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El Despertar (09)

en Grandes Series

El despertar IX

(Amanecer adolescente al sexo. Orgía segunda parte, viene del capítulo anterior. Sorpresa en la cama )

Estaba adormilada en la cama de Alberto, desnuda y boca abajo. Me sentía agotada y feliz después de la cogida que me habían obsequiado minutos antes Alberto y Martín, en el primer trío de mi vida.

Recordé que había llegado a allí por un trabajo de la secundaria y que, además de quienes habían me habían hecho feliz, estaban Tony y Héctor, seguramente tirándose a Gabriela.

Con la dulce sensación de las vergas de ambos aún grabadas en las paredes de mi ahuecado culo, me relajé profundamente sin importarme los fluidos que me afloraban a lentos borbotones, ya que las abundantes lechadas de los dos, que aún permanecían en mi interior, habían transformado mi trasero en un manantial de semen.

Debí haber dormido unos minutos cuando unas manos y una lengua, relamiéndome las nalgas y la raya, me sacaron de ese estado onírico.

Pensé en Martín y sus eróticas formas de despertarme, esbocé una sonrisa placentera y me entregué al deleite de esos dulces embelesos.

En un chispazo de conciencia desconocí la lengua que hurgaba entre mis carnes, abrí los ojos y allí estaban Tony y Héctor abusando de mi cuerpo.

Me salió un "¡¡¡Que!!!", que Tony paró en seco: "Quédate quieta y callada" ordenó y, con un rápido movimiento, cruzó mis brazos en mi espaldas inmovilizándome, mientras Héctor se sentaba sobre mis piernas, aprisionándolas. Quedé impedida de toda resistencia.

— ¿Y Martín, y Alberto?, pregunté.

— Están con Gabriela, respondió Héctor.

Comprendí que sería en vano cualquier oposición y me abandoné a sus caprichos.

— Cálmate, seremos buenos, dijo Tony y agregó "solo queremos estar contigo".

Mientras Tony lograba abrir sus piernas lo suficiente como para abarcar el ancho de mi hombros y meter su verija ante mi cara, Héctor puso un almohadón bajo mi estómago poniéndome el culo en pompa, expuesto a sus deseos.

La aventura con Tony me atraía, así que no necesitó decir palabra alguna para que comprendiera su pretensión y acercara mis labios a su sexo rozándole levemente. El gesto fue suficiente para que comprendiera mi entrega, soltó mis brazos y acarició mi espalda con suaves manos que contrastaban con la fuerza que habían demostrado al aquietarme.

Por atrás, Héctor, metido entre mis piernas me trabajaba con su pala el sexo y el ojete, con hábiles caricias y sutiles besos. Tenía una lengua atlética: larga y consistente, que manejaba con soltura y sabía calentar cualquier culo.

El paquete de Tony no era llamativo pero sí respetable. Su pene aún estaba enervado y su bolsa, arrugada y encogida, escondía dos huevos no tan grandes. Todo el conjunto estaba rodeado por una mata de vellos negros, rizados y rudos, lo que atrajo mi atención porque todas las florestas que hasta entonces había visitado eran de pendejos ralos, suaves y finos.

Empecé a ocuparme, primero, de las coyunturas de las piernas y la ingle para bajar, siempre afanándome con mi boca, a la zona que media entre el escroto y el ano donde desplegué mis artes y le saqué los primeros ronrones de placer. Desde allí, siempre besando, mordisqueando y lamiendo dulcemente, subí a arrullar los huevos ocultos y el escroto. Recién entonces emprendí la conquista de la torre, escalando lentamente por su tronco hasta coronar en el glande con las caricias de mis labios. Los jadeos de Tony se habían transformado en resuellos y su enhiesta poronga indicaban que mi empeño lo había excitado.

Desde abajo me ascendía la fiebre que me levantaba Héctor con sus lengua y manos esforzadas a todo vapor sobre mi cuerpo. Mientas sus dedos me acariciaban nalgas, muslos y todo lo que estaba a su alcance, despertándome las más variadas impresiones, con su lengua me penetraba el abierto culo y, en su interior, trabajaba como una pala besando las paredes de mi conducto, haciéndome contorsionar de calentura.

Héctor había entendido el mensaje de mi cuerpo, se puso en posición y me ensartó su pija —la más chica de todas— que se deslizó cómoda por mi amplio orificio hasta los huevos.

