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Leonor (01)

en Hetero: Infidelidad

Hace unos años vivía en Av. La Plata y Rivadavia. El departamento del piso superior estuvo mucho tiempo vacío hasta que se vendió y se mudaron los nuevos propietarios, un matrimonio jóven y por suerte sin hijos me comentó el encargado.

No es que no me gusten los chicos, al contrario me encantan pero no soporto los ruidos que provocan con sus juegos porque yo trabajo en casa y el ruido me desconcentra.

Mi vida es un tanto atípica. Me acuesto muy tarde, prefiero trabajar por la noche y me levanto no antes de las dos de la tarde.

Acostumbrado a vivir en el paraíso, sin ningún ruido durante toda la mañana, pasé a vivir en un infierno. A las ocho de la mañana, ni bien se iba el marido, la señora comenzaba la limpieza, pasaba la aspiradora, prendía el lavarropas, escuchaba la radio y todo eso calzada con esos zuequitos con plataforma de madera que estaban de moda por ese entonces.

A la semana y viendo que esa rutina era un hábito decidí hablar con ella para lograr, al menos que se pusiera algo con suela de goma en los pies.

Como me resultaba molesto subir, tocar el timbre y encararla directamente, decidí que la cosa debía ser casual.

Un día esperé a que ella terminara la limpieza y cuando iba a salir para hacer las compras me alisté. Esperé a que subiera al ascensor y como era automático apreté el botón para que se detuviera en mi piso.

Cuando paró, a través de la puerta de rejas ví algo que me aflojó las piernas. Mi vecina era un monumento de mujer. Preciosa de cara y con un cuerpo pleno de curvas y promontorios armonicamente unidos en lo que en mi barrio llamamos una yegua de la puta madre que lo parió. El corazón empezó a bombear sangre y parte de ella se me subió a la cabeza sintiendo que me ponía colorado como un adolescente.

Ya en el ascensor, recobrada a medias la compostura, me presenté, hablamos protocolarmente del edificio, del barrio y casi llegando a planta baja, yo vivía en el piso 20, como quien no quiere le deslize mi inquietud.

Me pidió disculpas y prometió dejarme dormir tranquilo. Le agradecí y nos despedimos.

Durante todo el día no pude sacarme la imagen de mi vecina, que se llamaba Leonor, de la cabeza y no escribi ni una línea a pesar que tenía que terminar urgente una nota que estaban esperando en la revista para la que trabajaba.

Recordé que el propietario anterior me había dado el número de teléfono y por algún lado, entre todos mis papeles, quizás estaba. Revolví desesperadamente todo el despelote que normalmente tengo hasta que lo encontré en una pila donde pongo las cosas para tirar y por suerte tiro una vez por año.

Quizás lo habían cambiado pero quizás no. Llamé e instantáneamente sonó un teléfono en el piso de arriba. Esperé que atendieran para confirmar que era el número y me atendió ella.

-Hola, ¿quién es?

-Tu enamorado misterioso. —se me ocurrió decir en el momento y corté.

Mi mente febril comenzó a elaborar un plan con el sólo objetivo de cogerme a mi vecina.

A partir de ese momento comencé a llamarla siempre como el enamorado misterioso. Las primeras cinco o seis veces no pasé de recibir un -dejesé de molestar o voy a hacer una denuncia a la policía.

Por suerte en esa época todavía no estaban los telefonos que ahora te baten desde donde te están llamando, sino mi plan habría abortado inmediatamente.

En la séptima llamada, a lo largo de tres días, la agarré en una de esas tardes de hastío que sufren frecuentemente las amas de casa y mantuvimos una pequeña conversación que yo interrumpí para dejarla con la intriga ya que intuía que le había empezado a gustar el juego.

-¿Quién sos? —me preguntó en la llamada siguiente.

-Tu enamorado misterioso, ya te lo dije.

-Eso ya lo sé, pero ¿quién sos en realidad?

-Si te lo digo dejaría de ser misterioso y todo esto dejaría de tener sentido, ¿no te gusta jugar?

