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Sexo de la clase media (2)

en Grandes Series

PARTE II: Águeda y yo.

Regresando a nuestra relación sexual de pareja, Águeda y yo le dábamos la variedad al juego erótico adecuada a nuestro nivel cultural y educación, supongo, si eso tiene algo que ver. Durante el noviazgo y posterior matrimonio la progresión en el sexo entre ambos fue paso a paso y en cada época correspondió hacer lo que tocaba: desde los primeros besos a los dieciséis, luego acariciarle los pechos, el culo… El día que logré llegar a acariciar por primera vez su raja fue genial, aunque no me permitiese acariciar más de un minuto o introducirle un dedo; eso llegó un tiempo después.

Tardé en convencerle asimismo de que me acariciase ella a mí la verga, hasta que un tiempo después me hizo la primera paja. Después sólo quedaba desvirgarnos ambos y realizar el coito, pero ella se negó hasta la noche de bodas. Intenté convencerla al menos de que practicásemos sexo oral, pero igualmente se negó a chupármela porque le daba cierto asco. Si pude yo varias veces hacerle un cunnilingus, aunque no siempre lo recibía con agrado. No me desvirgué con ella, por aquella época estaba tan desesperado que con dinero del primer sueldo fui a una casa de putas, a la que por cierto me acompañó Ferrer, que presumía por entonces de haber desvirgado ya a Juana. Fuese un farol o no a mí aquella afirmación me ponía frenético, considerando a Juana una mujer desinhibida y a Águeda una mojigata. Pero tras la boda Águeda me dio cosas con las que ya me conformé en el sexo; no sentía necesidad de explorar más.

Alguna vez insistí en que me hiciese una mamada, sin conseguir que me diese más que unos besos en el glande, o posé éste, es decir, la punta de mi polla en su ano con intención de convencerla de que se dejase sodomizar, pero eso era impensable. En todo caso sólo dejaba que estimulase un poco ese esfínter tan íntimo, pero no más. Nunca hemos sido de hacerlo en todas partes, quiero decir, el lugar común ha sido el dormitorio. Por otro lado Águeda siempre ha sido muy permisiva y comprensiva con algunas de mis pasiones eróticas, como la de coleccionar algunas películas de contenido pornográfico y sobre todo eróticas, o lo que llamaron en otro tiempo en España "clasificadas S". En privado bien sabía Águeda que me gustaba gozar del visionado de este tipo de material y masturbarme, sobre todo en épocas en las que ella no estaba muy receptiva, tales como sus embarazos, la menstruación, etc. De vez en cuando incluso ella se sentaba junto a mí y era la que me masturbaba ante la pantalla de la televisión viendo cualquier tipo de tórrida escena. Hubo un día en el que audazmente le pregunté si ella no sentía la necesidad de masturbarse de vez en cuando: una mujer difícilmente admite esto, pero Águeda me confesó que muy de cuando en cuando lo hacía en la ducha, frotándose el coño con una esponja enjabonada.

Le dije pues que cuando le apeteciese podía disponer de mis películas y recuerdo nítidamente que su confesión y aquella charla me puso como un toro excitado y a continuación nos hicimos una follada fantástica, quedando el tema zanjado esa noche. Este tipo de acontecimientos hacían que nuestra sexualidad no se quedase estancada y aunque parezcan nimiedades en nuestra relación suponían grandes alicientes, a la vez que avances y novedades. Como por ejemplo lo que pasó unas semanas después de lo que he contado, cuando Águeda, una vez hubo acostado a los niños y nosotros estuvimos en la cama, reconoció haberse estado masturbando por la tarde mientras veía una de las películas de mi colección. Muy intrigado comencé a interrogarle sobre ello, al tanto que mi polla se iba animando. La película que vio se titulaba "Las apariencias engañan". Era erótica, no pornográfica.

Comprendí porqué le gustó a Águeda casi inmediatamente, aparte de los detalles y sensaciones que tuvo y que ella me describió. Distingamos un film erótico de uno pornográfico: en el erótico no hay sexo explícito o al menos demasiado genital, las penetraciones no se ven, aunque si se insinúan, apenas se ven zonas erógenas y en todo caso las de la mujer, el culo de algún hombre o alguna verga despistada. Destacan las situaciones morbosas y el argumento es digno de prestarle atención, no como en las porno, que son temas banales. El argumento de aquella película se desarrollaba todo en el transcurso de una boda, por lo que el vestuario fue algo que fascinó a Águeda; el vestido de novia, el de novio, el de los invitados. Luego el glamour de un catering en el jardín de una gran mansión, etc. Eran los condimentos apropiados para un filme de ese carácter y sobre todo los protagonistas eran actores y actrices de diseño, muy atractivos todos.

