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Sexo de la clase media (6)

en Grandes Series

SEXO EN LA CLASE MEDIA

PARTE VI: Una excursión.

En el camping se organizaban bastantes actividades para los afincados, sobre todo para niños, y nuestros hijos lo disfrutaban esto especialmente. Águeda siempre ha sido una madraza y apenas les quitaba la vista a los chicos, como cuando asistían a ese curso matutino de natación en la piscina del complejo. Igualmente actuaba Juana hasta que un acontecimiento llamativo iba a tener lugar fuera a unos kilómetros de nuestro camping. Se trataba de un encierro de caballos asilvestrados en un picadero y unas cuadras de una rica hacienda. Los ganaderos harían unos ejercicios de montura y doma bastante interesantes y a mí me apetecía ir.

La noche anterior se lo comuniqué a Águeda, que declinó ir en aras de asistir con los niños para vigilarlos a sus cursos de natación. La que pareció animada e interesada por los caballos fue Juana, pero según Ferrer, él acudía al camping a descansar y a beber cerveza, no de ir de aquí para allá caminando. Pues resulta que había que caminar todo el trecho a través de la sierra para llegar a dicha hacienda. He de explicar, que lamentablemente pertenecemos a una generación en la que hay que guardar las apariencias y adonde va el esposo va la esposa, y aquella contrariedad por la pereza de Ferrer presuponía que Juana se quedaba también. Sin embargo éramos amigos de años atrás y se admitía la confianza y lealtad entre otros.

No iba a ser la primera vez que uno se quedaba a solas con la esposa del otro, por lo que Ferrer y Águeda nos animaron a ir Juana y yo juntos a lo de los caballos. Al partir mi mujer me guiñó un ojo y haciendo un aparte me dijo "Cuida tus pensamientos". Águeda me conocía bien y sabía que durante aquel camino a pie entre pinares más de una fantasía se me ocurriría yendo con Juana, pero como acordamos entre mi mujer y yo sólo se trataba de fantasear.

Aunque me pregunté a mi mismo que si Juana se pusiera a tiro qué reacción sería la mía. Dije a Juana que se trataba de un largo y escabroso paseo en el que nos orientaríamos con una brújula, pero no le importó, le apetecía caminar en plan senderista. Ambos calzábamos botas. Ella llevaba un pantaloncito corto y una camiseta blanca ajustada. Su figura era sugestiva, coronada por un sobrero tejano en la cabeza. Caminó buena parte del trayecto delante de mí por lo que fui deleitándome en observarla todo el rato, aunque sabía disimular mi interés en ella hablando constantemente de cosas del campo y de la naturaleza, cosa que a ella le encantaba y le sorprendía de mí.

Comenzó a sudar y dijo tener sed, por lo que le acerqué la cantimplora que yo portaba conmigo. Bebió a caño y un buen chorro de agua se derramó sobre su pecho dejado translucir en su camiseta las transparencias. No llevaba puesto sujetador, algo que hacía rato me intrigaba pues llevaba advirtiendo hacía ya un rato un bamboleo inusual de sus tetas. Sus oscuros pezones se erizaron momentáneamente bajo la tela dándome idea del diámetro que tenían. Reímos por lo del desaguisado del agua, pero ella me dio la espalda inmediatamente consciente del espectáculo que me estaba ofreciendo.

No hice ningún comentario por pudor, pero de haberlo hecho la hubiese felicitado por ser poseedora de algo tan… suculento. Continuamos caminando y mil ideas pasaban fugazmente por mi cerebro, como la de forzarla a tener sexo conmigo. Pero esa no era mi personalidad, yo era un hombre galante y así me concebía ella. La verdad es que caminaba con media erección viéndole mover su trasero. El olor a pinares, el que percibía de su olor, el hecho de haberme tenido que desprender de mi camiseta por el calor o caminar por parajes solitarios e idílicos me hacían sentir un fuerte impulso sexual por ella, que a veces incluso requería mi ayuda para bajar un pequeño barranco apoyada en mí, o abrazarse para cruzar algún arroyo. En esto llegamos al picadero.

No había mucha gente, excepto los propios ganaderos y si yo sabía que aquella doma iba a tener lugar era porque un cliente mío, era uno de los jinetes y propietarios y me telefoneó para asistir a verlo consciente de mi paso por el camping. Cuando acudimos para saludarlo, Ernesto que así se llamaba, nos ofreció un refresco y nos invitó a acomodarnos en unas gradas para verlo todo bien. Ernesto creyó que Juana era mi esposa y yo lo saqué de su error. Mientras Juana se paseaba por allí Ernesto me dijo "pues si no es tu esposa permíteme que te diga que es una yegua extraordinaria". El símil con lo caballar me hizo gracia, y como yo venía tan cachondo no pude por menos de darle la razón. Ernesto me dijo que los ganaderos venían agotados de trasegar con el ganado por las sierras y que una mujer como Juana era el mejor estímulo a la vista que podían recibir aquellos hombres, más si allí era la única mujer, entre al menos treinta hombres.

Continuará…

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