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Adelaida y mi imaginación (1)

en Grandes Series

I Parte: Os presento a Adelaida.

Mi suegra llegó a la estación la mañana de un viernes. Yo fui a recogerla; pese a los duros acontecimientos vividos ya tenía mejor aspecto; también ella se interesó por mi estado y por el de mi hija, alegrándose de nuestra predisposición por rehacer la vida.

Mi esposa, su hija, había fallecido tras larga enfermedad y ahora todos intentábamos reponernos. Mi suegra era viuda desde años atrás y no tenía más hijos y yo no tenía familia, tan sólo los tíos que me criaron y que vivían en una provincia lejana. Como mi situación económica era delicada y no podía gastarme el dinero en guarderías ni colegios para Clarita, mi hija, mi suegra se hizo cargo y se ofreció para venir junto a nosotros y echarnos una mano, amén de que la pensión que ella cobraba nos iría muy bien. Su adaptación fue fácil y la niña cobró felicidad junto a la que era su abuela.

Mi suegra era una mujer sensata, seria y poco entrometida. Sus tareas eran la niña, la comida, la limpieza, las compras y el ir a misa de vez en cuando. A mí de ese modo todo me parecía perfecto. Semanas después de su llegada me aumentaron el sueldo en la empresa y lo celebramos cenando fuera. Era la primera vez que salíamos todos juntos desde la desaparición de mi esposa, y la verdad es que disfrutamos de una deliciosa tarde de primavera. Su establecimiento en la casa consistió en ocupar el mismo dormitorio de la niña, que era amplio, y por el parentesco y edad de cada una de ellas no suponía problema alguno para la intimidad de ambas. He de decir que con el aumento de sueldo me podría haber permitido buscar una cuidadora para mi hija y así decirle a mi suegra que si gustaba podía marcharse, pero me dio cierta pena ya que se la veía muy feliz junto a nosotros.

Llevaba ya algún tiempo con nosotros cuando un día mi jefe, un hombre divorciado de sesenta y dos años me dijo que mi suegra le parecía atractiva y que si podía presentársela, ya que la había visto en alguna ocasión por la ciudad conmigo y con la niña. Ramiro, mi jefe, era un tipo enérgico y la verdad es que me acongojó la idea de que si no se la presentaba pudiera despedirme.

Hablé con mi suegra, que tenía precisamente la misma edad de mi jefe y ella se hizo cargo de la situación dado mi estado de congoja. Adelaida, mi suegra, organizó una cena en casa a la que invitamos a Ramiro. Ambos se conocieron y para mi suerte o desgracia a partir de aquel día comenzaron a intimar. Digo mi suerte porque en la empresa me dio trato de pariente en el puesto en el que ocupé y en elevarme el sueldo, y digo desgracia porque reconozco que sentí celos, por eso ahora voy a hablar de otra faceta mía. Mi suegra era una mujer voluptuosa, con un cuerpo atrayente de curvas sensuales: caderas, piernas, senos, culo… Nunca la deseé, es la verdad, pero a fuerza de vivir juntos las costumbres se relajan gracias a la comprensión y la confianza. Quiero decir esto porque mi suegra era una de esas mujeres decentes y ordenadas que jamás dejaban "pista" alguna de su feminidad; hasta que se relajó y fue tomando la costumbre de dejar su ropa interior en el baño tras su ducha. Al principio no di importancia al asunto, cuando yo entraba después y encontraba sus bragas y sujetador sobre una pequeña percha, pero un día leí un artículo sobre fetichistas en una revista científica y me llamó la atención, aunque yo ya sabía de aquella desviación sexual (nombre que dan al caso algunos moralistas).

