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Primera vez con Carlos (2)

en Bisexuales

Primera vez con Carlos II

 

 

Nos despertamos entrada la tarde, ambos en pelotas, las pijas erectas del avivarnos adolescente.

El calor agobiaba y el sudor brillaba cual cairel en las pieles.

Nos enfundamos nuestros slips y salimos de la carpa buscando frescor.

El aire nos calcinaba cual soplete así que nos escurrimos debajo de un sauce llorón, a cubiertas del sol y de los demás viandantes.

Como los anteriores cobijados a la sombra de aquel árbol habían dejado hartos restos, limpiamos el lugar y extendimos una colcha a guisa de mantel y asentadera.

Mi maltrecho trasero aún percibía los síntomas del desgarro por la cogida que me había dado Carlos esa mañana y, seguramente, se notaba en mis movimientos más lentos al caminar o al sentarme casi de costado.

"Te toca servir la comida", dijo Carlos, a lo que no me opuse y, moviendo mi colita más de lo normal, fui a buscar latas, gaseosas y ginebra.

Sentí la fuerza de su mirada posada en mis nalgas y no pude evitar una pequeña descarga de placer al saberme contemplado.

"Tienes un culo hermoso, dijo a mi regreso. Me gustó lo de esta mañana y creo que a vos también… Estabas tan cerradita… Me puse rojo como un tomate y, mirando el suelo, nada dije. Se acercó, me tomó de los hombros, y agregó: te deseo desde que te conozco y, desde ahora, sos mía.

Por toda respuesta me salió un "comamos". "Sí, bicha" y nos dimos al ataque a las conservas y al gincola.

Estás callada, pensativa... apuntó mientras deglutíamos, tratándome en son de niña.

Seguí en silencio, dándome con gincola hasta marearme, mientras el hablaba para erradicar mis dudas y temores, explicándome cosas de colas y culos que ni oía.

Rompí mi silencio con un "me gustó", y estuvo todo dicho.

Carlos me taladró con su mirada, escrutó hasta lo más profundo de mi alma y, cuando volvió en sí, selló mi boca con un beso.

Primera vez que una lengua extraña entraba en todo mi garguero, jugando y descubriendo por dentro cada pliegue, despertando sensaciones nunca antes sospechadas.

Me sentí ella.

Entregado(a), mis brazos se atenazaron a su cuello mientras sus manos pasaron del abrazo hasta mi traste y mi sexo calentándome a poro a poro.

V

Me arrodilló frente a su verga, a la que besé sobre la tela y luego saqué para lengüetearla a mi manera.

"Muchas veces me he pajeado pensando en tu culo", dijo, tratándome en femenino, mientras chupaba su pene cada vez más duro, largo y grueso.

Sus gemidos se acrecentaron al compás de mi mamada y sus huevos, duros e hinchados, eran muñecos entre mis manos.

En el claro los dos: él, parado, todo un hombre y yo arrodillado(a) a sus pies, saturándole de placer con mi boca, con su cetro de rey cobijado en mi paladar, acariciado por mi lengua, y, desde esa perspectiva, era un gigante, mi gigante.

Entre gemidos decía "te quiero hembra", "te voy a coger cuando yo quiera", "me gustan los putos bien rameros", y yo asentía sin detener la fellatio en la que estaba inspirado hasta que aquel mástil se transformó en un volcán en llamas que deflagró mi boca con trallazos de hirviente semen.

Por ser la primera vez que probaba su esperma no me disgustó su gusto salino: tragué algo, caté lo que pude y le limpié el instrumento como si en esa tarea se me fuera el alma.

Aliviado, se hizo para atrás y yo seguí arrodillado, meneándome mi cosita, ensimismado en la búsqueda de mi eyaculación, apasionado en mi propio cuerpo.

Interrumpió mi masturbación bajándome el calzón. Abrigó en su boca voraz mi pequeño estilete llevándome hasta el cielo. La humedad y el calor de su cueva aceleraron mi apasionamiento y las contracciones se vinieron acometiendo la embocadura de Carlos en una mágica acababa.

Está rica, dijo después de saborearla con delicia.

Nos acostamos para relajarnos semiabrazados, desnudos y embriagados, sin importarnos las pasadas de otros excursionistas, dejando al aire su fastuosa masculinidad y mi culo florecido.

Ya repuestos, previo paso por el río para lavarnos y desacalorarnos, fuimos de recorrida por los alrededores, comprobando que no éramos los únicos andariegos en aquel paraje solitario.

Cada tanto su mano en mi ojete me recordaba que era suyo(a).

VI

Las ramas crepitaban al consumirse en el improvisado fogón. Su bailoteo cortaba la oscuridad y confería calidez a un ambiente enrojecido al compás de la danza de los fuegos.

Sentados, la mirada perdida en los centelleos de las flamas, en tanto la botella pasaba de mano en mano.

La caricia velada cada tanto nos recordaba nuestra pertenencia.

A mi costado, las piernas incipientemente velludas de Carlos y su aparato exaltado por el ajustado short, eran imanes para mis ojos.

