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Arturo (3)

en Gays

Ese día le había prestado el departamento a Arturo para que se reuniese con su amiga, así que me avoqué de lleno a mi trabajo, dedicándole más de la cuenta no tanto por el amor al yugo sino por el arte de sacarme esa espina de celos que me había quedado, sabiendo que él disfrutaba de mi estancia con una mujer, vía por la que podía perderlo.

No quise darle importancia pero allí estaba la idea y, en cada distracción me sorprendía imaginando lo pasaba en mi departamento entre él y su amiguita.

Era consciente de que lo quería bien y de que aquello alguna vez debía suceder como también de que lo nuestro tarde o temprano debía terminar.

Le había prestado mi morada para las horas de la siesta, así que a eso de las veinte debía estar desocupado, según lo pactado, pero vaya mi sorpresa cuando ingresé al departamento y me los encuentro semi vestidos.

Arturo con su mejor bolero, un triángulo de tela contenía su aparato sujeto a elásticos que se enancaban en sus caderas con un tercero que se perdía en la raja de su culo, dejando sus hermosas y duras nalgas bien expuestas.

No pude evitar extasiarme en su imagen de macho joven y hembra mía.

— Es Graciela, dijo presentándome a su amiga, una joven de su edad de largos y renegridos cabellos que le caían en cascada por los hombros, ojos azabaches de mirada profunda, tez trigueña, menuda, enfundada en una playera sin brasiere y un breve pareo.

Me saludó con un beso en la mejilla que retribuí gustoso. En verdad formaban una buena pareja.

— Los padres de Graciela no están, así que puede quedarse acá, si lo permites, disparó Arturo y me ví durmiendo en el sofá.

— Por supuesto, contesté, pero déjenme cambiarme que ha sido un día largo, y pidan algo de comer, con lo que me dirigí a la habitación, que estaba hecha un desastre con la cama destendida, donde me desnudé y me fuí a la ducha para un reparador baño.

El agua tibia calmó mis ansiedades y relajó mis músculos.

No puede evitar pensar en esa chica, pero lo más inteligente que podía hacer era asumir la situación y dejar que corriera, que sea lo que deba ser.

Aún estaba en la ducha cuando llamaron la puerta y supe que era el pedido.

Salí del baño, me puse una bermuda, una camisa abierta y, en ojotas, me presenté en el estar, donde ya estaban servidas las empanadas y la cerveza.

Entramos en charlas de circunstancias mientras comíamos, con un fondo musicial de un CD romántico, hasta que rompí el fuego:

— Supongo que la pasaron bien, dije

— Muy bien, fue fabuloso, dijo Arturo y Graciela contestó con mohín. "Graciela es una gran profesora", agregó, a lo que intervino ésta, toda colorada, asegurando "no es cierto", y él insistió "sabe hacer el amor como los dioses y me hizo gozar como loco", y ella, "callate, ya", a lo que intervine diciéndole "no sientas vergüenza, no hay cosa más bella que hacer el amor y gozar con la otra persona, hablar de ello es bueno porque nos permite conocernos mejor y aprender lo que le gusta al otro, así que no te pongas vergonzosa.", a lo que ella disparó sin tapujos "yo sé todo lo que pasa entre ustedes.", dejándome petrificado, "es decir, continuó, sé que gusta hacer el amor con hombres y mujeres, me lo contó Arturo".

Fue un baldazo de agua fría que me dejó helado, sin palabras y seguramente con una expresión de bobo, porque agregó "no te enojes, yo tenía una amiga con la que hacíamos cosas".

— ¿Qué cosas? Inquirí para relajarme después de tamaña sorpresa. El que no parecía sorprendido era Arturo que miraba la escena con una sonrisa cómplice. "Las cosas que se hacen entre mujeres, dijo, yo te enseñaré, agregó, claro que no hay mujer, pero es parecido; después me enseñas tú como lo hacen los hombres.."

Evidentemente no era una santa y le llevaba kilómetros a Arturo, quien recién tenía su primera experiencia con ella. "Está bien", dije aceptando la propuesta aún sin haber entendido bien como era la cosa.

Arturo removió la ratona y sacó a bailar a su amiga. Inmediatamente se fundieron en un abrazo al compás de sus ardores más que al compás del bolero que llenaba la habitación.

Ella colgada literalmente del cuello de él, con sus manos asidas a la nuca, su cabeza apoyada en la clavícula de él porque no le alcanzaba al hombro, sus cuerpos adheridos entre sí, mientras el con sus manos sobre las nalgas de ella la presionaba hacia el propio cuerpo.

