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El striper (3)

en Hetero: General

Se despertó el sábado a la una de la tarde, la madre ya había preparado el almuerzo y como no había tomado desayuno estaba famélico.

Comió con ganas y a los postres le dió 200 pesos a su madre.

–Vieja, pagale al Tito y al Beto lo que le debemos y dale las gracias de parte mía por fiarte.

–¿De donde sacaste esa plata? En el gimnasio no te pagaron, decime, ¿no andás en nada raro, verdad?

–No vieja, quedate tranquila, vos sabes que soy incapaz de hacer algo malo. Sólo encontré un nuevo laburo, ya te voy a contar, pero es todo legal. Parece que se me dió vuelta la suerte.

La madre se tranquilizó aunque no totalmente, conocía bien a su hijo y sabía que era un buen chico, pero cuando a uno lo agarra la desesperación…

Rubén se acostó a dormir una siesta, pero esto era habitual porque los sábados siempre iba a bailar con sus amigos.

Se levantó a las seis, se dió una ducha, se vistió y salió para lo de Chela.

A ella iba a tener que contarle todo porque se iba a dar cuenta de que algo había cambiado.

–Hola Rubén –dijo contenta cuando lo vió al abrirle la puerta– anoche te esperé, pensaba que ibas a volver.

–Se me hizo muy tarde.

–Vos sabés que aquí podés venir a cualquier hora. ¿Te enganchaste una minita?

–Dos –y ante el gesto sorprendido de Chela le contó toda la historia desde su primer charla con Ernesto.

–¡¡¡Asi que striper!!! ¡¡¡No lo puedo creer!!!

–Bueno, si no me crees venite conmigo.

–Dale, pero si enganchás algo yo me abro.

–Dejate de joder, hoy te atiendo a vos, y gratis porque sos mi amiga y siempre me bancás.

Llamó a sus amigos y les dijo que no iba a bailar porque le había prometido a Chela llevarla a ver un espectáculo.

La invitó a comer y luego se fueron para el boliche. Chela estaba perdida entre tantos hombres musculosos y de enormes bultos.

–No te entusiasmes, salvo Gerardo y el flaco Gutierrez, los demás son gay y sólo curten hombres. –le dijo por lo bajo Rubén.

–Que desperdició dios. Igualmente me parece que tu verga es la más grande y es mía –dijo riendosé.

–Vení, vas a tener que ayudar prepararme.

–Pero si ya estas listo

–No me falta acabar, no puedo salir con los huevos llenos. Dale una mamadita de esas que vos sabés.

–¿Aquí? Estás loco, andá hacete una paja.

–Dale, se buenita, después te recompenso.

La convenció, aunque no hacía falta mucho porque siempre es materia dispuesta, fueron al baño y Chela se la mamó hasta la última gota. Y el le hizo una pajita ligera. Ambos quedaron satisfechos.

Chela se fué a la sala, Ernesto la acomodó en una mesa que tiene para algunos invitados personales y se la presentó al matrimonio que había como la novia de uno de los muchachos.

Con pocas variantes se repitió lo de la noche anterior. En el acercamiento final Rubén tuvo más suerte y sólo recibió caricias y el beso de una veterana que festejaba sus sesenta años con cuatro amigas dispuestas a revivir viejos tiempos. Todas pusieron sus billetitos y una acompañó la propina con una tarjeta personal.

–Llamame

–Esta noche no puedo.

–Llamame cuando puedas, no es urgente pero no dejes de hacerlo.

Rubén puso la tarjeta en la poronguera, terminó el acto, repartió las propinas con Ernesto y se fué al camarin a descansar.

Cuando hicieron el cierre Rubén no vió a la mujer de la tarjeta y se acordó que no la había sacado de la poronguera.

En el arrime final al público se quedó en una segunda fila por temor a que en los manotazos la tarjeta le lastimara la pija.

Cuando se cambió la puso dentro de la billetera sin mirarla.

Al salir acompañado por Chela, algunas mujeres que estaban haciendo puerta se frustraron y putearon por lo bajo.

Como llovía un poco tomaron un taxi. Además se podía dar el lujo. Había cobrado los 200 semanales y las propinas habían sido jugosas, a él le quedaron 150, tenía 350 pesos en el bolsillo y una gran tranquilidad en el corazón.

–La verdad, estuviste fantástico, ese numerito me calentó un montón. –le dijo despació Chela para que no la escuchara el chofer– ¿cuando lleguemos a casa me lo vas a hacer para mí solita?

–Seguro, las veces que quieras –le contestó y le dió un beso en la boca.

Chela respondió el beso y le manoteó la pija que ya estaba media dura, se la sacó afuera del pantalón y disimuladamente jugó con ella durante todo el viaje.

Cuando llegarón se la volvió a guardar mientras Rubén pagaba el viaje.

Entraron a la casa de Chela y esta inmediatamente se sentó.

—Bueno, estoy lista para el espectáculo.

Rubén comenzó a tararear la música acompañando los movimientos de su cuerpo a medida que se desnudaba.

Cuando estuvo totalmente desnudo, no tenía el poronguero, comenzó a hacer el movimiento de pelvis que hacia que su pija subiera y bajara delante de la cara de las espectadoras volviendolás locas.

Chela acusó el impacto y en cuanto pudo le manoteo la poronga metiendoselá en la boca comenzando a mamársela.

Rubén la ayudo a desvestirse sin que soltara la verga y cuando terminó de sacarse la tanguita que habitualmente usaba, él se tiró en el suelo y la acomodó para poder chuparle la concha.

Se dió cuenta de cuanto le gustaba chuparselá y meterle la lengua hasta el fondo, también se detuvo a observar ese hermoso culo que tantas veces en los últimos tres años había penetrado, y sintió como las duras y redondas tetas de Chela se le incrustaban en el estómago.

Se extrañó por sentir, luego de tres años de compartir miles de cogidas, esas nuevas sensaciones. Eso lo alegró y siguió apasionadamente dandolé placer a la que tanto placer le daba a él.

Llenó con su tamaño primero la concha y luego el ojete de Chela, esta sentía un orgasmo tras de otro y el final, al unísono con el de Rubén, fue decididamente inolvidable.

Recordando mientras descansaban llegaron a la conclusión, sin nunguna duda, que había sido la mejor cojida que tuvieron… hasta ahora.

Se quedó a dormir y repitieron la experiencia varias veces. Siempre al terminar continuaban abrazados y arrobados por lo que habían sentido ambos.

El domingo mientras desayunaban, a las dos de la tarde, Rubén se acordó de la tarjeta que le había dado la mujer la noche anterior y la fue a buscar a la billetera, que había quedado con el pantalón en el living.

—Chela, mirá esto…

 

Continuará