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Enfermera de noche

en Sexo con maduros

Buenos Aires, verano de1975

 

Al final de los 40 él había tenido su momento de mayor esplendor. Era el galán de radioteatro más famoso y mejor pago de toda la historia de la radiofonía argentina.

Las empresas competían por auspiciar sus programas, los autores morían por que él dijera lo que ellos escribían.

Las otras emisoras a la hora en que él actuaba pasaban música o programas muy puntuales, como "La hora del relojero", "El campo por sus paisanos", o similares de interés para un público muy puntual que no suspiraba al ritmo de sus romances del eter, porque era imposible competir con él.

Y lo principal, el centro de todo, las mujeres radioescuchas se mojaban las bombachas escuchando sus diálogos, bloqueaban las líneas telefónicas de la emisora, atoraban las oficinas de correo con sus cartas donde, desde pedirle una foto autografiada hasta ofrecerse abiertamente para que él las hiciera pasto de sus necesidades sexuales, cabía todo.

Ella por esa época tenía 10 años y como su madre, adoradora incondicional del ídolo, ya consumía todos los almibares que chorreaban del aparato de radio cuando era la hora de la novela de él.

Al principio de los 50 apareció la televisión y, como es lógico ante la novedad, el auge de la radio mermó considerablemente.

Muchos actores y actrices que por radio eran jóvenes, bellos y etéreos, sucumbieron porque la realidad de la televisión los mostraba calvos, gordas o decididamente horrendos.

El, en cambio no, a los 35 años era un hermoso ejemplar de hombre, alto, elegante y bastante buen actor.

La pantalla multiplicó su popularidad, su vigencia entre las mujeres de 15 a 60 años y fundamentalmente su cuenta bancaria.

Ella y su madre siguieron su devota vida, ahora adorando al ídolo en la plenitud de su imágen.

Hasta los años 70 su carrera siguió vigente. Paso de ser el galán irresistible a ser un actor de carácter, especial para interpretar hombres maduros, seductores y mujeriegos.

A los 55 años se enteró que un cáncer minaba lentamente su vida. Se retiró de la actividad para cuidar su salud y tener, hasta el fin de sus días, la mejor calidad de vida posible.

Ella y su madre, ya mayorcita, como el 99,9% de las restantes mujeres del país recibieron la noticia consternadas. El se iba a morir y ya sus vidas perdían el sentido.

La enfermedad seguía su evolución pero mediante periódicas internaciones, donde le hacían chequeos, tratamientos y transfusiones gozaba de un considerable buen estado general.

Casualmente fue en una de esas internaciones, durante el verano del 75 cuando ella, enfermera profesional, tuvo oportunidad de conocerlo y hablar con el personalmente.

Una noche tuvo ella la responsabilidad de asistirlo. No podía creerlo y a pesar del dolor por su estado, sentía una alegría indescriptible.

El era tal cual sus personajes, simpático, con muy buen humor a pesar de su enfermedad, seductor compulsivo. Ella sintió que al rato de hablar con él mientras cumplía con su rutina sus bombachas estaban húmedas y un calor le subía por el pecho. Cuando se retiró al office pasó por el baño donde no pudo resistir la necesidad imperiosa de masturbarse intensamente.

Se tranquilizó algo pero al momento él reclamó su presencia y nuevamente sientió que el calor se acrecentaba en su pecho, que latía intensamente.

–No puedo dormir, preciosa, ¿me darías una pastilla, por favor?

–Lo siento, pero ya le dí la que tenía prescripta. Espero un ratito que seguro le va a hacer efecto. Si quiere me quedó haciendole compañía así se distrae y quizas se duerma más rápido.

–Eso sería muy agradable, no hay nada que supere el dialogar con una bella mujer.

Ella sintió que su vagina latía y temió tener su primer orgasmo parlante. Muchas veces le había escuchado decir cosas similares en la radio o en la tele pero siempre la interlocutora era otra.

–Usted siempre tan adulador, me hace poner colorada.

–Si no me equivoco es la segunda o tercera vez que nos vemos, ¿porqué me decís que soy adulador?

–Porque hace tiempo que lo conozco –dijo ella y comenzó a contarle toda su historia de admiradora. Nombrarle los trabajos que más le habían gustado. Repetirle de memoria díalogos enteros de alguna de sus novelas. Habló hasta apabullarlo.

–¡Dios mío! Estoy en presencia de mi admiradora más informada. Esto se merece un autógrafo muy especial. ¿Me alcanzás papel y una lapicera?

–No se ofenda pero no me alcanza con un autógrafo, aunque sea muy especial –dijo ella con cierta intencionalidad, producto de la calentura que estaba sintiendo.

El percibió el tono de ella y le dijo:

–¿Y que te gustaría? ¿Una foto, la copia de una de mis películas…

–Hacerle el amor –lo interrumpió ella, que tomó conciencia cuando escuchó el retumbar de sus palabras en el oido.

–¿Eso está prescripto? –dijo él con su tono más seductor y cargado de ironía.

–No, pero tampoco está explicitamente prohibido.

El sentía como iba subiendo la intensidad del diálogo. Desde hacía tiempo no era el gran cogedor que supo ser hasta antes de su enfermedad.

