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Merecer lo merecido

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Merecer lo merecido

El calor del aliento macho le incineraba la piel y sin más prolegómenos, le hizo volar el calzón, liberando la verga erguida y dura que tenía entre sus dedos. El ardiente ariete, grueso, duro y largo, destrozaba el virginal recto al abrirse camino a las profundidades, en dolorosas estocadas.

 

 

Había sido una jornada agotadora. El viaje, el armado del campamento, la cena compartida y el fogón que se extendió, entre cuentos y cantares, hasta bien entrada la noche, jalonaron el primer día de campamento. La lumbre del fogón, de ardientes leños crepitantes, cortaba la oscuridad y contagiaba al entorno la calidez del fuego, pintándolo de rojo dilatado.

Arriba, las estrellas titilantes; al frente el monte; a un costado las matas, la curva de la corriente y la barranca; atrás el afluente recién bajado de la cascada en su camino cantarín.. En el centro de ese pequeño universo, los campamenteros deshilvanando historias de aparecidos y otras rarezas, con los ojos pequeños por el sueño.

La luna iluminaba un paisaje de tinieblas matizadas de árboles, destellos plateados nacidos del riacho a cuya ribera se encontraban, a la vez que permitía distinguir el sendero, zigzagueante entre el pinar, que los conduciría a la carpa enclavada en un claro del monte.

Agotadas las chanzas y casi rendidos ante el cansancio, el grupo levantó la tertulia y enfiló a la tienda, donde cabían amontonados Carlos María (CM), Jorge José (JJ), Alberto Mario (AM) y Daniel (D).

Como un teatro de sombras surgido de la nada, la mortecina luz del farol proyectaba a la lona las figuras oscuras de sus cuerpos semidesnudos.

Desde afuera, cualquiera que estuviese mirando, podía identificarlos en las imágenes del chinesco teatro que delataba las acciones y los atributos de cada uno.

En el juego de luz y sombras, el imaginario espectador se habría divertido o excitado al contemplar el mástil viril de cada uno y las rápidas manos recorriendo ajenas redondeces.

Alberto era el de mayor físico de los cuarto, siguiéndole en tamaño JJ, CM y D quien le llegaba a los hombros. A pesar de su volumen, su físico era armónico: de tez blanca lechosa, poseía un rostro ingenuo de niño grande, resaltado por cálidos ojos claros que impactaban e incipiente y rala barba. Sus anchos hombros y largos brazos podían estrujar como el que más, y sus manazas posarse en las abultadas ancas de cualquiera de los otros sin que nadie se atreviera a repelerlas.

A los pueriles ojos de Daniel todo en AM era gigantesco y hasta su voz, más potente y ronca, aseguraban la propia pequeñez frente al garbo de su amigo, junto a quien se sentía protegido. CM y JJ eran más altos y fornidos pero no le despertaban el sentimiento de comunión que se había instalado con aquel.

Ajustados en el reducido espacio, dispusieron las cabeceras bajo el tul del ventanuco trasero y los pies hacia los cierres del acceso.

Entre risas y pullas, en las que no faltaban empujones y roces, ora atropellados y ora no tanto, acabaron la faena y se prepararon cada cual para su cama.

D se ubicó una de las esquinas, prensado entre la tela y AM, a quien le seguía CM y, en la otra punta, JJ cerraba el círculo. Los cuatro estaban tendidos, en ese orden, parloteando como loros y contagiándose de calor humano.

Se conocían desde hacía tiempo e integraban el mismo grupo adolescente compartiendo clases, deportes, las primeras salidas y el descubrimiento de lo prohibido.

El calor los obligó a echarse en calzoncillos y no faltaron las pullas sobre el tamaño de cada paquete y de cada culo; más que una y otra orteada los hizo electrizar desde el ano hasta el último cabello aún cuando la pasión de la sobada se minimizara al roce de una nalga.

A CM le tocó la tarea de apagar la lámpara y dejarla afuera. Una pequeña claridad se colaba por el ventiluz por lo que los tres pudieron disfrutar de su agraciado culo al salir y de la varonil prestancia al retornar.

De aquel grupo, AM y D eran inseparables, aunque todos participaban de las mismas inquietudes, búsquedas y juegos. Entrambos eran frecuentes los mal disimulados manoseos, las pajas comunitarias, las charlas íntimas. La gran confianza que se tenían había posibilitado que conocieran sus cuerpos, al menos en las zonas más secretas, casi palmo a palmo. Calibrando el tamaño de sus miembros, alguna vez la mano de uno le tomó la pija al otro y viceversa.

Adoptando cada uno la pose más cómoda y despatarrada, el sueño los iba venciendo y el silencio se llevó las chanzas.

D. se inclinó hacia la lona y su trasero quedó apoyado en la cadera de su amigo, quien había quedado de espaldas, mirando al techo, con los dedos entrelazando vellos.

El soñolencia le fue ganando y el último recuerdo de D. fue la candente cercanía del cuerpo de AM y la palma de una mano descuidada posada en su trasero.

