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Melissa

en Hetero: General

Desde el lunes no iba a trabajar, una gripe me volteó y tuve que guardar cama. Hoy amanecí bien, podía haber ido a la oficina pero es viernes y decidí tomarme el día para descansar de la enfermedad. Cuando uno se siente mal no disfruta de la holganza como cuando está bien.

Me levante al mediodía, comí algo y me tire de nuevo en la cama para leer comodamente el diario, ver televisión y rascarme las bolas a dos manos, como vulgarmente se dice.

A las cinco de la tarde me quedé dormido viendo por nonagésima vez "Duro de matar 1".

Me despertó el portero eléctrico a las seis y media. Atendí medio dormido y abrí la puerta sin saber a quién le habría.

Al rato, vivo en un décimo piso, sonó el timbre del departamento. No esperaba a nadie y a ella menos que a nadie.

Parada en el hueco de la puerta estaba Melissa, la chica que trabajaba en el departamento de personal.

-Me manda Estevez, para comprobar si estás enfermo de verdad o si estás finjiendo.

-¡Hijo de puta!!!, que sorete, que botón de mierda es ese tipo –comencé a putear y al ver que iba subiendo el tono a medída que me subía la sangre, Melissa asustada trató de calmarme.

-¡Pará loco! Pará que es una joda, no me manda nada Estevez.

Me costó creerle, Estevez, el jefe de personal y jefe directo de Melissa, era muy capaz de hacer una cosa así. Era una letrina con saco y corbata. Nos tenemos un odio mutuo y profundo, si no fuera que soy practicamente irremplazable en el departamento técnico ya habría firmado con mucho placer mi telegrama de despido. Como sabe que soy intocable para el Gerente General, siempre anda buscando algo para, por lo menos, apercibirme. Dos o tres veces por semana encuentro en la ficha de marcar horario un papelito donde me pide que pase por la Oficina de Personal para tirarme de las bolas.

Yo sinceramente voy para verla a Melissa, sinó directamente lo ignoraría.

En mis frecuentes visitas llegamos a simpatizar. Yo quisiera algo más que simpatizar porque realmente está muy buena y me produce estremecimientos, a nivel genitales, de bastante intensidad.

Cada vez que avanzo algo con su anuencia, recuerdo que le llevo casi veinte años y que bien podría ser su padre, me freno y todo no pasa de un juego verbal.

Cuando salgo de la oficina me puteo por haber sido tan boludo y prometo que la próxima vez no voy a dejarme convencer por mi conciencia.

Melissa debe andar por los veinte años, yo cerca de los cuarenta y con un matrimonio fallido en mi haber. Ella es una mina para casarse y yo ya lo estuve y no tengo intención de reincidir.

-Tranquilizate, vine por las mías a ver como estabas. Ya te ví que estás bien y con la mostaza subida, así que me voy.

-Disculpame, pasa a tomar un café tan siquiera.

Entró y note que miraba con cierto asco el desorden en que había dejado el departamento durante los días de estadía forzosa.

-Disculpá el quilombo pero esta semana, como no estaba bien, le dije a la señora que limpia que no viniera, pero el lunes viene y ordena todo. Cuando yo no estoy en casa el orden se mantiene mucho más.

Terminamos de tomar el café y reirnos comentando anécdotas, verídicas e inventadas, de Estevez. Y sin decir nada se puso a limpiar y ordenar. Intenté frenarla pero no me dió bola.

Al cabo de dos horas el departamento era otro. Todo brillaba en su lugar. Nunca lo había visto en esas condiciones.

-No sabía que eras terrateniente —me dijo riendosé.

-Y yo no sabía que vos era revolucionaria, me expropiaste parte de mis pertenencias. —La acotación le causó mucha gracia y me dijo si podía darse una ducha.

-Dale. Mientras yo preparo algo para comer.

-No, deja que yo cocino en cuanto me baño.

Como mis inclinaciones culinarias son prácticamente nulas enseguida acepté la oferta.

Le dí un toallón y un pijama, que seguramente le quedaba bien porque es tan robusta como yo, para que saliera del baño.

Con lo poco que había en casa se las arregló para hacer una comida apetecible. Cenamos charlando animadamente de todo, la vida, la oficina, los novios y novias, los ex novios y ex novias, y no nos dimos cuenta de la tormenta furibunda que se había largado.

El pronóstico había anunciado, pocas probabilidades de lluvia y en consecuencia estaba lloviendo como si fuera la última vez.

-Si no para ahora no me voy a poder ir, mi barrio (vive por Juan B. Justo) se inunda totalmente cuando caen dos gotas, no quiero pensar como estará ya con lo que está lloviendo.

Habló con la madre que le confirmó sus presunciones, y ella le mintió diciendo que mejor se quedaba a dormir en la casa de una compañera que la había invitado a cenar.

-Disculpame por haberme tomado el atrevimiento de invitarme a dormir, pero ni loca voy a mi casa, la última vez que llovió casi me ahogo.

-No hay problema, vos dormís en la cama y yo en esté sillón.

