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Gold Collection (2)

en Grandes Series

SEGUNDA ENTREGA

 

21:19 Horas. ¿Los postres?

Carlos se excedió bebiendo, aunque no hasta la embriaguez, pero como no estaba acostumbrado ello le hizo desinhibirse. Mi yerno comenzó a mostrarse melifluo, delicado y atento con Elisa, lo que a mi me indignaba interiormente y a ella le causaba cierta incomodidad por mi presencia, pero transigía en el trato de su amigo. Elisa y yo estábamos sentadas la una frente a la otra y entre nosotras Carlos, a mi izquierda y a la derecha de Elisa, en una mesa cuadrada. Carlos acarició las manos de la chica, apoyadas en la mesa, pasaba los dedos por el cabello de ella e incluso daba con su tenedor bocados de la deliciosa cena a Elisa, que graciosamente abría la boca. Él limpiaba las comisuras de los labios de ella, la cual sonreía afectuosa y delicada. La temperatura subía, me di cuenta de eso.

- He de irme –dije- Fabián se preguntará porqué tardo tanto.

- Todavía no hemos tomado de postre ese delicioso flan con nueces y caramelo que has preparado Azucena – dijo mi yerno.

- Sí –comentó Elisa- tiene muy buena pinta.

Elisa se mostraba tan nerviosa como yo. Lo más probable es que sintiese la necesidad de que yo me marchase para campar a sus anchas con su amante y por eso los mimos de Carlos la hacían experimentar una extraña sensación de deleite e incomodidad. Por otro lado mis sentimientos también eran contradictorios pues por un lado quería escapar a toda velocidad para reprimir mi ansia de Carlos y por otro no quería dejarlos solos. Llegué incluso a imaginar que tomaba el cuchillo de entre los cubiertos y me abalanzaba a apuñalar a ambos en algo así como un crimen pasional. Me avergoncé interiormente. Envidié a Elisa y deseé ser ella por eso sentí ganas de llorar, porque era algo que estaba fuera de mi alcance. La postura más incierta era la de Carlos, y también la más hiriente, que podría haberse librado de mí para quedarse a solas con ella y sin embargo insistía en que me quedase para el postre. A continuación se besaron en los labios y sentí una punzada de celos en el corazón, pero permanecí sentada. El beso se hizo cada vez más intenso y violento y las manos de ambos comenzaron a acariciar lo que alcanzaban del cuerpo del otro; todo ello sin que abandonaran su asiento y frente a mí. Carlos alcanzó a desabrochar un par de botones de la camisa que vestía ella. Yo sentía el calor que me subía por el cuerpo, mientras el hombre introducía las manos bajo la camisa de la mujer para acariciarle claramente los senos por encima del sujetador, dejándose ella.

 

21:52 Horas. Despedida y dudas.

Me puse en pie y ellos se giraron lentamente hacia mí para observarme con no demasiado interés, aunque fue mi yerno quien me preguntó adónde iba. No contesté, tan solo me limité a dirigirme hacia la puerta de salida a la calle, yo sobraba allí. Desde atrás la voz de Carlos sonó para decirme, sin demasiado énfasis, que no era preciso que me marchase si de verdad me apetecía quedarme. Dos lágrimas de rabia resbalaron por mis mejillas cuando me ponía el abrigo. Salí de allí advirtiendo que ellos seguían a lo suyo. Caminé hacia mi casa, pero los sentimientos, la curiosidad y todo lo que se agolpaba en mi mente hicieron que me detuviese. Reflexioné un instante y volví sobre mis pasos. Era posible que la determinación que había tomado me dejase en evidencia ante Elisa y Carlos, sin embargo de lo que estaba segura era de querer regresar con ellos y eso me hacía tener casi la certeza de que podía ocurrir algo que me cambiase mi vida. Sentiría vergüenza quizás y a lo mejor mi yerno ya no me recibiría y me obligaría a marcharme definitivamente por entrometida y por, lo peor de todo, viciosa declarada.

Llamé al timbre y esperé durante un minuto. Alguien miraría a través de la mirilla y quizá dudó entre abrir o no, pero finalmente y de forma lenta la puerta giró hacia adentro. Alguien esperaba detrás; se trataba de Carlos que ya sólo vestía pantalón y lucía el torso desnudo. Definitivamente se habían enrollado.