La historia era completamente morbosa y no parecía haber barreras para el sexo, porque el novio acababa enrollándose con las dos damas de honor en un despacho y a la novia se la tiraban su suegro y su propio cuñado, todo eso mientras una invitada tenía una relación lésbica con la madre de la novia cuyo dúo pasaba a trío cuando un camarero se unía a ellas. Ya digo todo era sensual e insinuado y eso calentaba a cualquiera, Águeda no iba a ser menos, reconociéndome que se masturbó violentamente viendo aquello, y que sintió más excitación cuando lo de la novia, el suegro y el cuñado. ¿Podía dejar entrever con esa afirmación mi esposa cuales eran sus tendencias en sus íntimas fantasías sexuales? Tras aquella confesión pueden figurarse como acabó la noche entre nosotros. Pasó un tiempo y propuse algo nuevo a Águeda: sugerí que podíamos pensar en realizar algunos cambios en nuestros hábitos sexuales, en pro de fortalecer nuestra relación.

Mi mujer entendió la propuesta y pareció acatarla pero no se le ocurría nada, de modo que fui yo el primero en proponer algo totalmente inocente: confesarnos el uno al otro nuestras fantasías sexuales mientras nos acariciábamos en la cama; le pareció bien y me tocó a mí primero también confesar mis fantasías. Parecerá extraño que tardásemos tanto en llegar a este punto en nuestro matrimonio, pero hablo de una época en la que muchas cosas eran tabúes incluso para parejas. Me cuidé de guardar en secreto las más fuertes y perversas de mis fantasías para no ofenderla como aquella que me llevaba a veces a desear romperle el culo con mi verga a su madre, o sea, mi suegra, mientras la buena mujer amasaba en la cocina la harina para hacerme esas ricas tortitas que a mí tanto me gustaban y yo mientras masajeándole las tetas y diciéndole obscenidades al oído. Pero le dije lo típico: que si un trío, que si una orgía…, a la vez que ella decía prácticamente lo mismo que yo o acaso que algún hombre llegara y la forzara un poco…El caso es que la conversación nos sirvió para calentarnos y acabar teniendo un buen coito. Esta práctica se hizo habitual durante unos días, quizá a lo largo de unas semanas, hasta que finalmente sentí necesidad de mencionarle el nombre de una mujer que entraba en mis fantasías. Previamente entre Águeda y yo hubo un acuerdo tácito de entender que aquello tan sólo era un juego y una fantasía, no un deseo que estuviésemos dispuestos cumplir.

Como digo, confesé a mi mujer que fantaseaba con Juana, pero aquella noche se enfadó conmigo; le entraron celos y se negó a hacer el amor. Estuvo seria unos días hasta que tuvimos ocasión de charlar y le volví a explicar que tan sólo era un juego, que yo estaba enamorado únicamente de ella y que jamás volvería a mencionar el nombre de Juana en nuestros juegos, lo que interiormente me dejó un tanto frustrado. Águeda, como mujer excepcional que es, no cambió en nada su actitud de amistad con nuestra amiga como en un principio temí. Pasó un tiempo y regresamos a hábitos sexuales moderados lo que producía que no siempre yo me pusiese a tono con Águeda. Eso sucedió una noche que ella estaba muy caliente y yo cansado, apenas tenía ganas de hacerlo. Entonces mi mujer no tuvo más remedio que recurrir al juego de las fantasías y traer de nuevo a mi cabeza a Juana. Lo primero que hizo fue preguntarme qué sentiría yo si ella me confesará que soñaba con montárselo con Ferrer. Las mujeres son muy especiales y medité bastante en la respuesta que le iba a dar.

Tenía que dejarle claro que eso me haría sentir un aguijonazo de celos, porque seguramente era lo que ella esperaba, pero no era cuestión dejar pasar la ocasión de alimentar esa fantasía. Empecé a acariciar su cuerpo y a decirle que pensar que Ferrer pudiera apropiarse de esos senos, esas curvas, esas caderas… me volvería loco. Pensar que Ferrer pudiera saborear su coño –le decía, mientras lo recorría yo mismo con la lengua- haría que quisiera pegar un puñetazo a mi amigo. Águeda se iba calentando con el jueguecito y yo quise llevarlo hasta el final, penetrándola y forzándola a imaginar que era Ferrer quien la poseía hasta el orgasmo. Pocas veces escuché gemir a Águeda como aquella vez y yo "cornudo total" gocé como nunca. Así iba nuestra relación; al día siguiente Águeda me pidió que la llamase Juana mientras lo hacíamos y ese fue mi polvo triunfal. Y juegos como esos, decenas. Juana y Ferrer como personajes entraron de lleno en nuestras fantasías: tríos, orgías, intercambios…, aunque sin ideas bisexuales ni nada semejante. Advierto no obstante que nuestra relación con ellos continuaba siendo de lo más normal.

Continuará…

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