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Sexo de la clase media (5)

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PARTE V: ¿Y por qué no?

Carlota soltó un par de suspiros y se acomodó aún más en el asiento. Nos encontrábamos bien, tan bien que decidí acariciar, o más bien masajear sus tobillos, cosa de la que no habíamos hablado, pero ella ni se inmutó cuando sintió mis manos, todo lo contrario, se halló confortada. Suspiró otra vez y ese suspiro me sonó a los gemidos de Águeda cuando la penetraba con la verga. Me dije a mí mismo que era imposible que Carlota se hallara excitada, pero ¿y si me atrevía a acariciarle las pantorrillas? El movimiento de ascenso fue lento y cauto, no fuese que se sintiera ofendida.

Trabajé en el masaje con meticulosidad. Su piel era suave, carecía de vello, y los gestos corporales con los que ella acompañaba mis caricias me empezaron a dar qué pensar, tales como estirar los pies desde el talón hasta la punta de los dedos o taparse la boca con la mano quizá con la intención de reprimir un gemido irrefrenable. Alcancé el objetivo de las pantorrillas, hasta que después de unos escarceos palpé con descaro imaginando que eran las piernas de Juana. Pero una novedad vino a turbarme: bajo la fina tela de mi pantalón corto veraniego la reacción de mi verga era ya más que evidente, y sus pies se hallaban precisamente apoyados en ella, así que era probable que ella notase mi incipiente erección. Creí llegado el momento de abandonar el masaje y detuve el movimiento de mis manos, a lo que ella replicó: "No lo dejes ahora, tesoro". Recordé unos versos de cierta publicación erótica que me gustaba leer en mi juventud:

No seas necio varón y entiende,

que la hembra que más se enciende

es aquella con años de experiencia,

que te hace aprender una ciencia

que es la de gozar del sexo,

dilatado y gozoso de los años…

Porque puede que su vida esté en ya en el otoño,

pero no encontrarás nada más experto que su coño.

Sus palabras fueron una invitación a continuar con el manoseo y no la decliné. De modo que era cuestión de ascender aún más a lo largo de sus piernas. Rocé la cara interior de sus muslos y ahí fue cuando noté que Carlota aspiraba a algo de sexo, pues separó un poco las piernas. Había camino libre. Inquieto y con ganas de saborear el cuerpo maduro, me apresuré a alcanzar su entrepierna bañada por un sudor profuso. No lejos quedaban su prenda más codiciada y mis dedos no dudaron en aventurarse y abrirse paso a través de una matita de vello, para hallar sus labios vaginales completamente pastosos de los jugos. Era allí donde ella demandaba en ese momento un buen masaje. Fui directo y le pasé de arriba abajo la mano con decisión.

En esta ocasión Carlota soltó un fuerte gemido, y no sé cómo logré inclinarme sobre ella y con mi boca tapar la suya para que nadie la oyese. Se trató de un beso en toda regla. "Noto que si no te sacas la polla te va a reventar –me dijo y añadió: Hace tiempo que no me entra nada duro en el coño" "Pobre señor Juan –dije- ¿por qué no se sienta encima mía y le hago pasar un buen rato?" Carlota se bajó las bragas, dejándolas colgar del tobillo izquierdo y se remangó la bata. Yo me preparé, sentado como estaba y ella se sentó sobre mí clavando mi polla en su coño con suavidad y destreza. Alcancé sus pechos para gozar sobándolos. El vaivén comenzó. Experimenté enorme placer pero me autocontrolé con intención de no correrme pronto. Ella gozaba como hacía tiempo no lo había conseguido. Así hasta el final, hasta un orgasmo común que ambos necesitábamos. El cielo estaba estrellado, los ronquidos de su marido los oíamos tras nosotros y desde el porche veía una luz en nuestra autocaravana. Águeda me esperaba para dormir.

Continuará… Envíen sus comentarios a relatandobien@terra.es

Adelanto que la parte VI se titulará "Una excursión"

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