Una pesadez aplastante lo despertó pasada la medianoche. De a poco, amodorrado, recuperó la conciencia sintiendo el cuerpo de AM yaciendo sobre el suyo, piel con piel, con la pierna izquierda subida sobre su cola y el brazo atenazando su torso.

Calcinándole, la larga y gruesa estaca presionaba en los glúteos afianzando la virilidad de su dueño y transmitiéndole una fogosidad hasta entonces desconocida.

Nunca supo como pasó pero no pudo evitarlo. D. deslizó su mano hasta la verga erecta de AM, aprisionándola, acariciándola como nunca antes lo había hecho.

Su respiración aceleró su ritmo por la creciente excitación y, con fuerza, las ancas se afirmaron con más ímpetu en el ardiente tridente.

Lo invadía una sensación de placer nunca antes captada con tanta intensidad.

D coló su mano debajo del slip para sentirla piel con piel y aprehender la magia del momento.

AM presionó con mayor brío el cuerpo de D hasta pegarlo al suyo. Su lengua comenzó a lamer, suavemente, el lóbulo de la oreja y el cuello de su amigo, arrancándole ondas electrizantes.

El calor del aliento macho le incineraba la piel y sin más prolegómenos, le hizo volar el calzón, liberando la verga erguida y dura que tenía entre sus dedos.

Sin mucho cuidado, AM le bajó el taparrabo dejando las nalgas a su merced, al capricho de sus manos que no cesaban de sobarlas. "No hagas ruido, que despertarás a los otros", le susurró al oído, y liberó las carnes de todo resto de prenda, dejándolas a la intemperie.

Guió la cabeza a su sexo y D. no tardó en besar el inmenso glande y chuparlo con todo lo que su inexperiencia le permitía, en tanto él, además, le lubricaba el ano con jabón y saliva, jugando con sus grandes y gruesos dedos.

A pesar de los silenciosos movimientos, los jadeos y ruidos de la calentura se debían haber escuchado a la redonda.

Retiró su pelvis, acomodó a D. bien boca abajo y se montó disponiendo la apasionada cabeza de su verga en el aro de su amigo. Comenzó a espolear la argolla, algo dilatada por la profunda dedeada recibida, hasta que arremetió con fuerza, desflorándolo, en tanto sus manos le taparon la boca ahogado los ayes del desgarro.

De nada sirvieron los corcoveos de D. resistiendo el ataque. Su ardiente ariete, grueso, duro y largo, destrozaba el virginal recto al abrirse camino a las profundidades, en dolorosas estocadas.

Para no gritar D. mordía el bolso en tanto las lágrimas le rodaban en las mejillas.

La penetración fue lenta, pausada, persistente, eterna, atrozmente dolorosa hasta que sintió el peso de las bolas y los pendejos de AM imprimiéndose en sus nalgas.

El falo de AM hizo fondo sabiendo que había destrozado todo lo que encontró a su paso al ensanchar las paredes del recto. Ocupando su espacio en el interior de D., se quedó quieto rozando la piel de su víctima con sus labios y su lengua, ayudando a relajarle y musitando "que lindo… te deseaba…" y cosas inteligibles pero que se le ocurrían tranquilizadoras con su tranca alojada en ese trasero.

Llevó su tiempo, pero aquel insoportable dolor causado por la desvirgación fue cediendo a medida que lograba relajar la tensión y sus carnes se acostumbraban al abrasador tizón.

Despacio y casi imperceptible D. comenzó a moverse, acomodando primero el ígneo tronco en su maltrecha cueva, luego de arriba abajo, en redondo después, sintiendo como la dura verga profundizaba y ensanchaba las paredes del túnel recién abierto.

El peso de AM y esa mezcla de dolor y placer le prometían irresistibles sensaciones. Con su pedazo en las entrañas de D, AM retomó su papel activo y, respondiendo a los meneos de ese culo, comenzó su metesaca despacio, muy despacio y corto, para ir aumentando paulatinamente el recorrido y la velocidad de la empernada.

El ardiente acero de AM entraba y salía de su recto, recorriéndolo como en un túnel lubricado, hasta hacer tope en sus intestinos y retirarse hasta casi llegar al aro de salida, para empujar de nuevo hasta el fondo, repetitivo y punzante, en tanto D, abriéndose cada vez más a las estocadas tantas veces esperadas, movía su culo en círculos y apretaba y relajaba su esfínter, comiéndose esa tremenda verga que le inauguraba el traste.

D. sentía los brazos de AM pegándolo a su cuerpo y a su verga taladrar su conducto, abriéndole un camino cada vez más ancho y profundo. Cada momento aquel garrote le parecía más ardiente y grande, incontenible en su paso avasallador desarmándolo, y armándolo de nuevo pero distinto, desde adentro con su consentimiento y entrega.

Las manos de D, aprisionaban la cola de AM por detrás y lo comprimían contra suyo. "Te estoy rompiendo, me gusta…" farfullaba AM. "Sí, sí…, dale mas" respondía D en un diálogo de sordos, cada uno inmerso en su propio placer y esclavo de sus propias sensaciones.

