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El pequeño diablo

en Confesiones

Me llamo Elisa y voy a relatar algo. Lo cuento con vergüenza, pero lo cuento porque me excita recordarlo. Supongo que nunca me atreveré a repetir algo semejante, pero lo anhelaré durante toda la vida. La experiencia sexual más atrevida que tuve hasta entonces fue la de meterme con otras dos mujeres en la cama: mis amigas Nuria y Fernanda, mientras que mi marido nos miraba, se masturbaba y sacaba fotos (aporto una de esas fotos, yo soy la de abajo. La de en medio es Nuria y la de encima es Fernanda, deliciosas).

Ahora hablaré de otra experiencia aún más atrevida que esa, de la que únicamente sabemos dos personas; yo y… un amiguito de mi hijo. No diré los años que él tenía por entonces, pero créanme, no tenía edad para esas cosas, aunque demostrase cierta habilidad.

Cuando lo de la experiencia lésbica con mis amigas mi marido y yo ya teníamos un hijo, al que llamamos René. Un tiempo después quedé de nuevo embarazada. Conforme mi embarazo avanzó mi marido fue más precavido en nuestras relaciones sexuales, hasta el punto que las abandonó, no fuese que hiciéramos peligrar al feto. Acabé sintiéndome fastidiada pues mi apetito sexual continuaba siendo voraz, pero sentía aprensión ante la posibilidad de confesárselo a mi marido. Así que con mi barrigota y todo, cuando sentía excitación sexual me ocultaba en el baño y me masturbaba suavemente. Como bien se sabe, cuando alguien se autocomplace suele pensar en algo que desea, y por aquel entonces me gustaba mucho Carlos, un amigo de la familia. Aquel hombre rubio, fuerte, inteligente y simpático copaba los pensamientos de mis fantasías. Él tiene mi misma edad, está divorciado y casualmente tiene un hijo de la misma edad que el mío, y que se llama Iván. Con Carlos he tenido siempre un trato cordial y de ahí no ha pasado la cosa.

Cierto día, sábado temprano, mi marido salió hacia el hospital, pues ese día tenía guardia médica. Desperté a su vez y le preparé un café, y a pesar de ronronear como una gata a su alrededor fue incapaz de pegarme ni tan siquiera un achuchón antes de salir hacia el hospital. Para olvidar la calentura sexual que se apoderaba de mi cuerpo comencé a realizar las tareas del hogar, pues eso me relajaba y hacía que no me abstrajera demasiado con el sexo. Por otro lado era cuestión de terminar las tareas pronto, pues mi hijo no tardaría en levantarse, desayunar y empezar a jugar por toda la casa, y yo debía controlar sus travesuras. A veces se entretenía leyendo o dibujando, pero otras parecía el caballo de Atila. Si hacía lo primero yo me podía permitir el lujo de leer o ver alguna película en dvd tranquilamente, y ese día me apetecía ver una peli porno de la colección de mi marido. Lo haría en el salón comedor si lograba mantener al niño en su cuarto de juegos; así podría masturbarme un rato, pues esa mañana lo necesitaba verdaderamente.

René tomó su desayuno y se dispuso para empezar a jugar. En esos momentos sonó el timbre de la puerta y era Carlos, que llegaba con Iván. Me pidió el favor de que si podía dejar a su hijo durante la mañana, pues él iba al autolavado para limpiar su coche. Nunca había hecho esto, pero como yo siempre había insistido en prestarle ayuda de este tipo, y aprovechando que mi casa le cogía de camino, decidió pasar para dejarlo.

Carlos se marchó, y el pequeño Iván se quedó con mi hijo y conmigo. Iván se parece extraordinariamente a su padre, lo que significa que es muy guapo. Me recordaba a su padre.