El fetichismo de la ropa interior femenina es de lo más inocente. Como llevaba mucho tiempo sin conocer mujer, me pregunté si mis sentidos percibirían algo de la ropa íntima de mi suegra; de modo que cogí sus prendas y las acaricié y ojeé, sin que me produjesen efecto impactante. Sólo había de olfatearlas, pero pensé si no era un gesto pervertido. Como nadie podía verme y yo estaba en mis cabales y no me consideraba un inmoral, me dije que no había mal en llevármelas hacia el rostro y olerlas profundamente. Lo hice y me crean o no un olor a hembra me atravesó los sentidos. Aspiré fuertemente un rato. No era el olor desagradable del sudor o la suciedad, en absoluto, sino a mujer en su plena dimensión. Mi pene reaccionó para sorpresa mía y se irguió. Mis testículos llevaban tiempo sin soltar lastre y ya iba siendo hora de que aliviase un tanto masturbándome, ¿qué mejor ocasión? Me pajeé por breves instantes y estaba tan excitado que me corrí de inmediato proyectando un enorme torrente de semen sobre los azulejos del cuarto de baño. Me senté sobre el inodoro a recuperarme llegando a un estado de laxitud profunda.

Mi suegra llamó a la puerta. Me sobresalté como un niño que es sorprendido robando unas monedas, pero no pasaba nada, la puerta estaba cerrada, ella sólo quería cepillarse el cabello. Le pedí unos minutos y procuré dejar todo conforme estaba cuando entré. Limpié mi esperma con papel higiénico que arrojé al inodoro, para después tirar de la cadena, y tras esto salí, entrando Adelaida posteriormente. Durante un rato me preocupé por si mi suegra podía captar el intenso olor a semen que flotaba en la estancia. Nunca lo supe. Sin embargo, posteriormente mi suegra continuó exponiendo su ropa interior y yo tomándola como fetiche para mis pajas, acariciándome con la tela mi cuerpo desnudo y mi propio sexo que a veces envolvía con sus bragas llevándome al borde del paroxismo.

Muchas veces estuve a punto de mancharlas de esperma, pero puse cuidado. Estos arrebatos eran los que me producían consuelo sexual y hube de acostumbrarme a los horarios de baño de Adelaida para dar rienda suelta a mis fantasías. Aún así yo la respeté y esa sexualidad que mi mente proyectaba sobre su persona sólo tenía lugar en el cuarto de baño.

Ramiro y ella se emparejaron, y aunque a esas edades el amor es tan sólo para darse compañía el uno al otro, a Ramiro se le notaba como a un novio adolescente deseando poseer a su novia; eso no me pasaba inadvertido. Obviamente mi suegra, por educación y cultura no iba a abrirse de piernas así porque así y es más que seguro que lo que le dijo a Ramiro fue o que se casaban o que de sexo nada de nada. Durante días tratarían el tema hasta que una noche que Ramiro vino a visitarnos y yo me fui a la cama al igual que la niña, volvieron a charlar de su relación. Se sentaron en una terracita que daba a la calle y a la cual mi dormitorio tenía una ventana. No debieron darse cuenta de que yo podía escucharles. No soy curioso ni me gusta entrometerme en la vida de los demás pero no quedó más remedio que escuchar. Los argumentos de Ramiro eran razonables, él la quería pero era una estupidez casarse porque Adelaida perdería su suculenta pensión de viudedad y él tendría problemas con sus hijos adultos, los cuales controlaban el accionariado de la empresa familiar y podían desposeerlo. Adelaida finalmente comprendió, por lo que él se insinuó de nuevo sexualmente.

Quedé sorprendido cuando oí a mi suegra aceptar, pero que llevarían a cabo su primera relación en otro momento y en otro lugar. Ramiro dijo que no merecía la pena esperar, que en el sofá del comedor podían hacerlo en aquel momento ya que la niña y yo supuestamente dormíamos y no nos enteraríamos de nada. Adelaida dudó unos momentos, pero finalmente transigió (es probable que tuviese más deseos que él, pensé en aquel momento). Un tabique de mi dormitorio daba al salón y como era una locura salir para tratar de espiarles, apegué mi oreja lo más posible a la pared y traté de escuchar que sucedía. Pronto oí los murmullos, risitas, palabras de cariño y primeros gemidos de gozo. El bichito de la excitación y el morbo clavó su aguijón en mí. Creo que oí decir a ella algo así como ¡métela cariño, métela! Después más gemidos, mientras mi verga se ponía tiesa pensando en el placer que se daban los dos abuelos. Gemidos, suspiros, un grito ahogado y finalmente el llanto desesperado, asustado y lleno de miedo de mi suegra, que con pequeños gritos preguntó a su amante si se encontraba bien, pero sin respuesta alguna.

