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Anamá

en Hetero: General

Tenía un sueño recurrente. Una escena de sexo muy caliente. El cuerpo me transpiraba, la pija estaba dura y lustrosa cuan larga era. Presentía que el momento tan ansiado de la penetración estaba cercano y casi seguro que iba a ser por el culo. El corazón me saltaba de ansiedad y alegría. Iba a darle un beso a mi partenaire y…. resultaba ser un tipo que metía miedo.

Me despertaba sobresaltado, con el corazón saltando de angustia, todo el cuerpo transpirado y la pija dura cuan larga era.

Ya no dormía más por miedo a que el sueño continuara.

Esto se repetía dos o tres veces por semana y se estaba convirtiéndo en un problema.

Siempre fuí creyente del determinismo de los sueños. Si soñaba con un muerto que hablaba, le jugaba al 48, con un borracho al 14 y si en el sueño entraba una puta al 78. Y muchas veces ganaba.

El médico me recetó un sedante que me mantenía despierto por la noche y sonámbulo durante todo el día.

Mi estado llegó a ser tan calamitoso que Sánchez, un compañero que no se caracterizaba por su sensibilidad, me preguntó:

-¿Que te pasa macho?, tenés una cara.

Le conté la historia y él, con gran espíritu práctico, me dijo:

-Buscate un "trolo", rompele el culo y se terminó el problema.

Cada vez estaba más desesperado, no dormía y me rondaba el temor a ser un homosexual en potencia.

Gerardo, un amigo que además es gay, me decía que podía quedarme tranquilo. Según el tenía menos onda homo que un efefante.

-¿Te imaginas que con tu pinta, si olfateara algo, te dejaría escapar? ya te habría seducido.

Eso me tranquilizaba un poco, pero el sueño seguía repitiendosé cada vez que lograba dormir.

¿Y si seguía el consejo de Sánchez?. De sólo pensarlo se me contraía la pija al punto de desaparecer.

-No te veo con un chongo, sos muy hetero —decía Gerardo— a lo sumo, medio borracho te podrías clavar un travesti.

A la cuarta visita, el médico me derivó a un siquiatra.

¡El colmo!, me imaginaba homosexual y loco. No sabía que hacer. Parecía Woody Allen en "Hanna y sus hermanas" cuando se trastorna con el tumor cerebral.

Una noche, al borde de la desesperación, decidí intentar lo que había dicho Gerardo.

Me tomé unos vodkas y fuí a Godoy Cruz, la calle de las travestis.

Bastante entonado arreglé con una chica que se hacía llamar Vanina, pero que después me confesó llamarse Horacio.

Vanina era macanuda y de muy buen humor, tenía un hermoso cuerpo y un excelente trabajos de cirugía en las tetas, pero ni mi aturdimiento alcohólico borraba ese trozo de carne escoltada por dos huevos que tenía en el lugar donde, habitualmente yo encontraba una tentadora rayita de labios carnosos que me encantaba recorrer con mi lengua. Fue un rotundo fracaso. Me disculpé explicando mi situación

Sonriendo Vanina escuchó la historia, hizo algunas consideraciones sobre la vida que ya no recuerdo y terminó diciendomé que lo mejor para terminar con mi problema, era hacer actidad física, mucho desgaste de energias, eliminar toxinas y caer muerto en la cama.

A pesar que soy reacio a todo esfuerzo decidí que intentándolo no perdía nada.

Al otro día fui con Amelia, una compañera de oficina con la que teníamos frecuentes encuentros cercanos y horizontales, a visitar un gimnasio que quedaba cerca del trabajo.

Estaba puesto con todo, muchas máquinas sofisticadas, enormes ventanales y un cómodo  barcito que fué lo que más me atrajo del lugar.

Mientras esperaba que me atendieran, Amelia fue a curiosear un poco y al rato volvió excitadisima.

-Vení, vení, mira —decía y, agarrandomé del brazo, me llevó adonde estaban los fisicoculturistas.

-Mirá que impresionante —dijo indicandomé a una negra alta y musculosa— ¡Que asco! ¿no parece un hombre?

El corazón  me comenzó a latir con fuerza. Excitado, le dí un beso a Amelia, que no entendió nada pero igual lo agradeció.