Después de haber alojado al burro de Alberto, mi cueva se encontraba trasformada en una caverna ancha y profunda, así que tuve que fruncirme para apreciar el roce del miembro de Héctor, quien me cogía como un gallo, con un mete saca de rápidos movimientos, mientras susurraba halagos a mi traste.

Arriba había llegado al tope del mástil de Tony y, con la punta de mi lengua le rozaba el meato, provocándole gozosos estremecimientos. Los embates de Héctor se transmitían a mi cuerpo y, en uno de ellos, me enterré la poronga de Tony casi hasta la garganta, así que la cogí desde su base y, envolviéndola con mi boca, me entregué a halagarlo con una profunda mamada.

Sentí a Héctor arquearse y venirse en rápidas y sucesivas convulsiones, derramándose y saliéndose de mí casi en el acto, dejándome caliente e insatisfecha.

"Ahora te quiero a vos, toda entera", me dijo Tony y, dirigiéndose a Héctor, le agregó: "puedes mirar si quieres".

Tony había sentado las reglas del juego: quería poseerme para sí en exclusiva, al menos mientras me cogía, y sutilmente mandaba a Héctor a un rincón, sin compartirme.

"Quiero que me dejes amarte" agregó Tony, me dio vueltas, acostándose a mi lado. Me abrazó con ternura y me besó la boca apasionadamente.

"Te dejo", respondí y la pasión se apoderó de nuestros cuerpos.

Tony era experto en estas lides y, con sus besos encendió mi piel, endureció mis pezones y calcinó mi sexo ya ardiente y no se detuvo hasta que le supliqué: "quiero sentirte adentro, por favor cúliame".

Dobló mis piernas sobre mi abdomen, dejando mi agujero regalado a sus dedos que, con acertadas caricias, untaron con linimento mi caverna.

Acercó su caliente glande y presionó. Sentí abrirme a su poronga que se insertaba, forzándome el conducto, sin prisa y sin pausa, copulándome de lleno.

Era un poco más chico y menos grueso que el de Alberto y más grande que el de Martín, pero lo mismo ensanchaba mi conducto.

Centímetro a centímetro fue metiendo su ardiente y duro falo, poseyéndome.

El goce que le deparaba mi culo a su cogida se notaba en su cara y sus jadeos.

El deleite que provocaba su falo a mi culo se notaba en mi rostro y gemidos.

Lo tomé de las nalgas presionando su cuerpo contra el mío, haciendo la penetración todo lo profunda posible, para su ingle y sus huevos sellen mi entrada y así tenerlo.

Lo sentí con delectación bien adentro y él lo supo.

Y en esa posición comencé a comer esa verga dilatando y contrayendo rítmicamente mi esfínter.

Y el respondió con un movimiento circular que ampliaba, aún más, el ancho corredor de mi caverna.

Y yo subí y bajé. Y el me contestó con un suave pistoneo.

Y el asentó sus manos sobre mi cuerpo sosteniéndose y acariciándome los senos.

Y yo con mi culo le succioné la pija.

Y el arreció su mete y saca.

Yo intenté un meneo circular y el me rozó el sexo haciéndome estallar en un orgasmo de colores que se extendió por oleadas de intensos estremecimientos y estentóreos gemidos de puro goce. Quedé laxa.

Cuando me recuperaba sentí que él se venía en un éxtasis feroz. Me clavó con tal bravura que, a pesar del ungüento y de lo abierta que estaba, me sacó ayes y lágrimas de dolor.

Supe por mis carnes cómo se agrandaba su glande y, en pulsaciones sucesivas, escupió trallazos de ardiente semen que me ahogaron desde dentro.

Quedó rendido sobre mi cuerpo. Le abracé.

Cuando se recuperó, me dio un cálido beso en los labios y me dijo: "no me odies por esto". "Cómo podría odiarte" pensé y callé.

El desacople de su pene semirrecto de mi cueva sonó como un descorche.

Me invadió la sensación de vacío que se produce cuando se abandona la cueva.

Estaba desehecha.

Tony, que ya se había retirado, supo sacarme del mundo y llevarme a la tierra de la pasión porque en ningún momento me había acordado de Héctor, a quien ahora descubría desnudo, parado en un rincón, masturbándose.