Algo no iba bien, oía a mi suegra llorar desesperada y decidí salir al comedor. Cuando llegué contemplé a mi suegra tratando de ocultar su desnudez sentada en el sofá, Ramiro yacía en el suelo con los ojos abiertos y la mirada perdida, no respiraba. Tenía los pantalones bajados y su pene semierecto del cual pendía un hilillo de esperma. Creí comprender la situación y me lancé a él para tratar de reanimarlo con un masaje cardíaco, que desgraciadamente no dio resultado. Dije a Adelaida que llamase a los servicios de emergencia sanitaria y apenas reaccionó, por lo que tuve que hacerlo yo. Cuando llegaron los médicos ya no había nada que hacer. Ramiro había fallecido.

La autopsia reveló que había muerto de un infarto al corazón. Su cuerpo no resistió los envites placenteros de una relación sexual. No hubo demasiado escándalo, ya que sus familiares sabían de la relación de Ramiro con una mujer, a pesar de ello al comprobar que Adelaida, "su amante" era mi suegra, sus hijos me despidieron de la empresa por decoro. El pobre Ramiro tuvo la clarividencia a tiempo de dejar en heredad a Adelaida 45.000 euros, por lo que mi despido no resultó tan penoso.

Mi pobre suegra se sentía traumatizada y no quería hablar del tema. Todo fue muy triste, pero yo quería evitar a toda costa que cayera en una depresión. Imaginaba además que se sentía avergonzada por la escena que yo presencié, por lo que no hubo más remedio que abordar el tema directamente. Cuando la animé a hablar para que compartiese sus penas se mostró reacia, de modo que le hablé tiernamente para convencerla de que olvidase todo lo que había pasado, que no tenía que darme explicaciones, que yo lo entendía. Tras unos días fue ella la que me habló y admitió sentir mucha vergüenza por lo sucedido y que lo que en realidad le preocupaba no era Ramiro, que ya descansaba en paz, sino lo que yo pensase de ella. La tranquilicé diciéndole que seguía teniendo el mismo concepto de ella y que me parecía una mujer totalmente respetuosa, que lo demás había que olvidarlo pues sólo habían sido actos que responden a necesidades de la naturaleza humana.

En cierto modo fui un hipócrita porque durante un tiempo estuve dándole vueltas a mi cabeza y recordando el rostro alucinado y de felicidad de Ramiro cuando murió. Me preguntaba si Adelaida no había sido demasiado exigente con su amante, lo que delataría su más que probable enorme apetito sexual. Apenas dos meses después Adelaida me comunicó que Gregorio, el frutero de la esquina, solterón con sesenta y cinco años, estaba invitado a comer. Quise pensar bien de ella, pero me dio la sensación de que verdaderamente pretendía encontrar a un hombre. Puse mi mejor cara y me dije a mí mismo que debía ser comprensivo, que aunque yo no hubiese sentido necesidad de encontrar pareja tras perder a mi esposa eso no significaba que todo el mundo no deseara compartir su vida con alguien. Gregorio estuvo frecuentando un tiempo mi hogar para galantear con mi suegra, pero finalmente ella no quiso darle esperanzas y rompió cualquier posible relación con él.

Me pregunté porqué, pues Gregorio era amable y buen hombre. Adelaida no quiso explicarme a qué se debía el haber rechazado a Gregorio, al menos en los días posteriores a la ruptura. Un tiempo después me dijo que lo sucedido con Ramiro le causó gran inseguridad, lo que significaba que temía que al frutero le sucediera otro tanto de lo que le sucedió a mi pobre jefe. Hasta tres hombres más conoció mi suegra con intenciones serias pero finalmente todos los planes se frustraban, por los miedos de ella y esto empezaba a ser preocupante. Yo mientras tanto me hacía una paja fantaseando con ella.