Cuando me atendió una secretaria, sin dejarla hablar, dije:

-Que barbaro que está esto, empiezo mañana.

Esa noche no pude dormir, a pesar de los dos polvos intensos y agotadores que nos echamos con Amelia, pero por la inquietud que me producía pensar en ese Increíble Hulk versión femenina y negra en lugar de verde.

Pensaba como se habían desencadenado las cosas. Sentí el hecho como una señal, si me garchaba a la chica del gimnasio conseguiría neutralizar el sueño.

Era alta con musculatura de hombre, los biceps eran grandes y redondos, al igual que los hombros que limitaban la ancha espalda que se iba afinando hacia la cintura para ensancharse en dos cachetes fibrosos que dibujaban un culo extraordinario. Con el pelo corto, la cara angulosa y la nariz achatada parecía un hombre, pero las tetas grandes y musculosas confirmaban que era una mujer, eso sí, exóticamente atractiva.

No se si por la vaqueta que me daba Anamá o la espectativa de cogérmela, esa primer semana dormí como un bebé, casi sin soñar.

Mi aspecto físico se recuperó y mentalmente me sentía mucho mejor.

Anamá era de Rio de Janeiro, había venido hace tres años a trabajar de kinesiologa e instructora en ese gimnasio que pertenecía a una cadena originaria de Brasil.

Al mes yo era otra persona. Soportaba perfectamente el entrenamiento, mi tonicidad muscular había mejorado obstensiblemente. Dormía mejor y soñaba  lo mismo pero en lugar del tipo estaba Anamá.

La invité a salir como agradecimiento a lo que había hecho por mí y aceptó gustosa.

Era simpática y tenía la gracia y el desenfado natural en los brasileros. Fuera del gimnasio era totalmente distinta a cuando estaba en función de instructora. La seriedad y exigencia que ponía en su trabajo la dejaba en el vestuario.

Fuimos a cenar y a bailar samba. Hablamos mucho. Nos contamos nuestras vidas y en determinado momento de nuestras mutuas confesiones sentí la certeza de que la noche iba a terminar en la cama.

Realmente la pasamos muy bien y nos divertimos mucho. A la madrugada la acompañé a su casa y sin alertarla te estampé un beso en la boca. Sus anchos labios respondieron inmediatamente y nuestras lenguas se entrecruzaron en ansiosa lucha.

Llegamos a su departamento. Fue un largo trayecto de besos, manoseos y desprendimiento de ropas.

Casi desnudos, entramos yendo directamente al dormitorio. Si bien nuestros cuerpos casi no tenían sorpresas, ya que entrenabamos con muy poca ropa, fue inquietante sentir esa mole de músculos entre mis brazos.

Creo que hay muy pocas cosas tan bellas como la piel negra y al verla totalmente desnuda me quedé pensanado que si hubiera sido un hombre o una travesti, esa noche perdía mi virgindad anal. Era tanto el magnetismo que ejercia sobre mí que mis sentidos se entregaron totalmente a la voluptuosidad del placer.

Adormecidos los labios por los besos dejamos que nuestras manos recorieran nuestros cuerpos.

Jugaba con mis dedos en su vulva, metiendoselos en la vagina y refregando intensamente su clítoris mientras ella terminaba de poner a punto mi verga antes de empezar a besarla y metérsela en la boca abrazándola con sus gruesos y carnosos labios.

Yo remplacé los dedos con la lengua y recorrí con ella toda su zona erógena, desde la cúspide del clìtoris hasta la profundida oscura de su ojete.

Desesperada de calentura dejó de mamarme la pija para introducirsela en la concha.  Era una cavidad caliente y mojada tan musculosa como el resto de su cuerpo.

Cuando  sintió que los huevos chocaban con los labios de la concha, comenzó a cogerme suave e intensamente. Me fascinó que tomara la iniciativa. Por lo general las mujeres, al menos la mayoría de las que yo conocí, son muy pasivas y esperan que el hombre tome la iniciativa para luego ellas responder.

Anamá en ese sentido era "masculina". Durante un rato largo disfrutó profundamente de la pija amasandomelá amorosamente con las potentes contracciones de los músculos vaginales como si fuera una boca, sentí que me chupaba la pija con su concha, y varias veces tuve que tranquilizarla ante la posibilidad de acabar rapidamente.