Disminuí las luces dejando el ambiente en agradable penumbra y me senté en un sillón a ver el espectáculo que me habían prometido, con un vaso de licor en la mano y dispuesto a dejar que pase lo que debía pasar.

Desde mi posición no podía evitar ver, en primer plano, la zona de los cuerpos donde el termina el tronco, es decir la genital. En el paso de la danza, el muslo de él ingresaba entre las piernas de ella y, con sus brazos, la apretaba contra sí haciendo rozar el muslo contra el clítoris de la hembra, quien se entregaba a esa placentera caricia, se abandonaba al varón.

Ella tenía los ojos cerrados por lo que debía estar entregada a sus sensaciones, en especial sintiendo el calor de la verga ya visiblemente erguida, casi saliéndose del suspensor que la contenía.

La habitación ardía y el calor de la pareja se contagiaba a todas las cosas, incluso a mi, que ya me había sacado la camisa, quedando con el torso al aire y empinado el sexo, a pesar de no quererlo.

Arturo subió sus manos, enganchó la playera y la tiró hacia donde estaba, liberando los pechos de la mujer que, de inmediato se asentaron en el torso del hombre, quien con sus manos le acariciaba la espalda y a veces las tetas, relamiéndosela con besos tanto en la boca como en nuca.

Podía sentir los jadeos de ambos, ya casi desnudos, meciéndose al son más de sus propios ardores que de los arpegios.

El bajó una de sus manos y desprendió el breve pareo que voló al piso dejando el espectáculo de la mujer desnuda.

Su cuerpo joven y menudo reconocía las gráciles formas femeninas y una armonía interna resaltaban los contrastes de sus trazos. Los hombros y pechos medianos divergían de sus anchas caderas, sus no menos ostentosas nalgas, y sus muslos gruesos, fuertes y bien torneados.

Debí reconocerlo que, no siendo una potra, era una mina fuerte.

La mujer bajó sus brazos, acarició el torso de Arturo, al que no dejaba de besar y mordisquear en los pezones preferentemente, apoyó sus manos en el regio y lampiño culo de mi amante, acariciándole fuertemente, y le liberó su sexo dejando caer la prenda masculina.

Ya libre la verga de Arturo lucía en todo su esplendor, apoyada sobre el vientre de la mujer quien, descaradamente, refregaba su clítoris en el muslo de su amigo.

El olor a sexo invadía la habitación y no era inmune, así que debo haber hecho algún gesto como acariciarme mis pezones o tocar mi pene, que fue respondido por Arturo jalándome con su mano hacia ellos. Los tres quedamos abrazados en esa improvisada pista de baile. El le dio un apasionado beso en la boca a Graciela mientras con su mano masajeaba mi pija, para después meter su lengua en mi cavidad y hacerme sentir suyo, abandonado en sus brazos irresistibles, para separarse de mis labios y ofrecerlos a ella, quien se pegó a mi boca perforándome con su lengua, la que exploró vehemente y sedienta mi caverna.

Arturo aprovechó la ocasión para liberarme de la bermuda y mi cuerpo quedó desnudo, sintiendo la mano de la mujer descubriendo mis genitales. Estaba desnudo y entregado a ese juego erótico de los tres y ya había perdido toda capacidad de resistencia.

Estaba preso de la pasión que hervía sangre al ritmo de la de ellos, quienes se liaron entre sí, ocasión que fue aprovechada por mi para bajar besando y mordiendo el torso y los pezones de ambos hasta arrodillarme dejando mi boca a la altura de los genitales de ambos.

La verga estaba enorme, nunca antes la había visto en esas dimensiones y no pude evitar metérmela a la boca y empezar una breve mamada que interrumpí para olisquear el sexo de ella, embriagarme de su olor de mujer mezclado con el aroma de la leche de él, clitorearla con suaves lengüetazos que se expandieron también por el resto de su concha en llamas.

Estaba en esos menesteres cuando la pija de Arturo se presentó a mi boca. Se había colocado atrás de ella y, entre sus piernas, pasaba su pedazo en busca de la vagina, así que aproveché para mamarla un instante antes de que Arturo se sentara en el posabrazo de sillón desde donde atrajo a la mujer para clavarle su estaca en la vagina, la que penetró de un solo golpe, ensartándola entre jadeos y ayes.