Sus relaciones sexuales ahora eran exporádicas y algunas veces frustrantes. A causa de la enfermedad y de tantos medicamentos sus erecciones eran endebles y a veces no le alcanzaban para llegar al orgasmo. Por estas razones a veces declinaba muchos ofrecimientos que todavía, a su edad, le hacían las mujeres.

Tuvo el presentimiento que esta vez podía ser diferente, ella era una mujer jóven y por lo que se percibía, debajo del uniforme había suficientes motivos para intentarlo. Como jugador empedernido y casi siempre ganador, apostó.

–Ha mi me encantaría, sos muy atractiva.

Ella cerró la puerta del cuarto con llave. No había posibilidades que nadie molestara a esas horas de la noche, pero por precaución. Además era totalmente normal que se hiciera para practicar curaciones.

Se acercó a la cama y corrió la sábana, el batín que tenía apenas cubría sus genitales. Mientras lo besaba le acarició la pija.

Ese beso la transportó a las miles y miles de fantasías que durante su vida había tenido con él. Sabiendo que esto era real se dispuso a disfrutar esta oportunidad de concretarlas.

Se dirigió a la pija, aún flácida y se la metió en la boca.

–Desnudate –le dijo él– me encanta ver el cuerpo desnudo de una bella mujer.

Bajo el uniforme sólo llevaba una bombacha mínima y el corpiño, que al sacárselo, libero dos hermosas y redondas tetas.

Su intuición no lo había engañado. Ella tenía un cuerpo sensacional y rellenito, como a él le gustaba. La visión de esa imágen activó su sangre, que ayudada por los sabios lenguetazos que ella le daba, fluyó a su pija endureciéndola como hacía tiempo no le pasaba. Esto le satisfizó e hizo subir su excitación, que acrecentó cuando en posición de 69 pudo chuparle profundamente la concha, totalmente empapada por el flujo que le producía a ella el estar cogiendo precisamente con él.

A pesar que el estado físico era bueno, ella lo montó con sumo cuidado apoyándole las tetas en la cara para que se las chupara. Cosa que el hizo mientras ella con movimientos de su pelvis y cadera, hacía que la pija entrara y saliera comodamente de su concha.

Estuvieron así un largo rato, chuponeandosé, metiendosé las lenguas hasta la garganta, acariciándole las tetas o metiéndole un dedo en el culo.

Si la pija seguía manteniendo ese grado de dureza, con seguridad podría hacerle el culo tranquilamente.

Cuando se lo propuso ella aceptó encantada, si algo le gustaba más que tenerla en la concha, era sentirla en el ojete.

Como tenía muy buena dilatación, la pija todavía durísima, se enterró con facilidad, sintiendola ella a través de todo su trayecto.

Además de buen cogedor el era especialmente hábíl con sus palabras. Le decía cosas que producían picos de excitación que ella enseguida traducía a una presión, con la concha o el culo, según donde la tuviera, sobre la poronga inconmovible en su rigidez.

El estaba totalmente eufórico porque este era un polvo similar al de sus grandes épocas. Tenía una compañera que lo disfrutaba tanto como él, y esa interacción se manifestaba a través de los continuos orgasmos que tenía ella y de los denodados esfuerzos de él por retener una eyaculación que estaba más que en la puerta.

Ella le pidió que le abacara en la boca y cuando él no pudo resistir más le avisó. Radidamente se la sacó del culo y alcanzó apenas a darse vuelta antes de que él comenzara una lluvia de innumerables borbotones de leche blanca y espesa.

La mayor parte fué a parar a la boca de ella, pero era tanta que también le tocó parte a la cara y al pelo.

Ambos quedaron relajados y satisfechos del polvo que se habían echado. Se dieron un beso y se prometieron repetirlo.

Cuando ella se fué el estaba a punto de dormirse plácidamente. Cuando llegó al office, su compañera de guardia le dijo:

–¿Te lo cojiste? –ella asintió con la cabeza y una amplia sonrisa en la boca– ¿que tal es?

–Mejor que en los teleteatros.

–¿Si? Mañana me lo cojo yo.

–Mejor, las dos

–No, loca, alguna tiene que quedar aqui, por cualquier cosa.

–Tenés razón, pero yo te lo pongo a punto.

A la noche siguiente ella preparó todo y cuando estaba bien con la poronga al máximo, le propuso el cambio, entusiasmado dijo que sí, y apareció la otra enfermera que se encargó de la parte final del tratamiento que se realizó con mucho éxito ya que era muy experta en esos menesteres y también poseedora de atributos naturales acordes con la función que desempeña.

El quedó plenamente satisfecho y cuando se retiró a su casa, dejó una nota al director del sanatorio recalcando, la eficiencia, contracción al trabajo y experiencia que habían demostrado las enfermeras de la guardia nocturna.

 

Epílogo

El vivió casi un año más, tiempo durante el que tuvo una o dos internaciones mensuales, más por placer que por necesidad.

Se encargaba puntillosamente que siempre le tocara el mismo servicio de enfermeras nocturnas, por eso cuando en el testamento aparacieron esos dos legados jugosos en efectivo para ambas profesionales, a nadie le extraño.

Ellas fueron casi las principales responsables de que la calidad de vida del paciente fuera óptima.