No podía evitar notar los estragos que su arma había causado en mi trasero, pero era el precio del placer. Aquella impresión dejada por el desgarro que se llevó mi virginidad, no me era del todo hostil y, subyacente a ese malestar, estaba la huella del gozo que me había producido el cetro regio.

El hecho de que tratara de sentarme medio de costado no le había pasado desapercibido. "¿Todavía te duele?", preguntó. "No, es una sensación rara, casi agradable", respondí y agregué "¿y tu verga como está?". "La viste esta tarde, irritada y enrojecida, porque estabas muy cerrada; pero aún con ganas de culiarte", me dijo en femenino. "Al que quiere celeste, que le cueste", contesté y nos reímos.

Hechizados por la noche, el fogón y el alcohol, nuestra charla era cada vez más íntima. "Siempre te desee, me dijo casi en un susurro, En el colegio, caminando delante de mío, me hipnotizas con tu culo, meneando los cachetes como el traste de una mina. Se me van las manos para ortearte y se me para el pingo de solo pensar que te afirmo.

"Las veces que me habrás toqueteado sin que yo supiera de quien era la mano que me placía", dije. "Nunca, jamás. Cada vez que te ortee lo hice queriéndote hacer saber que era yo quien te hurgaba, como una forma de decirte que me gustabas", se sinceró.

"Por cómo te portaste esta mañana, estoy seguro que no soy el primero que coges.", dije. "Tampoco serás el último, pero sí el más el más usado", retrucó picarescamente.

La ginebra hacía sus efectos y no fueron pocas las veces que nos levantamos para orinar en los alrededores.

Entrada la noche, emborrachados de alcohol e intimidad, nos metimos en la carpa donde me desnudó sin calentamiento alguno.

Me acomodó boca abajo, con un bolso en mi verija para dejar mi culo en pompa. "Ahora no, me va ha doler mucho", mascullé. "Cállate marica que te encanta la pija y la vas a gozar," ordenó mientras se despojaba de sus ropas.

Se acuclilló a mi frente ofreciéndome su miembro aún semierecto, al que comencé a lamer probando el sabor de su micción, de la transpiración de sus bolas y su verija. "Así, cómelo con ganas, pónmelo bien duro que te voy a dar con todo", decía al calor de su fuego, agrandándose y endureciéndose su astil.

Con mi cara incrustada en su entrepierna, haciendo mi lengua y mi boca su trabajo, dedicó sus manos a sobarme el trasero calentando mis nalgas sensibilizadas a su tacto.

Mi culo florecido, entregado (a).

Sus dedos esparcieron por dentro el lubricante y abrieron aún más mi ya rota retaguardia, preparándome para la embestida final al compás de su pasión, mientras mis caricias le robustecían su candente perno.

Retiró la verga de mi boca y me preparé para el acople. Vino terrible. De un solo golpe me clavó toda la inmensidad de su estandarte y en mis nalgas quedaron estampados sus pendejos. "Ay, que me duele, no tan fuerte". El ardor era infernal y mis súplicas inútiles. El apasionamiento de Carlos era tanto que me ensartaba con violencia, cabalgándome con fuerza desbocada, perforándome hasta el tope de mi recto y más allá aún, destrozándome del todo.

Ni mis ayes ni mi llanto lograron conmoverlo. Por el contrario, lo excitaban más y el hierro candente de su miembro despedazaba mi maltrecha cueva en un mete y saca inacabable.

"Así ricura… Así ricura, ¿sentís como te culio?... ¿Te gusta como te cojo?... ¿sentís como mi pingo te posee?... decía entre gimoteos de pasión y yo asentía con la cabeza a pesar del intenso dolor.

Cuando me acostumbré al dolor o éste se acabó por saturación, en el momento en que el pistoneo de Carlos empezaba a generar algo de gozo en el socavón que me había abierto, se vino en espasmos entrecortados sementando mi culo hasta anegarlo en una llegada interminable.

Quedó tendido sobre mí, relajándose y relajándome, con su arma aún erguida taponándome el agujero. Nos dormimos.

No sé en qué momento se bajó.

Me despertó la presencia de Carlos observándome el trasero con cara libidinosa.

¿Qué pasa?, inquirí. Que te quiero así de abierta, respondió hundiéndome un improvisado consolador fabricado con un tubo de desodorante y unas cuerdas para evitar que se metiera del todo o que se saliera de mi traste.

La sensación de andar con esa cosa no fue nada cómoda ni agradable, pero debo admitir que logró sus resultados y, al medio día, cuando quiso gozarme, mi ano estaba abierto y dilatado para recibir su imperio que, esta vez sí, me arrancó por lo menos dos orgasmos antes de vaciarse en torrentes de lava vigorosa.

Me sentí feliz.

Esa tarde regresamos, cada uno a su casa, culminando la primera vez con Carlos.

Aquella noche no pude menos que extrañar su calor y sentir una sensación de vacío en mi trasero.

La mañana siguiente nos encontramos en el colegio y, esta vez, fui yo quien se posó dándole la espalda y levantando el culo para atrapar su aparato entre mis nalgas.

Con Carlos aún somos amigos y compinches, ahora cada cual con su familia aunque los encuentros cercanos nunca faltan.