Para que los chicos se entretuviesen les animé a que jugasen juntos, porque apenas tenían confianza mutua. Mi hijo siempre se entretenía mucho con sus cacharros, pero advertí que a Iván le costaba concentrarse, no prestaba atención al juego. Quizá era porque se encontraba en un hogar ajeno y extraño a él. También me di cuenta inmediatamente de que por momentos se quedaba embelesado mirándome. Pensé en principio que quizá era porque se hallaba carente del amor de una madre, pero después de un rato aprecié que su forma de mirar no era la del que anhela cariño materno, su forma de mirar era la del deseo de los hombres por una mujer, como lo notaba en algunos tíos cuando caminaba por la calle, pero esta vez ese brillo estaba en los ojos de un amigo de mi hijo. Durante un rato intenté convencerme de lo contrario, de que el pensamiento sucio era el mío. Pero la mirada de Iván era persistente y evidente. Reflexioné sobre si andar como iba, en bata y en zapatillas, de esa forma tan descuidada, contribuía a que él me mirase de ese modo. La verdad es que lucía un escote generoso y el nacimiento de mis senos era fácilmente visible, por lo que desde luego la mirada del hombrecito se dirigía frecuentemente hacia ese lugar. Además, la bata, de raso blanco, me quedaba muy por encima de las rodillas y no era difícil que con cualquier gesto o movimiento descubriese buena parte de mis muslos. Siempre estaba así por casa y vestirme de otro modo era una estupidez si así me sentía cómoda, por lo que permanecí en bata sin darle mayor importancia al asunto.

Mi hijo René propuso a Iván jugar al escondite a lo largo y ancho de toda la casa, por lo que mis planes de ver la peli porno quedaron aplazados; no podía ponerme a verla con ellos danzando por allí. Pude prohibirle jugar al escondite y obligarles a irse a la habitación de los juegos, pero creí que no era modo de reaccionar ante nuestro invitado. Entonces empezaron a jugar. Primero se la quedaría Iván, que buscaría a René escondido. Yo me senté a leer una revista de psicología en el comedor. Iván contó hasta treinta apoyado en la puerta de entrada a la casa y dijo ¡Voy a buscarte René! Vi a mi hijo dirigirse hacia la cocina para esconderse y segundos después Iván pasó ante mí para ir a buscarle. Pero a su paso se quedó absorto mirando hacia mis piernas cruzadas. Miraba con descaro, sin ningún tipo de recato; me miraba entera, únicamente le faltaba babear. Como la situación era un poco incómoda y consideraba que mi hijo tenía ventaja en el juego por conocer mejor la casa, susurré a Iván: ¡René está en la cocina! E inmediatamente se dirigió hacia allí, encontrándolo segundos después y librándome yo momentáneamente de su mirada. Ahora se la quedaba René.

En el sumario de la revista de psicología encontré un artículo que se titulaba ¿POR QUÉ NO DISFRUTAR DE TUS FANTASÍAS SEXUALES Y ATREVERTE A PONERLAS EN PRÁCTICA? Un escalofrío recorrió mi cuerpo pero me dispuse a leer aquellos párrafos de un tal doctor Coleman de la Universidad de Cambrigde.

"Todo el mundo tiene fantasías sexuales – empecé a leer-, a menudo algunas de ellas no son tan descabelladas y son sencillas de poner en práctica. El paso hacia la ejecución de esa fantasía es sólo una demostración de nuestra madurez y nuestra voluntad de liberarnos…"

Leía esto mientras acariciaba mi barriga embarazada y veía acudir a Iván en busca de un lugar en el que ocultarse. En él veía el reflejo de su padre, Carlos. Me miró como pidiéndome ayuda para esconderse. Le sugerí que lo hiciese bajo una mesa que yo tenía a mi lado y de la que colgaban unas faldillas que ocultaban la parte inferior del tablero. Además le dije que yo me sentaría y me cubriría las piernas con las faldillas y era probable que con mi presencia a René no se le ocurriese mirar allí. Esto lo hice envalentonándome tras leer aquellas afirmaciones del artículo. Continué leyendo:

"Jugar con esas fantasías no tiene que significar necesariamente tener que quemarse. Hay que disfrutar intentando valorar la situación y no es preciso llegar muy lejos en el asunto…"

Creía que aquello estaba escrito a propósito para mí y convine que tan solo era una pequeña travesura lo de tener a Iván allí, bajo la mesa y junto a mis piernas. Si él quería mirar que mirase, era algo inocente, además no había demasiada luz allí abajo.

René buscaba a su compañero de juegos tranquilamente y yo sentía una emoción extraña al notar el hálito de Iván cerca de mis pantorrillas. Me pregunté que sentiría él al permanecer tan cerca de mis piernas y si experimentaría algún tipo de excitación, pero el tiempo corría en su contra ya que no podía estar allí toda la vida. Elevé las faldilla y sorprendí al chico con la vista clavada en mis rodillas.

 

Continuará…

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