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Licenciado Contestodo (15)

en Confesiones

Cuando llegan las fiestas de fin de año uno siempre hace un balance de lo vivido. Se pone triste porque piensa en los que ya no están, se alegra porque rememora buenos momentos. Compara los últimos años, piensa en cual fue mejor.

A mi en general las fiestas me ponen nostálgico. Añoro aquellas de mi niñez donde toda la familia se reunía y todos los chicos reventabamos cohetes y comíamos helados y acababamos con la paciencia de nuestros mayores que nos amenazaban conque el niño dios nos iba a castigar por portarnos mal justo en esas fechas.

Después la vida te trae buenas y malas pero todas sirven para templarnos.

Paradojimamente mi mejor Nochebuena la pasé cuando vivía uno de los peores momentos de mi vida.

Hace cinco años yo estaba en la total ruina, sólo, alejado de los pocos familiares que me quedan por diversos motivos, viviendo el duelo de la separación de mi ex mujer, sin trabajo y con toda la negrura del abismo por delante. Quizás demasiado orgulloso o estúpido como para pedir ayuda intentaba remontar el vuelo por mis propios desvencijados medios.

De casualidad esa semana había conseguido un trabajo de Papa Noel, pero un Papa Noel escualido, con un traje que le sobraba por todos lados y cuya misión no era llevar alegría a los niños del universo sino la más pedestre de agitar una campanita con el dudoso fin de lograr que los clientes entraran en el negocio que me había contratado.

Todavía se vivían en el país tiempos de pseudo bonanza por lo que la gente entraba y gastaba a pesar mío y sólo algunos niños asustados por mi lastimosa imagen arrastraban llorosos a sus padres para alejarse lo más rápidamente del lugar.

Todo eso a mi me tenía sin cuidado y sólo pensaba que gracias a ese abominable disfraz yo había comido la última semana y esa Nochebuena hasta podría darme unos gustos adicionales.

El 24 fue un día terrible, caluroso, el asqueroso encargado estaba encima nuestro, los tres vendedores y yo, y el mala persona ponía gesto de disgusto hasta cuando le pedía permiso para ir al baño.

A las nueve de la mañana ya estaba enfundado en el traje que me cocinaba de calor y recién a las dos y media de la tarde tuve un respiro de media hora para comer un sanguche y sacarme la barba.

Me tocó comer con dos de los vendedores, un muchachito joven y una mujer de mediana edad y muy pocas palabras. Prácticamente el único que hablo fue el jovencito contándonos sus planes para esa noche, cena en su casa con su familia y la familia de la novia y después de las doce reunión con todos sus amigos a esperar el día en cualquier sitio.

Después de ese descanso volví a calzarme la barba y a agitar más pausadamente la campanita.

A pesar que en muchos momentos pensé que me iba a morir, llegué vivo a las siete, hora de la liberación.

Pase al negocio a cambiarme, cuando estaba casi listo entró la vendedora a ese recinto que hacía las veces de vestuario. Cambiamos algunas palabras y cuando ya me iba le deseé felices fiestas, ella mi retribuyó los deseos y acercandosé me besó la mejilla. No se por que razón yo la agarré de los brazos y la besé en la boca. Ella respondió abrazándome con fuerzas y abrió su boca para dar cabida a mi lengua que venía empujando suavemente.

Fue un beso largo y profundo que tuvo repercusiones en otra parte de mi anatómia, sentí que mi pija se endurecía apresuradamente. Se lo hice notar a ella refregándosela, acusó recibo y enseguida intentó bajar el cierre de mi pantalón, lo logró dejando en libertad a la pija ya en su explendor, sin dejarnos de besar me la acarició pajeandome y yo intenté retribuirla buscando su concha. Me llevó un poco de tiempo pero mis dedos llegaron a la humedad que ya inundaba su raya. Sólo bastaron dos frieguitas para que ella me pidiese desesperada que la penetrara. Incomodamente y cegado por la calentura la complací y comencé cadenciosamente a meterla y sacarla desde la punta hasta las bolas. Ella respondía con suaves jadeos y pequeños movimientos para facilitar la incursión de mi verga en su mojada vagina.

Estabamos en plena escalada de placer cuando escuchamos la conocida y desagradable voz del encargado que no teniendo la delicadeza de dejarnos acabar el polvo gritaba:

-¡Que hacen desgenerados de mierda! ¡Desaparezcan inmediatamente de aquí! ¡Habrase visto, que inmundicia de gente!