"Que culo, como me comés la pija…", decía AM, mientras D balbuceaba entre jadeos "Me estas destrozando, me gusta…soy tuyo… como me hacés".

El movimiento no cedía y la pasión los incendiaba. La pija de A se dilató al máximo, ensanchándose y contrayéndose en pulsaciones orgásmicas y explotó en hirvientes y exaltadas descargas sucesivas que inundaron de semen el interior de D.

Los jadeos de esa eyaculación no fueron apagados y se sumaron a los ruidos anteriores que habían despertado a sus compañeros de carpa, los que, en silencio y en la penumbra, gozaron del inesperado espectáculo de AM montándose a D, enterrándole su enorme verga, bombeándole desesperadamente hasta deslecharse en sus entrañas.

Tras el estertor y las sacudidas, relajó su cuerpo y se abandonó sobre el de D, dejando su enorme verga en el interior, gozándolo en instantes extras, mientras el poste iba perdiendo su prestancia hasta enervarse y salirse del agujero, dejando allí las marcas de su sello.

El dolor de la cogida, la profundidad de la penetración y el placer anal expandido, habían inhibido la erección de D y su pedazo, flácido, aún deseaba una buena eyaculación.

Algo recuperado, AM se bajó liberando el cuerpo de D, y se tiró en su lugar, espacio que aprovechó D para apoyar y masajearse el sexo deseoso de una buena manuela.

Fue el momento elegido por CM para pararse con toda su polla al aire y como un guerrero, acercándose por detrás, se acomodó y enchufó sin miramientos a D, con el tácito consentimiento de AM que impidió todo rechazo de a ese ataque. El aparato de AM era el más grande de todos por lo que la verga de CM se hundió en el trasero recién abierto a poco de apoyarse, como un cuchillo en la mantequilla. JJ, aprovechando el espacio que le dejara AM al levantarse, colocó su sexo debajo la cara de D, haciendo que le coma el pedazo mientras su compañero profanaba el hospedaje.

Sometido a una cogida que no había deseado, provocado ni querido, sorprendido y despechado por la entrega de AM, sentía ganas de deshacerse en llanto al verse en ese estado: abusado y violado por estos dos mientras su amigo, a quien se había entregado con ganas y sentimiento, miraba complaciente, diciéndole al oído "ponele ganas, hacelo con ganas" en tanto estimulaba a los otros diciéndole "dénle duro… más fuerte… le gusta… disfruta de las pijas..."

Aquellas palabras lo sacaron de su letargo emocional para avocarlo a auscultar sus propias sensaciones y volar con la cogida doble que le estaban propinando. Abandonó su posición de pasividad, de muñeca usada, y dio rienda suelta a su excitación, concentrándose primero en mamar el pingo de JJ, envolviéndolo en la cavidad de su boca y cobijándolo con su lengua, sacándolo, relamiéndolo y besándolo, hasta introducírselo nuevamente en sus fauces, tratando de sincronizar sus movimientos con la evidente calentura de JJ y el deseo culiador de CM que arremetía en su trasero estocada tras estocada. El calor de ambos cuerpos posesionándose del suyo, le arrancaron los pocos jirones del recato y la vergüenza que le quedaban y le comunicaron una seguridad que no había sentido en las artes amatorias.

Prescindía de su pene flácido por los ataques, agotadores y dolorosos, y se concentraba exclusivamente en el golpeteo viril de CM en sus entrañas y la suave placidez de la estaca de JJ en su boca. Este apuró sus impulsos en la abertura que hacía de concha, excitándose al máximo hasta estallar en lechadas encadenadas derramadas en la expectante boca, que recibía con cara de gozo cada descarga caliente, lo saboreaba y tragaba.

El espectáculo de la llegada de JJ no le fue ajeno a CM, quien cabalgó con mayor ímpetu, clavándole con toda su fuerza su vergajo, poseído por la pasión desenfrenada, hasta tensarse y escupir de a chorros la leche que embutía en el recién habilitado culo.

Poseído por la exaltación desenfrenada del macho que le perforaba hasta los intestinos y que lo tomaba por derecho propio, sintiendo su enloquecimiento al bombearlo y hacerlo suyo, sintió el estremecimiento de su propio orgasmo y de su fláccido pene manó un viscoso esperma.

Cuando CM se bajó dejando al aire su abierto agujero sintió el vacío en su interior y lo invadieron unas ganas como de defecar por lo que debió partir al monte. Acuclillado, sintió aliviarse cuando de su recto caía una espesa mezcla de humores. El agua del río le calmó el ardor de su agujero y se llevó los resabios.

Dolorido y agotado, se acostó esta vez entre A y CM. Apoyando su cabeza en el bolso, trató de reestructurar los sucesos vividos, pero el calor de ambos hombres y la agotadora jornada, lo vencieron en un sueño profundo y reparador.

 

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