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El ano de la adúltera

en Hetero: Infidelidad

- ¡Toma! ¿no es esto lo que querías? –decía el chico.

- Sí, sigue, no pares en toda la noche.

A ella le dolía bastante, pero gozaba, evidentemente, y por eso suplicaba a Basilio que no dejase de hacer aquella maravilla consistente en bombearla desde atrás. Le estaba dando por el culo y a decir verdad era muy placentero, pero en absoluto resultaba una tarea sencilla ya que ni él había dado nunca por ahí, ni ella había recibido por ahí.

En el caso de Basilio concretamente es justo decir que en realidad nunca había tenido sexo con nadie, a pesar de sus veintiún años, pero bueno, eso podría ser más o menos normal. Pero si nunca lo había hecho ¿por qué esta primera vez lo hacía sodomizando a una mujer entrada en la madurez?

Antonia, que así se llamaba ella, tenía algo más de cincuenta y jamás nadie, ni tan siquiera su marido, le había abierto el culo con una polla. Ahora lo estaba experimentando a base de bien.

Ninguno de los dos, inexpertos en lo anal, supo darse muchas instrucciones para acometer con éxito la tarea. Sólo pusieron sumo cuidado al practicarlo. A lo más ella le suplicó al chico que intentase hacerlo con paciencia y delicadeza. Improvisaron un lubricante, que no fue otra cosa que un mejunje de gel de baño, mezclado con agua y margarina, pero todo fue llenos de nerviosismo, excitación y algo de timidez. Antonia insistió en aclararle a Basilio que hacerlo con paciencia era la clave del éxito: Inexperta en lo anal, pero con suficiente idea de sexo como para saber que un chico virgen comete errores debido a las prisas, a la excitación y también al miedo.

Apenas hubo preámbulo. Basilio deseaba hacerlo todo con una mujer: caricias, besos, masturbación mutua, sexo oral, etc. En esta ocasión había premura por hacerlo rápido y acabar de una vez por todas con aquello; además pactaron el modo en el que lo iban a hacer. ¿Por qué no penetrar el coño de Antonia y sí el ano? ¿Tendría miedo la hembra a quedar embarazada puesto que el chico no llevaba consigo un condón? Esta posibilidad era remota por la edad de ella, que ya recorría la senda de la menopausia. ¿Deseaban entonces experimentar algo fuerte la primera vez que ambos iban a mantener juntos una relación?

Para Antonia era algo excitante visto desde distintas perspectivas: por las experiencias novedosas de hacerlo con un chico mucho más joven que ella, por poner los cuernos a su marido y por ser enculada. ¡Todo junto era fantástico! Además le causó gran fascinación la polla de Basilio, larga, gorda y dura como una roca: le entusiasmo ver ese aparato grueso y venoso que en unos instantes la penetraría. Pero, ¿y si se metía antes esa barra de carne dura en la boca? No estaba segura de lo que Basilio pensaría al respecto y qué consideración tendría de ella si hiciera eso, pero en el fondo lo deseaba. Por hoy se conformaría con lo pactado.

El muchacho la abrazó por atrás y besó su cuello. Los dos temblaban como hojas agitadas por el viento del otoño y cuando Basilio posó sus manos sobre los senos de ella, creyó que se venía sin necesidad de nada más.

- ¡Házmelo Basilio, hazme pasar un buen rato de sexo!

- ¿No te da vergüenza?- pensó él en su interior-, tienes cincuenta y un años, un marido que te ama, ¿y te expresas de ese modo?

Cierto asco hacía que el estómago del joven se volcara; deseaba follarla, pero al mismo tiempo la despreciaba.

Antonia jamás notó latir su corazón con tanta fuerza, nunca había tenido relaciones con otro hombre que no fuese su marido; ahora era un momento anhelado durante años. Iba a entregar su cuerpo a otro, su culo a otro. ¡Cuántas veces su marido le había exigido la entrega dócil de su agujero trasero y ella se había negado! Su esposo siempre quiso sodomizarla, pero ella lo consideraba un asunto lascivo, perverso, sucio… Entonces, ¿por qué lo deseaba ahora tanto? Aunque al principio intentó convencer a Basilio de que le penetrase la vagina. Sí, así fue: ¡métemela en el coño! –exclamó ella.

Lo hablaron, lo planearon, tenían toda la noche para ellos, toda la noche para que la férrea verga de Basilio perforase el ano de la adúltera.

. . .

Las carnes algo blandas de la mujer se estremecían y bamboleaban a cada envite del chico con la polla, cuyo glande era estimulado más allá de la zona rectal.

. . .

Buscando en la nevera, Antonia casi no acertaba a hallar la margarina, dada su excitación. El joven esperaba en el salón comedor, masturbándose. ¡Joder –dijo Basilio expresivamente cuando Antonia desde la cocina no podía escucharle- voy a follar por primera vez!