Mientras nos empujaba hacía la salida yo logré dificultosamente meter la pija, decididamente dura, dentro del pantalón, lograda tan hercúlea tarea dije:

-Un momento, pare de gritar. Antes de irnos paguenos lo que nos debe. —porque el muy hijo de puta bajo su reacción seudo moral albergaba la inmoral esperanza de no pagarnos el día de trabajo.

Con evidente contragusto nos pagó.

—Falta el despido —dije

-¿Que despido? —preguntó, pero al ver mi cara de pocos amigos y suponiendo que se trataba de su despedida de la vida si yo lo agarraba, puso unos billetes más en mi mano.

Cumplido el requisito, Graciela, nos fuimos. En la calle nos miramos y no pudimos reprimir la risa.

-Que hijo de puta, decime si no podía haber esperado a que acabaramos —dije yo— ¿Tenés un ratito para seguirla o tenés que irte para tu casa?

-No tengo apuro, igual estoy sola. —me dijo con cierta tristeza.

-¡Huy! Yo también, ¿querés venir a casa?

Me contestó que si y empezamos a caminar, de paso para casa compramos un pollo asado, un pan dulce y una botella de champagne, barata, pero champagne al fin.

Llegamos a casa y lo primero que hicimos fue concluir con el polvo interrumpido, casi en las mismas condiciones en que nos lo interrumpieron, incomodamente, con la ropa y con toda la calentura acumulada durante el viaje.

Recién cuando mi última gota de leche se depositó el los labios de su concha que suavemente expulsaba toda la cantidad que había dejado en su interior, nos desnudamos para darnos una ducha que se llevara todos los olores producidos por el calor y el desgaste de energía durante el polvo.

Totalmente refrescados y sintiendo que el alma nos había vuelto al cuerpo, decidimos quedarnos desnudos porque mi departamento no era muy fresco que digamos y el ventilador sólo alcanzaba para empujar el aire caliente, reemplazándolo por aire tibio.

Pusimos el champagne en la heladera y decidimos no esperar a las 12 para comer porque ambos teniamos en el cuerpo sólo el sanguche del mediodía.

Mientras preparabamos la mesa la observaba, no era hermosa pero tenía cierta belleza, estaría rondando los 40 años pero sus carnes estaban totalmente firmes y en su lugar. Un buen par de tetas abundantes colgaban de su pecho y se balanceaban cuando caminaba, al tiempo que sus gluteos, quizás con unos kilitos de más, pero totalmente apetecibles, las acompañaban en su sensual cadencia.

Comimos charlando de nuestras azarosas vidas y nos tomamos casi todo el champagne, menos un poco que yo reserve para concretar el sueño de una cascada propia.

-¿Cascada? —preguntó cuando se lo dije y pase a explicarle directamente con los hechos.

Suavemente arrojaba la bebida entre sus pechos que caía por su abdomen y desembocaba en su entrepiernas, donde yo avidamente la bebia mezclada con los jugos que su concha producía con mis lenguetazos. Acabó abundantemente reemplazando con su flujo al burbujeante champagne.

Satisfecha se dirigió a la heladera y luego de inspeccionarla, sacó un frasco de mermelada.

-Ahora me toca a mí. —dijo embadurnandome la pija con el dulce y chupándomela gustosamente, varias veces repitió la operación y cuando sintió que estaba por acabar la embadurnó de nuevo mamándomela hasta que mi leche se mezcló con el dulce y ambos llenaron su boca, tragandosé de a poco todo el contenido.

Seguimos cojiendo. Justo a las doce, cuando la noche alcanzó su cumbre y afuera sonaban las bocinas de los autos y las explosiones de los fuegos artificiales, yo ensartaba mi poronga, ya inflamada, en su ojete al que minutos después regué con, para mi inexpicablemente, una abundante cantidad de leche que salía a borbotones intermitentes, produciendomé una sensación pocas veces vividas en mi vida.

Seguimos así toda la noche, como queriendo saciar el hambre de sexo que era evidente, ambos teníamos aunque ella en mayor medida, según me había comentado en uno de los pocos intervalos que tuvimos. Hice todos los esfuerzos sobrehumanos necesarios para satisfacerla, y ella me los agradeció dandomé quizás la mejor noche de placer de mi vida.

El 25 por la mañana se vistió y se fue, pese a mis deseos de que se quedara. Prometimos llamarnos pero nunca lo hizo y cuando yo lo intenté, el número de teléfono que anoto en una servilleta de papel, no pertenecía a ningún abonado al servicio.

Con el tiempo me convencí que ella en realidad era uno de los asistentes de Papa Noel cuya misión de ese día, fue brindarme una real NOCHEBUENA.