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Polvo fogoso, polvo reposado

en MicroRelatos

Desde hacía años mi única obsesión había sido conseguir follarme a mi suegra. Si cuento que hablo de una época en la que yo tenía treinta años y la madre de mi esposa tenía sesenta, habrá quien piense que soy o fui un pervertido al abrigar esa idea. Las tendencias eróticas de cada ser humano pueden ser más o menos razonables, lícitas (detesto a pederastas, violadores y gente de esa ralea) o plausibles, pero son las que cada uno llevamos dentro. Conocí a mi novia cuando yo tenía dieciocho y mi suegra cuarenta y ocho y por entonces ya me fascinó, por eso por mucho que envejeciera yo tenía metido en la cabeza que no habría polvo más placentero que el que echase con ella. Con mi mujer en materia de sexo, bien, además de que le fui infiel con una compañera de trabajo. Quiero decir que por falta de sexualidad no había problema.

Quise olvidar a mi suegra y recurrí a una psicóloga para explicarle mi caso. Después de explicarme que el origen de mi deseo por aquella mujer madura podía residir en cierto reflejo del complejo de Edipo o en cierta impotencia ante mujeres jóvenes, me sentí decepcionado porque no estaba de acuerdo con su teoría. Recapacité y me di cuenta por mi mismo que, después de haber follado con todo tipo de mujeres y haber experimentado en sexo casi lo impensable, lo que me faltaba era probar con una vieja. No me consideré por ello un gerontófilo, porque de la edad de mi suegra me gustaban ella y acaso un par de mujeres más, y desde luego de las que conservaban para mi cierto atractivo físico, sobre todo basado en generosas curvas y algún que otro kilito de más.

Siempre lo llevé en secreto y jamás hubiera podido decir mi suegra que yo me había insinuado ni una sola vez. Verdaderamente se me habría caído la cara de vergüenza. Nuestra vida familiar era normal y yo era tremendamente respetuoso con ella. Ahora hablaré de otra persona de la familia: la hermana mayor de mi mujer. Ésta se había divorciado tiempo atrás y la verdad es que no lo superaba con facilidad, hasta tal punto que su estado de confusión le llevó a querer tener una relación sentimental conmigo en secreto. Sorprendente, pero cierto. La verdad es que me atraía un poco, pero aquello era muy atrevido. Fue por eso que pensé que si era incapaz de liarme con mi cuñada, cómo coño iba a atreverme con mi suegra. Eso alivió en parte mi tensión mental.

Posteriormente murió mi suegro y la madura mujer quedó viuda. Con el tiempo advertí, que como mi cuñada, también mi suegra echaba de menos el apoyo de un hombre. No estoy diciendo que echasen de menos el sexo, pero eso podía ser finalmente otra de las consecuencias.

Ahí acaba el relato. Es una faena, lo sé, pero me gusta dejarlos así. En otras ocasiones he procurado que los lectores envíen sugerencias, pero la mayoría de las veces no habéis respondido, o han sido ideas descabelladas, previsibles, no sé…

Ya lo hice una vez. Voy a contar lo que pretendía con este relato: ¿Recordáis una película titulada "El imperio de los sentidos" del japonés Nagisa Oshima? En ella el protagonista, se cepilla a una anciana geisha, matándola de placer. Quizá un infarto. En mi historia, después de una serie de circunstancias que llevan a suegra y yerno a acordar una relación sexual, es ella la que advierte que una vez mantengan contacto carnal él no puede ser demasiado fogoso ya que ella podría acusarlo y sufrir cualquier desmayo por agotamiento o cosa peor. Deciden pues aplazar el encuentro, peor esto es pernicioso ya que el deseo del yerno se acrecienta. Es en la boda de un familiar cuando el yerno concreta su plan perfecto: "follaré primero con mi cuñada y ahí desataré mi pasión para minutos después cuando le toque a mi suegra ya la efusividad no sea tan de alto voltaje". Se describen excelentes escenas sexuales con la cuñada (al menos eso tenía pensado, perdonen la ironía) a la cual disfruta, no creáis, aunque su objeto de deseo sea la vieja. Minutos después le toca a la suegra, curiosamente en el mismo apartado del aseo de señoras del restaurant, puede que alguna otra invitada a la boda lo presencie, excitada y confusa, preguntándose ¿pero esos dos no son yerno y suegra? Desgraciadamente la vieja fallece de placer ¿no hay mejor modo de morir? Él escapa asustado, la invitada lo ha presenciado todo pero no lo denuncia, es algo entendida en derecho penal y para ella no es ni crimen, ni homicidio, ni nada por el estilo, acaso polvo de consecuencias funestas.

El yerno sale asustado hacia donde están el resto de los invitados; su esposa desea marcharse a casa, está cansada, no le apetece ni despedirse de los familiares. De regreso a casa, él conduce taciturno y ella se muestra meliflua. ¡Joder –piensa él- ahora a esta le entran ganas de follar! Si supiera que su madre la ha palmado. A pesar de todo a él le asalta un extraño pensamiento: Nunca he follado con tres mujeres distintas una misma noche. El condicionamiento de este handicap le excita y acaba jodiendo con su esposa, en el coche, sin ni siquiera haber llegado a casa. Mientras bombea a su esposa recuerda los fuertes gemidos de su suegra cuando la follaba y la pobre pedía clemencia. Él no pudo parar.

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