Para alimentar la materia de mis fantasías tenía que convencerla para salir a pasear a solas de vez en cuando o ir al cine, mientras la niña se quedaba en un Childrens´ Zone o guardería nocturna. Un día fuimos al cine a ver cualquier película, nos metimos en una francesa sin tener conciencia de su argumento, y resultó ser de un elevado contenido erótico. Fue algo incómodo para ambos, pero tras salir del cine el tema de la película dio pie a que ella me hablara de sus problemas y frustraciones sexuales, no sin reconocer que le daba mucha vergüenza hablarme de ello. Yo la tranquilicé, como ya hiciera cuando el triste suceso con Ramiro y le dije que no se preocupara, pero que sí que era urgente que buscase solución a sus problemas. Me dijo que la solución era tener a un hombre junto a ella y yo le sugerí, que quizá no era eso, que con alguna que otra relación sexual esporádica se podría dar por satisfecha, a lo que ella dijo que era posible, pero que eso incluso le sería difícil llevar a efecto, por la necesidad de guardar las apariencias.

Mi suegra, ya entrados en el tema me preguntó, no sin aclarar que estas cosas le daban mucha vergüenza, que cómo me iba a mí con el deseo insatisfecho y yo azorado le contesté que no lo llevaba mal. Quizá habrá quien piense que hubiera sido el momento de tomar la iniciativa, pero pensar en insinuarle algo a mi suegra me sonaba casi incestuoso, aparte de que yo no sabía cómo se lo hubiera tomado. Me preguntó que si tenía alguna amante y le dije que no, aunque casi no me creyó; pidiéndome que no me enfadase con ella también me preguntó si recurría al servicio de prostitutas y le aseguré que tampoco. Mi cabeza era una vorágine por las cosas de las que hablaba y se interesaba mi suegra; yo no sabía que pensar. Pero ella insistía en indagar sobre aspectos de mi sexualidad, y yo respondía con evasivas, por lo que la pobre mujer abandonó el tema con cierto desconsuelo o más bien diría yo, desconcierto. Continuábamos paseando.

Cómo pensé que ella podía creer que era un desganado o acaso, por su cultura de mujer madura, que yo fuese homosexual, después de un rato retomé el tema, lo que a ella le agradó. Le dije que me gustaban las mujeres y que tenía anhelos sexuales, por supuesto, pero que quizá al igual que ella no me era fácil encontrar con quien. De nuevo, voló por mi cabeza la terrible idea de un incesto, y creo que a ella le ocurrió igual. Tragando saliva pensé en hacerle una oferta y así se lo dije. "¿Cuál es esa oferta?" –preguntó ella. Yo, queriendo ser malicioso en un principio le dije: "No se preocupe Adelaida, quizá si no fuese mi suegra le propondría relaciones, pero se trata de otra cosa…" "¿Qué cosa? – me preguntó ella, enrojecida por la timidez. "Si yo le buscase a un hombre para que la satisficiese de vez en cuando, ¿qué me diría?" "No sé –dijo ella- ¿no pensarías que soy algo así como una puta?" "No diga eso, no sea de pensamiento antiguo. Yo entiendo sus necesidades.

Y estar con un hombre un día y con otro distinto otro día no le crearía ningún tipo de compromisos" "Ya, pero ¿se trataría de desconocidos?" "Claro –le respondí- aunque yo trataría de que se tratase de gente de fiar y por supuesto, si a usted le pareciera bien, yo estaría al acecho por si hubiese se presentasen problemas" "Si no te parece escandaloso y lo mantenemos para siempre en secreto, lo acepto- dijo Adelaida ilusionada- y si yo puedo hacer lo mismo por ti lo haré" "No se preocupe, convencer a mujeres será más difícil. Usted conténtese con lo que yo le consiga" A ella, aunque con ciertas dudas, le pareció buena idea; e iba ilusionada y llena de nervios como quien se enfrenta por primera vez al sexo. Lo que ella no sabía es que a mí me empezaba a excitar la idea de que ella mantuviese sexo con desconocidos y más si era yo el que procuraba esas citas. Continuábamos andando pensativo y yo iba cavilando sobre cómo iba a conseguir lo que le propuse; no tenía planes para tan excitante idea, pero la llevaría adelante como fuese.

Continuará…

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