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Vida marginal

en Trios

Vivir sin dinero, siendo pobre, es una mierda. Sólo una vez me ha sido compensada esta desdicha y voy a contar el caso. En los suburbios de una ciudad la vida es dura, más cuando maduras y tu novia te va diciendo que ya es hora de casarse.

Florentina, que tenía 21, me dijo que os nos casábamos ese verano o me daban por culo. Yo no tenía un céntimo, ni trabajo estable, de manera que era un lío lo del matrimonio, la vivienda y todo eso. Algunos de mis amigos se ganaban la vida trabajando para mafiosos, robando, traficando e incluso exigiendo rescates por algún que otro secuestro. Yo no tenía coraje para esas cosas y Florentina me lo reprochaba. Ella era de una doble moral atroz, porque encima de que opinaba que la delincuencia era un buen modo de ganarse la vida, era de las asiduas a la parroquia y pedía comida por caridad, a cambio de ve a saber qué cosas con los curas.

El día en que saltó la noticia de que el cadáver de la esposa de un importante político había aparecido en un descampado con evidentes signos de violencia, supe que era cosa de algunos de mis amigos, y eso no iba conmigo. Lo corroboré cuando tomando unas cervezas con ellos en la terraza de unos garajes, empezaron a hablar de lo bien que lo habían pasado con "aquella vieja guarra del abrigo de visón". Obtuve algún dinero al delatar a dos de ellos a un detective privado que se encargó del caso; me organicé bien para que no me trincasen, ni los malos, ni los buenos. Todo fue de furtivo. Con ese dinero organicé la boda y ya ese mismo día todo empezó mal con Florentina, porque algunos de los invitados, los de la banda de Rocco más concretamente, se la llevaron un rato durante el baile a un Rolls Royce que habían traído, los muy cabrones. Se la cepillaron tres de ellos y la muy fulana vino al cabo de una hora con una sonrisa de oreja a oreja, con el traje de novia desarreglado y con alguna mancha de leche en la tela.

Sería injusto con ella si yo no admitiese que también busqué un aparte para enrollarme con la mujer de su hermano mayor, Clementina, que no es muy guapa, pero que es una gorda tetona a la que le encanta que la den por el ano.

El que Florentina, mi esposa, fuese una zorra, me hizo ganar algún dinero prostituyéndola de forma encubierta, casi sin que se diese cuenta ella. ¿Cómo? Lo contaré.

Por circunstancias, ya que no teníamos vivienda propia, tuvimos que ir a vivir con sus padres a una casucha de las afueras que estaba situada en un extremo del vertedero municipal, pues unos días después del enlace de bodas hicieron encargado de aquella cloaca a mi suegro. El muy mamón estaba loco de contento, ya que dejaba la chabola en la que antes vivían, por un antro que aunque hediondo, tenía luz y agua corriente. El era el guarda de aquella montaña de escombros: daba entrada y salida a los camiones que llegaban a descargar allí todos los desechos de la ciudad. Ese montón de escoria era todo un negocio, porque decenas de chatarreros entraban a cargar sus furgonetas de hierros y cartones para luego vender a plantas de reciclaje. Estos a la vez pagaban una cantidad de dinero a mi suegro a modo de soborno. Por lo que el nombramiento de mi suegro como guarda del vertedero era también un tanto enigmático e interesado, pues todo el mundo quería regentar aquel lugar. Finalmente deduje que si Rocco presumía de tener sobornado al alcalde y eso pudiera ser cierto, era también probable que quien consiguiese que mi suegro, al que llamaré Teodoro, fuera encargado del vertedero, fuese la misma Florentina chupándoles la polla a Rocco y sus secuaces la noche misma de nuestra boda, a la que sucedió el nombramiento de Teodoro como encargado del vertedero municipal.

Yo también gané algún dinero con la chatarra, pero lo que quería comentar, es como lo hice prostituyendo a mi mujer. La muy estúpida adquirió unos remilgos incongruentes en sus relaciones sexuales conmigo, y es que no quería follar estando en el dormitorio de al lado de sus padres, ya que los tabiques eran como papel de fumar. Sin embargo mis suegros no se privaban de echar algún que otro polvo esporádico (cosas de la edad), y nosotros podíamos oír sus tejemanejes sexuales. Los vejetes me excitaban, ¿por qué no decirlo?, pero Florentina no quería joder allí de ninguna de las maneras. No obstante, se moría por ir detrás de algunas de las colinas de basura, donde había casetas de cartón y meternos allí para follar un rato. Esto me incomodaba, pero de vez en cuando lo hacía, hasta que se me ocurrió la genial idea.

Era cuestión de pedirle dinero a algún que otro camionero salido y enviarle al lugar en donde Florentina me esperaba a mí. Como era una furcia caliente y más si llevaba un par de días sin probarlo, se abriría de piernas ante quien se lo pidiese. Resultó todo un negocio.

Pero paradójicamente ese dinero me lo gastaba yo a la vez en putas, en juego y en alcohol, ¡qué época aquella!, ¡qué negro era el bebé que parió Florentina meses después! Desde luego era de Bubba, el buscador de chatarra que siempre regateó más en el precio por follarse a mi mujer.

Yo no iba a contar todo esto, pero tenía que meter rollo, para ir al argumento central o excusa de mi relato. En fin. Pues resultó que Florentina y yo empezamos a tener problemas matrimoniales y ella se largó con su bastardo junto a Freddy, uno de los hombres de Rocco, que le prometió la vida de una reina.

Mis suegros no estaban al tanto de lo nuestro y además estaban habituados a las frecuentes idas y venidas de Florentina, por lo que no se extrañaban demasiado de las ausencias nocturnas de su hija. La noche en la que ella me abandonó definitivamente, intentaba conciliar yo el sueño, pues ya la echaba de menos, cuando los gemidos de la follada de sus padres comenzaron a llegar a mis oídos. Como pensé que los responsables de todas mis desdichas eran ellos, por molestos y cercanos, me levanté para dirigirme a su dormitorio y reprocharles mis desgracias personales. Hasta ese momento siempre fui muy respetuoso con ellos, ni entrometiéndome en su intimidad ni faltándoles al respeto. Pero esa vez empujé la puerta bruscamente con intención de lanzarles un regaño. Había estado bebiendo vodka a palo seco, por lo que creía que era producto de mi imaginación lo que veía: mi suegro a cuatro patas, desnudo, y mi suegra, también desnuda, metiendo a su marido un consolador por el ano. Como la pareja se inquietase ante mi presencia, les rogué que me perdonasen convencido de que por muy cabreado que yo estuviese no merecía la pena interrumpir la delicia de perversión que practicaban. Pues eso, les pedí perdón y quise retroceder, pero ella, Martina, la muy puta, excitadísima me pidió que me quedase mirando. Lo hice durante un rato, pero no pude más e hice algo que no hubiera imaginado jamás: meter mi polla en la boca de un hombre. Mi suegro me la chupó hasta hartarse. Después perforé los agujeros de mi suegra.

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