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Ana era muy conciente del efecto desvastador que su figura producía en los hombres mayores y en consecuencia todos sus clientes no bajaban de los cincuenta años.

Ella tenía treinta, era de baja estatura y cuerpo rellenito, sobre todo en los lugares justos donde es necesario que lo sea, en síntesis, tenía un hermoso y redondo culo y dos tetas descomunales por lo grandes y firmes.

Siempre estaba de buen humor, amaba una buena comida y su trato era sumamente agradable, razón por la que, el que salía una vez se convertía en habitual usuario de sus servicios.

Era puta desde los veinte y su meta era retirarse a los treinta y cinco y encarar una nueva vida con todo lo que había ahorrado en sus años de yiro.

Naturalmente discreta, para todos sus vecinos era una asistente social que "trabajaba en bien de la gente mayor" y que muy de tanto en tanto recibía la visita de alguno de sus beneficiados.

Por lo general levantaba sus clientes en una confitería céntrica donde iban hombres grandes a buscar esporádica compañía y respuesta a sus inquietudes eróticas.

Trabajaba siempre en el mismo hotel o, cuando era un conocido, lo visitaba en su casa.

Muy conciente y puntillosa en su trabajo, a lo largo de su carrera había desarrollado una estrategia que le resultaba bastante productiva: cada servicio que brindaba no debía exceder los diez minutos. En primer lugar le hacía sentir al cliente que no lo era, que le importaba más allá de su trato comercial, cosa que en muchos casos era realmente sentida y en las demás ocasiones era bastante creíble.

Ya en el escenario desplegaba todo su arte. Cuando ella, morosa e insinuante, terminaba de sacarse la ropa, el tipo tenía una erección tremenda. Muchos en la primera cita se entusiasmaban tanto que se comenzaban a pajear, acabando sin llegar a meterla.

De los que resistían ese primer paso, algunos sucumbían a poco de que ella les comenzara a chupar la pija.

Para los que pasaban la dura prueba de aguantar los dos minutos, exactos por reloj, que Ana dedicaba a una intensa mamada había una vagina húmeda y acogedora de premio para una poronga puesta más que a punto.

Si superaban los tres minutos, también por reloj, de ardoroso bombeo y cabalgata les aplicaba el shock anal. Metía la pija en su apretado ojete e invariablemente este se encargaba de doblegar a los más resistentes recibiendo en él las consecuencias de una acabada incomparable.

Invariablemente, todos quedaban harto satisfechos y deseosos de repetir la experiencia.

Un día Ana levantó a Néstor, un veterano de cincuenta y ocho años que hacía un año había enviudado y, casi elaborado el duelo, volvía a entrar en circulación. Como no quería involucrarse sentimentalmente, había amado con locura a su mujer, cuando necesitaba descargarse sexualmente, recurría a una profesional.

Ya en el hotel Ana comenzó su rutina que, en el peor de los casos, le ocuparía los próximos diez minutos quedando libre para atender al siguiente cliente.

Mientras se desnudaba notó que Néstor sólo la observaba sentado en la cama.

Cuando terminó el le dijo:

—Estás tremendamente buena

—Gracias –contestó con una sonrisa mientras, ante la tranquilidad de él, comenzaba a desnudarlo.

Cuando le bajó el pantalón vió que la poronga empujaba el canzoncillo mientras se paraba, al bajarseló un pedazo considerable de carne coronado con una roja cabeza alcanzó la plenitud frente a sus ojos.

La naturaleza lo había dotado generosamente y ella sintió la necesidad imperiosa de metersela en la boca sin esperar a que estuviese totalmente desnudo.

Con trabajo Néstor terminó de sacarse la ropa mientras Ana no dejaba de mamarsela con intensidad.

Ana se dió cuenta que ya habían pasado los dos minutos pero no tenía intención de parar, sobre todo cuando Néstor se acomodó de manera de poder retribuirle pasando su lengua por la concha, a esta altura, empapada y latiente.

Hacía mucho que no le chupaban la concha y Ana lo disfrutó porque se sentía muy bien.

Cuando la sintió adentro de la vagina, decidió olvidarse de la rutina, Néstor era distinto a sus habituales clientes. No era una máquina eyaculadora en busca de un recipiente para su leche, se notaba el placer que sentía cogiendo y que, a su vez, hacía sentir a su pareja.

Ana disfrutó como una adolescente de esa cogida. Tuvo varios orgasmos y en un momento sintió la necesidad de tener esa pija pujante y dura hasta el dolor, metida en el culo.

Como si hubiese intuido esa necesidad Néstor se la sacó de la concha chorreante y apuntó al ojete, que sin ninguna resistencia se la tragó casi toda en el primer embate.

Luego de un tiempo donde se la metió hasta las bolas, Néstor la acomodó de tal manera que mientras le masajeaba el orto placidamente dilatado con la pija, con una mano le acariciaba las tetas, ejerciendo una leve presión en los pezones que enseguida lograron una dureza considerable y con la otra le pajeaba intensamente la concha provocandolé un orgasmo continuo que la dejó al borde del desmayo.

Viendola en ese estado, Néstor se la sacó del culo y se la puso en la boca, donde la dejó tensa pero tranquila mientras Ana, con sus últimas fuerzas, se la chupó de tal manera que le provocó un prolongado orgasmo y abundante cantidad de sémen brotando de la pija por varios segundos.

Agotados ambos se quedaron mirando el espejo del techo durante unos minutos sin decir palabra.

Ana pensaba que la vida siempre tenía sorpresas agradables, a pesar de lo complicada que era. Lo que para ella normalmente era un trámite sencillo y rápido, impensadamente se había convertido en una de las mejores garchadas que había tenido

Ya recuperada Ana fué a enjuagarse de la boca los restos de esperma que no había tragado.

Néstor la siguió y se metieron en la ducha donde a poco recuperaron su estado de animo pero ninguno de los dos propuso seguir la cojida.

Ana porque estaba llegando tarde a una cita hecha con anterioridad, cosa que no le gustaba nada, y Néstor porque necesitaba cierto tiempo de recuperación física, aunque mentalmente deseaba seguir cogiendoselá.

Ya vestidos Ana agarró de la cartera la plata que Néstor le había pagado con anticipación, como era la norma, y se la devolvió. Extrañado Néstor le preguntó porque hacía eso si se la había ganado con creces.

—Papito, soy una profesional y por ética cobro cuando trabajo y esta garchada fué pura diversión. ¿Me vas a dar tu teléfono para que te llame cuando esté caliente y quiera echarme un polvo en serio?

—Seguro, me encantaría volver a verte. Podés venir a casa, preparo una buena comida y te quedas a dormir asi cojemos hasta reventar.

—¿Vos cocinas? –preguntó Ana con ansiedad, ya que comer bien era un placer para ella– ¿cocinas tan bien como coges?

—Modestia aparte, cocino muchidimo mejor.

—Trató hecho. –dijo Ana pensando que en dos días sería viernes y no tenía nada en su agenda, ahora mentalmente cubierta en todos los turnos con un sólo nombre.