-Me alegro de que hayas vuelto Azucena –me dijo con candor-, sabía que lo harías (quizá no te arrepientas).

Me dio rabia de que estuviese tan seguro y que de ese modo yo resultase derrotada. Avancé hacia el comedor, después de desprenderme nuevamente del abrigo. Carlos caminaba por detrás de mí. La escena había cambiado y no encontré las cosas como las había dejado minutos antes. Divisé a Elisa de pie y completamente desnuda, aunque con un brazo cubriéndose los senos y con la otra mano se cubría el pubis. Ella y yo apenas pudimos mirarnos a los ojos por el pudor que sentimos en esos instantes, aunque imagino que recíprocamente la una pensaba de la otra que era una furcia pecaminosa; al menos eso pensé yo de ella. Carlos me indicó que me sentase en el sofá de cuero marrón y lo hice como quien espera en la consulta del dentista, dispuesta a levantarme súbitamente si era preciso y con mi bolso sobre las rodillas. Elisa lo miró a él con gesto interrogativo y cuando el hombre se aproximó a ella pude escuchar un susurro femenino que pareció preguntar ¿tiene que estar tu suegra aquí?, a lo que él respondió de forma perfectamente audible Es inofensiva, déjala que mire, ¿no te excita eso?

Carlos la abrazó por atrás y sin forzarla demasiado hizo que ella extendiese los brazos a lo largo del cuerpo, mostrando sus atributos frente a mí. Azorada, la chica giró la cabeza como para ocultarme su rostro, pero todo su cuerpo estaba ante mi mirada y lo que vi era una Venus surgida del mar, una estructura femenina perfecta y dispuesta para las pulsiones del amor. El hombre agarró sus increíbles tetas cada una con una mano y dio comienzo sin dilación a un masajeo circular cada una en dirección contraria. La reacción de ella fue inicialmente la de zafarse, pues emitía gemidos de rechazo y desagrado, y yo sabía porqué, tan sólo por mi presencia. Interiormente me dije, cosa que me sorprendió por lo que tenía de lujurioso, algo así como ¡déjate zorra, seguro que te gusta! Ese pensamiento me turbó y mi cuerpo recibió un escalofrío pensando que Dios me podía escuchar. Por eso a continuación, y sin dejar de mirarles, mi pensamiento elaboró algo así como un rezo: Dios, perdóname, te lo suplico. Siempre he sido decente, así que deja que mire lo que hacen estas criaturas, no hay nada de malo en ello. De hecho lo que deseaba es que Carlos y Elisa continuaran sin que diesen importancia a mi presencia, que se olvidaran de mí, que yo no existiese a sus ojos; pero no parecía posible porque de vez en cuando mi mirada se cruzaba con la de él o con la de ella. Temí que el rechazo de la chica tuviese éxito y Carlos se detuviera, pero…¿qué era eso? ¿se le habían endurecido los pezones a Elisa? Eso sólo podía suceder por dos motivos, o bien por que hubiese sentido frío o bien porque estuviese excitada. Aunque hiciese algo de fresco en la calle, Carlos tenía la calefacción puesta a tope en el hogar; más bien hacía calor. Blanco y en botella…, como suele decirse. Mi yerno escurrió una de sus manos por el vientre de Elisa sin que la otra permaneciese ociosa sobando las tetas. Se disponía a acariciarle la entrepierna. El pubis de Elisa aparecía ante mis ojos con un vello incipiente y puntiagudo como si se lo hubiese rasurado unos diez u once días antes. Por eso los labios mayores de sus genitales se vislumbraban claridad y ciertamente abultados, y estuve segura que ya en esos momentos con un brillo especial, el de la lubricación. Elisa arqueó los muslos un poco hacia fuera, sólo un poco para que la mano de Carlos entrase en contacto sin dificultad con su coño. Recorrió esa zona tan íntima de Elisa mientras la besaba en la boca. A mí el calor me invadía la cara interior de las piernas y confundí con sudor una humedad que provenía de otro lugar.

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