-No, yo duermo en el sillón, vos todavía estás convaleciente y necesitás descansar bien.

Al final accedí cuando me dijo que el sueño de toda su vida era dormirse en un sillón, como en las películas, y que en su casa no tenía uno cómodo para hacerlo.

Tomamos café, traje el televisor del dormitorio y nos pusimos a buscar algo para ver. Ella manejaba el control remoto.

-Epa, epa. Asi que tenés los canales codificados, puerquito. —dijo deteniendo el zaping en uno de los dos canales porno que tiene mi cable.

Se puso a mirar atentamente y observé que su respiración se agitaba mientras en la pantalla un negro inmenso con una verga proporcional a su cuerpo, o sea inmensa, le hacía el culito a una rubiecita que ponía alternativamente cara de placer cuando se la sacaba y de dolor cuando se la metía.

A mi también se me empezó a acelerar el pulso y a parar la pija. Me acerqué, comencé a tocarle suavemente las piernas, luego las tetas, inmensas sin la contención del corpiño y como la vi receptiva, me tiré a fondo metiendo la mano por debajo del pijama.

Llegué a la entrepierna notando que su concha estaba comenzando a mojarse. Nos empezamos a besar y abriendolé el saco del pijama, bajé hasta las tetas y luego de un rato de pasear mi lengua por ellas seguí hacia abajo. Mi meta era chuparle la concha para hacerla gozar plenamente de una acabada.

Le bajé el pantalón y metí mi cabeza entre sus piernas. Abriendomé paso con la lengue a través de su bello púbico llegué a mi objetivo y a satifacerlo me dedique de lleno.

Sin dejar de chupársela, ella fue girando hasta que mi pija estuvo al alcance de su boca y comenzó a mamarmela con frenesí.

Nos enlazamos en una mutua mamada que fué creciendo en intensidad. Ella disfrutó de varios orgasmos prolongados durante los que acentuaba la presión de su boca alrededor de la pija que me produjeron una acabada intensa y una prolongada eyaculación que albergó en su boca.

Descansamos unos minutos y volvió a la carga logrando, ante mi sorpresa y alegría que la pija adquiriera una dureza inpensable con tan poco tiempo de recuperación.

Lo adjudique a mi abstinencia obligada durante la semana, pero la verdad era que Melissa me calentaba como hacía tiempo no me calentaba una mujer.

Su cuerpo bellamente proporcionado, firme y abundante unido a una expresividad libre y sensual producían en mi una excitación cuasi adolescente que se reflejaba en la dureza que adquirìa mi pija y una imparable energía que sólo disminuía con la eyaculación.

La acomodé para penetrarla y ella se las arreglo para que la verga fuera a parar al borde de su ojete, que inmediatamente se la tragó en su profundidad.

Me sorprendió la facilidad conque la penetré pero cuando ví el hermoso culo levantado para permitir la entrada de toda mi verga y noté la aureola rosadita que tenía bordeando el tentador agujerito, típica de los culos asiduamente visitados, comprendí que era de las mujeres que disfrutaban plenamente el sexo anal, y me dediqué a hacerla gozar con la misma intensidad que lo estaba haciendo yo, de una morosa y paulatina culeada que culminó con la desaforada expresión de placer de Melissa y una acabada interminable con la que llené hasta el borde su culo de leche.

Distendidos comentamos lo placentera que había sido la garchada y le dije:

-Ya gozé de tu boca y de tu culo, la próxima es la concha, me encantó chupartela y ahora quiero meterte la pija hasta el fondo.

Discretamente me dió a entender que podíamos seguir divirtiendonós pero que la concha estaba reservada sólo para el que fuera su marido.

Me causó gracia y comencé a cargarla y reirme con ganas, ella se enojó un poco con mi reacción.

-Como no querés que me ría, esa forma de pensar es de la época de mi abuelita –dije exagerando porque seguramente mi abuela ni siquiera había visto una pija antes del casamiento, y me parece que después tampoco.

-Precisamente, fué mi abuela, que era madre soltera, la que me dió este consejo.

Comprendí por donde venía la mano y no insistí con mis bromas.

En general respeto, aunque no comparta, el pensamiento de las personas y sobre todo de las que me importan, como era el caso de Melissa.

Le pedí disculpas y ella me respondió volviendo a la carga y yo me volví a sorprender ante mi respuesta tremendamente positiva. Estaba eufórico por el acontecimiento, había perdido la cuenta del tiempo que había desde la última vez que me eché tres polvos seguidos.

Nos besamos y chupamos todo el cuerpo, desesperados buscamos fundirnos en uno y otra vez la penetré por el orto. Enseguida la saqué y apunté a la concha presionando suavemente. Era imposible entrar si ella no me lo permitía. Insistí con la presión nuevamente.

-¿Que hacés? –me dijo intentando que mi pija volviera a meterse en su ojete.

-Como que hago, te estoy preguntando si te querés casar conmigo.

Ella sonrió y ante la nueva presión de mi verga en la puerta de su vagina, sin decir palabra, me contestó que sí.