Graciela estaba a mi portento. Estaba sentada con la espada del hombre en su agujero, dándole la espalda, y ofreciéndome su frente. No esperé la orden, subí a besarle los pechos, con leves mosdiscones a los pezones, acariciándola por entero para luego arrodillarme y darme un banquete chupándole la concha mientras la penetraban, lamer el tallo que la perforaba y mamar los huevos de mi amante.

Los gemidos de ambos daban cuenta de su pasión, así que me concentré en el clítoris de la mujer masajeándole con mi lengua en forma circular, lo que aumentó su excitación: agarrándome la cabeza, moviéndose como loca, arqueó su cuerpo y experimentó un intenso y prolongado orgasmo.

La contracción involuntaria de su concha, con sus labios rojos e hinchados y su botón engrandecido, se contagió a mi lengua que sintió como los músculos de ella se tensaron y se dilataron al máximo en el momento del éxtasis, para continuar con contracciones involuntarias menores que fueron mermando en su intensidad hasta quedar lasa apoyada en Arturo, quien la abrazaba con su verga erecta adentro de su cueva.

El sexo de la mujer fue relajándose pero antes de terminar este proceso nuevas y suaves contracciones se desencadenaron en la zona.

Ella retiró suavemente mi cabeza de entre sus piernas y se paró, liberando la pija de Arturo que continuaba adentro de su vagina, para reponerse en el sofá. Ante mí, ese hermoso instrumento del hombre insatisfecho, era una tentación irrefrenable, por lo que le dediqué mis mejores artes mamatorias, haciéndole todo lo que sabía le gustaba, lo que era recibido con fruición por el macho enardecido.

Casi repuesta se acercó y me dijo al oído "me has hecho gozar como mi amiga".

La escena entre ambos hombres debió excitarla porque me retiró del pingo y me sentó en el sofá, para luego traer a Arturo, quien, poniendo mies piernas en sus hombros, me ensartó con su extraordinario obelisco. Usando su saliva por todo lubricante me apuntó su instrumento y sin mucho esfuerzo abrió mi puerta sacándome un gemido que se extendió todo el tiempo que duró su perforación hasta el tope.

El pijón de Arturo me era conocido y, por su tamaño, cada vez que me la daba por el culo me desgarraba por dentro. Cuando hizo tope se detuvo para que me acostumbre a esa mezcla de ardor-dolor que sentía en mi trasero, se dilate mi cuenco y amanezca el deleite de ser poseído.

Cuando se distendió mi rostro él empezó un bamboleo con su mástil que estiraba aún más mis profundidades, arrancándome olas de intensa sensualidad. Ella, en tanto, se acomodó a la grupa de Arturo y comenzó un beso negro como pocos, cogiéndole y acariciándole por dentro con su lengua, ora usándola de pala, ora endureciéndola como pequeño rabo.

El placer que le deparó la mujer en su trasero excitó más a Arturo, y sentí como su pija se abultaba aún más y, transformado su rostro, comenzó un vehemente pistoneo que no se detuvo hasta que explotó llenándome las entrañas con la violencia de sus sacudidas y las emanaciones intermitentes de su esperma.

Gocé de su explosión y de su relajación.

Flácida, su enorme arma abandonó mi culo, asomándose por mi agujero la mezcla de los humores propios y de Arturo.

Mi verga permanecía erecta por lo que la mujer, sin decir palabra, se abocó a una breve fellatio hasta descargarme.

Quedamos poco menos que deshechos, reponiéndonos.

Con las primeras fuerzas serví licor para todos y bebimos entrelazando los brazos entre los tres.

Luego fuimos al dormitorio a compartirnos amontonados en la cama.

Nuestra enriquecida relación, ahora de a tres, continuó durante todo el tiempo que duraron los estudios universitarios de ambos, que no fue poco.

Con el tiempo descubrí que el pícaro de Arturo le había ocultado una parte importante de nuestra relación a Graciela, su pasividad. Fue durante una sesión entre los tres, cuando, consumido por la pasión, pidió que lo penetrara por atrás mientras la tenía clavada a ella, quien sintió el impacto de mi culeada a Arturo por el crecimiento, aún más, de la verga en su interior, las expresiones de placer y el gozo extremo que experimentó al eyacular y descargarse en su orgasmo anal.

Después de esa experiencia inolvidable les regalé un consolador y le enseñé a Graciela a manejarlo, arrancándole los más extraordinarios placeres.

Ha pasado mucho tiempo, ahora viven en otra ciudad y de vez en cuando mantenemos algún contacto.

Agradeceré califiquen esta historia.

Paradaparada41@hotmail.com