-Si me gusta, pero también me gusta saber con quien juego.

-Si es así, te pido disculpas y no te molesto más.

-No, no quise decir eso, sólo que me pica la curiosidad.

-Te puedo decir, para tu tranquilidad, que no soy un enfermo mental ni un degenerado sexopata, que no soy conocido de nadie que tenga relación con vos o con tu marido, sólo soy un hombre que desde que te ví por primera vez no puedo sacarte de mis pensamientos.

-Pero ¿que querés de mí?

-Todo

-¿Como todo?

-Si todo, tenerte desnuda sobre una cama con sabanas de seda negra y comenzar a besarte todo el cuerpo. Chuparte esas tetas hermosas que tenés masticandoté los pezones hasta ponertelos como piedras, meter mi lengua en tu concha, chupar tu jugo y despúes seguir con tu culo, meterte la lengua hasta que se dilate lo necesario para apoyar la cabeza de mi pija y deslizarla toda adentro tuyo. Llenarte el culo de leche para que me la devuelvas de a poquito en mis manos. —noté la leve agitación que le producían mis palabras y decidí cortar prometiendo la la volvería a llamar mañana. El asunto era dejarla caliente y ansiosa esperando el nuevo llamado.

Yo le dije que no era un enfermo pero en realidad si lo estaba, de calentura. Cuando corté tenía la pija tan dura que me hice una paja pensando que en el piso de arriba mi vecina estaba haciendo lo mismo.

Cuando la llamé al otro día decidí preguntarselo.

-Claro que me hice una paja, si me dejaste con tanta calentura que casi pierdo el conocimiento. ¿Vos también te la hiciste?

-Si, y fué una paja sensacional, nunca acabé tanto, ¿no querés que nos hagamos una juntos?

-¿Por teléfono?

-Si, yo ya tengo la pija en la mano y me la estoy acariciando mientras que me imagino que es tu mano. ¿estás desnuda?

-No, pero no tengo bombacha.

-¿Estabas preparada, picarona?

-Lo mismo que vos. ¿ya se te paró?

-Si, está redura.

-¿La tenés grande?

-¿Te gustan las pijas grandes? ¿tu marido como la tiene?

-Normal, once o doce centímetros más o menos. ¿La tuya cuanto mide?

-Diecisiete centimetros, quizás un poco más.

-¡Humm! ¿y es gruesa?

-Bastante

-¡Ay! Me volvés loca, quisiera agarrartela y chupartela toda.

-Cuando quieras. —se mantuvo en silencio un momento, sólo le oía una leve respiración entrecortada por la agitación. Seguramente estaba trabajando ardorosamente en su concha y se acercaba al orgasmo. Un leve quejido me confirmó que había acabado.

-¿Acabaste?

-Como loca, ¿vos?

-No, soy muy resistente, soy capaz de hacerte acabar diez veces antes de volcar mi leche.

-Me parece que sos medio exagerado.

-Podés comprobarlo cuando quieras.

-No. No puedo sos casada, ¿te olvidas?

-No me olvido. ¿tu marido te deja satisfecha?

-A veces. Lo que pasa es que es muy rutinario.

-¿Te chupa la concha?

-¡¡No!! le revuelve el estomago. Tampoco le gusta que se la chupe.

-¿Y a vos te gusta chupar pijas?

-¡¡¡Me encanta!!! Y más me encanta que me acaben en la boca, y tragarme toda la leche.

-¿Te estas pajeando de nuevo?

-Siiii, estoy tan caliente.

-¿Querés que te vaya a ver?

-¿Estás loco? Como vas a venir a mi casa. Ni siquiera se quién sos.

-Sin embargo me conocés.

-¿Como que te conozco? ¿Quién sos?

-Vení a verme y sacate la duda.

-No, no puedo, si se entera mi marido. Mejor terminemos con esto.

-Como vos quieras. —dije cruzando los dedos conciente que de sus próximas palabras dependía garcharmela o quedarme con las ganas.

Para que sepan lo que sentí en ese momento decidí cortar el relato aquí para continuarlo en una próxima entrega.