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Mira cómo te han dejado el culo

en Amor filial

Ante mí, sus preciados y jóvenes glúteos, redondos y duros, cubiertos por la tersa piel adolescente y mis manos, sobre su cutis, al abrir los cachetes, erizaban sus vellos casi transparentes, hasta dejar a la vista su ano enrojecido, abierto y florecido, del cual bullía un líquido sanguinolento, algo amarronado y blancuzco.

— Mírate como te han hecho el culo, le dije mostrándole el trasero con un espejo para que vea el estado en que la habían dejado.

— Me duele tío, cúrame, pidió con voz de súplica apasionada.

Tomé una pomada con xilocaína y, previo a untarme un dedo, comencé a esparcirle por sobre la raya de su traste, el ano enrojecido, y, poco a poco, a introducirlo en su caliente y desgarrado esfínter.

— Tienes que decirme qué te pasó.

—Tío, no puedo.

— Esto es grave y tendré que decirle a tus padres.

— No tío, jamás. Haré lo que tú quieras.

— Dime.

En tanto mi dedo se había multiplicado en dos que tenían perforado el ano de mi sobrina aplicándole la pomada calmante.

Allí estaba ella, con toda su juventud e inexperiencia a cuestas, buscando mi ayuda, recostada de boca en la cama, con la falda y la tanga bajadas, su cola en pompa y mis dedos penetrando y distendiendo la cueva posterior mientras mi miembro acabó por hacerse eco de las corriente eléctricas que lo enaltecían ante el contacto de la adolescente.

— ¿Te violaron?

— Creo que no. Fueron mis amigos, pero no se lo vas a decir a nadie. ¿Prometido? Menos a mis padres.

Hermosa como nunca, mi sobrina ofrecida, limpia en toda su adolescencia, mostrándome su trasero y parte de sus bien torneadas piernas con el culo expuesto para mi placer y su cura.

Mi dedos penetraban su hoyo dilatándolo aún más con la pomada y sus gimoteos demostraban que el placer que le causaban.

Un tío es un hombre al fin de cuentas. Fui liberándola de las ropas que la limitaban hasta que su cuerpo juvenil estuvo libre de trapos y al acaso de mis manos que extendieron sus caricias por todo lo ancho de sus poros hasta despertar la desea vehemencia de su pasión.

—Sí tío, soy tuya.

Y mi estaca no esperó un segundo llamado para posarse en el anillo de su ano y empujar, despacio, hasta que mis pendejos se incrustaron en sus nalgas y los huevos rebotaron en su concha, al son de son de sus palabras ¡sí tío, más fuerte!, mientras la perforaba con todo el extendido tamaño de mi pértiga.

— Nunca me han cogido así, qué hermoso, soy tuya, pero no le vas a decir a mis padres.

— No, querida, pero a este poto me lo vas a dar cuando yo quiera.

— Sí, dame más..

Mis dedos se posaron sobre su clítoris acariciándolo en forma giratoria, mientras con mi brazo izquierdo abrazaba su cintura y apretaba su trasero a mi cuerpo perforándola más a cada instante.

Sus gemidos aumentaron y sus movimientos, acelerados, se acoplaban a mi mete y saca hasta que un grito ahogado, unido a un profundo empuje de su culo contra mi ingle y unos estertores que la relajaron en explosiones sucesivas, me avisaron de su corrida.

Y fue mi momento: su juvenil agujero taladrado por mi estandarte, la visión de sus nalgas tersas entregadas, el movimiento cada vez más rápido y penetrante mientras el pene se endureció hasta el paroxismo hasta inundar con certeras y abundantes lechadas el interior de sus entrañas.

— Soy tuya, tío, qué hermoso, la escuché decir mientras caía reposándome sobre su espalda hasta que mi verga, agotada, flaqueó y se salió de caluroso hospedaje.

— Cada vez que salgas con tus amigos, ven para que te cure el culo, le dije.

— Sí tío, soy tuya, pero nada de esto a mis papás.

Se acurrucó en mi hombro, durmiéndose casi al instante, mientras de su trasero borboteaba, burbujeante, parte de mi caliente y abundante semen.

Me dormí con esta imagen apretándola contra mi cuerpo.