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Gold Collection (6)

en Grandes Series

SEXTA ENTREGA

0: 33 horas. Más miedos, más dudas.

Recordando aquel día y lo que experimenté, algo insólito en mi vida, que había tenido lugar siete años atrás, empecé a comprender de donde podía venir mi supuesta afición vouyeur, llevada a la práctica después de lo de la cuadra por primera vez con Carlos y Elisa.

Y retomando mi relato por donde iba, contaré que el pene de Carlos me tenía boquiabierta. La bella Elisa buscó la boca del hombre para besarla, pero con una de sus delicadas manos asió la verga de él para menearla. Me recordó aquello a las manos de Rosa sobre el pene del caballo y cómo le presté mi ayuda. Quise hacer lo mismo y en una gran lucha interior con mi conciencia empecé a alargar el brazo para que una de mis manos entrase en contacto con el palo tieso de Carlos. Las yemas de mis dedos tocaron la superficie de aquel hierro candente, pero Carlos no lo llegó a advertir inmediatamente; sólo cuando decidí acariciar más atrevidamente él abandonó el beso con Elisa e inclinó su barbilla para mirarme: la vergüenza me descompuso y más cuando él exclamó "¿Te gusta querida suegra?" Definitivamente rompí a llorar y salí corriendo avergonzada de mí misma y pidiendo disculpas ininteligiblemente. Los cristales de mis gafas se empañaron por las lágrimas y busqué la puerta de la calle desesperadamente, intentando abrir su picaporte con torpeza, cuando oí unos pasos de pies descalzos que se aproximaban a mí. Me giré lentamente y ví que mi yerno se aproximaba con paso firme, desnudo y con su verga inhiesta. Me empujó de espaldas a la puerta y pegó bruscamente su cuerpo al mío, buscando con su boca mi boca, mi cara, mi cuello…

- ¡Te deseo con toda el alma Azucena! –pronunció.

- Deja que me marche –dije entre sollozos-, soy una vieja.

- No para mí –concluyó él.

Sin dejar de besarme y sin apenas resistencia de mi parte, me cogió en brazos para dirigirse de nuevo al dormitorio. Su pene rozaba en mi trasero y era lo último que me tenía que pasar esa noche para terminar de calentarme.

 

0: 42 horas. Primer contacto.

En la cama esperaba Elisa, como la Odalisca célebre del cuadro. Nos miraba a Carlos y a mí complacidamente, al ver que regresábamos al lecho. Me prometí desde ese momento entregarme totalmente, no andar con remilgos y prestarme al juego erótico de mis dos compañeros. Carlos me tumbó en la cama boca arriba y directamente fue hacia los bajos de mi falda para introducir su cabeza bajo la tela. Besó mis piernas al tiempo que ascendía hacia el volcán, y como viera que los pantys le estorbaban, los agarró para desprenderme de ellos. Yo arqueé la espalda, levantando el trasero para facilitárselo un poco y la maniobra resultó ser rápida. Igualmente me quitó los zapatos, los cuales arrojó a cualquier sitio armando gran estruendo. Uno de ellos rompió el cristal de un retrato de mi hija que había colgado en la pared. Pero él continuó y yo, antes de entornar los ojos miré a Elisa que ahora era la vouyeur. La cabeza de Carlos se incrustó entre mis piernas y olfateando la zona creí que se volvía loco. Ahora sobraban mis bragas y se puede decir que las arrancó literalmente. Su boca se hundió en mi sexo sin dilación, pues era un animal sexual desesperado aquel mi yerno del que jamás imaginé en la tarea de proporcionarme gozo. En varias ocasiones me fue forzado abrirme de piernas para un cunnilingus amargo con mi marido, Fabián, que me amenazaba con el divorcio (¡menudo escándalo!) si no le daba al menos aquella concesión sexual. La lengua de mi marido parecía papel de lija que me quisiera despellejar. Ahora Carlos, empezó con suavidad, unos besos en mis labios mayores, la sensación cálida de cómo aspiraba y expiraba con su nariz y finalmente la punta de su lengua abriendo el canal de mis labios menores, en busca de mi néctar más íntimo. No gemí, tan sólo respiré hondo y me dejé hacer. Mis manos permanecían ociosas, pero una de ellas buscó una mano de Carlos, la cual apreté. Mi otra mano la cogió Elisa, y no la rechacé. Mi yerno lo sabía hacer; me comió el coño contemporizando el orgasmo, al que no llegué de manera inmediata, pues el cesó abruptamente.

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