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Licenciado Contestodo (12)

en Hetero: General

Otro relato del Licenciado que forma parte de sus archivos privados.

 

El que siempre cojía

En mi juventud la diversión por antonomásia de un jóven del conurbano era la milonga.

Estaban los clubes de barrio donde se bailaba los fines de semana, y adonde nosotros concurríamos, o entre semana se podía acceder a los locales bailables del centro de la capital, cosa que nosotros hacíamos muy de vez en cuando, en ocasión de eventos especiales.

Mis amigos y yo ibamos al Defensores Unidos, el club social de mejor "ambiente" de la zona. Se bailaba "típica" (tango) y "jazz" (un popurrí de ritmos de todo tipo), el tango era bailado por la gente mayor y el negro Mendoza, el único de mis amigos que entendía de cortes y quebradas.

El negro seguía los pasos de su padre que en vida había sido un eximio bailarín, premiado con medallas y copas en muchas ocasiones.

En realidad, para la mayoría de nosotros, la milonga tenía como finalidad principal ver si enganchabamos alguna miníta para intentar echarnos un polvo. Pocas veces lo lográbamos y por lo general terminabamos reventandonós una paja en una calle solitaria o, si teníamos plata, descargando nuestras bolas en la transitada vagina de una puta.

El único que invariablemente siempre cojía era el negro Mendoza.

Nosotros, seguramente por envidia e impotencia, lo jodíamos ciciendolé que se garchaba jovatas deshauciadas y en muchos casos bastante fuleras. El se defendía contestando que no se diferenciaban mucho de las putas a las que nosotros le pagabamos, mientras el cojía gratis, y hasta a veces, recibía regalos.

El turro tenía razón y nosotros, los piolas, teníamos que meter violín en bolsa.

No siempre se comía bagres, muchas de las mujeres que el se garchaba estaban muy apetecibles, a pesar de pasar los treinta y pico (para nosotros que rondabamos los 20, verdaderas ancianas). Eran "solteronas" y hasta casadas, dispuestas a vivir una aventuríta en manos de un jovencito que seguramente respondería mucho mejor que el habituado y aburrido marido que tenían en casa.

El negro era un fanático del tango bailable, y el hecho que ese amor por la danza le proveyera la posibilidad de coger, era sólo una circunstancia. El era capaz hasta de bailar con una estatua.

Me comentaba, en nuestras largas charlas de café, que el tango es, no sólo un baile sino, un rito erótico.

–Si vos te fijás bien una pareja mientras baila, está garchando, pero disimúla y el público cree que sólo están bailando.

Después de una noche de milonga los bailarines quedan tan cargados que se bailan la última pieza en privado y horizontalmente.

-No podés desairar a tu pareja por más bagayo que sea. Te aseguró que casi siempre es tan bueno que ni percibís si la mina es media fea –remataba el negro.

Intenté aprender a bailar cansado de no ligar nada. Fue un desastre total, la mayoría de las veces se me enredaban las piernas de tal manera que terminaba de culo en el suelo. Era evidente que no tenía condiciones y sólo lo hacía por el interés subalterno de mojar la chaucha.

La motivación principal de mi repentino vuelco por el tango era que en ese tiempo el Negro se garchaba asiduamente a Teresa, casada con un transportista que pasaba bastante tiempo viajando por el país, que me calentaba muchísimo.

Pensé que si aprendía a bailar, tendría una posibilidad de cogermela.

El negro lo sabía y una noche, que estabamos en el bar tomando un café, me dijo:

-Voy a echarme un polvo con Teresa, ¿querés venir?

La sorpresa sólo me dejó balbucear:

-¿Estás en pedo negro? Como voy a ir… ¿querés que me mate?

-No boludo, resulta que la Tere tiene ganas de garchar con dos tipos al mismo tiempo, se quiere hacer la fiesta, y me dijo si no podía llevar a alguien de confianza. Vos sabés que los deseos de ella son órdenes para mí. Decidite, ¿querés venir?

Entramos en la casa de Teresa silenciosamente y sin que nadie nos viera. El negro era muy cuidadoso de los detalles que pudieran comprometer malamente a sus mujeres.

No me extraño nada escuchar un tango en la radio. Ella me tenía visto de la milonga y dijo:

-Gracias negro, es el que más me gusta de tus amigos.

Me dejaron de lado y se pusieron a bailar. Ahí comprendí lo que decía el negro, parecía que bailaban pero en realidad estaban cojiendo. Terminaron el baile casi en bolas y con la pija del negro en la puerta de la concha.

Yo estaba reduro y Teresa me instó a desnudarme. Me agarró la pija y comenzó a chuparmela mientras Mendoza le hacía la concha con suaves penetraciones. Intercabiamos lugares y sentí que el calor y la humedad de su vagina le daban la bienvenida a mi verga ergida.

Cuando Teresa le soltó la pija, el negro se acomodó para hacerle el orto y nos demostró su alegría por haber lograño el sueño de tener dos vergas juntas dentro de ella.

Volvimos a intercambiar posiciones y pude constatar que el culo de Teresa era de tal belleza que lo instaba a uno a comerseló y penetrarlo profundamente. Así lo hice y como consecuencia derramé en su interior hasta mi última gota de leche.

Me sentí mal por lo rápido que había acabado y ella me dijo:

-No te preocupes, recién estamos empezando.

Tenía razón, al ratito de observar como el negro seguía bombeando ardorosamente ya estaba listo para seguir cojiendo. Le empecé a mamar las tetas mientras lo cabalgaba al negro que estaba ubicado por detrás, cuando dejó la concha libre para metérsela en el orto, yo bajé a chuparle la concha. Luego me acomodé para ensartarle la verga y la mantuvimos en vilo entre los embates de ambos.

Teresa era una cogedora apasionada y disfrutó de varios orgasmos antes de pedirnos que la llenaramos con nuestro semen, parte del que derramamos en su boca ansiosamente abierta.

Cuando fué al baño el negro me dijo:

-Preparate, porque tenemos para toda la noche.

Fue una noche impresionante de garcha casi contínua. Nunca supe cuantos polvos me eché pero estoy seguro que nunca igualé la performance.

Nos fuimos silenciosamente antes de amanecer. Caminamos hasta el bar más cercano, el negro silbando un tango, yo felíz de haber mojado, aunque no hubiera sido por mérito propio, agradeciendolé interiormente al negro su invitación.

Nunca aprendí a bailar el tango pero si a comprender profundamente la química que produce en los amantes. Puedo asegurar que muchos de mis polvos más felíces tuvieron su ritmo.

El negro siguió bailando y cogiendo, la vida lo recompensó. Ya grande se casó con una yanki jóven y rubia que vino en un tour tanguero. Fascinada por su baile y por su verga se lo llevó al norte y le puso una academia de baile. Seguramente muchas americanas aprendieron a bailar y a saber lo que es un polvo bien echado.