, teniendo la verga fláccida, Javier sintió suaves contracciones y de su pija caída se escaparon chorros de semen.

Ramón aumentó sus estocadas hasta que explotó en andanadas que llenaron el culo y hasta el alma de un Javier rendido y sorprendido.

Consumido el momento orgásmico, Ramón sintió las manos de Javier sobre sus nalgas atrayéndolo hacia él, lo miró con ojos de vergüenza, lo acurrucó, “no temas, no le diré a nadie, te dolió por ser la primera vez” y todas las demás frases que se le ocurrían hasta que su verga agotada se salió de la cueva dejándole una sensación de vaciedad.

En ese preciso momento Javier abrió los ojos y, mirándolo, dijo: “me estás aplastando”.