Le llamé a mi lado. "Yo no puedo más, estoy deshecha", le dije, pero —sentándome en el borde la cama quedé a la altura justa de su ingle— tomé su pene y lo besé suavemente. Percibí que una corriente le recorría todo el cuerpo y, tomándole con una mano, me tragué su pija entera, metiéndola hasta la garganta. Simulando un ardiente sexo la meneaba de adelante / atrás / atrás / adelante, embelesándola. Arrebatado, Héctor me manoseaba la cabeza, los senos, resoplando de gozo al mismo tiempo que su cuerpo era recorrido por leves estremecimientos que anunciaban su éxtasis.. "No doy más·" dijo, y explotó. Sentí pulsar su choto y estampar en el interior de mi boca cortos chorros de ardiente esperma.

Más por no herir su amor propio que por placer, me tragué su leche.

"Gracias", me dijo y me dio un tímido beso en la mejilla que despertó mi ternura.

Por decir que me cubría me puse la marinera y fui al baño entrando sin llamar.

Gabriela, que estaba en el lavabo, me miró sorprendida. "Pasa", dijo y así lo hice sentándome en el bidet. Abrí el caño y el agua me produjo una fuerte y aliviante sensación de frescura y placidez al contacto con mi irritado e hinchado ano. Abrí mi ojete con ambas manos, dejé que el agua me invadiera y se llevara los fluidos que me anegaban.

Gabriela tenía los ojos rojos y no paraba de lavarse la cara. Le pregunté si le habían pegado, tratado mal y porqué había llorado.

"Me han tratado bien, pero me duele mucho", dijo.

Me levanté y le dí el trono (el bidet) invitándola a sentarse y dejar que el agua la aplaque.

Al agacharme para lavarme la cara dejé mi culo expuesto ante los ojos de Gabriela quien, al ver un tremendo agujero en mi culo, dijo con asombro: "Tienes la argolla toda roja a la vuelta y bien abierta, estás irritada e inflamada, parece que te dieron con todo".

"Fueron las mismas cuatro pijas que te rompieron el culo a vos", contesté groseramente.

"Estás equivocada, me respondió: A mí me amaron cuatro jóvenes ardientes".

"Tuché", contesté. Me había dado una lección. "Déja que te vea", le pedí.

Se levantó, me dio la espalda, se quebró en ángulo recto hacia adelante, dejando ante mi un ampuloso culo blanco de grandes glúteos blandos y profunda raya. Con sus manos se abrió las nalgas y me mostró un maltrecho y sangrante boquete.

"Estás lastimada, le dije, pero no temas, pasa. Quédate quieta que te voy a poner una pomada analgésica" y, con mis dedos, comencé a encremar su irritado y edematizado culo, metiendo el ungüento hasta lo más profundo de su traste. Supe que el linimento empezaba producir sus efecto cuando principió a calentarse por el trabajo de mis dedos en su orto.

"Sigue", me dijo. Yo continué con mis dedeadas y, arrodillándome a su frente, sin sacar mis prolongaciones de su trasero, con maestría nunca antes ensayada, le comí el sexo arrancándole un intenso y dilatado orgasmo que acompañó con sonidos apagados para que no nos oyeran.

Cuando acabaron sus contracciones y retomó el control de su ser. "Fue la primera vez con una de nosotras, nunca lo hubiera esperado, ni lo hubiera imaginado. He gozado como una loca... Te debo una", dijo.

"Ni lo intentes, le contesté, estoy desecha y no puedo más". Luego le expliqué los efectos de la pomada y le recomendé el uso de algún cicatrizante y desinflamatorio interno y nos retiramos a vestirnos.

Ya tenía puesta la marinera así que solo me faltaban el calzón, el short y las sandalias, a las que encontré mezclados con un calzoncillo que me deleité olisqueando adivinando de quien podría ser. Me sentía cansada y desarmada.

Ellos nos esperaban en el living, dándole a los emparedados, a la cerveza y las gaseosas. Se los notaba alegres y a las risotadas.

Coincidimos con Gabriela en el pasillo y ambas hicimos nuestro ingreso a la sala. "Ahora están más lindas que antes", dijo uno. "Ni se les ocurra...", contestamos al unísono, "estamos muertas". Se rieron y nos sentamos a saciar el hambre y la sed tras semejante tarde.

Agradeceré comentarios.

Paradaparada41@hotmail.com