Al inclinarse tras ella, después de haberle quitado las bragas, Basilio le sugirió que sacase su trasero dejando caer el cuerpo hacia delante y que se apoyara en el sofá. Así lo hizo Antonia, que poseía un culo enorme. Basilio se aproximó al ano con la absurda idea de que percibiría olor a heces, pero se equivocó, porque Antonia ponía sumo cuidado en su higiene íntima. No obstante a Basilio poco le hubiese importado el aroma a mierda.

Con su dedo índice recogió algo del improvisado lubricante y comenzó a untar la entrada de la oscura cueva trasera femenina. Como es de suponer esto hizo dar un pequeño respingo a Antonia. Se trataba sólo de un anticipo porque nada tiene que ver el dedo índice de un hombre con su polla.

Si no olía a heces, si se empezó a expandir un cálido aroma a coño por toda la estancia. Antonia estaba muy mojada. Basilio olfateó saboreando aquel rumor que desprendía la vagina de la cincuentona, pero no quiso saber nada más de tan preciada zona erógena. Internamente Antonia lamentó esta actitud del joven.

. . .

Gritaba y gemía como una loca. Le dolía, pues tan enorme polla le había dilatado el diámetro del ano de forma exagerada, pero lo soportaba porque era mucho y mayor el placer.

. . .

Inclinada sobre el sofá como estaba gozó de la maniobra digital de lubricación a la que Basilio la sometió y justo después respiró hondo como cuando alguien se monta en la montaña rusa y espera a que el viaje comience. Él, desnudo, afianzó los pies en el suelo, apretó la musculatura de sus piernas y sintió también el vértigo veloz de la montaña rusa. Sin embargo su polla no vacilaba y sentía la seguridad de un martillo pilón que acomete las obras para perforar un pozo.

La toma de contacto entre el glande y el agujero anal supuso una descarga eléctrica para ambos amantes. Basilio de nuevo experimentó la sensación de no poder evitar correrse, pero se contuvo, ¿qué pensaría ella si eso sucediera? La sujetó de las caderas y se dispuso a empujar aunque aún albergaba dudas. Antonia giró la cabeza hacia atrás y le miró a los ojos diciéndole para infundirle ánimos: ¡Venga Basilio, lo vas a hacer muy bien!

. . .

- ¡Toma! ¿no es esto lo que querías? –decía el chico a la mujer.

- Sí, sigue, no pares en toda la noche.

En realidad ella hubiese deseado que le metiera la polla en el chocho, pero el caprichoso joven se negó.

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Introducir el glande en el hoyo fue de por si difícil. Ese empuje causaba la formación de múltiples y minúsculas burbujitas del lubricante. Dolía. Esto podía desmotivar a Basilio que empezó a pensar que sería tarea imposible. Lo que él no sabía es que con rabia e insistencia el ano iría dilatando al cabo. Cada milímetro de profundización era casi un minuto de tiempo invertido. Ambos apretaban sus mandíbulas como clara demostración del esfuerzo realizado.

. . .

-Basilio, amor, no pares, sigue metiéndola.

- No hables así puta e intenta abrir el culo todo cuanto puedas.

Paradójicamente este trato del joven hacía que Antonia sintiera más ternura por él.

. . .

Tanto a Basilio como a Antonia les escurrían unas gotas de sudor por la frente. Tanta extensión del prepucio causaba gran dolor en la polla del chico y pensó que posiblemente eso le haría sangrar, pero no le importó: se odiaba a sí mismo, la odiaba a ella, quería sufrir; unos milímetros más y llegaría al colmo del placer. A medida que la polla iba entrando más hombre se sentía Basilio y más satisfecha y puerca se sentía Antonia.

La aguja minutera del reloj había atravesado el océano de los diez minutos desde que empezaron con la tarea. Por fin los testículos de Basilio tocaron la zona púbica de la mujer. Sólo restaba dar comienzo al balanceo de caderas de atrás hacia delante y de delante hacia atrás –el vaivén del mete y saca-.

El dueño de la estaca se mordía la lengua con intención de evitar la eyaculación precoz. La mujer requería un trato prolongado, dada su sed de sexo y verga. Basilio desde luego disfrutó hasta que pudo, pero se corrió pronto. Antonia se quedó en el umbral del orgasmo pero no se lo reprochó al chico. Habría más noches como esa, ella lo sabía. Él no la odiaría por lo de esa noche y la seguiría buscando, porque cuando alguien experimenta el placer infinito esta condenado a perseguirlo eternamente.

Retiró el pene poco a poco, que aparecía desde el interior de la cueva anal en un estado de flaccidez obvio, arrastrando algo de semen en su retroceso.

-¿Por qué no has querido follarme el coño Basilio?

- Porque jamás meteré mi polla en el lugar por el cual un día salí al nacer.

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