La empecé a coger yo, imponiendo mi ritmo, y sintió el primero de los muchos orgasmos que se sucederían. No se cuantos fueron pero se la notaba un poco agotada.  Se la saqué y dirigí la punta empapada de mi verga  al negro agujerito de su culo.

Cuando se lo chupé durante el 69, noté que estaba nuevito, tardaba en dilatarse, señal de que sólo lenguas o algún dedo habían andado por ahí, pero casí seguro que ninguna pija.

Lo confirme cuando en principio me rechazó. Comencé a besarla, susurrarle en los oidos mientras con mi dedo pajeaba su orto y a poco  llegó el momento que sentí como ideal para intentar penetrarla. Con cuidado y morosamente le fuì metiendo la cabeza del miembro, cuando esta estuvo adentro, ella se aflojó y el resto de la pija entró más facilmente, aunque no me apresuré para no producirle nada que implicara un rechazo. En eso Anamá también era "masculina", preservó hasta ese momento la integridad de su ojete, como lo haría cualquier macho.

Mientras le bombeaba el culo, ella estaba de rodillas en posición de perrito, le miraba los músculos de su espalda y al no verle las tetas me dí cuenta que esa era la imagen de mi sueño.

Anamá era, en apariencia, el tipo que me garchaba. Por las dudas para confirmar que no lo era llevé mi mano donde supuestamente debía haber una pija y sólo encontré la lubricada concha que momentos antes había cobijado mi verga. Felíz, comencé a acariciarselá jugando con el clítoris y se volvió literalmente loca, tan fuerte fue el orgasmo que tuvo que me arrastró a mí y le llené el culo de leche con una larga y espesa acabada.

Fascinado me quedé viendo como le brotaba esperma, mezclada con aire, del orto.

Ella se sintió avergonzada por los ruidos producidos pero vió mi cara de placer y se tranquilizó cuando le dije que era normal e incontrolable.

La abracé y le dí un profundo beso que respondió cálidamente. Se la veía plena y yo sentí que mi pija no quería aflojar y luego de un pequeña perdida de rigidez se estaba preparando nuevamente. Sentí euforia porque normalmente no me sucedía. Siempre pasaba un rato largo antes de estar de nuevo en condiciones de avanzar.

Cuando Anamá se dió cuenta sin decir nada me agarró la verga guiandolá hasta que apoyada la cabeza colorada en su raya, con un suave empujón se la metí toda.

Nos quedamos quietos, como descansando, y mientras ella me homenajeaba el choto con pequeñas pero potentes contracciones, yo no dejaba de besarla y chuparle las tetas, tan duras que casi era imposible agarrar con la boca más allá del pezón.

Fué un polvo extraño, sin movimientos fréneticos, pero muy intenso  como lo confirmaba cada orgasmo de Anamá. Nos besabamos y nos decíamos cosas tiernas y también sucias cochinadas.

Me confesó que le había encantado la culeada y que ahora entendía el placer que sentían los homosexuales al tenerla clavada en el culo.

Le pregunté si quería que se la metiera de nuevo pero cuando me dijo que le ardía un poco  decidí que era mejor dejarselo tranquilo hasta otra ocasión.

Seguimos abrazados  cogiendo suavemente mucho tiempo. Me dijo que quería sacarme la leche con la boca,  y nos hicimos una mamada hasta que sentí que no me quedaba una gota de semen en mis huevos y mientras empapaba mi lengua y mi boca con sus abundantes flujos.

Cuando se aseguró que no podía sacar más nada se dió vuelta y me estampó un chupón  mientras metía en mi boca parte del semen que tenía en la suya. Me gustó que compartiera conmigo ese jugo que me producía tanto placer expulsar a borbotones de mi cuerpo.

Nos dormimos abrazados y yo sentí que la amaba y que dificilmente viviría otro momento de tanto placer si no era con ella.

A los dos meses nos casamos y nos fuimos de luna de miel a conocer a su familia.  Otra vez gané jugando a mis sueños.

Logicamente tuve que soportar todas las bromas de buen y mal gusto que me hacían mis amigos. Gerardo decía estar seguro que se trataba de la travesti de Godoy Cruz y Sanchez me dijo:

-Te felicito, flor de trolo te enganchaste ¿ya te hizo el culo?.